domingo, 21 de junio de 2015

La Imprudencia Viaja en Ferrari

No joroben. Arturo Vidal cometió un delito grave al manejar ebrio y por ende debió ser sancionado. Tanto en términos judiciales como deportivos. Y no obstante su crimen quedó en la impunidad. Por las mismas causas de siempre: una persona influyente casi nunca va a la cárcel en Chile. Y en este caso específico, quedó demostrado que mientras sea palpable, no importa el origen ni las características de esa ascendencia social.

El número ocho del seleccionado chileno, de partida, conducía su vehículo a exceso de velocidad pues debía regresar a una hora determinada a la concentración y se le estaba haciendo tarde. Es decir, ya estaba faltando al horario de ingreso al trabajo, algo que en cualquier empresa implica desde una amonestación, pasando por una multa, hasta el despido. Luego, tomó el volante tras haber ingerido una considerable cantidad de alcohol, poniendo en riesgo su propia vida, la de su esposa que lo acompañaba y la de los pasajeros del carro con el cual chocó, el que por cierto se dio diez vueltas de campana producto del impacto, por lo que algunos expertos no se explican cómo sus ocupantes terminaron casi ilesos. Además, cabe considerar que un automóvil de lujo, como lo es un Ferrari, cuenta con peculiaridades que no es prudente despreciar, y que precisamente constituyen sus mayores atractivos. Por ejemplo, la velocidad que pueden alcanzar y la resistencia de su carrocería, que le brinda una seguridad adicional a sus integrantes en caso de un accidente, a costa desde luego de los otros involucrados. Un detalle que acarrea un estatus anexo y en consecuencia provoca un determinado nivel de engreimiento en los portadores de estos motorizados, al sentirse dentro de un auténtico tanque, capaz de decidir la existencia de los demás.

Lo más repugnante de todo este escándalo son los argumentos que ciertos hinchas chilenos esgrimen para defender -incluso justificar- a Vidal, los cuales a su vez son una muestra de la degradación en la que ha caído la sociedad criolla. A quienes reprueban, con absoluta razón, la conducta del futbolista, los tachan de envidiosos y se burlan de ellos diciendo que hablan así porque serían unos perdedores y unos cuasi pordioseros que aunque los deseen jamás llegarán a tener los lujos que ostenta el "rey Arturo", entre ellos el automóvil que acaba de estrellar. Un intento de menoscabo que lleva una acusación implícita, en el sentido de que quienes atacan al jugador quisieran acceder a los bienes que éste ha conseguido sin tomar en cuenta el esfuerzo personal que habría efectuado el deportista para terminar en el sitial donde hoy está, simplemente porque no querrían seguir por el mismo camino. No vamos aquí a discutir las falacias que contiene dicha aseveración, ya que pueden ser entendidas analizando la manera en que los practicantes de élite de juegos masivos que mueven importantes sumas de dinero, acaban finalmente en la cima o al menos relativamente cerca de ella. Lo interesante es constatar que el número ocho se salva -o es salvado- porque cuenta con un automóvil, símbolo del individualismo y de la supremacía sobre el resto de la comunidad que en la actualidad, son aspectos que en este país se valoran por encima de cualquier otra cosa. Si tienes carro, y más si es caro y de lujo, cuentas con el permiso para arrollar a quien se te cruce por delante, sólo porque es inferior a ti.

Quizá en ese sentido, lo más patético sea escuchar la respuesta de la presidente Michelle Bachelet (a quien, como a cualquier gobernante, un evento masivo de fútbol le viene de perillas para desviar la atención respecto de los problemas que está enfrentando tanto ella como su legislatura) acerca del incidente, donde se limitó a decir que lo único importante es que tanto Vidal como su esposa no sufrieron heridas. Habría que informarle a esta señora que hubo otro vehículo involucrado, de manera involuntaria, cuyos ocupantes sobrevivieron de milagro con lesiones leves. Pero luego reflexiono y pienso para qué hacerla enterarse de eso. Siendo que hace un año atrás, en el contexto del Mundial de Brasil, y un modo a todas luces desubicado, ironizó junto al arquero Johnny Herrera, respecto del atropello donde éste mató a una peatón que cruzaba la calle, conduciendo en estado de ebriedad. Aunque allí habría que interrogarla sobre en qué queda la condena a los actos de violencia ejercidos contra una mujer. Bueno: lo más probable es que alguno de sus asesores -o asesoras- detenga la pregunta arguyendo que se trata de un acontecimiento sacado de contexto. Pues la mandataria sólo se remitiría a decir "paso".

