Estoy seguro que los curas que defienden a María de la supuesta afrenta de la cual habría sido objeto, por parte de un fotógrafo que busca celebrar sus quince años de trayectoria, disfrazando a ciertas modelos, mejor dicho rameras televisivas, con la imagen de la madre de Jesús, se enteraron del pastel sólo cuando algunos de sus ex monaguillos, a quienes convenientemente le enseñaron una pizca tan insignificante como superflua de teología, presentaron querellas en la justicia ordinaria. Del mismo modo, tengo la impresión que estos improvisados luchadores por la fe y la moral, a su vez, recién supieron de la existencia de esta "acción de arte" cuando algún noticiario lo informó. No es para menos: las mujeres que participan en las caracterizaciones han pasado por los estudios de todos o casi todos los canales de televisión abierta, y ya sabemos que nuestros medios de comunicación no sienten vergüenza a la hora de mirarse el ombligo. Fuera de que descubrieron dos ventajas adicionales: la posibilidad de cubrir un escándalo, aunque sólo tuviera ese calificativo por su artificialidad, y la vanagloria de asegurar que parte de sus oquedades en el fondo sí cuentan con sensibilidad artística, en el marco, además, de eventos tan publicitados como el Teatro a Mil.
Antes que nada, desde el punto de vista de la crítica estética, es preciso señalar que esta secuencia fotográfica, donde algunos rostros de la pantalla se camuflan de María, tiene un nulo valor, y si llega a ser recordada por la posteridad, será por esta anécdota del eterno berrinche de los grupos conservadores, que una vez más fueron provocados por un desconocido que buscaba llamar la atención, y como siempre pisaron el palito. El organizador de toda esta feria deseaba celebrar su cumpleaños en grande, y en lugar de la torta familiar, qué mejor que las cientos de veces implantadas chicas de compañía que pululan por los estelares televisivos, a quienes los locutores de prensa ya conocen, no en el sentido bíblico del término, sino porque son compañeros de trabajo, y por cuestiones de solidaridad laboral, acudirán al lucimiento de uno de los suyos, teniendo la posibilidad, gracias a sus influencias, de arrastrar a toda la opinión pública consigo. Pero si este muchacho quería desarrollar un acontecimiento artístico, en vez de muñecas de plástico -que son de inferior calidad incluso en el modelaje-, pudo haber contratado actrices o mujeres comunes y corrientes. Claro: no hubiese llegado a ocasionar el mismo interés, primero de los medios y luego de los mojigatos; pero al menos no tendría que manipular la palabra "arte" para ocultar sus pretensiones de niño mimado por la clase media alta y el esnobismo.
Ahora, yéndonos al problema de la moralina, bastaría con reiterar algo que ya insinué en el párrafo anterior: los pacatos son tan babosos como el vejete que se da vuelta a mirarle el trasero a una hembra joven. Pero también se pueden extraer otro tipo de lecciones. Primero, que toda figura de María es ante todo una representación, porque no conocemos ni su cara ni su contextura física. Podemos formarnos una imagen en base a la fisonomía que tenían las mujeres jóvenes y pobres del Israel del siglo I: es decir, pelo moreno y la piel ennegrecida por el sol y el polvo. Y aquí se nos presenta otra contradicción, pues el esbozo estándar que ha promovido la iglesia católica es el de una chica rubia, de ojos azules y, aunque casi nunca en tono sexual, al fin y al cabo atractiva. Es una María construida para una sociedad patriarcal y culturalmente primitiva, como eran los bárbaros, inventada al menos diez siglos después que su mentora viviera su existencia terrenal. Y he aquí un punto interesante, puesto que según el catolicismo, ha tenido diversas apariciones en distintos lugares y épocas, y en todas ellas, adopta los rasgos étnicos del pueblo autóctono establecido allí. Por ello es que los rostros de María muestran diferentes características según se trate de Fátima, Guadalupe o La Tirana, así como cada una se viste con los trajes típicos de la zona. Y los obispos han alentado estas representaciones, ya que constituyen un buen modo de transmitir el evangelio a los inconversos.
Quizá la reputación de estas meretrices con título de modelos sea lo que mayor indignación le causa a los defensores de las buenas costumbres. No es para menos: en el catolicismo se predica que María se mantuvo virgen incluso después de parir a Jesús y conservó dicha condición hasta su llamamiento definitivo -o hasta su asunción, dependiendo del dogma-. Por lo tanto, verla identificada con mujeres asociadas a la vida nocturna y al entretenimiento, que cuentan con un escaso nivel educacional, cubiertas totalmente por implantes de silicona, frívolas como ellas mismas, y que han llegado donde están gracias a sus aventuras amorosas con más de algún archiconocido: debe ser chocante para cualquiera que asiste a misa regularmente. Cabría, eso sí, preguntarle a esos mojigatos si ven con regularidad los programas televisivos que estas ahora repudiadas féminas protagonizan, y que son animados por sujetos de su mismo estrato social que, en entrevistas serias, defienden a rabiar sus preceptos. Al menos, en los canales que les dan cabida, este tipo de espacios abunda, junto a comentarios religiosos de sacerdotes que amenazan con la hoguera a quien maltrate a un ícono. Lindos son la democracia, los auspiciadores y el ráting
jueves, 15 de enero de 2009
sábado, 10 de enero de 2009
Derecha Sin Derechos
Si hay algo que quedó de manifiesto con el incidente de la diputado Karla Rubilar, es que la derecha chilena desperdició una inmejorable oportunidad para inmiscuirse en el tema de los derechos humanos, y enseguida, haber dado dos grandes pasos al respecto: alejarse un buen tramo de Pinochet y todo lo que su gobierno representó, y dar la sensación que puede dominar cualquier ámbito del quehacer nacional, por muy delicado que le resulte, condición imprescindible si alguien desea ganar una legislatura. Lamentablemente, otra vez tiraron encima su cerrado e intransigente discurso ideológico, que de acuerdo, es un vicio que atañe a todos nuestros hombres públicos; pero cuyas consecuencias pueden llegar a ser más nefastas para este sector, porque defiende un conservadurismo extemporáneo y porque, simultáneamente, promociona una imagen de cierto agnosticismo político, que dice aceptar a todas las tendencias sin adscribir preferentemente a ninguna.
En concreto, el episodio de los "falsos detenidos desparecidos" - aunque lo único falso resultó ser las denuncias de la Rubilar- afectó a los dos parlamentarios más moderados de la Alianza: la susodicha diputado y su colega Lily Pérez, que hasta hoy avala las acusaciones. Eso equivale a decir que el puente de diálogo con la derecha se ha cortado, y lo que es más grave, no existe mucho interés en repararlo, por lo dañada que ha quedado la credibilidad de estas dos mujeres. Un detalle que no significará una fuga de votos que perjudique a su eterno abanderado presidencial, pero que, de llegar éste al poder, anulará una importante posibilidad de que un puñado de moderados dentro del sector coloque el tema en la mesa y sensibilice a sus colegas más extremistas, que son bastantes y tienen una alta cuota de influencia, y que, desde luego, no desaprovecharon esta coyuntura para lucir sus garras. Para rematar, la fuente de estas ya infames denuncias, no fue otro que el siniestro Manuel Contreras, quien al igual que Al Capone antes de ser trasladado a Alcatraz, sigue demostrando que puede salirse con la suya incluso desde la cárcel, dando la sensación que hasta aquellos que, aún proviniendo del bloque que amparó sus actividades durante la dictadura militar, condenan sus violaciones a los derechos humanos, sin embargo hasta el final de la jornada están con él.
