domingo, 30 de octubre de 2016

El Egoísmo de Algunos

Resulta vomitivo escuchar a ciertos cristianos que dicen que pasarán por alto todas las objeciones que en cuanto a su conducta personal y a aspectos doctrinales se le pueden hacer a Donald Trump, sólo porque la otra opción a ocupar la presidencia en las próximas elecciones norteamericanas, Hillary Clinton, es una firme partidaria del aborto y el matrimonio entre congéneres. Dos cuestiones que para estas personas de fe, resultan lo peor.

Cuando uno oye estas justificaciones, no puede sino sorprenderse por el nivel de egoísmo que exhiben estos creyentes. Esa misma actitud que ellos aseveran es la que gobierna al ser humano cuyo corazón no ha sido tocado por la capacidad salvadora de Jesús. No son capaces de detenerse por un instante siquiera a reflexionar acerca de los insultos racistas y sexistas que diariamente lanza Trump, que además se oponen de manera irrefutable al concepto de amor al prójimo. Tampoco en sus promesas de declarar la guerra a cuanto país le resulte sospechoso de disidencia respecto a las políticas de Estados Unidos, con el consiguiente envío de contingentes de jóvenes al campo de batalla, los cuales si no morirán probablemente regresarán muy disminuidos psíquica y físicamente. O en su insistencia en aplicar el gatillo fácil como forma de contrarrestar la delincuencia común, un principio que siempre acaba generando víctimas inocentes, muertas a causa de prejuicios, como de hecho ha ocurrido en la nación del norte en el último tiempo, con los asesinatos de negros y latinos a manos de policías. En cambio, la frontera entre el bien y el mal queda reducida a los niveles de aceptación o rechazo de dos asuntos que ellos jamás van a practicar, y cuya existencia legal no los afectará ni en lo más mínimo.

Pensemos. ¿De qué sirve que los niños nazcan, si antes de los veinte años morirán en un conflicto armado, tendrán el infortunio de cruzarse con un policía pasado de rosca, o recibirán una pena capital producto de una discutible resolución judicial? En una corta vida donde lo más probable es que conozcan poco más allá de la miseria y las agresiones a causa de su género, origen o color de piel. ¿No son ésas, situaciones capaces de provocar tantos o más decesos y sufrimientos que una interrupción del embarazo? Quizá la poca atención que se presta a tales circunstancias, radique, aparte de la ceguera ideológica que siempre se suscita en estos casos -y que es diferente a una genuina demostración de fe-, en que al menos teóricamente, esta clase de eventos no afectará al segmento de cristianos que presta su apoyo a Trump (o al menos ellos creen que nunca les ocurrirá uno de esos sucesos). Tampoco les beneficia ni perjudica alguna modificación legal en torno al manido tema del aborto. Simplemente porque lo condenan y rechazan de plano y de modo honestamente natural. Por lo mismo no consiguen mostrar una empatía necesaria con la mujer que recurre a esa intervención quirúrgica, que de acuerdo, puede ser equivocada; pero que hay que conocer en todas sus dimensiones antes de formarse una opinión de cada caso particular.

Además de que en los EUA frenar un embarazo no es lo fácil que uno cree. Debido a las características propias del sistema de salud norteamericano, unido a los grupos de presión religiosos, un aborto casi siempre debe efectuarse de manera privada, con todos los inconvenientes monetarios y sociales que eso conlleva. Y médicos y hospitales dispuestos a realizar una operación tan cuestionada no abundan, lo que impulsa a la aparición de controvertidas empresas como Planet Parenthood (que sólo abarca parte de la demanda). Lo que la Clinton pretende es finalmente, si ya se agotaron los métodos de disuasión, al menos proporcionar los medios adecuados para que esa mujer que ha tomado una decisión tan drástica la pueda ejercer en igualdad de condiciones que aquellos cristianos que se manifiestan en contra de ella, y no sentirse una ciudadana de segunda clase. Algo que no afectará en lo mínimo la vida de los creyentes, tan sólo una pequeña porción de su concepción del mundo. Lo mismo por el matrimonio homosexual, que por cierto ya fue aprobado en el país norteamericano. En cambio, cosas como las que pretende prescribir Trump, descritas en los párrafos anteriores, sí les pueden acarrear problemas, si no a ellos directamente, sí a sus familiares y hermanos más queridos. Y cuando le soliciten explicaciones a aquel en el cual confiaron, notarán, y esto les caerá muy desagradable, que mostrará un nivel idéntico de insensibilidad.

