jueves, 19 de marzo de 2015

Utilidad y Utilidades en Penta

Una de los argumentos que se ha esgrimido de parte de los defensores de Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, los dos propietarios del grupo empresarial Penta que hoy se encuentran encarcelados por fraude al fisco, es aquella manida sentencia de que se trata de personas abnegadas que han generado muchísimos empleos y han contribuido al funcionamiento del motor económico del país. Un par de subterfugios que siempre salen a colación en situaciones como éstas, aunque dichos trabajos no sean remunerados de la manera justa e impliquen enormes esfuerzos de carácter emocional por el lado de los contratados.

No obstante, y a despecho de los pretextos recién mencionados, sería interesante preguntarse qué tipo de contribución han efectuado estos empresarios al desarrollo nacional. E incluso, si vale la pena llamarla así. Pues estamos hablando de negocios de seguros o bancarios dedicados mayormente a la dispensa de créditos. Áreas destinadas exclusivamente al consumo y que por ende no son productivas. Y no es por denostar a los servicios, pues la economía depende tanto del sector terciario como de los otros dos y si no existieran cosas como el comercio o el transporte jamás se podrían distribuir los bienes agrícolas o industriales. Sino porque los rubros en los cuales se ha especializado el grupo Penta se encuentran alejados de los flujos económicos más indispensables, y abarcan más bien necesidades originadas por el funcionamiento del sistema, en sus virtudes pero sobre todo en sus defectos. Así, de un lado tenemos el endeudamiento, ofrecido a personas que a causa de su situación dentro del engranaje son incapaces de satisfacer sus inquietudes más básicas, no sólo en el ámbito físico sino igualmente en el espiritual y emotivo, esto último originado desde el bombardeo publicitario. Y de otro, se halla el aseguramiento, que aunque sea justificado con argumentos en apariencia racionales finalmente constituye un artículo de lujo, que los más acaudalados utilizan para protegerse de los demás.

Se trata de dos movimientos económicos que de partida son superfluos al momento de considerar la preservación de la vida, y además, innecesarios, al menos teóricamente, para que esa existencia sea llevada de buena manera. Ambos son calificados, por los mismos que los promueven, como intangibles, esto es, que en las primeras instancias no se pueden ver o tocar, ni siquiera percibir, por lo que están descartados al instante de cubrir los elementos más esenciales (salud, educación, vivienda, alimentación, vestuario). Y si se llega a recurrir a ellos es tras un proceso de raciocinio (por ejemplo la persona que decide pedir un préstamo, y la institución que lo otorga), a veces muy poco reflexivo, pero raciocinio al fin. Pero fuera de ello, no estamos en presencia de actividades productivas, sino más bien, en el sentido evaluador, neutrales, y en algunos casos perjudiciales. El crédito le genera a quien lo contrae un pasivo que puede llegar a superar varias veces sus ingresos, y aún cuando ciertos endeudamientos se pueden tildar de positivos (ampliación de una casa, empuje para una empresa) a la larga casi siempre terminan reduciendo la capacidad y el capital individuales. El contrato de seguros, por su parte, surge de coyunturas creadas por la propia acumulación pecuniaria, como el temor a perder lo ganado -o que a uno se lo roben-, lo que después deviene en aislamiento y desconfianza.

En conclusión, dos soluciones a necesidades -o fallas- originadas en el propio sistema económico, y que son una muestra de sus características anómalas. De una parte, el crédito, solicitado por quienes no pueden cubrir sus necesidades mediante sus propios recursos -y que en un engranaje que funcionara correctamente, deberían hacerlo-, y del otro, los seguros, tomados por quienes cuentan con medios pero que todavía no han desarrollado la capacidad de disfrutarlos -y que por lo tanto tienen carencias igual que los otros-. Una curiosa reproducción a escala de la desigualdad habida en Chile, a cargo de un par de magnates acusados por evadir impuestos y defraudar al Estado, y desde ahí al resto de los contribuyentes y a los beneficiarios de los programas sociales. Ahí radica la utilidad de Penta: en generar utilidades monetarias a partir del intento por resolver asuntos que en situaciones normales estarían más que superados. Algo que por la propia dinámica imperante no logran conseguir, obligando a los ciudadanos a continuar consumiendo sus ofrecimientos, entregándoles cada vez más dinero. Negocio redondo.

domingo, 1 de marzo de 2015

Y Si Se Van Todos Qué

Frente a la serie de casos de corrupción, ya sea de connotación legal o simplemente ética, en los cuales han aparecido involucrados políticos de todos los sectores, algunos ciudadanos han comenzado a replicar, a través de conversaciones privadas o las redes sociales, el eslogan "que se vayan todos", popularizado en Argentina a fines del 2001, cuando ese país se hallaba en el punto más bajo de una crisis económica sin precedentes. Por su parte, quienes representan a las clases dirigentes, así como una serie de analistas que viven de comentar la actividad pública, se están colocando el parche antes de la herida y expresando su temor porque tal reclamo empiece a subir de tono, y se convierta en una exigencia generalizada que se acabe concretando y al mismo tiempo dejando un vacío de poder, el cual finalmente acabe llenado por un caudillo demagogo quien termine arrastrando a la nación a una situación todavía peor. Muchos de estos opinantes se apresuran justamente en citar por segunda ocasión el ejemplo trasandino, donde el marasmo sufrido hace una década atrás, remató en el ascenso del matrimonio Kirchner Fernández, que según sus observaciones está conduciendo a ese territorio a un despeñadero tan profundo como aquel del que tuvieron que salir.

