jueves, 25 de marzo de 2010

Cuando la Religión Tiene Un Valor Histórico

¿Por qué tendríamos que usar el dinero de los contribuyentes, para restaurar las catedrales y capillas católicas destruidas por el terremoto? Es una pregunta que cabe formularse luego de que la saliente directora de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Nivia Palma, propuso valerse de los fondos del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, para volver a levantar estos templos. Un dinero destinado al financiamiento de obras artísticas, así como a su difusión. Dos elementos que han provocado controversia desde antes que naciera esta entidad, cuando su labor la llevaba a cabo su antepasado, el Fondart, ya sea por el morbo generado por un escándalo moral, o por la indignación que significaba comprobar, en varias ocasiones, que tal o cual proyecto no se merecía una determinada cantidad de recursos. Pero al final de la discusión, un pozo monetario que ya conoce a sus beneficiarios, y que por ende, siquiera por una consideración de carácter ético, no corresponde que sea desviado, aunque se trate de actividades afines.

La primera respuesta, que por sí sola es una enorme ventaja a la hora de definir un debate, dice relación con que esos templos son mucho más que centros de reunión y celebración religiosa. Muy por el contrario, se trata de patrimonios arquitectónicos que en muchos casos identifican a los pueblos y ciudadelas donde están emplazados, por lo que dejarlos en el suelo, equivaldría a esa monserga de "perder la memoria". Pero cabe señalar que éstos no son los únicos edificios valiosos desde tal punto de vista, que han sido derribados ora por el sismo, ora por los necesarios trabajos de demolición. También existen teatros, zonas típicas y "otros monumentos nacionales", a decir de la misma Palma, que han sufrido con el cataclismo. Entonces, se esgrime que las derruidas construcciones eclesiásticas "cumplen una función social", característica igualmente presente en escuelas, hospitales, museos y bibliotecas, que además, proveen de servicios más esenciales y hasta constituyen una fuente laboral. Incluso, algunos monumentos nacionales que hoy yacen en el suelo, como el recorrido minero de Lota, son una importante entrada pecuniaria por concepto de turismo. Si de todos modos se pretende desviar recursos destinados a los artistas -los de verdad y los que no- hacia ciertos aspectos de la reconstrucción, entoncen prioricen estos casos. Por lo demás, los mismos curas han señalado que lo primordial ahora es reponer las viviendas, los establecimientos educaciones y de salud, y los puestos de ocupación de los ciudadanos.

Y eso que nadie ha reparado en un aspecto que es sabido por todos: la iglesia católica es una institución que cuenta con grandes presupuestos monetarios y por mucho que regale mediaguas a través de organizaciones como "Un Techo Para Chile" o desayunos a través del Hogar de Cristo, no se va a desangrar al extremo que deba endeudarse. Por último tiene empresarios acaudalados que la apoyan incondicionalmente, los cuales en las recientes circunstancias, se han vanagloriado de su nivel de caridad, el que de cualquier manera es bajo si consideramos el inmenso capital de que disponen. Varios de ellos cuentan con caudal de sobra para costear la reparación y restauración de los templos que hoy se encuentran reducidos a escombros. Y de paso, para reconstruir algunas escuelas congregacionales que también padecieron los rigores del subsuelo. Si fueron capaces de aunar voluntades y bolsillos para erigir un caro memorial en homenaje a los malogrados "angelitos" del accidente automovilístico de Putre, de más que están preparados para ir en auxilio de sus hermanos más pequeños.

Pero algunos hechos han demostrado que la iglesia romana es capaz de levantar sus templos empleando su propio aparato interior. Hace algunos días, un noticiario señaló, casi de tapadillo, que el Vaticano estaría dispuesto a entregar ayuda humana y económica para tales menesteres. En su condición de transnacional, el romanismo puede enviar a la zona afectada, por ejemplo, expertos italianos, un país donde este credo es tan poderoso y se halla tan arraigado como en Chile, y que además, también es víctima constante de un subsuelo poco amistoso. Los así llamados "colegios católicos", o pertenecen a redes extranjeras, que pueden encargarse de su puesta en pie, o son administrados por los obispados, cuyas cabeceras pueden salir a decir cualquier cosa, menos que viven en la pobreza. Rogarle, mejor dicho exigirle, al Estado que asuma un rol que deben protagonizar ellos, hasta puede sonar a conducta de caradura.

