miércoles, 26 de septiembre de 2012

La Guerra Santa de Vallejo

Hace unos días el escritor colombiano Fernando Vallejo, aprovechando el revuelo que ha causado la violenta reacción de los musulmanes en contra de un filme y unas caricaturas que con una mezcla de ignorancia, vulgaridad y matonaje se burlaban de esa religión y de su fundador Mahoma, publicó un artículo no menos agresivo que, a despecho de entregar interesantes datos históricos, sólo reitera el tono ofensivo de las obras que ocasionaron los graves incidentes por todos ya conocidos en los países islámicos, con la finalidad de unirse a la provocación y obtener algo más de fama a expensas de la coyuntura y sin reparar en las eventuales consecuencias. Lo cual se confirma en el hecho de que ese escrito ha sido reproducido en diversos medios de comunicación internacionales, y abunda en expresiones insultantes y humillantes, que en cualquier caso constituyen una marca registrada del, en todo caso, excelente prosista caribeño, quien además ha mostrado un signo de coherencia, pues siempre ha advertido que el islam es una amenaza todavía mayor de lo que fue la iglesia católica -contra la cual despotrica en "La Puta de Babilonia, su libro más recordado hasta el momento- en sus variadas épocas de máximo esplendor.

Es importante aclarar, primero que nada, que los datos entregados por Vallejo acerca de Mahoma y de sus discípulos más directos -que en definitiva construyeron el esqueleto del islam, tanto con su pensamiento como con sus acciones- están bien documentados y tienen un alto nivel de certeza. El tipo era un depredador sexual y usó el elemento religioso para justificar tal conducta, que entre otras víctimas incluyó a una niña de nueve años, quien acabó siendo parte de su harén. También llevó adelante campañas bélicas que incluyeron masacres en aquellos pueblos que osaron resistirse (por algo acabó formando un vasto imperio) aparte de saqueos y despojos injustificados contra personas que habían permanecido neutrales. Sin embargo, es curioso, por decir lo menos, que el escritor colombiano se detenga en esos detalles -tal como ya lo hizo al tratar al romanismo en el mencionado "La Puta de Babilonia"- para fustigar al islam, en circunstancias que él mismo se reconoce como un homosexual pedófilo incapaz de sostener una relación estable y con la predisposición a tragarse a todos los chicos y adolescentes que le salgan al paso. Quizá también aquí se le pueda defender aludiendo al factor coherencia, pues siempre ha declarado que odia a las religiones abrahámicas porque ninguna ha dejado de condenar justamente las que son sus preferencias sexuales. Pero por otra parte, ha agregado como argumento el hecho de que estos credos han efectuado matanzas atroces con el propósito de imponer su verdad y sus dioses, contradiciendo su supuesto mensaje de amor y misericordia. No obstante el mismo autor colombiano ha demostrado una profunda carencia de esa humanidad que le exige a los demás, al definirse a sí mismo como misántropo y un enemigo de la ayuda social.

En este punto asoman las contradicciones más evidentes respecto de su discurso contra las iglesias y mezquitas -y de paso también sinagogas-. Su férrea y a veces irracional causa por los derechos de los animales, lo ha impulsado a sugerir el exterminio de los pobres y las clases más desfavorecidas, amparándose en ese viejo y cientos de veces rectificado prejuicio de corte fascista que insiste en asegurar que estas personas están así porque son flojos y mediocres que carecen de espíritu de superación. La idea, que en algunas ocasiones esconde, pero que en otras expresa de modo manifiesto, añadida a esta conducta es que así habrá más espacio para sus queridos "hermanos menores". En tal amalgama se refleja una amargura y un resentimiento contra una humanidad que se ha esmerado en organizar guerras y en destruir la naturaleza. Sin embargo, curiosamente Vallejo aboga por la eliminación de quienes precisamente han sido las víctimas y prueba cabal de esas conductas, entre las que se cuenta el odio religioso. Mientras que los líderes, los poderes económicos y las clases acomodadas y hasta medias que finalmente son los principales responsables de esos acontecimientos, terminan pasando por el cedazo sólo porque son minorías. Hay, en resumen, sólo una miserable intención de proteger a la burguesía, de la cual se es un integrante, junto con sus costumbres, entre las que se cuentan el abuso y el afán de superioridad por encima de los más desposeídos. A esto, se debe agregar que la insistencia en resguardar los mencionados derechos de las bestias inferiores proviene de credos orientales como el hinduismo y el budismo, de los cuales el escritor cita y alaba a varios de sus maestros ancestrales, que crearon santuarios para estas especies menores y hogares para sus representantes más enfermos y heridos, tras orquestar brutales genocidios. En ciertas ocasiones, todavía más sanguinarios que todas las atrocidades acaecidas en tiempos de las cruzadas o de la Reforma, o que todos los atentados islámicos juntos.