Como varios, tengo la convicción de que Karla Rubilar no obró con mala intención. Sí, en cambio, mostró una ingenuidad ridícula e impresentable, aunque propia de una joven mujer moderadamente derechista. Juega a ser progresista y a comprender al otro, en una situación social, económica y política altamente privilegiada. Es hija de una alcaldesa igualmente conservadora, pero que está mucho más alejada del centro, y, por lo mismo, su relación con ella es de sobreprotección. Se enorgullece de haber sido elegida contando sólo veintiocho años - aunque hoy bordea los treintaiuno-, pero aprovechó los buenos montos de la dieta para casarse y tener un hijo, al que acarrea en su coche cada vez que da una conferencia de prensa. Más que la fuerza joven, encarna la rutina de la ama de casa, aún cuando ostente una profesión universitaria - es médico como Bachelet-; pues la diferencia entre una buena esposa pobre y una de hogar acomodado, es que los padres de esta última contaron con dinero para costearle los estudios. Su desaguisado demostró que es una marginal dentro de su conglomerado: alguien que, con moderación y todo, vale tan poco que el más despreciable de sus correligionarios puede convertirla en el hazmerreír de la política chilena, sin que nadie acuda en su auxilio. Incluso, da la impresión que abrazó causas desatendidas por su sector, justamente porque el resto de los temas ya estaba dominado y no era necesario un abogado más.
Por otro lado, personalmente no me gusta la actitud de los afectados por las chambonadas de la Rubilar, aunque haya de por medio un interés legítimo e imprescindible de reparar la dignidad. Si consiguen desaforarla, es decir, sacarla de su cargo en el Congreso, será más que un diputado menos para la derecha: se perderá una instancia de negociación con los más duros de ese sector, a la vez que un freno importante para sus intereses. Además, que estos sujetos tendrían un pretexto para endurecer su postura, lo que podrían hacer saber en futuros trámites legislativos. No estoy pidiendo el cínico consenso de los noventa, sino un relámpago de sentido común. Rubilar nunca debió interesarse por este punto antes de ponerse en el pellejo de los familiares de detenidos desaparecidos: de hecho, ha revelado su ingenuidad cuando, entre otras cosas, se jacta de ser una diputado de la Alianza nacida después del golpe y ajena a la situación de los secuestros políticos, lo que, al analizar sus procedimientos, incluso al ver su cara, se transforma en el equivalente del millonario que le da una limosna a un mendigo. Si se quieren presentar querellas -hablo de las judiciales como de las éticas-, no lo hagan contra la parlamentario, sino contra, por ejemplo, Manuel Contreras. O exíjanle explicaciones a sus colegas de la Concertación, que aceptaron que presidiera la comisión de derechos humanos, sabiendo que no tenía dotes de mando y que era incapaz de tomar una decisión sin antes consultarle a sus padres, su esposo o su cura confesor.
En concreto, el episodio de los "falsos detenidos desparecidos" - aunque lo único falso resultó ser las denuncias de la Rubilar- afectó a los dos parlamentarios más moderados de la Alianza: la susodicha diputado y su colega Lily Pérez, que hasta hoy avala las acusaciones. Eso equivale a decir que el puente de diálogo con la derecha se ha cortado, y lo que es más grave, no existe mucho interés en repararlo, por lo dañada que ha quedado la credibilidad de estas dos mujeres. Un detalle que no significará una fuga de votos que perjudique a su eterno abanderado presidencial, pero que, de llegar éste al poder, anulará una importante posibilidad de que un puñado de moderados dentro del sector coloque el tema en la mesa y sensibilice a sus colegas más extremistas, que son bastantes y tienen una alta cuota de influencia, y que, desde luego, no desaprovecharon esta coyuntura para lucir sus garras. Para rematar, la fuente de estas ya infames denuncias, no fue otro que el siniestro Manuel Contreras, quien al igual que Al Capone antes de ser trasladado a Alcatraz, sigue demostrando que puede salirse con la suya incluso desde la cárcel, dando la sensación que hasta aquellos que, aún proviniendo del bloque que amparó sus actividades durante la dictadura militar, condenan sus violaciones a los derechos humanos, sin embargo hasta el final de la jornada están con él.
Como varios, tengo la convicción de que Karla Rubilar no obró con mala intención. Sí, en cambio, mostró una ingenuidad ridícula e impresentable, aunque propia de una joven mujer moderadamente derechista. Juega a ser progresista y a comprender al otro, en una situación social, económica y política altamente privilegiada. Es hija de una alcaldesa igualmente conservadora, pero que está mucho más alejada del centro, y, por lo mismo, su relación con ella es de sobreprotección. Se enorgullece de haber sido elegida contando sólo veintiocho años - aunque hoy bordea los treintaiuno-, pero aprovechó los buenos montos de la dieta para casarse y tener un hijo, al que acarrea en su coche cada vez que da una conferencia de prensa. Más que la fuerza joven, encarna la rutina de la ama de casa, aún cuando ostente una profesión universitaria - es médico como Bachelet-; pues la diferencia entre una buena esposa pobre y una de hogar acomodado, es que los padres de esta última contaron con dinero para costearle los estudios. Su desaguisado demostró que es una marginal dentro de su conglomerado: alguien que, con moderación y todo, vale tan poco que el más despreciable de sus correligionarios puede convertirla en el hazmerreír de la política chilena, sin que nadie acuda en su auxilio. Incluso, da la impresión que abrazó causas desatendidas por su sector, justamente porque el resto de los temas ya estaba dominado y no era necesario un abogado más.
Por otro lado, personalmente no me gusta la actitud de los afectados por las chambonadas de la Rubilar, aunque haya de por medio un interés legítimo e imprescindible de reparar la dignidad. Si consiguen desaforarla, es decir, sacarla de su cargo en el Congreso, será más que un diputado menos para la derecha: se perderá una instancia de negociación con los más duros de ese sector, a la vez que un freno importante para sus intereses. Además, que estos sujetos tendrían un pretexto para endurecer su postura, lo que podrían hacer saber en futuros trámites legislativos. No estoy pidiendo el cínico consenso de los noventa, sino un relámpago de sentido común. Rubilar nunca debió interesarse por este punto antes de ponerse en el pellejo de los familiares de detenidos desaparecidos: de hecho, ha revelado su ingenuidad cuando, entre otras cosas, se jacta de ser una diputado de la Alianza nacida después del golpe y ajena a la situación de los secuestros políticos, lo que, al analizar sus procedimientos, incluso al ver su cara, se transforma en el equivalente del millonario que le da una limosna a un mendigo. Si se quieren presentar querellas -hablo de las judiciales como de las éticas-, no lo hagan contra la parlamentario, sino contra, por ejemplo, Manuel Contreras. O exíjanle explicaciones a sus colegas de la Concertación, que aceptaron que presidiera la comisión de derechos humanos, sabiendo que no tenía dotes de mando y que era incapaz de tomar una decisión sin antes consultarle a sus padres, su esposo o su cura confesor.
lunes, 5 de enero de 2009
Ley de Apropiamiento Intelectual
Aceptemos, antes que nada, que los chilemos somos excesivamente tolerantes con la piratería. Hasta nos parece simpática, y no porque sea una buena posibilidad de obtener arte a bajo costo ( aunque muchas veces, los libros, discos y filmes que se nos ofrecen por esta vía carezcan completamente de buen gusto), sino debido a que es una actividad surgida durante la dictadura militar, entre el llamado " apagón cultural" y la recesión económica de los ochenta. Entonces, el material que se desplegaba como una alfombra roja sobre la cuneta era de autores que, si no se encontraban legalmente prohibidos en el país, de todas maneras resultaba imposible conseguirlos en el comercio establecido, ya que los libreros o tenderos, sólo con respirar el miedo imperante, les bastaba para inhibirse de distribuirlos. A eso, sumémosle la alta cesantía y la falta de poder adquisitivo que caracterizó a aquella época, y llegaremos a ponerle un toque de romanticismo a esa vieja piratería, llevada a cabo por anónimos héroes que fueron un eslabón más en la lucha contra el tirano; que cuando aparecían las patrullas, debían envolver los casetes en su paño de género, y correr lo más rápido que el susto les permitiese. Fuera de que se estaban ganando el pan sin recurrir a los delitos violentos, en un periodo, ya lo vimos, de escasas fuentes de empleo.
