domingo, 31 de enero de 2016

No Hay Salud Ni Papel

Uno de los argumentos que han esgrimido los defensores de Eliodoro Matte, el acaudalado propietario de la CMPC, compañía que junto a SCA, de capitales suecos, creó un sistema de colusión destinado a mantener los precios altos e invariables en artículos de tan básica necesidad como el papel higiénico, es que se trata de un empresario dedicado cien por ciento al trabajo y a la producción, una característica que ha redundado en la creación de un sinnúmero de empleos, muchos de ellos de más que aceptables remuneraciones. Además, agregan que él fue quien dio el paso inicial de reconocer frente a los tribunales encargados el acuerdo que mantenía con su competencia, por lo que piden que se tome en cuenta este acto de arrepentimiento.

Más que un empresario, Matte es un oligarca, proveniente de una familia de aquellas "con apellidos vinosos", prácticamente fundadores de la alta sociedad criolla, por otra parte un grupo muy reducido que ha variado poco desde sus inicios. La Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones -nombre que abrevia la sigla CMPC- es un negocio ancestral y heredado, por lo que el supuesto esfuerzo personal se reduce a mantener una industria que en caso alguno recibió partiendo de cero ni bastante menos. Sostenimiento que resulta relativamente fácil, dada la cuna de origen del aludido y la estructura social de Chile, que siempre ha tendido hacia la inamovilidad de las distintas clases. Y donde existen circunstancias históricas y prácticas que juegan a su favor. Pues desde su fundación, y hasta hace poco más de tres décadas, la mentada CMPC gozó de un monopolio legal que impedía siquiera la entrada de otro actor en el rubro y que lo terminaba transformando en el exclusivo abastecedor papelero nacional, con el potencial poder económico y político que ello acarrea (y que vaya que usó don Eliodoro en ciertas épocas, cuando las decisiones públicas atentaban contra sus intereses). Y aunque ahora el marco regulador ha sido modificado en favor de la libre competencia, esta institución aún retiene el ochenta y cinco por ciento de las ventas del sector.

Una serie de factores que le han permitido manejar el timón a su antojo en todo este escándalo. Su rival, la SCA, a través de una guerra de precios consiguió morder el trece por ciento del mercado. Fue entonces cuando Matte decidió mover toda su maquinaria de influencias -que incluían el poder económico que su empresa aún ostentaba, además del prestigio que su apellido tenía entre los más pudientes- y comenzó a acorralar al que se vislumbraba como un enemigo amenazador, con acciones que iban desde las simples amenazas hasta acuerdos con los supermercados para que los productos de la competencia fuesen excluidos de las estanterías. Los nuevos actores, acoquinados por su escasa capacidad de respuesta, sucumbieron ante una dinámica que ellos desconocían y para la cual claramente no estaban preparados. Éste es un hecho muy importante al momento de analizar la supuesta contrición de Eliodoro y su pandilla. Puesto que ha quedado al descubierto que fue él quien ideó esta estructura, y ahora aparece en las pantallas y los tribunales reconociendo sus errores a fin de acogerse a los beneficios de la delación compensada, así como realizando un descarado lavado de imagen, que en última instancia pretende dejar mal a sus víctimas ante la opinión pública, con el objetivo manifiesto de que abandonen el país o reduzcan al mínimo su participación, y así recuperar el terreno perdido.

En ningún caso pretendo defender a la SCA que, a fin de cuentas, actuó como cómplice. Sin embargo, en todo este escándalo, lo que se debe evitar es que la figura de Eliodoro Matte quede elevada al nivel de héroe, que dadas las características de la sociedad chilena -no sólo la alta- y las expresiones que se han vertido en los medios de comunicación, no es tan traído de los pelos imaginar que ocurra. Es menester considerar al dueño de CMPC como lo que es: un gángster que se ha valido de su enorme poder e influencias no sólo para perjudicar a los consumidores, o para debilitar y al menos en el pasado, hasta tumbar gobiernos. sino que además torcer los principios más básicos del mismo capitalismo que dice practicar. Porque -como suele acaecer en estas situaciones- acaban atentando contra sus intereses.

