domingo, 19 de junio de 2016

La Excusa del Islam

¿Por qué se insiste entre diversas personas y medios de comunicación, sobre todo de raigambre cristiana, en la supuesta fe islámica de Omar Mateen, el autor de la masacre de la disco gay Pulse, en Orlando? Bueno: algunos antecedentes del susodicho dan motivos para inclinarse por dicha tesis. Este tipo era hijo de afganos inmigrados a Estados Unidos, quienes profesaban el credo fundado por Mahoma, aunque la adhesión tanto de ellos como de su vástago era de índole cultural más que de un compromiso religioso a considerar. De hecho, el muchacho estaba plenamente integrado a la sociedad norteamericana, al punto que llevaba años especializado en un oficio como guardia de seguridad, de cuyos practicantes se pueden conjeturar muchas cosas, pero no que se trate de críticos radicales al sistema tradicional de una comunidad en el sentido político y filosófico en que suele emplear ese término.

Para algunos creyentes no ha sido fácil entregar una respuesta a lo acontecido en Orlando ni a sus consecuencias posteriores. Las víctimas de Pulse eran pecadores, y de una de las conductas que se considera entre las más abyectas, como es la homosexualidad, cuyos representantes además han venido adquiriendo una notoriedad y unos derechos impensados -e impensables- hace sólo un par de décadas atrás, circunstancias acerca de las cuales los cristianos no han dejado de llamar la atención, recurriendo al lenguaje típico que suele usar un grupo que ha mantenido la supremacía por bastante tiempo, cuando aquello que señalaba como el mayor enemigo y por ende el peor peligro para la sociedad, empieza a ganar terreno y a tener una visión más positiva entre quienes se pretende proteger. En tal contexto, ministros, pastores y simples hermanos han acudido a palabras y frases que rayan en el insulto y la provocación, por ejemplo citar esos versículos del Antiguo Testamento que califican a los gay como una abominación, y señalarlos como la causa de todas las aberraciones sexuales imaginables, incluyendo la pedofilia y el abuso. Frente a esto, los afectados replican que el discurso hostil en contra de ellos termina alentando a ciertos individuos para que cometan actos como el que acaeció hace una semana en Florida (de hecho, algunas agrupaciones de homosexuales han acusado a la intolerancia de los cristianos de haber sido una de las principales motivaciones de esta masacre), teoría que por desgracia no se haya lejos de la realidad, al constatar la gran cantidad de atentados homofóbios que a diario se suscitan en Estados Unidos, varios de los cuales quedan sin sanción, y de inefables instancias legales como la que hizo imposible que estas personas donaran sangre para sus correligionarios heridos, ya que un norma se los impedía, a modo de prevención del sida.

Ante tales respuestas de los gay, los cristianos sacan a relucir la supuesta creencia mahometana de Mateen, como un mago que extrae conejos del sombrero. Obteniendo un conjunto de soluciones inmediatas. Pueden aseverar -y ciertos pastores lo han hecho sin tapujos- que se trató de un crimen entre pecadores, los que reunían un volumen tan alto de maldad (estamos hablando de dos grupos, los gay y los musulmanes, considerados unas de las muestras más extremas de negación del plan divino) que finalmente ocasionaron una suerte de tormenta perfecta. Con ello esquivan la acusación que asocia esta masacre con los supuestos reflejos negativos de los valores tradicionales cristianos que cimentaron la sociedad norteamericana. Sin embargo, y admitiendo la liviandad, parcialidad partidista y falta de reflexión crítica de esas opiniones, el contraataque de los creyentes tampoco es capaz de ocultar sus pretensiones de declaración de trinchera, igualmente pensada con la cabeza caliente y acudiendo a lo primero que se tiene a la mano o se viene a la mente (una amalgama de versículos bíblicos sueltos, memorizados debido a que eran usados con frecuencia por algún hermano con ascendencia espiritual sobre el emisor). Más aún, se enmarca en el contexto de otros enemigos amorfos citados o inventados producto de anteriores matanzas ocurridas en suelo estadounidense. Por ejemplo, la música rock en el tiroteo de Columbine o el cine de género en el de Aurora. Ambos ideados -y prácticamente no explicados- para escapar de discusiones y objeciones a las que seres acostumbrados a convivir con lo que ellos están seguros es la verdad absoluta (y vaya que es importante contar con esa clase de certezas después de incidentes como el analizado aquí) no se hallan habituados.

No es nada en contra de los valores tradicionales que han forjado a Estados Unidos. Por algo ese país es una potencia a nivel mundial en varios aspectos. Sin embargo (y por eso omití el adjetivo de "cristianos") en esa amalgama no sólo se encuentran las iglesias, sino que una serie de circunstancias que, por tratarse de haber llegado al mismo resultado -la nación norteamericana- en este contexto se presentan como unidas de manera indisoluble a ellas. Una de las cuales, por supuesto, es la libertad con la cual en el territorio del norte se puede acceder a las armas de fuego. Y lo saco a colación porque quienes han insistido con lo del islam son en su mayoría creyentes que, aparte de incurrir, de manera consciente o inconsciente, en los puntos señalados en el párrafo anterior, han contribuido a que siquiera un poco se desvíe el debate acerca de la tenencia de pistolas y revólveres, cuestión que ellos no objetan con la misma pasión que lo hacen con la homosexualidad u otra clase de conductas libertinas o permisivas, pese a encontrarse en un abierto choque con bastantes declaraciones tanto de Cristo como de los autores del Nuevo Testamento. Sí, es posible que haya relajo en la admisión de los gay y de los inmigrantes musulmanes, pero también la hay en la libre circulación de los rifles, los que (no logro encontrar una palabra más precisa) gatillaron la tormenta perfecta ocurrida en Orlando, y de la cual obviamente formaron parte.