Esa visión del pirata artístico subsiste hasta hoy. En primer lugar, porque los bajos salarios y la desigualdad social siguen impidiendo que un gran número de chilenos pueda acceder a los bienes culturales. Y luego, porque aún existe una censura solapada de parte de los distribuidores, que algunas veces simplemente no dan a conocer ciertos productos, por temores, lamentablemente, comprensibles. Podríamos agregar un tercer factor: el poco respeto que la población muestra hacia las obras artísticas, producto justamente del desprecio de que fueron víctimas durante el régimen militar. Todos estos antecedentes, en todo caso, pueden englobarse en una gran conclusión: los sucesivos gobiernos democráticos se han dedicado a administrar el modelo legado por la tiranía, afirmación majadera, pero que deriva de un hecho empírico, aplicable perfectamente a este aspecto. Las condiciones para el comercio informal de cultura, son en la práctica idénticas a las que había hace veinte años atrás. La única diferencia la marca el objeto que produce miedo: en aquel tiempo eran los organismos del Estado, hoy es la delincuencia.
Y la verdad es que esta práctica, como en todo en la vida, nunca tuvo algo de romántico, y menos aún va a tenerlo en la actualidad. No existen piratas buenos o malos: salvo excepciones, y aunque hayan cambiado del rudimentario casete al más avanzado disco digital, el material que estos comerciantes nos venden, son álbumes rayados, películas imposibles de leer por nuestros aparatos, o libros con algunas páginas en blanco o impresas de cabeza. Pero el público medio continúa acudiendo a ellos, porque el Estado es incapaz de suministrarle lo que pide. Al contrario, y como una madera de dejar en claro que se prefiere aplicar un paradigma heredado por una dictadura, opta por la represión más insensible, proponiendo una de las leyes de propiedad intelectual más punitivas del mundo. No nos extrañemos: Chile es un paraíso para las mordazas. Cualquier edicto de origen extranjero que huela a restricción, aquí nos encargamos de hacerlo más radical. Pasó con el tabaco, el alcohol, los fuegos articiales y el encumbrado de volantines... y ahora es el turno de la propiedad intelectual, con una normativa que busca igualar a su símil de Estados Unidos, pues algunos amenazan con desconocer los tratados de libre comercio.
En la actualidad, tal como sucede en la industria del disco, y en otras que lucran con las más diversas expresiones artísticas, quienes accedemos periódicamente al arte a través de la piratería nos saltamos los intermediarios, y obtenemos lo que buscamos gracias a internet. Personalmente, cuando descargo material de modo gratuito, no lo hago porque soy un tacaño o desprecie la cultura. Es debido a que dichas creaciones son imposibles de adquirir en una tienda especializada, teniendo como segunda opción, viajar a un país donde las encuentre. Nosotros le quitamos clientela al despreocupado e irrespetuoso vendedor de cuneta, o al menos, lo forzamos a manifestar un mínimo de denuedo por las copias ilegales que fabrica. Algo que estará fuera de nuestro alcance si se aprueba la nueva ley, hecho que parece inminente. Por último, con los comerciantes de la acera, basta y sobra conque se apliquen las normas vigentes, sean éstas draconianas o no ( jamás he sido partidario del Estado policial y no cambiaré de opinión en el mediano plazo). Sin embargo, cuando la espada les caiga a todos encima, perderemos una importante instancia de acceso a muchas cosas, y sí, hablo por los chilenos en general. Aunque, por otro lado, me pregunto cómo lo harán nuestras autoridades para fiscalizar que los usuarios de la red acaten la medida: ¿ nos rastrearán al igual que lo hacen con los pedófilos, poniéndonos a la altura de esos criminales? Para investigar si los ordenadores tienen material almacenado de manera fraudulenta, ¿ nos introducirán programas de virus espía, lo que constituye un delito informático, y en cualquier caso, una aberración éticamente hablando? Lo que sí sé, es que los piratas tradicionales mantendrán su negocio, ahora con la posibilidad de establecer un monopolio, y que las penas establecidas a quienes infrinjan la propiedad intelectual, aumentarán el miedo entre la gente, pero no variarán su poco aprecio por las obras de arte.
Esa visión del pirata artístico subsiste hasta hoy. En primer lugar, porque los bajos salarios y la desigualdad social siguen impidiendo que un gran número de chilenos pueda acceder a los bienes culturales. Y luego, porque aún existe una censura solapada de parte de los distribuidores, que algunas veces simplemente no dan a conocer ciertos productos, por temores, lamentablemente, comprensibles. Podríamos agregar un tercer factor: el poco respeto que la población muestra hacia las obras artísticas, producto justamente del desprecio de que fueron víctimas durante el régimen militar. Todos estos antecedentes, en todo caso, pueden englobarse en una gran conclusión: los sucesivos gobiernos democráticos se han dedicado a administrar el modelo legado por la tiranía, afirmación majadera, pero que deriva de un hecho empírico, aplicable perfectamente a este aspecto. Las condiciones para el comercio informal de cultura, son en la práctica idénticas a las que había hace veinte años atrás. La única diferencia la marca el objeto que produce miedo: en aquel tiempo eran los organismos del Estado, hoy es la delincuencia.
Y la verdad es que esta práctica, como en todo en la vida, nunca tuvo algo de romántico, y menos aún va a tenerlo en la actualidad. No existen piratas buenos o malos: salvo excepciones, y aunque hayan cambiado del rudimentario casete al más avanzado disco digital, el material que estos comerciantes nos venden, son álbumes rayados, películas imposibles de leer por nuestros aparatos, o libros con algunas páginas en blanco o impresas de cabeza. Pero el público medio continúa acudiendo a ellos, porque el Estado es incapaz de suministrarle lo que pide. Al contrario, y como una madera de dejar en claro que se prefiere aplicar un paradigma heredado por una dictadura, opta por la represión más insensible, proponiendo una de las leyes de propiedad intelectual más punitivas del mundo. No nos extrañemos: Chile es un paraíso para las mordazas. Cualquier edicto de origen extranjero que huela a restricción, aquí nos encargamos de hacerlo más radical. Pasó con el tabaco, el alcohol, los fuegos articiales y el encumbrado de volantines... y ahora es el turno de la propiedad intelectual, con una normativa que busca igualar a su símil de Estados Unidos, pues algunos amenazan con desconocer los tratados de libre comercio.
