jueves, 28 de enero de 2010

Cómo Procederá la Derecha

Ante el cambio de gobierno -y pacto político en el poder- que acaecerá el próximo 11 de marzo, muchos se han preguntado cómo será la futura administración derechista. Es natural la formulación de esa clase de preguntas. No sólo por la lógica que conlleva el remplazo de una cultura por otra, tras dos décadas, en los asuntos que atañen a la conducción del país. Sino porque los nuevos inquilinos del palacio presidencial provienen de una dictadura a la cual, todos, incluso ellos, le reconocen poco cuando no nada rescatable; y en lo que respecta a legislaturas democráticas, la más reciente, la de Jorge Alessandri, cerró hace más de cuarenticinco años. Las conjeturas, más que al temor, se deben a la incógnita, que finalmente se traduce por preocupación, básicamente a lo desconocido.

No obstante, basta echar un vistazo a los diversos gobiernos reconocidos y autoproclamados abiertamente de derecha, tanto en nuestra región como en el resto del mundo, en especial en Europa, para formarse una idea general de su proceder. Recién instalados en el ejecutivo, y por un periodo de tiempo que, de acuerdo con las circunstancias, puede ser breve o prolongado, presentan un rostro afable, más o menos similar al que mostraron en las campañas. Esto sucede en especial en aquellos países donde los conservadores han vuelto a la primera legislatura tras una larga temporada, donde eran vistos como el testimonio de un pasado oscuro y dominado, muchas veces de manera autoritaria y antojadiza, por las oligarquías. También ha pasado en lugares que han construido una sólida tradición democrática, como Alemania, Francia o Canadá. Pero en fin: en ambos casos se coincide en llamar a conformar gobiernos de unidad nacional o de insistir en una "democracia de los acuerdos". Así ocurrió en tierras germanas, donde Angela Merkel sorteó sus primeros cuatro años con una coalición compuesta por los socialdemócratas, justamente sus antecesores y rivales políticos en los comicios que ganó. Mientras que en España, José María Aznar invitó a algunas colectividades centristas opuestas al régimen de Francisco Franco, y a la enfermiza moralina ultracatólica que caracteriza a la derecha peninsular, a cogobernar con él, olvidándose por un instante de tales elementos.

Con esta actitud, los conservadores consiguen disminuir la fuerza de la oposición e incluso de la disidencia independiente. Entonces, es el momento en que se quitan la careta y sacan las garras. El punto de inflexión puede ser una reelección, un acontecimiento de relevancia nacional -como el incidente del World Trade Center en el inicio de la administración de G. W. Bush-, o simplemente el decaimiento progresivo de quienes les desagrada la derecha, pero que no encuentran una alternativa política para expresarse. Ya con mayoría absoluta, en el parlamento o en la opinión pública, abren el baúl de sus ideas caducas y sus costumbres intolerantes, tanto en el ámbito social como moral, cultural o religioso. Así ocurrió con el mencionado Aznar, que empezó a dictar leyes al gusto de la iglesia católica española. Igual pasó en Francia, donde Sarkozy ha impulsado restricciones al uso de internet. Y está aconteciendo en Alemania con Merkel, que ha dado muestras de xenofobia, al atacar a los iraníes o a los descendientes de extranjeros que habitan en suelo germano. Desde luego que en un amplio margen de ciudadanos se genera un descontento, pero como la red de influencias ya ha alcanzado los medios de comunicación, no se oye de manera estridente, y las escasas veces que acaece del modo opuesto, es rápidamente vilipendiado o acallado por periodistas serviles que, además, deben agradecerle a quien les facilitó su fuente de trabajo.

