lunes, 8 de junio de 2015

Demasiada Perfección Es Un Error

Cada día los medios de comunicación nos avisan de una nueva innovación tecnológica en lo que se conoce como la alta definición. Que el detalle, que los pixeles, que la calidad de la imagen... Todo enfocado en mostrar las cosas con el mayor nivel de realismo posible. Incluso por encima de lo que puede captar el ojo humano, lo cual transforma dichas promociones en una irónica contradicción, pues se trata de un grado de nitidez tan superlativo que jamás lo podremos percibir, y por lo tanto tampoco estaremos en condiciones de concebir.

He observado filmes antiguos en sistemas de alta definición, y cabe reconocer, en tales casos la tecnología ha resultado ser un valioso aporte. La calidad de imagen provoca en el espectador un interés por visionar aquellas realizaciones, lo cual es muy significativo, en especial al tratar con personas jóvenes que apenas alcanzaron a conocer el celuloide, y que tienen escasa cuando no nula cultura acerca del blanco y negro. La nitidez, aparejada con la precisión del detalle, permite detenerse en aspectos puntuales que ayudan a comprender de mejor manera los propósitos originales del cineasta, no ya en la producción en conjunto, sino también en escenas particulares, lo que incluso motiva al público medio a elucubrar sus propias y peculiares conclusiones sobre lo que está observando. En resumen, ha vuelto más legendarios a los clásicos, que no pocas mentes, en particular las que asisten a una sala con el mero afán de entretenerse, consideraban anticuados y poco atractivos.

Sin embargo, el problema surge cuando se trata de trabajos más recientes, hechos con tecnologías idénticas o similares a lo que se suele conocer como alta definición. La verdad es que ahí uno tiene la idea de que está viendo películas -aunque parezca un oxímoron- imperfectas o inacabadas desde el punto de vista técnico, más cercanas a las filmaciones caseras que a una obra cinematográfica. O en el mejor de los casos, con un parecido poco agradable a las telenovelas o a las óperas de jabón anglosajonas. En ciertas ocasiones, se genera la sensación de que uno se encuentra sentado en un banco de la plaza mirando alrededor, en vez de encontrarse frente a una realización propiamente tal. Es, en cierto sentido, una situación inversa a lo que ocurre con los clásicos. En estos, la grabación antigua (y en teoría anticuada) al pasar a través de un sistema considerado superior y que busca igualar el viejo registro a su propio nivel, les termina haciendo justifica. Pero las creaciones contemporáneas, frente a sus pares que han quedado con tal nitidez -que les permite mostrar además su valor artístico en total esplendor- corren el riesgo de ser consideradas banales y meras imitaciones.

Quizá aquí esté la causa de que los filmes más recientes sean menos propensos a crear escenas memorables, de ésas que a veces basta ver una foto fija para recordar su producción de origen. Al final una cámara capta las cosas igual como lo hace el ojo humano, y eso limita la facultad de crear realidad o de re interpretar la ya existente. A eso se debe añadir el fácil acceso que las personas comunes y corrientes han adquirido en las épocas recientes respecto de diversos sistemas audiovisuales, logrando no sólo que cualquiera esté en condiciones de transformarse en cineasta -lo cual es un aspecto muy positivo de esta situación- sino ya de que cualquier óculo cuente con la posibilidad de registrar lo que observa para las futuras generaciones. Las películas están adquiriendo una claridad tan perceptible que ya parece que para ver cine lo más práctico es pasearse por la calle. En ese sentido me quedo con una sentencia del protagonista de "El Topo" (producción que casi todos hemos sido obligados a disfrutar en copias piratas de baja resolución, a causa de una controversia con los derechos): "demasiada perfección es un error".


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