Muchos han explicado la conducta de Fernando Vallejo sosteniendo la idea -tanto en clave positiva como negativa- de que él es un simple provocador que no tiene las intenciones de sostener algún paradigma. De acuerdo. Pero ya que el grueso de sus planteamientos al final ocultan un trasfondo religioso, que al menos muestre un nivel de espiritualidad y no se comporte como los hipócritas impresentables a los cuales tanto ataca. Por ejemplo, el tipo no puede censurar la supuesta misoginia estructural que presentarían tanto la Biblia y el Corán, si dice que la mujer es un ser maligno porque contribuye a la reproducción y por ende a la sobre población, dos factores que acaban quitando terreno a sus amados animales. Otra joya de los maestros orientales, por cierto. Sujetos que han aportado con lo suyo a aumentar los grados de la intolerancia universal.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Al Fin y Al Cabo Dos Fanáticos Con Influencia

Vaya que le duele a Fulvio Rossi, el senador de caderas anchas y trasero de bailarina de club nocturno, cuando le dicen algunas verdades, sobre todo en el marco del derecho a la libertad de expresión y a la diversidad, elementos que él mismo asevera defender con ahínco. De otro modo, no habría reaccionado con tanta virulencia luego de que el pastor Hedito Espinoza, durante el pasado tedeum evangélico, lo fustigara por haber declarado a varios medios de prensa que solía fumar marihuana y que dicha conducta debía ser legal en Chile, y de paso le exigiera al poder legislativo que efectuara exámenes médicos al susodicho. Más aún, sólo tardó unas cuantas horas en responderle con esa vehemencia tan característica de quienes se sienten dueños de la verdad porque cuentan con un apellido exótico, un rostro angelical y un hablar suave pero a la vez enérgico. Aunque en este caso se trate de un parlamentario de cuño progresista.

De acuerdo. Hedito Espinoza no es una persona que induzca a hablar en términos positivos de la acción de gracias, y en tal sentido la iglesia evangélica debería pensarlo dos veces antes de concederle una nueva intervención en la ceremonia del próximo año. Y lo peor es que el pastor posee una gran capacidad de batir sus propias plusmarcas: ya en septiembre de 2011 se había mandado un patinazo al atacar el proyecto de ley de unión civil -que no es lo mismo que matrimonio- homosexual; y ahora la hizo por partida múltiple, pues además de lo de Fulvio, y de repetir su monserga contra los gay -que a estas alturas ya parece una pelea personal-, se plegó al coro de oportunistas políticos que defienden aquel mito de la "puerta giratoria" judicial, llegando a insinuar que los delincuentes son seres de última clase, que deben ser exterminados, lo cual desconoce la más que estimable labor que los evangélicos vienen hace más de un siglo haciendo al interior de las cárceles, aparte de olvidar ciertos pasajes bíblicos sobre el perdón y la misericordia. La verdad es que, si toda actividad cristiana debe estar orientada al propósito de entregar un buen testimonio para por ese intermedio ganar almas, discursos de este talante sólo contribuyen a ahuyentar a los potenciales conversos, lo que a la larga debiera ser una muestra de que no están guiados por el Señor precisamente.