En la actualidad, tal como sucede en la industria del disco, y en otras que lucran con las más diversas expresiones artísticas, quienes accedemos periódicamente al arte a través de la piratería nos saltamos los intermediarios, y obtenemos lo que buscamos gracias a internet. Personalmente, cuando descargo material de modo gratuito, no lo hago porque soy un tacaño o desprecie la cultura. Es debido a que dichas creaciones son imposibles de adquirir en una tienda especializada, teniendo como segunda opción, viajar a un país donde las encuentre. Nosotros le quitamos clientela al despreocupado e irrespetuoso vendedor de cuneta, o al menos, lo forzamos a manifestar un mínimo de denuedo por las copias ilegales que fabrica. Algo que estará fuera de nuestro alcance si se aprueba la nueva ley, hecho que parece inminente. Por último, con los comerciantes de la acera, basta y sobra conque se apliquen las normas vigentes, sean éstas draconianas o no ( jamás he sido partidario del Estado policial y no cambiaré de opinión en el mediano plazo). Sin embargo, cuando la espada les caiga a todos encima, perderemos una importante instancia de acceso a muchas cosas, y sí, hablo por los chilenos en general. Aunque, por otro lado, me pregunto cómo lo harán nuestras autoridades para fiscalizar que los usuarios de la red acaten la medida: ¿ nos rastrearán al igual que lo hacen con los pedófilos, poniéndonos a la altura de esos criminales? Para investigar si los ordenadores tienen material almacenado de manera fraudulenta, ¿ nos introducirán programas de virus espía, lo que constituye un delito informático, y en cualquier caso, una aberración éticamente hablando? Lo que sí sé, es que los piratas tradicionales mantendrán su negocio, ahora con la posibilidad de establecer un monopolio, y que las penas establecidas a quienes infrinjan la propiedad intelectual, aumentarán el miedo entre la gente, pero no variarán su poco aprecio por las obras de arte.
martes, 30 de diciembre de 2008
El Adiós de Jarabe de Arce
Esto no lo leí en El Mercurio, pero sí lo escuché en un noticiario nocturno. Hermógenez Pérez de Arce, columnista mimado de la casa de Agustín Edwards, anuncia su jubilación. El hecho es divulgado por el mismo decano, en su edición del 31 de diciembre, que además contiene la última pataleta del susodicho. Vale decir, que el mismo día en que quemamos todo lo viejo, malo y decrépito que nos ha hecho sufrir hasta ahora, los chilenos podremos deshacernos de una presencia desagradable que nos ha jorobado por más de tres décadas. Aunque esta descarga no provenga de nuestra voluntad sino de la del enemigo, y de quienes hasta ayer lo apoyaban.
Ignoro si lo de Jarabe de Arce es real, o sólo se trata de una renuncia con elástico, un mero truco publicitario o una resaca del día de los inocentes. En todo caso, su permanencia en la memoria cultural del país será, de seguro, tan mínima como el espacio que el El Mercurio le dedica, en su primera página, a este acontecimiento. Porque el olvido, esta vez, no será el perdón, sino el castigo para alguien que usó la pluma con el único propósito de defender lo indefendible. Pero también, para un sujeto pedante, que sacaba siempre a relucir su origen aristocrático, como si eso garantizara la presencia de un buen prosista y un refinado intelectual. Pues don Hermógenes, antes de escribir, ya estaba poniendo el sello: un descendiente de hacendados de linaje castellano, cuyo apellido puede encontrarse en varios rincones de la historia nacional. Al igual que esos automovilistas ebrios que, cuando ven a un policía haciéndoles señas, lo increpan con frases del tipo "no sabís quién soy yo, ni quién es mi papá ni de cuál familia vengo". En este caso, el guardia de tránsito es remplazado por el crítico literario, y el conductor borracho, por el avasallador y pretencioso Pérez de Arce.
Muchos supuestos entendidos, incluso personas vinculadas al ámbito artístico, suelen rescatar elementos, a su juicio valerosos de las columnas de este articulista. No sé si el consenso político puede llegar a la ingenuidad. Porque, si Jarabe de Arce sólo fuera un aceptable escritor, entonces tendríamos mucho más que dos Premios Nóbel. Cuando agarró confianza y pensó que podía pasar a la posteridad superando los límites del artículo periodístico, obtuvo resultados patéticos: basta leer una página de su fallido ensayo "Los Chilenos en su Tinto" o de sus incongruentes novelas, para darse cuenta que carecía de talento. En ambos casos, cometió un error que desde el punto de vista de literario es imperdonable: ampliar sus panfletos de un octavo de hoja hasta el formato de libro. El papel de diario soporta muchas cosas y si la mayoría carecen de interés, sólo sirve para envolver la carne, cubrir los pisos recién encerados o limpiarse el trasero. Allí fueron a dar buena parte de las líneas garabateadas por este sucedáneo de intelectual, e igualmente, los elogios de sus amigos y compinches, recopilados en otros matutinos que eran de propiedad del mismo dueño de El Mercurio. Supongo que Pérez de Arce habrá conocido estas lamidas de botas y entonces habrá esbozado una sonrisa satisfactoria, al creer que era un prosista respetado y un líder de opinión.
Y la verdad, ni sus artículos tienen algún aspecto salvable. Son conversaciones de sobremesa, propias de ancianos adinerados y ociosos, que tienen tanto ingenio como necesidad de ganarse la vida. Utiliza las mismas palabras e ideas, las cuales cambia de orden semana tras semana para que parezcan originales y novedosas. Al cabo de un año, cuando ha agotado las combinaciones, vuelve al principio y repite el ciclo. Por eso sus columnas que más han llamado la atención son las que se refieren a situaciones contingentes y a individuos específicos, pues colocar a esta clase de personas en cualquier medio público siempre nos lleva a abrir los ojos de sorpresa. Cuando toca algún tema supuestamente trascendental, acaba en conclusiones insulzas, como las que vertiría otro vejete de su clase, del tipo " la juventud está cada día más corrompida" o " las mujeres ya no son señoritas". Despertemos: Jarabe de Arce está al mismo nivel que un Julio Martínez o un Raúl Hasbún, con la diferencias de que ellos emplearon el lenguaje pulcro para un fin que manifiestamente no era literario. Tirémoslo para el Año Nuevo, como lo viejo y fastidioso que es.
Ignoro si lo de Jarabe de Arce es real, o sólo se trata de una renuncia con elástico, un mero truco publicitario o una resaca del día de los inocentes. En todo caso, su permanencia en la memoria cultural del país será, de seguro, tan mínima como el espacio que el El Mercurio le dedica, en su primera página, a este acontecimiento. Porque el olvido, esta vez, no será el perdón, sino el castigo para alguien que usó la pluma con el único propósito de defender lo indefendible. Pero también, para un sujeto pedante, que sacaba siempre a relucir su origen aristocrático, como si eso garantizara la presencia de un buen prosista y un refinado intelectual. Pues don Hermógenes, antes de escribir, ya estaba poniendo el sello: un descendiente de hacendados de linaje castellano, cuyo apellido puede encontrarse en varios rincones de la historia nacional. Al igual que esos automovilistas ebrios que, cuando ven a un policía haciéndoles señas, lo increpan con frases del tipo "no sabís quién soy yo, ni quién es mi papá ni de cuál familia vengo". En este caso, el guardia de tránsito es remplazado por el crítico literario, y el conductor borracho, por el avasallador y pretencioso Pérez de Arce.
