domingo, 5 de junio de 2016

La Revolución De Los Golpes

Resulta imposible separar a Muhammad Ali de todos los cambios culturales que se suscitaron en la década de 1960, época de su mayor esplendor, tanto en lo meramente deportivo como en sus actuaciones y controversias fuera del cuadrilátero de boxeo. No sólo por haber conseguido ser el centro de atención tras haber rechazado el reclutamiento militar -obligatorio por entonces en Estados Unidos, y que le significaba a él y a sus eventuales compañeros de regimiento tener que asistir a Vietnam-, sino porque durante ese decenio los aires de renovación no sólo afectaron a los campos intelectuales o artísticos, sino que se trató de un movimiento de alcances universales que tuvo exponentes destacados en distintos quehaceres, incluyendo los atléticos, donde aparecieron prominentes personajes quienes, como el que ahora nos ocupa, dividieron sus disciplinas en un antes y un después de su irrupción.

Ali se ganó su espacio desde un deporte considerado de brutos, cuya organización profesional siempre ha estado ligada a la peor sordidez. Dentro de ella, el púgil, la estrella visible de este deporte, a su vez siempre ha estado en los últimos escalafones, a merced de los representantes, sujetos por lo general oscuros que siempre se acaban aprovechando de la ignorancia y la escasa educación de sus pupilos, quienes, como buenos sicarios de barrio bajo, deben mostrarse implacables con un semejante que le ponen al frente pero agachar la cabeza frente a quienes les dan las órdenes y la comida (esta última, casi siempre insuficiente e injusta). Bien es cierto que la abstención de opiniones es una regla de oro no escrita a la cual deben estar sujetos todos los atletas. Considerados de una manera muy semejante a la de los héroes griegos -inventores de las competiciones olímpicas-, lo ideal es que sus triunfos sean aclamados por el conjunto del pueblo, para lo cual es imprescindible emitir declaraciones que no provoquen divergencias en un sector de éste. Sin embargo, en el boxeo se agrega a esta exigencia un factor mucho más determinante, tanto que aquélla ni siquiera necesita ser citada: la nula instrucción de sus practicantes, unido al hecho de que forman parte de un espectáculo que recrea las riñas callejeras, por lo cual no se esperaría que hablasen algo más allá de lo básico y repetitivo relacionado con su disciplina, pues serían incapaces de articular por sí solos siquiera frases elementales y coherentes.

Y Muhammad consiguió enviar un mensaje sin abandonar su condición de boxeador, de origen no muy distinto a sus semejantes, y con todos los prejuicios que eso, hasta el día de hoy, conlleva. Primero, fue una fuente de renovación -y revolución- definitiva dentro de su propio deporte, al patentar su famoso baile, que a muchos les convenció de que el pugilismo podía transformarse en arte si estaba en las manos -mejor dicho, puños y pies- adecuados. Después, su actitud permitió que más gente viera al boxeo como un espectáculo, incluso masivo y familiar, alejado de una pelea irracional de cualquier callejón. Y luego, aprovechando esos cambios que le dio a su disciplina, se dio el tiempo para elaborar un discurso abarcador muy típico de la década de 1960, que se expresó en situaciones concretas como su negativa a efectuar el servicio militar y por ende partir a Vietnam, con una argumentación que iba más allá de la simple objeción de conciencia o el puro miedo a participar en una guerra para la cual uno no se siente preparado, al defenderse con la situación de su etnia y una muy original visión del pacifismo. Todo ello, empleando y revirtiendo los prejuicios creados en torno a su disciplina, de los que era un ejemplo, ya que provenía de la clase baja y era de raza negra, y ya de profesional, se tornó un bocazas fanfarrón, muy al estilo del bravucón de barrio, aunque sin llegar a caer en eso, que no sólo se valía de ese rasgo para provocar a sus adversarios de cuadrilátero, sino también para exponer sus ideas, ello mediatizado por una calculada inteligencia que le permitió logar todo lo descrito en este párrafo.

Tal vez esa consecuencia, y la actitud de ir desde lo particular del individuo hasta lo general de lo social, muy propia de la década de 1960, y que en Ali se manifestó en crear un discurso sin abandonar su condición de púgil, sea una de las causas de que al final de su vida lo viésemos temblando producto de la enfermedad de párkinson. Un boxeador que no paró de dar ni de recibir golpes, fuera del cuadrilátero como dentro de él (de hecho se retiró recién en 1981, cuando empezó a evidenciar los primeros síntomas de ese mal degenerativo), al final se vio envuelto en una especie de destino inevitable equivalente al que padecieron sus contemporáneos que fueron estrellas de rock, muertos a temprana edad debido a sus excesos, o a los caudillos políticos de entonces que perecieron asesinados, ya sea enfrentando a un ejército regular al mando de una guerrilla, o víctimas de ejecuciones o desapariciones forzadas, Con Muhammad, el boxeo llegó más allá del mero combate en un recinto especializado: fue escenario de peleas simbólicas, incluso comparables a debates, y hasta de metáforas poéticas, como el inolvidable "volar como mariposa y picar como abeja" muy bien acuñado en plena "revolución de las flores".

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