En primer lugar, cabe señalar que dichos sujetos, más que analistas, son alarmistas. Es difícil que en Chile la actividad política llegue a esa situación de aniquilación total. Primero, porque sus practicantes, a pesar del sinnúmero de defectos que exhiben, cuentan con la capacidad de sostenerse tanto a sí mismos como al sistema, obviamente por esos mismos vínculos mantenidos con los empresarios que han sido tan criticados en la actualidad, y además, y aunque no lo parezca, debido a que aquí todavía existen robustos cimientos de ética, honestidad ideológica y vocación de servicio. Segundo, porque tampoco el ciudadano común chileno es dado a organizar protestas que lleven a un nivel tan extremo de demolición, quizá en parte a causa de los acaecimientos de los años 1970, pero igualmente, porque sabe, o al menos intuye, que el grueso de sus dirigentes no son unos corruptos convulsivos (en realidad, los pocos desfalcadores que hay sólo son corruptos a secas) y que en el peor de los casos se puede confiar en ellos en términos generales. La conclusión a extraer de estos artículos que invocan la preocupación, es que se trata del miedo de ciertas personas que vislumbran la posibilidad de perder los privilegios que han alcanzados merced precisamente al andar de los actuales políticos. Es decir, el siempre presente temor a un monstruo quimérico, en este caso alimentado por voces cada día más altisonantes -aunque poco efectivas- que reclaman asamblea constituyente o la desaparición de los más acaudalados de la actividad pública.

No obstante, coloquémonos en el lugar de las especulaciones y supongamos que la masa política llega a caer en un desprestigio catastrófico o al menos ve significativamente disminuido su grado de influencia (lo último, en todo caso, es plausible que pueda ocurrir en Chile). Lo más probable es que la consecuencia más inmediata no sea la aparición de ese caudillo equivalente a Hitler, Marcos o Duvalier, ya que esta sociedad no está en condiciones de aceptar eso, ni mucho menos tiene el atrevimiento suficiente para allanar el camino. Sin embargo, lo que sí podría darse es que instituciones que no debieran ocupar el espacio de la actividad pública partidista empiecen a crecer y a afianzarse, como los representantes de alguna religión o los mismos gremios empresariales, que por cierto están saliendo casi indemnes, en una trifulca que se originó por los vínculos a veces demasiado estrechos que tenían con determinados políticos. Ya hemos sidos testigos de cómo, ante la debacle que la derecha reaccionaria experimentó en las recientes elecciones, la iglesia católica ha tomado el relevo y se ha transformado en el portavoz de las ideas que ellos defendían, referidas al freno de la reforma educacional o la oposición a legalizar el llamado aborto terapéutico. Cabe recordar a propósito, lo que acaeció en Rusia u otros países comunistas tras la caída de los socialismos reales, donde círculos eclesiásticos católicos u ortodoxos pasaron a ocupar el espacio que quedó vacante, lo cual les ha permitido imponer restricciones que hacen dudar de que esos sean sistemas democráticos. O lo acontecido en Egipto con los musulmanes observantes y después con los militares, que por cierto en América Latina no han dejado de intentar resolver las cosas. O la coyuntura en Ucrania, donde un movimiento civil sin rumbo fijo se decantó en la erección de un acaudalado chocolatero, que en los meses que lleva de gobierno sólo ha contribuido a empeorar la de por sí precaria situación.

Ahí sí que me sumo al temor. ¿Qué pasaría si el río revuelto deviene en ganancia, por ejemplo, para la iglesia católica, institución muy poderosa y la que por cierto tiene más lazos con los círculos empresariales que los propios políticos? Nos ha costado mucho sacar a los obispos del primer plano, algo que sólo se produjo tras los diversos casos de pedofilia en los cuales estuvieron envueltos sacerdotes, algunos de alto rango, y que tampoco fueron fáciles de desenmascarar. Creemos que no contamos con un conjunto de pirañas al acecho, dispuestas a dar el asalto final al menor descuido, cuando la realidad es diametralmente distinta. Y de hecho se trata del colectivo más peligroso, porque es el del cual menos se sospecha, dado que trabaja con la espiritualidad y por extensión con la sensibilidad. No sea que en un futuro cercano debamos aguantar de nuevo a esos sujetos, ahora con el dedo apuntándonos en base a que actuamos mal porque no quisimos gobernar sin sus órdenes ni consejos. Obligándonos a cargar con una culpa más, y resignados a golpearnos el pecho con una pistola cargada y con su bala pasada.