domingo, 17 de enero de 2016

Los Números de Mega

Se dieron a conocer los balances anuales de los canales de televisión abierta con cobertura nacional, y como muchos presentían, Mega fue el único que mostró resultados positivos al menos de modo constante durante el 2015. Con ello dicha estación, símbolo de esa mezcla de hipocresía reaccionaria y vulgaridad desvergonzada -y a la vez vergonzosa- que caracteriza a un cierto sector de la sociedad -donde se cuentan los magnates que son propietarios, entre otras empresas, de medios de comunicación-, confirmaba el cierre de un gran año, donde los altos niveles de audiencia cuajaron en una enorme capacidad de absorción de patrocinadores, que la colocaron a una distancia considerable respecto de las demás compañías.

Desde luego que, dadas las características editoriales de Mega -que han variado muy poco desde su fundación-, se trata de datos preocupantes, más si en Chile, país con una baja tasa de ingresos por publicidad y donde la estructura y el marco legal en el que se desenvuelven las estaciones las torna inestables, se suelen tomar como pauta para definir las parrillas programáticas y la orientación de las entidades televisivas. Si esta tendencia se mantiene en el corto plazo, seremos testigos de un grupo de compañías (que a pesar del sinnúmero de críticas que al respecto se le puede plantear a la pantalla chica local, igual siempre han guardado con Mega una distancia sideral en cuanto a calidad de contenidos, incluso en el marco de la llamada tele basura, equivalente a la que dicha firma ha logrado hoy en términos de éxito económico) que se verán obligadas a reducir su oferta o se sentirán tentadas a imitar, dentro de su propia línea, la fórmula que les ha sacado ventaja, lo cual puede resultar más perjudicial aún, tomando en cuenta que casi siempre el original es mejor que la copia -y aún más que el pastiche, que de seguro va a ser la conducta que se observará aquí-. Lo que demás está decirlo, las hundirá todavía más en el fango.

Quizá la solución más asertiva no sea poner atención en el público que ve Mega, sino en aquel que no lo hace. En la actualidad, el espectador medio posee un abanico bastante amplio de alternativas, entre las cuales se encuentran las señales de acceso restringido -a través de los servidores establecidos o los decodificadores de libre recepción-, el internet, que es análogo a la imagen televisiva, o sistemas de suscripción como Netflix. Todos ellos, a fin de cuentas, son televidentes, a quienes se pueden agregar los seguidores de las estaciones regionales y comunitarias -que cuentan con un mínimo pero significativo arrastre- y los que aún conservan su fidelidad hacia las otras compañías abiertas. Se trata de grupos que, unificados, constituyen una mayoría que busca opciones de acuerdo a sus intereses e inquietudes personales. En cambio los que permanecen pegados al canal de marras son sujetos que llegan cansados del trabajo y sólo quieren distraerse con lo primero que está al alcance mientras cenan, o son amas de casa que encienden el televisor por costumbre, pero que prestan atención esporádica ya que están ocupadas en los quehaceres habituales del hogar. En definitiva son una suerte de no visor, que en realidad no les importa la pantalla chica en sí misma.

De hecho muchos de quienes visualizan a Mega iban pasando, ya sea en la casa o en la calle, frente a un televisor, y alguna cosa que escucharon les llamó la atención. Pero es una actitud muy puntual y pasajera, ya que a los pocos minutos uno se da cuenta que el contenido es repetitivo y vuelve a lo que estaba haciendo. Como el ama de casa que observa de reojo el televisor o el obrero que a los diez minutos se queda dormido en la silla. Personas que no constituyen el verdadero espectador de televisión. Por ello, ojalá que los otros canales abiertos alguna vez tomen atención a este detalle y ofrezcan panoramas para quien realmente tiene interés en la pantalla chica -o para crearlo, que no es tan difícil como parece-. Quizá no lleguen a los exorbitantes números que está mostrando su competencia, pero estoy seguro de que su situación sería mejor que la actual.