Esto mismo ocurrirá en Chile. Piñera tendrá una actitud conciliadora durante su primer año, quizá alargará la cuerda hasta el segundo, a fin de poder cautivar a la suficiente cantidad de personas. Se apoyará en cuestiones que generan arrastre masivo y por ende, no son ni pueden llegar a ser capaces de constituir de discusión política, como la farándula o la participación del seleccionado en el Mundial del fútbol. Pero tras eso, el sector más recalcitrante de sus partidarios, tendrá el campo abierto para avasallar con su represión en todos los ámbitos, en aras del sistema económico, los grandes empresarios y la iglesia católica, tres cosas que siempre andan de la mano, y más por estos lares. Y no habrá contrapoder, porque la Concertación se asumirá como desgastada y no se molestará en emplear sus energías. Y quienes lo hagan, serán tratados por el presidente y los medios de comunicación como oposición destructiva y beligerante, lo cual implicará una condena, no sólo de carácter social, sino también religioso. Más aún: probablemente la derecha vuelva a ganar el 2014. Así lo dicta la lógica del primer mundo, al cual Chile es cierto que no pertenece, pero como aquí está lleno de estúpidos arribistas que no tienen dónde caerse muertos -los mismos que votan por los conservadores- actuarán como esclavos embobados por la droga de la sonrisa fácil y el alcohol que hace ver a un hombre acaudalado como la meta a la cual todos podemos llegar.

miércoles, 20 de enero de 2010

El Inicio del No-Futuro

Honestamente, ¿ alguien, más allá de las ilusiones propias de la incondicionalidad, siquiera vislumbró la posibilidad de que Eduardo Frei revirtiera todos los pronósticos de los sondeos, y derrotara a Sebastián Piñera el domingo recién pasado? Al derechista, con la porquería que le pusieron enfrente, le bastaba levantar por unos segundos los brazos como, por lo demás, siempre lo hace ante las cámaras o en los mitines. La presidencial no fue ganada por los conservadores: fue perdida por la Concertación. Y de manera virtualmente intencional, al elegir a un tipo impresentable que sólo era motivado por las ansias de regresar al poder, porque lo echaba de menos. Un sujeto que actuó de manera malintencionada ya en 2005, cuando torpedeó hasta último momento la postulación de Michelle Bachelet a La Moneda; y quien, para esta pasada, movilizó hasta sus vínculos más turbios, que incluyen conexiones con los ambientes de los negocios y de la inteligencia policial, para imponerse como candidato, logrando que su pacto llegara a traicionar sus propios principios, al acabar prácticamente designándolo a dedo, si efectuar la ya tradicional elección primaria, al menos en condiciones aceptables. Y no repitan la monserga que no existía otro con las agallas suficientes para enfrentar el desafío, pues había dos opciones totalmente competentes: José Antonio Gómez y Marco Enríquez-Ominami. Es verdad que los derechistas son autoritarios y avasalladores por naturaleza; pero al menos, eso es algo que sabemos desde que tenemos uso de razón. En cambio, la inconsecuencia -que se fue de manera paulatina y progresiva, transformando en el modo de operar de la Concertación en estas dos décadas, alcanzando su cenit en la estratagema recién descrita- tarde o temprano se paga en política, y más en un sistema de comicios periódicos.

Pero en fin: el mal ya está hecho. En realidad, fue consumado a mediados de 2009, cuando tras una seudo primaria, que más olió a frustración de los dirigentes de la entonces gobernante, por no haber conseguido erigir al papanatas de Frei a simple mano alzada, aquellos mandamases de pacotilla sin embargo lograron lo que querían y de paso también lo que buscaba la derecha. Lo ocurrido hace unos días, simplemente es la última y por lo mismo peor de las consecuencias. Las mismas que justificaban plenamente los golpes que recibieron Camilo Escalona y Marcelo Schilling ( cómo es posible que un ex agente secreto que persiguió a grupos intachablemente pacíficos, acusándolos de terroristas, tenga un alto cargo en un partido socialdemócrata) de parte de jóvenes a quienes sí se les puede calificar como integrantes del pueblo. Debieron haberles volado algunos dientes: al fin y al cabo, uno zezea como esos porteros que, por tener la labor de permitir la entrada, se sienten dueños de la empresa; mientras el otro es un desgraciado que responde a las opiniones disidentes no con palabras, sino con espionajes. Con malnacidos de tal calaña que se autoproclaman izquierdistas, no necesitamos que las cenizas de Pinochet salgan del ánfora.