viernes, 19 de marzo de 2010

Adiós al Rombo

Si elaborásemos una surte de ránking con los pocos aciertos que en materia de cultura oficial lograron las administraciones de la Concertación, sin lugar a dudas que la primera ubicación se la adjudica, por lejos, el rombo del Gobierno de Chile. Ese croquis de la bandera nacional, con una imagen pretendidamente cibernética y tecnológica, sorprendía hasta al más ducho crítico de arte, por su propuesta radical y por lo mismo atrayente; pero a la vez, por el homenaje que le rendía al símbolo patrio más reconocido del país, con lo cual dejaba la sensación que, lejos de menospreciar, se valía del patrimonio histórico y -para usar términos muy propios de la izquierda socialdemócrata y "progresista"- de la tan manoseada "memoria".

Por eso mismo, la sola posibilidad de que se les ocurriera remplazarlo, era una justificación suficiente para al menos desear que la derecha no llegase al poder. Por desgracia, ambos temores se vieron concretados. Primero, los conservadores ganaron el balotaje, de la mano de Sebastián Piñera; y apenas tomado el control del ejecutivo, impusieron un nuevo isotipo, muy desagradable y vomitivo, que además fue diseñado a la rápida y saltándose las licitaciones exigidas por ley. Polémicas aparte respecto del procedimiento, no se necesita ser un experto en estética para comparar la calidad de ambas figuras. El rombo encierra todo un paradigma, que busca convertir al país en imagen agradable en el extranjero, algo muy urgente en una época donde priman los acuerdos bilaterales -que no sólo involucran el libre comercio- y el concepto de la aldea global. Con él, se pretendió mostrar a Chile como una alternativa inmejorable, ya sea para las inversiones, las visitas turísticas o los eventos culturales. A su vez, y teniendo en mente ese dicho popular que reza que "las cosas entran por la vista", se intentó vender los productos locales en diversas latitudes, mediante una firma comercial capaz de captar poderosamente la atención de virtuales destinatarios. En definitiva, propagar la idea de que esta pequeña y perdida faja de tierra tenía la disposición y la fortaleza para salir al mundo y competir con las naciones desarrolladas, superando una larga historia de oscurantismo y subdesarrollo, que se había iniciado mucho antes de la dictadura militar.

Me pregunto si ese croquis del escudo nacional, de color grisáceo, que pretende instaurar la legislatura de Piñera, será capaz de mantener el interés de los extranjeros por darse una vuelta por Chile. De partida, de los empresarios y los turistas, los cuales, por una mezcla de cercanía ideológica y conveniencia personal, son los más apetecidos por los actuales inquilinos de La Moneda. No se necesita evocar aquellos elementos que al menos supuestamente representa este sector político: vínculos con la dictadura, represión tomando como pretexto la seguridad y el orden interiores, privilegios desmedidos a las clases más pudientes... Cualquier individuo que desconozca los hechos recientes del país, le bastará sólo una mirada frontal a este símbolo para expresar repugnancia. Por otro lado, ¿qué de provechoso puede tener el uso del mentado escudo, siquiera como demostración del más vulgar e irracional de los chovinismos? Para empezar, fue encargado a un pintor inglés de mediana importancia -Charles Wood-, quien apenas pisó América y por ende carecía de experiencia sobre el proceso emancipador de este continente. Luego, al a estas alturas odioso emblema patrio, le falta naturalidad, el saber del pueblo, imprescindible para que un terruño pueda ser tratado como un país de verdad y no un simple ensayo bananero. Ni siquiera sirve para instalarlo de manera perenne en los recuerdos de algún foráneo, debido a su estructura compleja y la verdad, de menor valor artístico. Además de que Chile siempre fue una cosa exótica con sabor a ají, que hasta antes del triunfo de la Unidad Popular apenas figuraba en los libros de historia y geografía universal. A nivel mundial con suerte se conoce nuestra bandera, y eso gracias a la enorme cantidad de exiliados que ocasionó el golpe de 1973.

