jueves, 15 de enero de 2009

María La Modelo

Estoy seguro que los curas que defienden a María de la supuesta afrenta de la cual habría sido objeto, por parte de un fotógrafo que busca celebrar sus quince años de trayectoria, disfrazando a ciertas modelos, mejor dicho rameras televisivas, con la imagen de la madre de Jesús, se enteraron del pastel sólo cuando algunos de sus ex monaguillos, a quienes convenientemente le enseñaron una pizca tan insignificante como superflua de teología, presentaron querellas en la justicia ordinaria. Del mismo modo, tengo la impresión que estos improvisados luchadores por la fe y la moral, a su vez, recién supieron de la existencia de esta "acción de arte" cuando algún noticiario lo informó. No es para menos: las mujeres que participan en las caracterizaciones han pasado por los estudios de todos o casi todos los canales de televisión abierta, y ya sabemos que nuestros medios de comunicación no sienten vergüenza a la hora de mirarse el ombligo. Fuera de que descubrieron dos ventajas adicionales: la posibilidad de cubrir un escándalo, aunque sólo tuviera ese calificativo por su artificialidad, y la vanagloria de asegurar que parte de sus oquedades en el fondo sí cuentan con sensibilidad artística, en el marco, además, de eventos tan publicitados como el Teatro a Mil.

Antes que nada, desde el punto de vista de la crítica estética, es preciso señalar que esta secuencia fotográfica, donde algunos rostros de la pantalla se camuflan de María, tiene un nulo valor, y si llega a ser recordada por la posteridad, será por esta anécdota del eterno berrinche de los grupos conservadores, que una vez más fueron provocados por un desconocido que buscaba llamar la atención, y como siempre pisaron el palito. El organizador de toda esta feria deseaba celebrar su cumpleaños en grande, y en lugar de la torta familiar, qué mejor que las cientos de veces implantadas chicas de compañía que pululan por los estelares televisivos, a quienes los locutores de prensa ya conocen, no en el sentido bíblico del término, sino porque son compañeros de trabajo, y por cuestiones de solidaridad laboral, acudirán al lucimiento de uno de los suyos, teniendo la posibilidad, gracias a sus influencias, de arrastrar a toda la opinión pública consigo. Pero si este muchacho quería desarrollar un acontecimiento artístico, en vez de muñecas de plástico -que son de inferior calidad incluso en el modelaje-, pudo haber contratado actrices o mujeres comunes y corrientes. Claro: no hubiese llegado a ocasionar el mismo interés, primero de los medios y luego de los mojigatos; pero al menos no tendría que manipular la palabra "arte" para ocultar sus pretensiones de niño mimado por la clase media alta y el esnobismo.

Ahora, yéndonos al problema de la moralina, bastaría con reiterar algo que ya insinué en el párrafo anterior: los pacatos son tan babosos como el vejete que se da vuelta a mirarle el trasero a una hembra joven. Pero también se pueden extraer otro tipo de lecciones. Primero, que toda figura de María es ante todo una representación, porque no conocemos ni su cara ni su contextura física. Podemos formarnos una imagen en base a la fisonomía que tenían las mujeres jóvenes y pobres del Israel del siglo I: es decir, pelo moreno y la piel ennegrecida por el sol y el polvo. Y aquí se nos presenta otra contradicción, pues el esbozo estándar que ha promovido la iglesia católica es el de una chica rubia, de ojos azules y, aunque casi nunca en tono sexual, al fin y al cabo atractiva. Es una María construida para una sociedad patriarcal y culturalmente primitiva, como eran los bárbaros, inventada al menos diez siglos después que su mentora viviera su existencia terrenal. Y he aquí un punto interesante, puesto que según el catolicismo, ha tenido diversas apariciones en distintos lugares y épocas, y en todas ellas, adopta los rasgos étnicos del pueblo autóctono establecido allí. Por ello es que los rostros de María muestran diferentes características según se trate de Fátima, Guadalupe o La Tirana, así como cada una se viste con los trajes típicos de la zona. Y los obispos han alentado estas representaciones, ya que constituyen un buen modo de transmitir el evangelio a los inconversos.

Quizá la reputación de estas meretrices con título de modelos sea lo que mayor indignación le causa a los defensores de las buenas costumbres. No es para menos: en el catolicismo se predica que María se mantuvo virgen incluso después de parir a Jesús y conservó dicha condición hasta su llamamiento definitivo -o hasta su asunción, dependiendo del dogma-. Por lo tanto, verla identificada con mujeres asociadas a la vida nocturna y al entretenimiento, que cuentan con un escaso nivel educacional, cubiertas totalmente por implantes de silicona, frívolas como ellas mismas, y que han llegado donde están gracias a sus aventuras amorosas con más de algún archiconocido: debe ser chocante para cualquiera que asiste a misa regularmente. Cabría, eso sí, preguntarle a esos mojigatos si ven con regularidad los programas televisivos que estas ahora repudiadas féminas protagonizan, y que son animados por sujetos de su mismo estrato social que, en entrevistas serias, defienden a rabiar sus preceptos. Al menos, en los canales que les dan cabida, este tipo de espacios abunda, junto a comentarios religiosos de sacerdotes que amenazan con la hoguera a quien maltrate a un ícono. Lindos son la democracia, los auspiciadores y el ráting

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