lunes, 10 de octubre de 2016

El Velo Islámico Y El Ajedrez Político

En medio de la parafernalia que ha rodeado a la campaña presidencial en Estados Unidos, pocos han prestado atención a una noticia que podría generar bastante ruido en unos meses más, cuando sea demasiado tarde para revertir sus eventuales consecuencias. La campeona norteamericana de ajedrez, Nazi Paikidze-Barnes, ha iniciado una protesta a través de las redes sociales con la finalidad de que el torneo mundial de la especialidad, a realizarse durante el 2017 en Irán, y al cual ella está clasificada, sea cambiado de sede, debido a que las leyes de ese país, muy observantes del islam, obligarán a las participantes a usar velo mientras se encuentren en tierras persas, pertenezcan o no a una cultura musulmana. Aunque así planteado puede resultar una simple rabieta de una jovenzuela de veintitrés años, que desea sus quince minutos de fama en un deporte que no despierta un gran interés en la población general (al menos, no para ser seguido por un masivo grupo de fanáticos en los medios de comunicación), lo cierto es que esta estadounidense de origen georgiano (lo menciono por si alguien se siente tentado a extraer conjeturas a propósito de su nombre de pila) es la carta principal de su nación para dicho certamen, y considerando la rivalidad diplomática que desde hace tres décadas sostienen ambos regímenes, el temor de que la administración gringa emplee todos los medios que tiene a disposición -que no son pocos- para torcer la voluntad de una federación internacional, no parece infundado.

Uno puede entender y hasta apoyar el reclamo de esta chica, y hasta apoyarlo, sobre todo si se considera que en Irán la mujer que no lleva velo en lugares públicos se arriesga a una multa y a varios meses de prisión (hecho que la propia manifestante no sólo ha destacado, sino que además ha utilizado como argumento en favor de su protesta). Y añadiendo las connotaciones represivas que representa ese atuendo respecto de la situación de las féminas en la sociedad islámica, al menos para quienes no están familiarizados con esa clase de cultura, y por ende verse forzados a acatar su imposición les resulta, cuando menos, desagradable. Sin embargo, acto seguido cabría formularse la pregunta, ¿sería capaz esta deportista de espetar el mismo alegato contra legislaciones musulmanas aún más restrictivas, tanto para la comunidad como para su género particular, como las de Arabia Saudita, Omán, Bahrein o Qatar? En cualquiera de esos lugares, siquiera hace el ademán de quitarse la prenda de la discordia, y antes de imaginarlo ya le están quitando la cabeza. Ahora, es probable que jamás llegue encontrarse en un trance como ése, ya que en esas zonas la participación de las mujeres es tan nula, que no alcanza ni para vislumbrar su condición de inferioridad en relación con el hombre. Y quien ose plantear la organización de cosas como un torneo femenino de ajedrez, lo más seguro es que también acabe con su mollera rodando por el suelo, y eso independiente de lo que tenga entre las piernas.

Visto desde ahí, todo lo que está obrando esta deportista con la intención de boicotear un campeonato en aras de liberar a su género de la opresión que aún sufre en muchas partes del mundo, puede merecer cualquier adjetivo salvo los de épico o valiente. Se lanza en picada contra uno de los escasos países islámicos que dentro de todas las imperfecciones que muestra en torno a este asunto, al menos concede espacios de expresión para la mujer, y no sólo en el campo que ahora nos atañe. De hecho, Irán ha sido diligente en entablar conversaciones con organismos internacionales con el propósito de que sus atletas femeninas participen en competiciones mundiales sin violar los códigos musulmanes alusivos a la vestimenta, diálogos que han logrado excelentes resultados. Para muchos resulta ridículo -y hasta una señal de retroceso- ver a chicas jugando con gruesos buzos y velos en cuanto desafío son capaces de aceptar, pero comparándolo con los territorios mencionados en el párrafo anterior -donde es impensable remplazar incluso por un minuto el atuendo tradicional por algún traje deportivo- esto es claramente un mal menor. Lo realmente valeroso sería que esta joven llegara a la nación persa, objetara ahí mismo el empleo de la odiosa prenda; pero acto seguido, alegara por la virtual imposibilidad que en otros territorios de Oriente Medio las féminas tienen siquiera de presentarse a la cita que hoy ella mira con desprecio.

Otro factor que contribuye a dudar de su supuesta valentía, es el hecho de que ella es norteamericana, país que sostiene una rivalidad de décadas con Irán, en especial a partir de la revolución islámica de 1979 que derrocó a un tiránico gobierno que era títere de Estados Unidos. A partir de entonces, las sucesivas administraciones gringas han buscado el máximo aislamiento de sus pares persas, conducta en la que han sido secundados por varias directivas de la zona entre quienes se hallan aquellas para quienes la mujer debe limitarse a permanecer en su casa pariendo y cuidando bebés. Es por ende, fácil y muy beneficioso referirse en duros términos a la nación persa con esos antecedentes detrás: incluso se tienen buenas opciones de triunfo. Lo que de ocurrir, será presentado a través de los medios de comunicación como la enésima victoria de un ente minúsculo contra un gigante intransigente que llevaba todas las de ganar. Aunque lo único cierto, es que será un revés para una de las pocas naciones islámicas que admite cosas que en otras resultan tan transgresoras como inadmisibles. Y eso, finalmente, conducirá a la humanidad, y especialmente al género femenino, por la senda contraria a la de la liberación.