Muchos supuestos entendidos, incluso personas vinculadas al ámbito artístico, suelen rescatar elementos, a su juicio valerosos de las columnas de este articulista. No sé si el consenso político puede llegar a la ingenuidad. Porque, si Jarabe de Arce sólo fuera un aceptable escritor, entonces tendríamos mucho más que dos Premios Nóbel. Cuando agarró confianza y pensó que podía pasar a la posteridad superando los límites del artículo periodístico, obtuvo resultados patéticos: basta leer una página de su fallido ensayo "Los Chilenos en su Tinto" o de sus incongruentes novelas, para darse cuenta que carecía de talento. En ambos casos, cometió un error que desde el punto de vista de literario es imperdonable: ampliar sus panfletos de un octavo de hoja hasta el formato de libro. El papel de diario soporta muchas cosas y si la mayoría carecen de interés, sólo sirve para envolver la carne, cubrir los pisos recién encerados o limpiarse el trasero. Allí fueron a dar buena parte de las líneas garabateadas por este sucedáneo de intelectual, e igualmente, los elogios de sus amigos y compinches, recopilados en otros matutinos que eran de propiedad del mismo dueño de El Mercurio. Supongo que Pérez de Arce habrá conocido estas lamidas de botas y entonces habrá esbozado una sonrisa satisfactoria, al creer que era un prosista respetado y un líder de opinión.
Y la verdad, ni sus artículos tienen algún aspecto salvable. Son conversaciones de sobremesa, propias de ancianos adinerados y ociosos, que tienen tanto ingenio como necesidad de ganarse la vida. Utiliza las mismas palabras e ideas, las cuales cambia de orden semana tras semana para que parezcan originales y novedosas. Al cabo de un año, cuando ha agotado las combinaciones, vuelve al principio y repite el ciclo. Por eso sus columnas que más han llamado la atención son las que se refieren a situaciones contingentes y a individuos específicos, pues colocar a esta clase de personas en cualquier medio público siempre nos lleva a abrir los ojos de sorpresa. Cuando toca algún tema supuestamente trascendental, acaba en conclusiones insulzas, como las que vertiría otro vejete de su clase, del tipo " la juventud está cada día más corrompida" o " las mujeres ya no son señoritas". Despertemos: Jarabe de Arce está al mismo nivel que un Julio Martínez o un Raúl Hasbún, con la diferencias de que ellos emplearon el lenguaje pulcro para un fin que manifiestamente no era literario. Tirémoslo para el Año Nuevo, como lo viejo y fastidioso que es.
lunes, 22 de diciembre de 2008
Universidad de La Nada
Nuevamente, los licenciados de enseñanza media deben iniciar ese doloroso camino que, finalmente, consiste en darse cuenta que serán donnadies si no se inscriben en una institución de educación superior, de preferencia universidad integrante del Consejo de Rectores, cártel que agrupa a veinticinco organizaciones cuyo gran negocio es vender cartones a precios exhorbitantes, incluso si se las compara con sus afines, bajo el pretexto de que son las de mayor calidad, las más antiguas y dependen del Estado ( lo cual, todos sabemos, es una aberrante falacia, porque la mitad de esas casas comerciales son privadas, y las que no, son autónomas, que para el caso es lo mismo). Siendo que, en realidad, lo único que tienen de público es el dinero que cada año le roban al erario fiscal, el cual con mucho esfuerzo, ha sido pagado por los contribuyentes, varios de los cuales jamás podrán entrar a sus claustros, porque por otro lado, los prohibitivos precios que estas entidades cobran, se encargan de asegurarles un público que siempre han buscado: el de altos ingresos, por motivos que no viene al caso citar pero que todos conocemos o al menos intuimos.
Nuestras supuestas universidades repiten el mismo discurso cuando llegan estas fechas: que debemos superar la desigualdad, que todos tienen derecho a la educación, que el profesional egresado de sus aulas accede a mejores salarios... Pero durante el año académico actúan de una manera diametralmente distinta. Un alumno que se atrasa en sus cuotas no existe, aunque su rendimiento haya sido sobresaliente. El debate, tan cacareado por los académicos, entonces se disuelve, y se transforma en un portazo en la cara. Sí: en julio se suelen producir huelgas por este tema, que no son sólo toleradas, sino hasta alentadas, por los rectores, siempre y cuando le reclamen al Estado por más dinero, porque cuando se tocan los problemas internos ( que no son pocos) el apoyo se vuelve persecución e incluso agresión. Sin embargo, por esta época dichos personajes también actúan con una doble moralidad, ya que se dan el lujo de reajustar sus aranceles hasta alcanzar cifras vergonzosas, sin importarles la delicada situación económica, y sabiendo que frenan la baja en la inflación. Fuera de que, además, las universidades han venido disminuyendo paulatinamente la ponderación de las notas de enseñanza media en favor del puntaje en la prueba de selección, conscientes de que esta última es un fiel reflejo de la brecha entre colegios municipalizados y particulares, mientras que el ítem anterior es una clara oportunidad para los estudiantes de escasos recursos de acceder a sus carreras. Se justifican diciendo que en los liceos públicos se regalan las notas: una vez más, una mafia conformada por adinerados acusa a las capas empobrecidas de los delitos que cometen ellos.
La verdad, es que si nuestra educación está en el pozo, una tajada de la responsbilidad les cabe a las universidades. Mal que mal, son parte del sistema -aunque hagan todos los esfuerzos por demostrar lo contrario- y en cualquier caso ellas preparan a la totalidad de los docentes ( al respecto, he sido testigo de lo que muchos afirman: los mejores profesores son los egresados de las desaparecidas escuelas normalistas, aunque esa fuera una educación de carácter secundario). Tampoco, en su interior suceden cosas intersantes: los académicos que imparten clases no son maestros, y aunque con título de lo que enseñan, en su vida han trabajado en la profesión correspondiente. Casi todos están ahí por compadrazgo: un gobierno determinado lo metió porque delató a sus compañeros cuando era estudiante, o arrojó algunas piedras a la policía durante la dictadura militar. Basta escucharlos para darse cuenta que serían unos incompetentes en el mundo laboral. Pero he aquí un factor clave: supuestamente se luchó en una época en que era imposible discutir. El mismo mito que se atribuye la iglesia católica, con la que estas organizaciones se han puesto a la altura. Y si hay delatores junto a viejos rebeldes, bien por ello: es la muestra más cabal de que hay diversidad y debate.
Nuestras mal llamadas universidades subsisten gracias a una eficiente propaganda, donde se muestran como la exclusiva posibilidad de un futuro mejor, y donde identifican como un fracasado al que no ingresa a ellas. Esto, lamentablemente, con el respaldo de gobiernos y opositores, que en veinte años siempre les han dado de mamar. De nuevo un doble discruso: se enfatiza el estudio de carreras técnicas, más cortas y menos costosas, pero en la práctica la opción válida es siempre la misma, pues a fin de cuentas, muchas de estas instituciones tienen convenios con empresarios poderosos, que mandan a sus familiares a estudiar bajo la ley del mínimo esfuerzo. Y al final dichos mozalbetes, gracias a sus contactos ( los suyos y los de los académicos) acaban en los mejores puestos, mientras el resto queda condenado toda la vida a enorgullecerse con un cartón inservible y un sueldo miserable.