Aunque la Concertación haya experimentado un notorio desgaste, no es ésa la causa principal de su derrota. Ni siquiera es una de las causas más importantes. El meollo del asunto está en el cúmulo de desaguisados que esta tropa de vernales acomodaticios vino cometiendo durante la más reciente legislatura, y entre los cuales se encuentra la misma Michelle Bachelet. Porque el 2005 lo tenían todo para retener el alto nivel de confianza que aún les prodigaba el país, e incluso, para recuperar ese mínimo margen que habían perdido. Pero se entregaron a una conducta muy propia de las clases dirigentes latinoamericanas: el despilfarro. De igual modo que lo hizo la oligarquía de mediados del siglo XIX con las exportaciones de trigo, y la plutocracia salitrera con ese recurso tras la, a la postre, inútil Guerra del Pacífico. O también, como los banqueros y especuladores que a fines de los años 1970 gozaban del cambio fijo, sin atisbar la crisis financiera que se venía encima. El pacto del arcoiris se llenó de luchas intestinas, caprichos personales y candidaturas, ya el 2006, a la presidencia. No faltaron -Chile es una interminable cantera de pacatos e hipócritas- quienes se la jugaron por proponer prohibiciones: aún resuenan las propuestas fascistoides de ese asno ecologista llamado Guido Girardi, que quería impedir que los actores apareciesen fumando en las películas. O las sandeces del Conace - gestionado por la hermana de un senador UDI- a quien se le ocurrió tratar a la marihuana como droga de peligro uno. Pero sin lugar a dudas, las muestras más viles de felonía corrieron por parte de la Democracia Cristiana: primero jugando al díscolo, amenazando al resto de la Concertación con escindirse si se tornaba "demasiado izquierdista", y después, expulsando en una oscura maniobra a un senador por negarse a apoyar un proyecto fallido como el Transantiago, con lo cual, lo único que consiguió, fue que cinco diputados, a su vez, renunciasen al partido y por consiguiente a la coalición. ¡Ah! Por poco lo olvido: esto último fue obra de una mujer, Soledad Alvear, que buenas muestras de liderazgo femenino dio.

Y a propósito de mujeres, y ya que fue mencionado en el anterior párrafo, Bachelet no puede quedar fuera del análisis. Empezó con una administración titubeante y acabó con una dictatorial. Entremedio, eso sí, su popularidad subió como la espuma, merced a dos factores: la repartición de limosnas para lo que siempre quedan a la vera del sistema, lo cual creó un clientelismo, y su presencia mediática en cuanto evento masivo se celebrara, algo aún más aprovechable en 2009, cuando el seleccionado de fútbol tuvo un encomiable rendimiento en las clasificatorias mundialistas. Eso le permitió cometer atrocidades con los mapuches, los colectivos juveniles independientes, y algunos gremios importantes como los profesores, además de aprobar normas como la nueva ley de pesca o la reforma a la educación, tendientes a favorecer a los más pudientes, o las limitaciones para convocar marchas y reuniones callejeras. Para colmo, al contrario de sus antecesores, y en el instante en que sus aliados políticos más la necesitaban, se distanció de la Concertación y se envolvió en un círculo etéreo donde sus asesores siempre respondían a los conflictos con amenazas, para una vez solucionado el asunto -brutalidad policial mediante- ella aparecer emitiendo una declaración cantinflesca y clisé, pero que por estar bien adornada, dejaba contentos a los medios de comunicación. Ahora, se irá junto con Eduardo Frei al hospicio de los ex presidentes, mientras el pueblo emigra en masa a Perú o a otros países latinoamericanos o europeos, buscando mejores trabajos. Por eso espero que no la tenga fácil y que cuando se dirija a entregar el mando, este once de marzo, la despidan a pedradas, tal como sucedió con Pinochet en 1990.