Sin embargo, eso para nada justifica al senador Rossi. Ni antes ni después del tedeum. Y no estoy haciendo referencia al asunto de la marihuana. Este político liviano, al estilo de los socialdemócratas de clase alta posteriores a la caída del muro de Berlín, que ha hecho su carrera en base a su postura de galán televisivo, carga con un historial de inconsecuencia propia de quienes suman aquellas características. Ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica en el inmediato retorno a la democracia, contribuyó al propósito impuesto en la primera mitad de la década de 1990 por los bloques y partidos dominantes de entonces, en torno a orientar estas instancias de organización en favor de los grandes poderes públicos aunque eso significara pasar por alto las demandas de los alumnos de instituciones superiores, lo que ha ocasionado que hasta la fecha no se pueda discutir con total libertad la multiplicidad de problemas que tiene ese segmento educacional. Luego se fue a Iquique, ciudad cuyos habitantes le obsequiaron la plaza parlamentaria que ostenta en la actualidad. Ahí ha mantenido un respetuoso silencio respecto del sistema social chileno y el enorme precipicio de desigualdades económicas que lo sustenta, valiéndose de clichés tan repetidos como "es lo mejor que podemos hacer por el país", "debemos tener responsabilidad al momento de plantear demandas" o "es menester entregar subsidios para los más pobres". No obstante, con el afán de dar una imagen de compromiso con la ciudadanía, ha luchado contra "terribles flagelos" como la comida chatarra, el alcohol y el tabaco -propone crear un impuesto extra sobre estas actividades, que sería perjudicial para muchos pequeños empresarios, obreros y trabajadores independientes-, no por una cuestión de moral, ya que es progresista, sino de salud, puesto que es médico y por ende capaz de presentar evidencia científica contra tales vicios. En tal sentido, apoya su defensa de la mota en el supuesto de que es más benéfica que perjudicial para el cuerpo humano, contradiciendo conductas suyas pasadas, como cuando votó a favor de endurecer las penas para los traficantes de drogas, incluyendo los miserables vendedores de barrio, también quienes comerciaban con la hierba, contra la cual secundó la iniciativa que tiempo atrás, en la administración de su correligionaria Michelle Bachelet, la colocó en la lista uno, es decir de los sicotrópicos más dañinos.

Personalmente no puedo creer que una planta creada por Dios sea mala de por sí. Toda vez que en efecto el cáñamo tiene sus puntos a favor y no sólo en el ámbito médico. Pero una cosa muy distinta es declararse un fan incondicional de una postura con el propósito de generar una imagen, más todavía cuando todos los actos anteriores han sido en sentido contrario a dicha opinión. La impresión es que Fulvio Rossi se ha quedado sin un discurso alternativo que ofrecer, tanto en su situación de izquierdista -que empero se declara contrario a los regímenes de Cuba y Venezuela- como de parlamentario ubicado hoy en la oposición, y por ello recurre a estos salvavidas que llaman la atención y crean una falsa polémica con respuestas a favor y en contra. Y tratándose de lo último, el senador se ha mostrado incapaz de aceptar la divergencia, valiéndose de la prepotencia que le dan tanto su cuna como su título universitario, frente a un pastor evangélico que se expresa como cualquier chileno de extracción popular que tampoco posee un alto número de recursos, pero a quien no se le puede acusar de inconsecuente. La ancestral intolerancia entre ciencia y religión, ahora con los papeles invertidos, pero con la superficialidad  tanto empírica como teológica- de siempre.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Acusaciones en Democracia

Las autoridades suecas han insistido hasta el cansancio, que el enjuiciamiento en contra del fundador de Wikileaks, Julian Assange, por lo cual han solicitado su traslado desde el Reino Unido, es por un hecho puntual relacionado con un abuso sexual y no existen pretensiones ocultas de extraditarlo a Estados Unidos, donde podría recibir, producto de la revelación de documentos clasificados y de correos electrónicos de autoridades norteamericanas, una condena hasta de presidio perpetuo. Tanto han arrojado el cántaro al agua con sus explicaciones, que ya se están tornando poco creíbles. En especial, si se analiza la naturaleza de la acusación levantada en el país nórdico: una denuncia por haber tenido un coito sin condón, que es un tipo de resguardo que en cualquier otro lugar del mundo los ciudadanos siquiera se imaginan que puede existir.