Nuestras supuestas universidades repiten el mismo discurso cuando llegan estas fechas: que debemos superar la desigualdad, que todos tienen derecho a la educación, que el profesional egresado de sus aulas accede a mejores salarios... Pero durante el año académico actúan de una manera diametralmente distinta. Un alumno que se atrasa en sus cuotas no existe, aunque su rendimiento haya sido sobresaliente. El debate, tan cacareado por los académicos, entonces se disuelve, y se transforma en un portazo en la cara. Sí: en julio se suelen producir huelgas por este tema, que no son sólo toleradas, sino hasta alentadas, por los rectores, siempre y cuando le reclamen al Estado por más dinero, porque cuando se tocan los problemas internos ( que no son pocos) el apoyo se vuelve persecución e incluso agresión. Sin embargo, por esta época dichos personajes también actúan con una doble moralidad, ya que se dan el lujo de reajustar sus aranceles hasta alcanzar cifras vergonzosas, sin importarles la delicada situación económica, y sabiendo que frenan la baja en la inflación. Fuera de que, además, las universidades han venido disminuyendo paulatinamente la ponderación de las notas de enseñanza media en favor del puntaje en la prueba de selección, conscientes de que esta última es un fiel reflejo de la brecha entre colegios municipalizados y particulares, mientras que el ítem anterior es una clara oportunidad para los estudiantes de escasos recursos de acceder a sus carreras. Se justifican diciendo que en los liceos públicos se regalan las notas: una vez más, una mafia conformada por adinerados acusa a las capas empobrecidas de los delitos que cometen ellos.
La verdad, es que si nuestra educación está en el pozo, una tajada de la responsbilidad les cabe a las universidades. Mal que mal, son parte del sistema -aunque hagan todos los esfuerzos por demostrar lo contrario- y en cualquier caso ellas preparan a la totalidad de los docentes ( al respecto, he sido testigo de lo que muchos afirman: los mejores profesores son los egresados de las desaparecidas escuelas normalistas, aunque esa fuera una educación de carácter secundario). Tampoco, en su interior suceden cosas intersantes: los académicos que imparten clases no son maestros, y aunque con título de lo que enseñan, en su vida han trabajado en la profesión correspondiente. Casi todos están ahí por compadrazgo: un gobierno determinado lo metió porque delató a sus compañeros cuando era estudiante, o arrojó algunas piedras a la policía durante la dictadura militar. Basta escucharlos para darse cuenta que serían unos incompetentes en el mundo laboral. Pero he aquí un factor clave: supuestamente se luchó en una época en que era imposible discutir. El mismo mito que se atribuye la iglesia católica, con la que estas organizaciones se han puesto a la altura. Y si hay delatores junto a viejos rebeldes, bien por ello: es la muestra más cabal de que hay diversidad y debate.
Nuestras mal llamadas universidades subsisten gracias a una eficiente propaganda, donde se muestran como la exclusiva posibilidad de un futuro mejor, y donde identifican como un fracasado al que no ingresa a ellas. Esto, lamentablemente, con el respaldo de gobiernos y opositores, que en veinte años siempre les han dado de mamar. De nuevo un doble discruso: se enfatiza el estudio de carreras técnicas, más cortas y menos costosas, pero en la práctica la opción válida es siempre la misma, pues a fin de cuentas, muchas de estas instituciones tienen convenios con empresarios poderosos, que mandan a sus familiares a estudiar bajo la ley del mínimo esfuerzo. Y al final dichos mozalbetes, gracias a sus contactos ( los suyos y los de los académicos) acaban en los mejores puestos, mientras el resto queda condenado toda la vida a enorgullecerse con un cartón inservible y un sueldo miserable.
lunes, 15 de diciembre de 2008
La Política del Encierro
Los recientes casos de errores judiciales, que le costaron un mes de cárcel a Patricia Reyes y siete a Claudio Soza, unidos a los varios incidentes similares que se han sabido durante el año, además de otros que, dada la importancia social del afectado, no se merecieron las primeras planas de un medio de comunicación; llaman la atención por una característica común: se trata de equivocaciones absurdas, propias de una mala investigación ( parodiando deliberadamente aquella manida afirmación de los policías que reza que " no existe el crimen perfecto"), derivada de la desidia de acusadores y defensores, que ante el exceso de trabajo o la poca dedicación a éste, optan por atender las causas más atractivas para la prensa, y anunciar con un dejo de satisfacción que el culpable está tras las rejas. Después de todo, si se cometió un yerro, pasarán meses antes de que se aclare, y el periódico o canal de televisión, no va a hacer tanta bulla como cuando se encarceló al inocente, pues a fin de cuentas, es cómplice de haberlo expuesto ante la opinión pública y de levantarle toda clase de calumnias.
Cabría preguntarse por qué ha proliferado tal cantidad de desaguisados, algunos ignominosos, en nuestro sistema judicial. La respuesta es simple, pero no guarda relación con una supuesta corrupción generalizada, ni con una tolerancia al cohecho. Al menos, no directamente. La explicación está en la mentalidad que los chilenos hemos adoptado durante los últimos veinte años, herencia tanto de sucesos que ocurrieron en la dictadura militar como de quienes, en las últimas décadas, han venido detentando el poder. En nuestro país existe una tendencia, antes que nada de carácter moral, pero inmediatamente después social, político e incluso cultural y económico, de que la mejor forma de salvar el pellejo es vivir permanentemente encerrado, con miedo y provisto hasta el cuello con medidas de seguridad. Así, por ejemplo, fundaciones anti delincuencia y empresas de vigilancia nos han convencido que el mundo ideal es ése donde las cercas son más altas que el techo de las casas, las alarmas poseen sensores de rayo láser y las puertas de acceso cuentan con tres chapas, que para abrirlas, es necesario recordar combinaciones de caja fuerte. Pero ésta es sólo una parte del complejo: la jornada escolar completa, por señalar otro caso, fue diseñada no con el propósito de que los escolares aprendiesen más, aunque así lo indicara la propaganda informativa, sino con la idea de que los adolescentes se quedaran el mayor tiempo posible dentro de los colegios y de ese modo calmar a quienes le temían a la violencia juvenil. Y finalmente, quién no ha solicitado que tal o cual pilluelo sea secado en la cárcel ( hasta el termocéfalo Francisco Vidal lo exigió, cuando dos despistados carabineros fueron asesinados en un robo menor): bueno, me parece que muchos sentimos alivio cuando se anuncia que el responsable de un crimen grave ha sido atrapado, sin cuestionarnos si dicho individuo es realmente quien cometió el atraco.
Históricamente, a la calle se la ha calificado de dos maneras: como una escuela de malos hábitos o una fuente de sociabilización. Hay de las dos cosas, y la mejor manera de identificarlas es mediante el discernimiento. Pero Chile, un país pacato hasta la médula, ya antes de 1973, siempre ha considerado el mundo exterior como un lobo amenazante que sólo aspira a devorar a los inocentes borregos. Salir siempre ha estado mal, o en el mejor de los casos, es una actitud excepcional que por lo mismo se transforma en un gran acontecimiento. La mujer debe quedarse a cuidar bebés ( ya sean hijos, hermanos o sobrinos); al niño le basta con el cable; al púber, con el internet, y el páter familia, debe permanecer como atalaya, con la pistola apuntando al antejardín. Nosotros felices en nuestro hogar, los sospechosos enjaulados hasta que alguien se dé cuenta de la babosada, el asfalto sólo disponible para autos que pasan a exceso de velocidad y que no les remuerde la conciencia cuando atropellan a un mocoso: a fin de cuentas, por qué su madre permitió que estuviera allí.