viernes, 15 de enero de 2010

La Peor de Las Derrotas

¿ Qué les parece? Ahora ocurre que algunos sondeos advierten de un repunte de Eduardo Frei, a menos de una semana del balotaje. Bueno: se trata de encuestas diseñadas por entidades vinculadas a ese sector político, en las cuales, éste ya ha aparecido con una adhesión algo más alta que el resultado en las elecciones. En Chile, hace rato que se dejó de creer en Papá Noel; pero a cambio, se confía ciegamente en el libre mercado, la iglesia católica, los sicólogos y... la Concertación. En estos momentos, el pacto oficialista queda en la misma situación que el seleccionado chileno durante las clasificatorias para Alemania 2006, tras la renuncia de Juvenal Olmos y los triunfos que, dirigido por el mediocre Nelson Acosta, ese equipo asestó a los debiluchos representativos de Bolivia y Venezuela. Y al igual que entonces, se destacan, con una manifiesta e intencionada sobrevaloración, algunos integrantes del equipo, como la hasta poco objetada, y siempre objetable, Carolina Tohá; o el niñato hijo de papá de Ricardo Lagos Weber.

En la Concertación se ilusionan con revertir la actual situación y en consecuencia lograr el milagro. O en su defecto, perder por escaso margen, para como consolación, decirle a la triunfante derecha que, frente a su ancestral autoritarismo, ellos siguen estando ahí y permanecerán por siempre ahí. Allá ellos. Pero retomando la analogía con el fútbol y en general con el deporte, entonces tenemos que la alianza gobernante se halla dispuesta a celebrar un triunfo moral, ésos que abundan en nuestra historia, no sólo atlética, y los cuales después nadie recuerda, excepto por la sensación de que se podía haber obtenido una victoria de verdad. El problema es que en este país, ya nadie sonríe con esos supuestos logros; más bien, indignan. Un cambio de mentalidad que se ha suscitado en estos últimos veinte años y cuyo gran impulsor han sido, justamente, las legislaturas de la Concertación, aunque como consecuencia no consciente e indirecta. Con su insistencia de vendernos a Chile como ejemplo mundial en cuanto a avances macroeconómicos se refiere, esto avalado por cifras interpretadas por ellos mismos, más los testimonios de personalidades extranjeras que piensan de manera más o menos uniforme: impulsó la creación dentro del territorio nacional de una cultura arribista, engreída y egocéntrica, de la cual, son muestra cuestiones aparentemente sin ninguna relación entre sí, como el endeudamiento, el auge del neonazismo, la mayor temeridad de las bandas delictuales o el matonaje escolar. En efecto, somos más agrandados, pero continuamos siendo igual de pusilánimes y mediocres. Tipejos que hablan oro y hierro de la boca hacia afuera, pero sólo para enorgullecerse de las conquistas de otros: los empresarios y magnates que han puesto sus negocios en el extranjero y que a ellos, que de profesional a auxiliar, no son más que sus trabajadores, además les pagan un sueldo miserable.

Hay que ser realistas porque hoy no su puede pedir lo imposible. Todos los indicios apuntan a que la Concertación perderá este diecisiete de enero. Atención: no que la derecha ganará, porque es el pacto gobernante quien durante todo este tiempo ( sigo haciendo analogías con el balompié) se ha anotado autogoles. Pero sin lugar a dudas, la peor derrota será la estrecha. Porque, al igual que en todos los triunfos morales, quedará la sensación de se debió hacer más. Luego, porque ante tras la frustración de haber quedado tan cerca, se deberá soportar a los partidarios del bando opuesto dando vítores por su presidente electo. Pues, no es necesario recordarlo, las victorias, pírricas o no, se celebran siempre con la misma alegría; y más aún, la sensación épica que ocasiona la ganancia apretada aumenta la disposición a dar vítores. Tampoco los conservadores se van a sentir inhibidos en sus planes si acceden a La Moneda con menos sufragios de los que sus cálculos proyectaban; incluso, también ahí podría operar la emotividad generada por el logro conseguido con esfuerzo. Mientras, los perdedores, que serán eso y no otra cosa, masticarán la rabia que ya tienen acumulada contra la Concertación, por haber participado en estos comicios con la peor opción posible, y en consecuencia, habiendo desperdiciado todas las posibilidades que tenía de ganar.