Más allá de la sospechosa triangulación que algunos aseveran se ha urdido entre británicos, suecos y estadounidenses, lo que más debe llamar la atención, y por ende generar mayor preocupación, es la frecuencia conque esta clase de hechos se suscitan en las auto proclamadas avanzadas democracias occidentales. Dichos gobiernos se presentan ante el mundo como ejemplos de libertad de expresión, pero al final sus dirigentes no dejan de obedecer a instintos primigenios y se ven en la necesidad de armar en torno a sí un blindaje a veces similar al de las dictaduras, con el objetivo de contrarrestar los discursos disidentes que son capaces de derivar en masivas manifestaciones sociales con la consiguiente pérdida de poder y el remplazo forzado de autoridades que a base de ganar elecciones también empezaban a eternizarse. En este contexto, cruzado de campañas políticas y liderazgos carismáticos, es imprescindible encontrar una combinación perfecta que permita pararse frente a la opinión pública y decirle que el encartamiento de una persona que se está haciendo conocida por sus críticas a lo establecido no constituye un ataque a su derecho a disentir, sino que se trata de un procedimiento normal en una sociedad civilizada. Y qué mejor instancia para cumplir tal propósito que acusar al odioso de un delito común, cuya persecución además se supone es la característica inconfundible que tienen los sistemas judiciales democráticos para diferenciarse de los Estados autoritarios, que suelen llenar sus cárceles con los llamados "presos de conciencia". Eso, por supuesto sin contar la sensación que produce en el receptor el que un aparato confiable -porque es el producto, directo o indirecto, de comicios participativos- descubra que el individuo que sindica a una estructura como corrupta no es más que un simple criminal.

 En Chile ya se supo de lo mismo cuando la cineasta Eliana Varela, en plena etapa de producción de un documental de denuncia contra la represión de los mapuches en el sur del país, fue encarcelada de manera preventiva, y mantenida en prisión durante casi un año, acusada de haber participado en un asalto a un banco, juicio que finalmente acabó en su absolución. Ya en el pasado, en Estados Unidos importantes dirigentes sociales y raciales han sido enjuiciados y condenados con pruebas amañadas de homicidio, por ejemplo el líder indígena Leonard Pielter, que aún permanece cautivo. Lo más grave de estas situaciones queda al descubierto cuando se la compara con los procesamientos de carácter político que efectúan determinados gobiernos autoritarios o que no encajan en la definición de una democracia occidental. Al menos, en esos últimos casos la persona sabe que le están coartando su libertad a causa de sus declaraciones o sus actividades, y por ende no se ve en el enorme problema de tener que demostrar su inocencia contra una acusación falsa que además está relacionada con una acción punible en cualquier parte del mundo y rechazada en forma transversal. Sin contar que en ambos casos el peso de la estructura pública es idéntico, pero mientras quien es inhibido por una dictadura cuenta a su favor con la solidaridad internacional, el otro suele enfrentar las imputaciones en la más absoluta soledad.

Luego basta solamente aplicar la lógica. ¿Qué es más eficaz? ¿Que a uno lo encierren por bailar en las escalinatas de un templo y gritar contra el presidente del país? ¿O que lo tachen de psicópata sexual, ladrón o asesino? Lo primero es algo inaceptable en cualquier sistema que se aprecie de democrático, mientras que lo segundo es justamente contra lo que una sociedad democrática debe actuar. Entonces, la eficiencia de una estructura que se ufana de garantizar la libertad de expresión radica precisamente en coartar dicha libertad con un subterfugio que al menos por el momento deje fuera de la jugada los intentos de reclamo. Y que de nuevo responda con la represión hacia quienes no se adaptan a sus preceptos. La supuesta seguridad ciudadana, que termina asegurando a ciertos ciudadanos más que a otros.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Dos Imbéciles Con Armas Nucleares

¿Qué ganará Israel con efectuar un ataque militar contra Irán? Ni siquiera la obtención de una victoria bélica, en el sentido clásico -y vetero testamentario- del término es un hecho seguro. No porque ese afán haya sido desterrado hace mucho tiempo del cúmulo de causas comunes que provocan los conflictos armados. Sino debido a que justamente el enemigo cuenta con la capacidad de enviar una respuesta contundente, precisamente en el sentido de las reyertas antiguas. Lo que a la postre, si no conduce a la aniquilación, o en su defecto a la derrota y la humillación, en la mejor de las situaciones dejará a ambos contendientes seriamente debilitados, obligados a vivir por un buen rato en medio de la oscuridad y la pobreza.