domingo, 5 de junio de 2016

La Revolución De Los Golpes

Resulta imposible separar a Muhammad Ali de todos los cambios culturales que se suscitaron en la década de 1960, época de su mayor esplendor, tanto en lo meramente deportivo como en sus actuaciones y controversias fuera del cuadrilátero de boxeo. No sólo por haber conseguido ser el centro de atención tras haber rechazado el reclutamiento militar -obligatorio por entonces en Estados Unidos, y que le significaba a él y a sus eventuales compañeros de regimiento tener que asistir a Vietnam-, sino porque durante ese decenio los aires de renovación no sólo afectaron a los campos intelectuales o artísticos, sino que se trató de un movimiento de alcances universales que tuvo exponentes destacados en distintos quehaceres, incluyendo los atléticos, donde aparecieron prominentes personajes quienes, como el que ahora nos ocupa, dividieron sus disciplinas en un antes y un después de su irrupción.

Ali se ganó su espacio desde un deporte considerado de brutos, cuya organización profesional siempre ha estado ligada a la peor sordidez. Dentro de ella, el púgil, la estrella visible de este deporte, a su vez siempre ha estado en los últimos escalafones, a merced de los representantes, sujetos por lo general oscuros que siempre se acaban aprovechando de la ignorancia y la escasa educación de sus pupilos, quienes, como buenos sicarios de barrio bajo, deben mostrarse implacables con un semejante que le ponen al frente pero agachar la cabeza frente a quienes les dan las órdenes y la comida (esta última, casi siempre insuficiente e injusta). Bien es cierto que la abstención de opiniones es una regla de oro no escrita a la cual deben estar sujetos todos los atletas. Considerados de una manera muy semejante a la de los héroes griegos -inventores de las competiciones olímpicas-, lo ideal es que sus triunfos sean aclamados por el conjunto del pueblo, para lo cual es imprescindible emitir declaraciones que no provoquen divergencias en un sector de éste. Sin embargo, en el boxeo se agrega a esta exigencia un factor mucho más determinante, tanto que aquélla ni siquiera necesita ser citada: la nula instrucción de sus practicantes, unido al hecho de que forman parte de un espectáculo que recrea las riñas callejeras, por lo cual no se esperaría que hablasen algo más allá de lo básico y repetitivo relacionado con su disciplina, pues serían incapaces de articular por sí solos siquiera frases elementales y coherentes.

Y Muhammad consiguió enviar un mensaje sin abandonar su condición de boxeador, de origen no muy distinto a sus semejantes, y con todos los prejuicios que eso, hasta el día de hoy, conlleva. Primero, fue una fuente de renovación -y revolución- definitiva dentro de su propio deporte, al patentar su famoso baile, que a muchos les convenció de que el pugilismo podía transformarse en arte si estaba en las manos -mejor dicho, puños y pies- adecuados. Después, su actitud permitió que más gente viera al boxeo como un espectáculo, incluso masivo y familiar, alejado de una pelea irracional de cualquier callejón. Y luego, aprovechando esos cambios que le dio a su disciplina, se dio el tiempo para elaborar un discurso abarcador muy típico de la década de 1960, que se expresó en situaciones concretas como su negativa a efectuar el servicio militar y por ende partir a Vietnam, con una argumentación que iba más allá de la simple objeción de conciencia o el puro miedo a participar en una guerra para la cual uno no se siente preparado, al defenderse con la situación de su etnia y una muy original visión del pacifismo. Todo ello, empleando y revirtiendo los prejuicios creados en torno a su disciplina, de los que era un ejemplo, ya que provenía de la clase baja y era de raza negra, y ya de profesional, se tornó un bocazas fanfarrón, muy al estilo del bravucón de barrio, aunque sin llegar a caer en eso, que no sólo se valía de ese rasgo para provocar a sus adversarios de cuadrilátero, sino también para exponer sus ideas, ello mediatizado por una calculada inteligencia que le permitió logar todo lo descrito en este párrafo.

Tal vez esa consecuencia, y la actitud de ir desde lo particular del individuo hasta lo general de lo social, muy propia de la década de 1960, y que en Ali se manifestó en crear un discurso sin abandonar su condición de púgil, sea una de las causas de que al final de su vida lo viésemos temblando producto de la enfermedad de párkinson. Un boxeador que no paró de dar ni de recibir golpes, fuera del cuadrilátero como dentro de él (de hecho se retiró recién en 1981, cuando empezó a evidenciar los primeros síntomas de ese mal degenerativo), al final se vio envuelto en una especie de destino inevitable equivalente al que padecieron sus contemporáneos que fueron estrellas de rock, muertos a temprana edad debido a sus excesos, o a los caudillos políticos de entonces que perecieron asesinados, ya sea enfrentando a un ejército regular al mando de una guerrilla, o víctimas de ejecuciones o desapariciones forzadas, Con Muhammad, el boxeo llegó más allá del mero combate en un recinto especializado: fue escenario de peleas simbólicas, incluso comparables a debates, y hasta de metáforas poéticas, como el inolvidable "volar como mariposa y picar como abeja" muy bien acuñado en plena "revolución de las flores".