En la historia política contemporánea, y con ello reduzco el nivel de análisis a este siglo, sólo se ha dado un caso donde el resultado de una elección cuya tendencia se revirtió a pocos días de celebrarse, trayendo como consecuencia el triunfo de quien aparecía como derrotado en todas las encuestas. Se trata de lo ocurrido en España en 2004, donde las torpezas del derechista y populista José María Aznar tras los atentados del 11-M, donde acusó a diestra y siniestra a inocentes con el fin de defender su ideología, acabaron con la paciencia del pueblo quien le quitó el respaldo a su delfín y se inclinó por los socialdemócratas. Sin embargo, cabe señalar que ahí se dieron una serie de circunstancias que difícilmente acaecerían en el proceso chileno, menos en los escasos días que le restan. Sin contar que ésos fueron comicios de primera vuelta, en un país donde no existe el balotaje y en el cual quien accede al gobierno lo hace reuniendo los votos suficientes entre los diputados, que son electos paralelamente. Y por último, aunque Frei ganase de verdad, no habría nada que festejar, a entender por las características y el historial de él mismo, y el estado en que se encuentra la alianza que lo apoya.

jueves, 7 de enero de 2010

La Soledad del Liderazgo

En silencio y en su lecho de enferma, Soledad Alvear vio pasar el cadáver de su correligionario Eduardo Frei, que aunque haya pasado a la segunda vuelta, es sin lugar a dudas la mayor víctima de los comicios del pasado trece de diciembre. Me pregunto qué habrá sentido la Chol, al observar el descascaramiento político del ex presidente, el mismo que le dio el empujón definitivo a su meteórica carrera, cuyo fulgor fue tan repentino como efímero, al punto que hoy, hasta los adherentes más incondicionales de la Concertación ignoran qué fue de la otrora descollante ministro de relaciones exteriores y de justicia.

Tímidamente, Soledad Alvear fue la única fémina que formó parte del gabinete de Patricio Aylwin. Y para demostrar que veníamos recién saliendo de una dictadura, durante los cuatro años de ese mandato dirigió el Servicio Nacional de la Mujer, que producto de una serie de reformas promulgadas en 1990, fue elevado a ministerio. Luego, con el mencionado Frei a la cabeza, tomó la cartera judicial, cuestión que tampoco constituía un gran hito pues ahí Pinochet había instalado por años a Mónica Madariaga. Pero le correspodió conducir la reforma procesal penal, lo cual le acarreó tanto prestigio, que en el 2000, asumió como generalísima de la campaña de Ricardo Lagos en las elecciones de entonces, a fin de torcerle la mano al siempre reaccionario voto femenino, que se había inclinado mayormente por Joaquín Lavín, amenazando, hace ya diez años, con desembarcar a la derecha en La Moneda. Nuevamente cumplió su tarea: Lagos ganó y ella se adjudicó otra vez una cartera, la cancillería, desde donde coordinó la concreción de los tratados de libre comercio con la Unión Europea y Estados Unidos. Luego fue proclamada candidata presidencial de la Democracia Cristiana para la primaria de la Concertación, a pesar de los resquemores de los viejos tercios del partido. Aquí tuvo su primer tropezón, aunque se trató de una zancadilla externa: Adolfo Zaldívar, otro que soñaba con La Moneda, y a la sazón mandamás de la colectividad, convenció a un buen número de militantes para que se abstuvieran de participar en la candidatura, lo cual remató en la deserción de la Chol y en el hecho de que la Concertación se ahorrara una buena cantidad de recursos que iban a ser utilizados en las ahora inútiles primarias. Una serie de acontecimientos que, de manera indirecta, traerían insospechadas consecuencias algunos años después.