Lo único que importa es el encierro y no es correcto, menos en una sociedad asustada, medir las consecuencias. Por eso, además de lo ya explicado, es que un inocente liberado de la cárcel no provoca tanto asombro como cuando lo ajusticiaron arbitrariamente. No es adecuado provocar una nueva sensación de angustia, menos cuando todo ya estaba resuelto. El problema es que en modelos donde se opta por el aislamiento, la represión y el castigo, siempre se acaban cometiendo esta clase de errores, o más bien dicho, horrores. Vámonos a Estados Unidos y su errabundo sistema penal, o a la Inglaterra de los setenta, y estarán de acuerdo conmigo. De hecho, la reforma procesal chilena, que muchos acusan de garantista y benevolente con los imputados, se implantó para evitarse atrocidades como el caso La Calchona, que alguien nacido y residente en Talca sabe de sobra que nada tuvo de mito y sí bastante de cruda y espantosa realidad. Pero los paladines de la justicia punitiva se salieron con la suya y le han venido agregando una serie de acápites hechos al gusto de quienes desean venganza contra una sombra, en este caso, con la ventaja que puede ser representada en carne y hueso. Hasta ahora, por fortuna para los inculpados por delitos que no cometieron, todos estos casos se han dado en situaciones de prisión preventiva y no de sentencia condenatoria. Sin embargo, a este rumbo pronto nos encontraremos conque un condenado a cadena perpetua, a poco de obtener sus primeros beneficios, conseguirá la liberación anticipada no por sus méritos, sino por los deméritos del Estado.
Cabría preguntarse por qué ha proliferado tal cantidad de desaguisados, algunos ignominosos, en nuestro sistema judicial. La respuesta es simple, pero no guarda relación con una supuesta corrupción generalizada, ni con una tolerancia al cohecho. Al menos, no directamente. La explicación está en la mentalidad que los chilenos hemos adoptado durante los últimos veinte años, herencia tanto de sucesos que ocurrieron en la dictadura militar como de quienes, en las últimas décadas, han venido detentando el poder. En nuestro país existe una tendencia, antes que nada de carácter moral, pero inmediatamente después social, político e incluso cultural y económico, de que la mejor forma de salvar el pellejo es vivir permanentemente encerrado, con miedo y provisto hasta el cuello con medidas de seguridad. Así, por ejemplo, fundaciones anti delincuencia y empresas de vigilancia nos han convencido que el mundo ideal es ése donde las cercas son más altas que el techo de las casas, las alarmas poseen sensores de rayo láser y las puertas de acceso cuentan con tres chapas, que para abrirlas, es necesario recordar combinaciones de caja fuerte. Pero ésta es sólo una parte del complejo: la jornada escolar completa, por señalar otro caso, fue diseñada no con el propósito de que los escolares aprendiesen más, aunque así lo indicara la propaganda informativa, sino con la idea de que los adolescentes se quedaran el mayor tiempo posible dentro de los colegios y de ese modo calmar a quienes le temían a la violencia juvenil. Y finalmente, quién no ha solicitado que tal o cual pilluelo sea secado en la cárcel ( hasta el termocéfalo Francisco Vidal lo exigió, cuando dos despistados carabineros fueron asesinados en un robo menor): bueno, me parece que muchos sentimos alivio cuando se anuncia que el responsable de un crimen grave ha sido atrapado, sin cuestionarnos si dicho individuo es realmente quien cometió el atraco.
Históricamente, a la calle se la ha calificado de dos maneras: como una escuela de malos hábitos o una fuente de sociabilización. Hay de las dos cosas, y la mejor manera de identificarlas es mediante el discernimiento. Pero Chile, un país pacato hasta la médula, ya antes de 1973, siempre ha considerado el mundo exterior como un lobo amenazante que sólo aspira a devorar a los inocentes borregos. Salir siempre ha estado mal, o en el mejor de los casos, es una actitud excepcional que por lo mismo se transforma en un gran acontecimiento. La mujer debe quedarse a cuidar bebés ( ya sean hijos, hermanos o sobrinos); al niño le basta con el cable; al púber, con el internet, y el páter familia, debe permanecer como atalaya, con la pistola apuntando al antejardín. Nosotros felices en nuestro hogar, los sospechosos enjaulados hasta que alguien se dé cuenta de la babosada, el asfalto sólo disponible para autos que pasan a exceso de velocidad y que no les remuerde la conciencia cuando atropellan a un mocoso: a fin de cuentas, por qué su madre permitió que estuviera allí.
Lo único que importa es el encierro y no es correcto, menos en una sociedad asustada, medir las consecuencias. Por eso, además de lo ya explicado, es que un inocente liberado de la cárcel no provoca tanto asombro como cuando lo ajusticiaron arbitrariamente. No es adecuado provocar una nueva sensación de angustia, menos cuando todo ya estaba resuelto. El problema es que en modelos donde se opta por el aislamiento, la represión y el castigo, siempre se acaban cometiendo esta clase de errores, o más bien dicho, horrores. Vámonos a Estados Unidos y su errabundo sistema penal, o a la Inglaterra de los setenta, y estarán de acuerdo conmigo. De hecho, la reforma procesal chilena, que muchos acusan de garantista y benevolente con los imputados, se implantó para evitarse atrocidades como el caso La Calchona, que alguien nacido y residente en Talca sabe de sobra que nada tuvo de mito y sí bastante de cruda y espantosa realidad. Pero los paladines de la justicia punitiva se salieron con la suya y le han venido agregando una serie de acápites hechos al gusto de quienes desean venganza contra una sombra, en este caso, con la ventaja que puede ser representada en carne y hueso. Hasta ahora, por fortuna para los inculpados por delitos que no cometieron, todos estos casos se han dado en situaciones de prisión preventiva y no de sentencia condenatoria. Sin embargo, a este rumbo pronto nos encontraremos conque un condenado a cadena perpetua, a poco de obtener sus primeros beneficios, conseguirá la liberación anticipada no por sus méritos, sino por los deméritos del Estado.
martes, 9 de diciembre de 2008
Sálvate, María, de tu Inmaculada Concepción
Ha pasado un nuevo ocho de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Miles de peregrinos han asistido a Lo Vásquez y a los santuarios locales que a lo largo del país veneran, aunque no adoran, a María, según la imagen auspiciada por la iglesia católica. Como corresponde, se han destrozado las rodillas, y una vez terminado el sacrificio, han celebrado el favor concedido con varios litros de alcohol, ignorando, al menos por un momento, que se trata de la madre de Jesús y no de Dionisios, por mucho que algunos digan que el culto al dios griego tiene ciertas semejanzas con la biografía del Mesías.
Pero en fin: no es la embriaguez congénita que caracteriza a las fiestas religiosas católicas lo que quiero tratar hoy. Tampoco busco repetir el alegato que siempre escupimos los evangélicos, contra la idolatría que se oculta en ciertas celebraciones del catolicismo, que por algo les llaman religión popular. Lo que pretendo recordar es el oscuro origen de este dogma, el único que ha sido impuesto mediante la infalibilidad papal, un procedimiento, a su vez, establecido por el primer Concilio Vaticano, allá por 1870. Dicha asamblea era la primera en su tipo que se efectuaba en tres siglos, y al igual que Trento, su inmediata antecesora, se caracterizó por la cerrazón extremista y reaccionaria del credo papista. En aquel caso, se trataba de masacrar reformados; en éste, de frenar la ola de descubrimientos científicos que estaban poniendo en jaque las afirmaciones de obispos y sacerdotes. Al respecto, cabe señalar que recién en este concilio se declaró al aborto como un pecado y un crimen. Y relacionado con el tema que nos atañe, significa dejar en claro que el papa no se equivoca en las decisiones que toma, porque son divinamente inspiradas: en la práctica, si el pontífice da una orden todos los fieles están obligados a acatarla, aunque tal determinación de vuelta los aspectos más esenciales de la doctrina teológica. Pues bien: aún cuando los vicarios cuentan desde entonces con una herramienta inmejorable, sólo una vez en la historia ha sido aplicada, precisamente para decretar el dogma de la Inmaculada Concepción.