Lo que están haciendo los conservadores, puede que los satisfaga desde el punto de vista ideológico. También, a nivel local, sirve como señal de que se deja una era que ellos consideraban corrupta, no sólo en el sentido de la probidad profesional, sino además en lo que concierne al orden social, la cultura y la moralina. Pero, por emplear un vocablo tan en boga por estos días, cuando menos en términos prácticos, significa un retroceso. Me atrevo a preveer que bajará la inversión extranjera en Chile, así como el interés de los agentes del exterior por comprar productos nativos. Con el consiguiente aumento del desempleo y del descontento social. Y todo, gracias al nacionalismo.

jueves, 11 de marzo de 2010

La Cultura del Adobe

No busco citar aquí a la serie de expertos que, con investigaciones de por medio, han probado que el adobe no es ante un terremoto, la trampa mortal que muchos legos acusan. Tampoco pretendo reivindicar el romanticismo folclórico de quienes acuñan la expresión "cultura del adobe", la que por cierto también se utiliza en clave irónica y negativa. Aunque al leer el resto de este artículo, por la orientación de sus argumentaciones, más de alguno tenga la sensación contraria.

Veamos. Hasta antes de que se popularizaran los artículos de línea blanca -para ser más precisos, los de origen coreano o chino, que son extremada e intencionalmente frágiles-, la preocupación por la pérdida de los enseres ante el eventual derrumbe de la vivienda producto de los vaivenes del subsuelo, era en efecto bastante menor en proporción a la angustia que generaba la pérdida de vidas. En su mayoría, las casas estaban amuebladas con artefactos de metal -en especial la cocina y los utensilios- o de madera -los muebles propiamente tales-, materiales que no costaba recuperar desde los escombros de lo que se supone fue una edificación de barro. Los tachos y las ollas simplemente no se destruían. Y en cuanto a lo compuesto por troncos y ramas de árboles, podía repararse por sus propios dueños o por algún carpintero de la localidad, oficio que hasta hoy se practica al menos en las zonas rurales, toda vez que los bosques siempre han surtido de materia prima en generosas cantidades.

En cuanto a las personas, bastaba que no existiese una víctima fatal que lamentar. Logro que no era del todo imposible, pues estas casas, sobre todo en el campo, eran espaciosas y contaban con amplios patios que podían utilizarse como zonas de seguridad. Si todos continuaban vivos, tan sólo había que esperar que se disipara el polvo, para luego remover los pedazos de tierra y encontrar los artilugios que decoraban la derruida vivienda , prácticamente listos para ser ocupados en los quehaceres de la próxima edificación. Proceso que demandaba escaso tiempo y casi nada de dinero, pues el adobe se puede armar rápidamente y sus componentes esenciales son pasto y barro, los cuales pueden extraerse sin transacciones comerciales de por medio desde la naturaleza. Era sólo cosa de empezar de nuevo y repetir el ciclo.

Esto, al menos en Chile, es una costumbre arraigada desde la Colonia. En la mayoría de los países cuenta con una tradición aún más ancestral. Que recién a mediados del siglo veinte comenzó a ser cuestionada, cuando apareció la electricidad y, junto a ella, y a veces con el afán de justificarla, productos de consumo que no eran capaces de resistir el desplome de una vivienda, como radiorreceptores -al menos los de generación más reciente- televisores o computadores. Además, que se agregaba el factor del cortocircuito, que ocasionaba un incendio producto del corte de un cable cargado con corriente. La sobrepoblación que ha caracterizado al mundo de estas últimas décadas también ha hecho su aporte, obligando a la reproducción en serie de departamentos en altura. No pretendo apoyar la monserga que pide volver al estado primitivo, ni de impulsar la construcción de rascacielos de adobe (aunque no descarto que eso pueda ocurrir en un futuro no muy lejano, si se perfecciona la tecnología). Pero analicemos: quien ha padecido la destrucción de su hogar, lo tratará de levantar de la manera más breve y económica posible. Y la gran respuesta a tal desafío es sin ninguna duda el barro con paja. Entonces, demos la capacitación suficiente para que quienes buscan volver a ponerse de pie, permanezcan en pie incluso ante el mayor de los cataclismos.

sábado, 6 de marzo de 2010

Debatir Para No Olvidar

Es innnegable que ante un desastre natural de proporciones, como el terremoto del pasado veintisiete de febrero, lo primero es auxiliar a las víctimas. Así lo han entendido los medios de comunicación y las autoridades, tanto salientes como entrantes. Las últimas, amparadas además, por el hecho de que este tipo de fenómenos es prácticamente imposible de predecir, al menos de manera precisa. Distinto a lo que sucede en eventos como el huracán Katrina, donde las chambonadas humanas que rematan en la pérdida de más vidas que las que es capaz de ocasionar la catástrofe en sí, queda en total evidencia ya al empezar la búsqueda de cadáveres.