Personalmente, debo confesar que Alvear me gustaba para la primera magistratura bastante más que la inepta de Michelle Bachelet. Al menos, había demostrado habilidad y profesionalismo en los roles que se le asignaban, y a veces eso es una muestra de liderazgo. Por desgracia, la Chol se encargó de demostrar, algún tiempo después, que carecía de él. Entretanto, obtuvo una senaturía en Santiago Oriente, con alta votación -buena parte de ella, atribuible a lo poco atractivo que resultó ser el par de la lista- y ganó la presidencia... de la Democracia Cristiana. Fue aquí donde empezó su declinación, debido a sus propias decisiones, o mejor dicho, errores. En medio del debate por el inefable Transantiago, un antiguo conocido, Adolfo Zaldívar, votó dos veces en contra de entregarle financiamiento adicional a un proyecto cuyo futuro se veía oscuro y escasamente prometedor. Dadas las circunstancias, sus argumentos eran, al menos entonces, justificables. Pero Chol quiso demostrar que una mujer era capaz de mandar y con ayuda de un rastrero tribunal de disciplina, expulsó al disidente de su partido. Cuánto de venganza personal y de demostración de fuerza hubo en esa determinación, jamás se sabrá. Pero con el "Colorín" otros cinco diputados abandonaron el redil y de paso la Concertación. Semanas después, tales votos fueron claves para la acusación constitucional contra otra correligionaria, la ministro de educación Yasna Provoste, que con eso quedó inhabilitada de ejercer cargos públicos por cinco años. La debacle definitiva de los socialcristianos acaeció en forma definitiva en las municipales del 2008, cuando la colectividad perdió un número significativo de sufragios y alcaldes.

Lo que pasó fue muy simple. Alvear resultó muy eficiente cuando otro le asignaba tareas, como cuando formaba parte del gabinete. Pero una vez sola en la cima, mostró una incapacidad propia de una mujer que ha sido criada según los deberes tradicionales asignados a su género. Su supuesto liderazgo, materializado en la cantidad de yerros que cometió, llegó incluso a poner en duda la capacidad femenina al momento de tomar decisiones importantes, e hizo reaparecer las declaraciones machistas propias de los conservadores reaccionarios. Doble responsabilidad, si se considera que ella ascendió merced al manido discurso cacareado durante estos últimos cinco años, que dice que los hombres necios acusan a la mujer sólo por los genitales que tiene, y lanzan sus diatribas sexistas en su contra. Pero cabe señalar que existen féminas y féminas. Y las que gobiernan ahora no están en condiciones de decir que han superado el estigma del "sexo débil". De hecho, son ellas quienes le entregarán la banda presidencial a la derecha más oscurantista, la cual volverá a servirse de los chilenos como lo hizo durante la tiranía militar.

viernes, 1 de enero de 2010

Bachelet Inflada con Helio

Como muchos otros, también he quedado perplejo por la alta popularidad que, al menos en las encuestas, ostenta Michelle Bachelet, más aún si tomamos en cuenta que se halla en las postrimerías de su mandato. Es inadmisible que, una persona que ha demostrado sin pudores su ineptitud en estos cuatro años -exhibiciones que, por cierto, han sido completamente involuntarias- acabe una poco lúcida legislatura con más del ochenta por cien de aprobación. Aunque tal fenómeno, como casi todas las cosas inauditas, tiene sus explicaciones: el retroceso reaccionario que ha experimentado la ya recalcitrante sociedad chilena, el que anda de la mano con la crisis económica; el deterioro progresivo del pacto que la instaló en la presidencia, la Concertación, que no cuenta hoy con otra figura destacable, y el respeto cultural que se suele guardar hacia una venerable anciana, más que por sus méritos, en atención a su edad. A esto, se pueden sumar los múltiples regalos que el gobierno ha entregado durante el 2009, que le han otorgado a nuestra mandataria un aura de madre universal.