Ahora, ¿ en qué consiste tal dogma? Básicamente, que la venerable -no adorable- María, fue concebida sin ninguna mancha del pecado. No el sexual, porque para eso es necesario ser hijo de Dios. Sino el supuesto "pecado original": la desobediencia de Adán y Eva, por la que debemos pagar todos los humanos y debido a la cual los sacerdotes bautizan a los niños. Como el Señor fue el primero que recibió este sacramento a los treinta años, su madre nunca pasó por él, y la Biblia jamás menciona que lo haya obtenido. Pero la Tradición católica ( que ellos consideran fuente de revelación junto al Magisterio, al mismo nivel que la Escritura, y por eso coloco todos estos nombres con mayúsculas) menciona que María ascendió a los cielos ayudada por ángeles ( de ahí el concepto de "asunción") y por ende nunca pasó por el purgatorio, sitio donde todas las almas, de acuerdo a la doctrina papista, deben esperar la resurrección, sean buenas o malas. Eso último es inconcebible sin antes haber sido bautizado. No importa que el feligrés no haya sido ungido con los demás sacramentos; pero si no pasó su cabeza por el agua no puede entrar de manera directa al reino de los cielos, aunque se haya arrepentido honestamente de todas sus faltas, como el buen ladrón.
Uno puede respetar y hasta comprender ciertos comportamientos de la iglesia católica. Pero a mí me llama mucho la atención este dogma, porque por donde se le mire, no es más que una cuchufleta. Fue proclamado hace poco más de un siglo, entre cuatro paredes, y valiéndose de una facultad que ni sus beneficiarios se atreven a usar. Por otro lado, todos los argumentos que supuestamente la justifican, tienen nulo asidero bíblico. Claro, pertenecen a la Tradición, que aquí también es fuente de revelación legítima. Pero resulta que tal elemento lo constituyen una serie de libros que fueron rechazados por los primeros cristianos, que si no los consideraron derechamente falsos, desconfiaron de ellos porque tenían pruebas fundadas en su contra. Varios de estos libros no eran más que tratados hechos al gusto y al acomodo de grupos religiosos que rivalizaron con el cristianismo, como el hace algunos años bullado Evangelio de Judas, redactado por los gnósticos. Todos los pilares del culto mariano están contenidos en dichos textos, a saber: el nombre de sus padres ( Joaquín y Ana), su asunción, su eterna virginidad y su capacidad de aparecerse y obrar milagros. Ahora: podríamos decir, con la exégesis crítica del modernismo, que la verdad histórica que se señala en los Evangelios bíblicos es igualmente cuestionable. Pero eso sería tanto como negar la existencia de Dios, y después de hacerlo, sólo queda cerrar los templos, arrojar las llaves al mar y vivir un permanente ateísmo
Pero en fin: no es la embriaguez congénita que caracteriza a las fiestas religiosas católicas lo que quiero tratar hoy. Tampoco busco repetir el alegato que siempre escupimos los evangélicos, contra la idolatría que se oculta en ciertas celebraciones del catolicismo, que por algo les llaman religión popular. Lo que pretendo recordar es el oscuro origen de este dogma, el único que ha sido impuesto mediante la infalibilidad papal, un procedimiento, a su vez, establecido por el primer Concilio Vaticano, allá por 1870. Dicha asamblea era la primera en su tipo que se efectuaba en tres siglos, y al igual que Trento, su inmediata antecesora, se caracterizó por la cerrazón extremista y reaccionaria del credo papista. En aquel caso, se trataba de masacrar reformados; en éste, de frenar la ola de descubrimientos científicos que estaban poniendo en jaque las afirmaciones de obispos y sacerdotes. Al respecto, cabe señalar que recién en este concilio se declaró al aborto como un pecado y un crimen. Y relacionado con el tema que nos atañe, significa dejar en claro que el papa no se equivoca en las decisiones que toma, porque son divinamente inspiradas: en la práctica, si el pontífice da una orden todos los fieles están obligados a acatarla, aunque tal determinación de vuelta los aspectos más esenciales de la doctrina teológica. Pues bien: aún cuando los vicarios cuentan desde entonces con una herramienta inmejorable, sólo una vez en la historia ha sido aplicada, precisamente para decretar el dogma de la Inmaculada Concepción.
Ahora, ¿ en qué consiste tal dogma? Básicamente, que la venerable -no adorable- María, fue concebida sin ninguna mancha del pecado. No el sexual, porque para eso es necesario ser hijo de Dios. Sino el supuesto "pecado original": la desobediencia de Adán y Eva, por la que debemos pagar todos los humanos y debido a la cual los sacerdotes bautizan a los niños. Como el Señor fue el primero que recibió este sacramento a los treinta años, su madre nunca pasó por él, y la Biblia jamás menciona que lo haya obtenido. Pero la Tradición católica ( que ellos consideran fuente de revelación junto al Magisterio, al mismo nivel que la Escritura, y por eso coloco todos estos nombres con mayúsculas) menciona que María ascendió a los cielos ayudada por ángeles ( de ahí el concepto de "asunción") y por ende nunca pasó por el purgatorio, sitio donde todas las almas, de acuerdo a la doctrina papista, deben esperar la resurrección, sean buenas o malas. Eso último es inconcebible sin antes haber sido bautizado. No importa que el feligrés no haya sido ungido con los demás sacramentos; pero si no pasó su cabeza por el agua no puede entrar de manera directa al reino de los cielos, aunque se haya arrepentido honestamente de todas sus faltas, como el buen ladrón.
Uno puede respetar y hasta comprender ciertos comportamientos de la iglesia católica. Pero a mí me llama mucho la atención este dogma, porque por donde se le mire, no es más que una cuchufleta. Fue proclamado hace poco más de un siglo, entre cuatro paredes, y valiéndose de una facultad que ni sus beneficiarios se atreven a usar. Por otro lado, todos los argumentos que supuestamente la justifican, tienen nulo asidero bíblico. Claro, pertenecen a la Tradición, que aquí también es fuente de revelación legítima. Pero resulta que tal elemento lo constituyen una serie de libros que fueron rechazados por los primeros cristianos, que si no los consideraron derechamente falsos, desconfiaron de ellos porque tenían pruebas fundadas en su contra. Varios de estos libros no eran más que tratados hechos al gusto y al acomodo de grupos religiosos que rivalizaron con el cristianismo, como el hace algunos años bullado Evangelio de Judas, redactado por los gnósticos. Todos los pilares del culto mariano están contenidos en dichos textos, a saber: el nombre de sus padres ( Joaquín y Ana), su asunción, su eterna virginidad y su capacidad de aparecerse y obrar milagros. Ahora: podríamos decir, con la exégesis crítica del modernismo, que la verdad histórica que se señala en los Evangelios bíblicos es igualmente cuestionable. Pero eso sería tanto como negar la existencia de Dios, y después de hacerlo, sólo queda cerrar los templos, arrojar las llaves al mar y vivir un permanente ateísmo
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