Más aún: si una acción de estas características cumple su propósito, que es si no destruir al menos reducir a una insignificante expresión el gobierno de Mahmoud Ahmanidejab, tal resultado sería contraproducente respecto de lo que en realidad pretende la administración hebrea: mayor tranquilidad eliminando a un jerarca que, con la intención inicial de apoyar las demandas del pueblo palestino, no sólo ha amenazado con borrar a Israel del mapa, justificando el empleo de armas atómicas para cumplir tal finalidad (las que según ciertos informes - que de todas formas son bastante poco fidedignos- fabricaría dentro de su territorio), sino que además se ha dado el lujo de negar el Holocausto que los judíos sufrieron durante la Segunda Guerra Mundial, conducta que en varios países europeos se sanciona como delito. Para comenzar, agrediría a uno de los contados Estados islámicos que, más allá de los reparos que se le pueda hacer, tiene elecciones periódicas y garantiza aunque de manera limitada -lo que ya es bastante en el mundo musulmán- la libertad de expresión y la participación de la mujer en el aparato público. De finalmente conseguir tumbar a su líder, lo más probable es que los clérigos mahometanos pasen a controlar el ejecutivo, llegando ahora sí a establecer una estructura puramente religiosa, lo que por cierto ha ocurrido en todas las naciones atravesadas por la mal llamada "primavera árabe", cuyos dirigentes actuales se han apresurado en declarar que la legislatura vigente en Irán es abominación ante los ojos de Alá, impulsando su derrocamiento en el marco de la denominada "guerra santa contra los infieles". Y atención, que varios de ellos están en una relación de relativa amistad con Israel.

A esto se suma el problema adicional en lo concerniente a la consideración del país hebreo en el marco de la comunidad internacional, que producto del asunto palestino y los violentos ataques militares que con relativa frecuencia Israel lanza sobre sus vecinos, ya genera cuando menos sentimientos encontrados. Toda vez que la anunciada acción contra Irán no parece contar con la venia de su principal aliado y protector, Estados Unidos (en este caso cabría felicitar al gobierno cristiano norteamericano, si se confirma que está ejerciendo de pacificador, conteniendo a un muy querido pero igualmente impulsivo pupilo). Eso, sin contar que una decisión de tamaño calibre no se justifica incluso dentro de los parámetros de la ley del talión, pues no se cumple con el principio esencial que rige los actos de venganza, cual es hacerle al agresor exactamente lo mismo que motivó el desquite. De acuerdo: las declaraciones de Ahmanidejab son inaceptables desde cualquier punto de vista, y el tipo no precisamente tiene la intención de llegar a un acuerdo con la nación judía. Pero una intervención bélica israelí es un claro despropósito en los términos del ojo por ojo y diente por diente, donde quedaría como quien inició las hostilidades sin haber tenido la certeza de que su potencial enemigo seguía idénticas intenciones. Más que una conducta defensiva, quedaría como el matón del barrio. Y en dicho aspecto es importante echarle una breve leída a la Torá, suficiente para caer en la cuenta de que Yavé rechaza los golpes lanzados a mansalva, incluso si son propinados por sus escogidos, quienes de obrar así, de inmediato pierden el resguardo divino, además de otorgarle al otro la opción de tomar las represalias correspondientes, pues este modo de resolver los malentendidos contiene una cláusula de reciprocidad. Por último, cabe recordar que el islam, y esto se halla escrito en el Corán, también contempla la mencionada ley del talión.

Hay que tener las cosas claras. Aquí no se trata de contrarrestar a los enemigos de Israel ni de defender al pueblo escogido (y si finalmente hay que hacerlo, no es de Ahmanidejab ni de los árabes, sino de sus propios gobernantes). Ésta es antes que nada una pelea de dos imbéciles provistos de artefactos nucleares, pues Benjamin Netanyahu no se comporta mejor que su par iraní. Por desgracia, ambos elegidos mediante el sufragio universal. A pesar de que ya todos sabemos, por el dicho popular, quiénes disparan las armas y quién las carga.