No obstante, este asunto de la adhesión tardía a un gobernante, ya lo habíamos visto en la administración anterior, encabezada por Ricardo Lagos, quien también se despidió con cifras superlativas de apoyo, aunque ahí las causas fueron diferentes. Lo interesante es que, poco tiempo después de abandonar La Moneda, la popularidad del señor del dedo acusador, comenzó a disminuir de manera sostenida, conforme se iban descubriendo y padeciendo los errores cometidos durante su gestión, en especial lo que concernía a los dos últimos años, justamente el periodo donde vio incrementado el respaldo a su persona. Las iniciativas en materia de salud, justicia y transporte promulgadas por esos meses, inmeditamente después del cambio, empezaron a evidenciar fallas de diseño sólo atribuibles a desprolijidad y a la ligereza conque fueron construidas, y más aún, algunas, como el Transantiago, los tribunales de familia y la inversión en los ferrocarriles, en un breve lapso se derribaron como castillos de naipes, al punto de ser necesario restructurarlas, cuando no, simplemente refundarlas. A eso hay que agregar los múltiples casos de corrupción en los cuales se vieron envueltos asesores del propio Lagos, que estallaron a un año que éste entregara el poder. Un problema delicado, pues durante su legislatura, las faltas a la probidad denunciadas por la prensa lo tuvieron en su momento, en vilo tanto a él como a la Concertación. Al final, un Lagos de quien su círculo cercano presagiaba que regresaría triunfante al palacio de gobierno en 2009, terminó reducido a unas cuantas líneas en los libros de historia.

La popularidad es como inflar un globo con helio. Si a alguien se le entrega un respaldo adicional, y más encima se lo deja escapar de las manos, permitiéndole ser, se elevará a límites insospechados que por esa característica generarán asombro. Entonces, las personas, obnubiladas por aquel que sube y sube, por un buen instante se olvidarán de observar alrededor, y no se darán cuenta de lo que está pasando. Eso es lo que pasó en su momento con Lagos y está acaeciendo ahora respecto a Bachelet. Está volando, elevándose a los cielos gracias al gas que le hemos prestado. Y en una suerte de círculo vicioso, cada día nos maravillamos más de su ascenso, lo cual disminuye el espacio para posibles críticas. Sin embargo, cabe recordar que pasadas unas horas, el helio se enfría, y el globo comienza a caer. Y tal enfriamiento, o es producto de un hecho puntual -como los que sucedieron una vez culminada la legislatura de Lagos y que obligaron a modificar el análisis de su gestión- o sencillamente ocurre porque nos encontramos ante una moda pasajera, que no ha entendido que la ley de gravedad es parte de la naturaleza de las cosas. Y atención, que esto último es lo que puede pasar con Bachelet una vez que abandone el cargo. Pues, nuestra oblonga presidente es una oquedad de tomo y lomo, cuyos casi exclusivos atributos son su actitud maternalista -siempre y cuando los hijos hagan lo que ella dice- su empatía y su simpatía -también, cuando se habla de su persona de manera favorable, y no se le aborda con reclamos y demandas, por muy justas que éstas sean. No es más que una sonrisa de mujer, con todos los roles convencionales que una sociedad bienpensante espera de una mujer, aunque por marcar el hito de ser la primera fémina en mandar desde el ejecutivo, aparente todo lo contrario.

De todas formas, los pasos en falso dados este último año, que no son pocos, le van a explotar en la cara ya en las primeras semanas de retiro. La actitud despótica contra los mapuches y los colectivos juveniles, las humillaciones hacia los profesores, los excesos policiales... probablemente tengan su efecto en menos de un año más. Y todos, hechos acontecidos o agravados precisamente en el periodo de mayor popularidad. Una muestra de que éste puede ser un factor dañino para la sociedad si sus gobernantes no son los más aptos. Hitler, por ejemplo, gozaba de un amplísimo respaldo entre los alemanes incluso bien entrada la guerra, y eso le permitió llevar adelante sus políticas de limpieza racial y genocidio. Y todavía más: la caída de Bachelet puede ser especialmente violenta, si la derecha gana la segunda con Sebastián Piñera, quien, como buen opositor político (dentro del tablero, enconados enemigos; fuera de él, descarados oportunistas) de seguro le va a enrostrar todos los reveses que se susciten en la próxima legislatura. Y al respecto, en algún momento, hasta sus propios aliados le cargarán una cuota de responsabilidad a la presidente por haberle entregado los destinos del país a un sujeto de la vereda de enfrente, representante, para peor, de los herederos de la dictadura militar. Hay que recordar que, cuando las cosas no andan bien, lo mejor es echarle la culpa a quien está al lado.