viernes, 1 de enero de 2010

Bachelet Inflada con Helio

Como muchos otros, también he quedado perplejo por la alta popularidad que, al menos en las encuestas, ostenta Michelle Bachelet, más aún si tomamos en cuenta que se halla en las postrimerías de su mandato. Es inadmisible que, una persona que ha demostrado sin pudores su ineptitud en estos cuatro años -exhibiciones que, por cierto, han sido completamente involuntarias- acabe una poco lúcida legislatura con más del ochenta por cien de aprobación. Aunque tal fenómeno, como casi todas las cosas inauditas, tiene sus explicaciones: el retroceso reaccionario que ha experimentado la ya recalcitrante sociedad chilena, el que anda de la mano con la crisis económica; el deterioro progresivo del pacto que la instaló en la presidencia, la Concertación, que no cuenta hoy con otra figura destacable, y el respeto cultural que se suele guardar hacia una venerable anciana, más que por sus méritos, en atención a su edad. A esto, se pueden sumar los múltiples regalos que el gobierno ha entregado durante el 2009, que le han otorgado a nuestra mandataria un aura de madre universal.

No obstante, este asunto de la adhesión tardía a un gobernante, ya lo habíamos visto en la administración anterior, encabezada por Ricardo Lagos, quien también se despidió con cifras superlativas de apoyo, aunque ahí las causas fueron diferentes. Lo interesante es que, poco tiempo después de abandonar La Moneda, la popularidad del señor del dedo acusador, comenzó a disminuir de manera sostenida, conforme se iban descubriendo y padeciendo los errores cometidos durante su gestión, en especial lo que concernía a los dos últimos años, justamente el periodo donde vio incrementado el respaldo a su persona. Las iniciativas en materia de salud, justicia y transporte promulgadas por esos meses, inmeditamente después del cambio, empezaron a evidenciar fallas de diseño sólo atribuibles a desprolijidad y a la ligereza conque fueron construidas, y más aún, algunas, como el Transantiago, los tribunales de familia y la inversión en los ferrocarriles, en un breve lapso se derribaron como castillos de naipes, al punto de ser necesario restructurarlas, cuando no, simplemente refundarlas. A eso hay que agregar los múltiples casos de corrupción en los cuales se vieron envueltos asesores del propio Lagos, que estallaron a un año que éste entregara el poder. Un problema delicado, pues durante su legislatura, las faltas a la probidad denunciadas por la prensa lo tuvieron en su momento, en vilo tanto a él como a la Concertación. Al final, un Lagos de quien su círculo cercano presagiaba que regresaría triunfante al palacio de gobierno en 2009, terminó reducido a unas cuantas líneas en los libros de historia.

La popularidad es como inflar un globo con helio. Si a alguien se le entrega un respaldo adicional, y más encima se lo deja escapar de las manos, permitiéndole ser, se elevará a límites insospechados que por esa característica generarán asombro. Entonces, las personas, obnubiladas por aquel que sube y sube, por un buen instante se olvidarán de observar alrededor, y no se darán cuenta de lo que está pasando. Eso es lo que pasó en su momento con Lagos y está acaeciendo ahora respecto a Bachelet. Está volando, elevándose a los cielos gracias al gas que le hemos prestado. Y en una suerte de círculo vicioso, cada día nos maravillamos más de su ascenso, lo cual disminuye el espacio para posibles críticas. Sin embargo, cabe recordar que pasadas unas horas, el helio se enfría, y el globo comienza a caer. Y tal enfriamiento, o es producto de un hecho puntual -como los que sucedieron una vez culminada la legislatura de Lagos y que obligaron a modificar el análisis de su gestión- o sencillamente ocurre porque nos encontramos ante una moda pasajera, que no ha entendido que la ley de gravedad es parte de la naturaleza de las cosas. Y atención, que esto último es lo que puede pasar con Bachelet una vez que abandone el cargo. Pues, nuestra oblonga presidente es una oquedad de tomo y lomo, cuyos casi exclusivos atributos son su actitud maternalista -siempre y cuando los hijos hagan lo que ella dice- su empatía y su simpatía -también, cuando se habla de su persona de manera favorable, y no se le aborda con reclamos y demandas, por muy justas que éstas sean. No es más que una sonrisa de mujer, con todos los roles convencionales que una sociedad bienpensante espera de una mujer, aunque por marcar el hito de ser la primera fémina en mandar desde el ejecutivo, aparente todo lo contrario.

De todas formas, los pasos en falso dados este último año, que no son pocos, le van a explotar en la cara ya en las primeras semanas de retiro. La actitud despótica contra los mapuches y los colectivos juveniles, las humillaciones hacia los profesores, los excesos policiales... probablemente tengan su efecto en menos de un año más. Y todos, hechos acontecidos o agravados precisamente en el periodo de mayor popularidad. Una muestra de que éste puede ser un factor dañino para la sociedad si sus gobernantes no son los más aptos. Hitler, por ejemplo, gozaba de un amplísimo respaldo entre los alemanes incluso bien entrada la guerra, y eso le permitió llevar adelante sus políticas de limpieza racial y genocidio. Y todavía más: la caída de Bachelet puede ser especialmente violenta, si la derecha gana la segunda con Sebastián Piñera, quien, como buen opositor político (dentro del tablero, enconados enemigos; fuera de él, descarados oportunistas) de seguro le va a enrostrar todos los reveses que se susciten en la próxima legislatura. Y al respecto, en algún momento, hasta sus propios aliados le cargarán una cuota de responsabilidad a la presidente por haberle entregado los destinos del país a un sujeto de la vereda de enfrente, representante, para peor, de los herederos de la dictadura militar. Hay que recordar que, cuando las cosas no andan bien, lo mejor es echarle la culpa a quien está al lado.

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