lunes, 8 de junio de 2015

Demasiada Perfección Es Un Error

Cada día los medios de comunicación nos avisan de una nueva innovación tecnológica en lo que se conoce como la alta definición. Que el detalle, que los pixeles, que la calidad de la imagen... Todo enfocado en mostrar las cosas con el mayor nivel de realismo posible. Incluso por encima de lo que puede captar el ojo humano, lo cual transforma dichas promociones en una irónica contradicción, pues se trata de un grado de nitidez tan superlativo que jamás lo podremos percibir, y por lo tanto tampoco estaremos en condiciones de concebir.

He observado filmes antiguos en sistemas de alta definición, y cabe reconocer, en tales casos la tecnología ha resultado ser un valioso aporte. La calidad de imagen provoca en el espectador un interés por visionar aquellas realizaciones, lo cual es muy significativo, en especial al tratar con personas jóvenes que apenas alcanzaron a conocer el celuloide, y que tienen escasa cuando no nula cultura acerca del blanco y negro. La nitidez, aparejada con la precisión del detalle, permite detenerse en aspectos puntuales que ayudan a comprender de mejor manera los propósitos originales del cineasta, no ya en la producción en conjunto, sino también en escenas particulares, lo que incluso motiva al público medio a elucubrar sus propias y peculiares conclusiones sobre lo que está observando. En resumen, ha vuelto más legendarios a los clásicos, que no pocas mentes, en particular las que asisten a una sala con el mero afán de entretenerse, consideraban anticuados y poco atractivos.

Sin embargo, el problema surge cuando se trata de trabajos más recientes, hechos con tecnologías idénticas o similares a lo que se suele conocer como alta definición. La verdad es que ahí uno tiene la idea de que está viendo películas -aunque parezca un oxímoron- imperfectas o inacabadas desde el punto de vista técnico, más cercanas a las filmaciones caseras que a una obra cinematográfica. O en el mejor de los casos, con un parecido poco agradable a las telenovelas o a las óperas de jabón anglosajonas. En ciertas ocasiones, se genera la sensación de que uno se encuentra sentado en un banco de la plaza mirando alrededor, en vez de encontrarse frente a una realización propiamente tal. Es, en cierto sentido, una situación inversa a lo que ocurre con los clásicos. En estos, la grabación antigua (y en teoría anticuada) al pasar a través de un sistema considerado superior y que busca igualar el viejo registro a su propio nivel, les termina haciendo justifica. Pero las creaciones contemporáneas, frente a sus pares que han quedado con tal nitidez -que les permite mostrar además su valor artístico en total esplendor- corren el riesgo de ser consideradas banales y meras imitaciones.

Quizá aquí esté la causa de que los filmes más recientes sean menos propensos a crear escenas memorables, de ésas que a veces basta ver una foto fija para recordar su producción de origen. Al final una cámara capta las cosas igual como lo hace el ojo humano, y eso limita la facultad de crear realidad o de re interpretar la ya existente. A eso se debe añadir el fácil acceso que las personas comunes y corrientes han adquirido en las épocas recientes respecto de diversos sistemas audiovisuales, logrando no sólo que cualquiera esté en condiciones de transformarse en cineasta -lo cual es un aspecto muy positivo de esta situación- sino ya de que cualquier óculo cuente con la posibilidad de registrar lo que observa para las futuras generaciones. Las películas están adquiriendo una claridad tan perceptible que ya parece que para ver cine lo más práctico es pasearse por la calle. En ese sentido me quedo con una sentencia del protagonista de "El Topo" (producción que casi todos hemos sido obligados a disfrutar en copias piratas de baja resolución, a causa de una controversia con los derechos): "demasiada perfección es un error".