Sin embargo, basta insistir un poco para descubrir que existieron ciertas cadenas de errores cuya consecuencia fue el aumento, por decirlo de algún modo, artificial de las muertes y los afectados. De acuerdo: mucho menor que en el caso de un desastre climático. Pero que no se pueden pasar por alto -de hecho han estado presentes en la información periodística de los últimos días-, debido a lo absurdas que llegan a ser. Por ejemplo, que la repartición de la Armada encargada de avisar el advenimiento de un tsunami, en su primera prueba importante, falle estrepitosa y escandalosamente, a pesar de que organismos internacionales desde el principio habían dado la alerta; sólo porque los marinos no se atreven a convertirse en el mensajero de las malas noticias, en especial, si tienen que afrontar el bochorno de que al final la situación no se dé. O que la Oficina Nacional de Emergencia, ante la indecisión y la ambigüedad, no opte por actuar de manera obvia y recomiende a los habitantes del litoral huir hacia los cerros. O que el mismo ejecutivo, desde la mandataria hacia abajo, recién diga que se produjo una "marejada" en las costas, cuando ya las radioemisoras locales han recogido suficientes testimonios para hablar de un maremoto hecho y derecho. Cuando menos, los lugareños y turistas que en esa aciaga noche pernoctaban en las costas chilenas, actuaron con sentido común y corrieron a zonas altas. Ellos demostraron que tenían cultura sísmica. Nuestros gobernantes también la tienen. Pero en esta evaluación fueron reprobados. Pues entre todas las alternativas, eligieron la pasividad.

Entre las edulcoradas e intelectualmente hablando hueras, aunque necesarias campañas solidarias, debe quedar un espacio siquiera minúsculo para el análisis y la discusión. Ya que, primero con la ayuda inmediata, y luego debido a la reconstrucción, estos detalles se olvidan y las personas quedan propensas a cometer de nuevo los mismos errores. No puede ser, por ejemplo, que edificios de reciente construcción se vayan al suelo o queden inhabitables, en circunstancias que la normativa chilena asegura lo contrario. Los responsables deben comparecer ante los tribunales por los daños que les ocasionaron a sus inquilinos. En Valparaíso, un bromista que dio una falsa alarma de tsunami corre el riesgo de pasar los próximos cinco años en la cárcel, si es acusado de cuasi delito de homicidio, por la muerte de una anciana producto de un infarto, al recibir dicha noticia. Si con esta persona la ley es implacable, así como con aquellos que se dedicaron al pillaje en las ciudades destruidas, ¿por qué no exigirle el mismo celo contra quienes, por ahorrarse unos centavos, ocasionaron tantas víctimas fatales y heridos?

Incluso, podríamos agregar las conductas de la humanidad en relación con su planeta, que tanto desvelan a los ecologistas. Porque, aunque un terremoto no sea incentivado por la emisión de gases, hay aspectos de la modernidad que los tornan más letales. La sobrepoblación y el hacinamiento en las grandes ciudades, son un buen ejemplo. Lo último, unido a la mala distribución de las tierras, donde enormes grupos humanos viven en espacios reducidos en las urbes mayores, mientras la población pudiente cerca los campos libres para demarcar sus tan extensas como inútiles "parcelas de agrado", modificando además el entorno a su regalado arbitrio, sin permitirse asesorar por un experto, sólo porque creen que al ser ricos lo saben todo y han adquirido una suerte de derecho divino para intervenir la naturaleza. Parece que muy pocos han tomado en cuenta un simple ejercicio matemático: es más probable que, frente a un desastre natural, haya más decesos en una zona poblada por un millón de habitante que otra que tiene las mismas extensiones, pero que sólo está habitada por doscientos mil. Y no se requiere consultar esa teoría de los mayas que, supuestamente, asevera que el mundo se acaba en 2012.