domingo, 4 de junio de 2017

Los Otros Claustros

No me han sorprendido, al menos a niveles absolutos, las denuncias de acoso sexual que alumnas han efectuado en contra de académicos de las distintas "universidades" del país, casi todas integrantes del cartel conocido como Consejo de Rectores. Estas instituciones están rodeadas de un mito muy similar al que ha permitido que los sacerdotes católicas aún sigan decidiendo sobre aspectos que deberían estar alojados únicamente en la vida privada de los chilenos. Bueno: ambas instancias comparten un origen histórico tanto local como global; y en las dos es de suma importancia el claustro, entendido como un ambiente exclusivo, auto suficiente y de puertas cerradas al que por una serie de normas consuetudinarias y comportamientos sociales quienes no lo conforman no están autorizados a ingresar, o en el mejor de los casos, a hacer preguntas.

Al igual que ocurre con la iglesia católica, a las universidades se les ha atribuido una máxima e incuestionable representación de ese eufemismo denominado como "el alma de Chile", que se resume en una serie de aspectos tradicionales, folclóricos y culturales que definirían, de un modo distinto pero a la vez complementario al nacionalismo, la idiosincrasia de un país que por cierto no es muy abundante en este tipo de cuestiones. Dicha identificación se produce porque ambas clases de organizaciones representan elementos que se supone son esenciales para el espíritu humano, como son la fe y el conocimiento. Ello frente a una población que es dada a asignar un aura morbosa a aquellas cosas que le generan admiración o de las cuales siente una profunda dependencia. Como reforzamiento a tales convenciones, hay que sumar la supuesta labor que los integrantes de estas entidades habrían realizado durante la dictadura de Pinochet, de donde salieron considerados como quienes preservaron dos situaciones importantes para la supervivencia de cualquier sociedad que esa tiranía habría buscado eliminar, como son los derechos humanos y el acceso al saber. Punto que tiene muchísimo de mito y muy poco de realidad.

A raíz de ese conjunto de antecedentes, ambas instancias, tras el retorno a la democracia, se han dado a sí mismas un mandato de superioridad sobre la población, hecho además tolerado por las diversas autoridades civiles que han gobernado desde entonces. Esto permite, por ejemplo, que la iglesia católica supervise la vida privada de las personas, y que en los mítines en favor de la calidad de la educación las "universidades" siempre aparezcan del lado bueno de la lucha.
Y en ambos casos esto ha derivado en lo mismo: una impunidad infranqueable que los ha impulsado a cometer toda clase de delitos, pirámide cuya cúspide siempre está en los escándalos de índole sexual. Pues antes de que descubriéramos a los curas pedófilos, los romanistas estaban involucrados en casos de estafa, evasión de impuestos y otro tipo de abusos hacia personas. También, varios planteles de enseñanza superior, entre ellos los de donde han salido las denuncias de acoso, previamente se vieron envueltos en casos de corrupción en los que se halló involucrado el aparato público. De los cuales escasean los que han recibido una investigación decente y menos aún existen sentencias.

Nadie fiscaliza a las "universidades" las que valiéndose del principio de autonomía se las han arreglado para frenar cualquier intento de revisión de sus métodos, bajo el pretexto de que quien ose actuar así es un simio que desea intervenir los planteles con el afán de limitar la divulgación del conocimiento o de guiarlo por el flujo que él desea -casi siempre la superstición o la ideología totalitaria-. Y los que se denominan académicos se encuentran con un terreno vedado al resto donde sienten que pueden hacer de las suyas (de hecho es así). Subir una escalera donde el último peldaño son los vejámenes sexuales es un proceso lógico y prácticamente natural, siendo la ciudadanía la que debe parar esto, dejando de confiar y enviando definitivamente al tacho de la basura a unas instituciones que aparentan lo que no son y que nunca han sido.