miércoles, 29 de agosto de 2012

Incendios y Pedofilia en el Valle del Sol

Bastante revuelo ha causado la actitud de un apoderado del Sun Valley College, un establecimiento particular pagado de Los Andes, quien tras enterarse de que un profesor del plantel habría cometido abusos sexuales contra su hija, no sólo se contentó con ir a golpear al docente a la misma escuela sino que luego le prendió fuego a su automóvil que estaba aparcado en la entrada. El incendiario padre fue encarcelado durante una noche pero finalmente el fiscal a cargo decidió no solicitar la prisión preventiva, con lo cual a la mañana siguiente quedó en libertad con medidas cautelares. Suerte diametralmente opuesta a la experimentada por el cuestionado educador, quien de haber sido en un momento dejado en la calle por un juez que consideró que no existían pruebas suficientes, ahora era obligado a ingresar a la cárcel durante el plazo fijado para desarrollar la investigación, que en primera instancia se extenderá por cinco meses.

Antes que nada, cabe señalar mi mayor solidaridad con las personas que han sido víctimas de ataques sexuales, y mi fuerte convicción de que estos indeseables, independiente de que agredan a niños o adultos, no deben ser considerados dentro de los planes de rehabilitación social a los que sí merecen acceso quienes hayan cometido cualquier otra clase de delito. Es más: si se comprobara que el profesor -quien al parecer, sólo contaba con un título técnico en computación- efectivamente abusó de algunos de sus alumnos, mi única recriminación hacia el apoderado que le incendió el auto sería porque no lo hizo con el tipo estando adentro. No obstante, lo que es interesante señalar es la impresentable actitud de doble rasero que manifestaron tanto los medios masivos de comunicación como ciertas autoridades judiciales, quienes coincidieron en que se debía tratar al pirómano padre con la mayor comprensión y suavidad posibles, en base a las circunstancias y al estado emocional que lo impulsó a quemar un vehículo que se ubicaba a centímetros de una puerta de salida por la que salían e ingresaban otros infantes. Conducta que fue secundada por la opinión pública, lo que queda demostrado al revisar la red, donde algunos exaltados hasta llegaron a pedir que los magistrados también fuesen inmolados. En especial porque se trata de un delito que en Chile acarrea penas muy altas a quienes lo cometen, producto de sus potenciales agravantes, ya que los incendios pueden volverse muy difíciles de controlar y por ende son capaces de dañar a inocentes que sólo se encontraban en el sitio equivocado. Eso lo señalan tanto los querellantes de estos casos como los propios reporteros que presentan estas noticias, siempre con un tono reprobatorio y aleccionador. En la situación que ahora nos atañe también lo indicaron, pero de tapadillo y haciendo la oportuna excepción, de tal forma el acto sea considerado por los oyentes como un mal menor.

He aquí que salta la comparación con acaecimientos similares y la consiguiente comprobación de que la ley no se aplica de manera pareja. Pensemos en los mapuches que han quemado potreros deshabitados como medida de presión para que les restituyan sus tierras ancestrales -entre las cuales se encuentran esas mismas hectáreas, en manos de terratenientes inescrupulosos que las mantienen baldías y desaprovechadas, con la única finalidad de sacarles provecho pecuniario vía especulación financiera- y que han sido enjuiciados en calidad de terroristas por ello, recibiendo condenas de hasta quince años de prisión. Acá también se podría argüir que se trata de una decisión desesperada, tendiente a llamar la atención respecto de adquisiciones irregulares que en determinadas ocasiones no provienen de acontecimientos sucedidos hace más de cien años, sino de fraudes elaborados en décadas recientes. O, ya que hemos hablado de automóviles, los incidentes en donde pobladores cansados de vecinos que conducen con imprudencia o incluso borrachos en lugares donde juegan niños optan por acabar con el problema, y de paso buscan impartir un castigo ejemplar, incendiando el vehículo de aquel ciudadano hostil. Por supuesto que no son conductas aceptables. Pero en ambas y en varias otras más a los victimarios se les aplica todo el rigor posible -e incluso el que está al filo de la legalidad- quizá porque se trata de personas de bajo estrato social o que pertenecen a colectivos despreciados desde tiempos ignotos como los indígenas. No son apoderados que han formado una familia modelo, que se han esmerado en colocar a sus hijos en el colegio más caro de la ciudad o que tienen la valentía de no aguantar que un profesor que gana menos que ellos o un simple técnico en computación les intente poner una mano encima a los suyos, y lo demuestran prendiendo una hoguera sin considerar que lo están haciendo en una zona donde transitan otros niños.

Más encima, en una situación donde los delitos aún no han podido ser completamente comprobados, quizá por falta de pericias o la misma desidia de aquellos magistrados que hasta llamaron a ponerse en el pellejo de un padre que descubre que su hija ha sido abusada. Lo peor de todo esto no es que quede la sospecha de que la justicia es inoperante o de que este bochorno les provea de un subterfugio más a quienes defienden la tesis de la "puerta giratoria". Ni siquiera es el temor a una sensación de desamparo judicial que termine justificando el uso de la denominada ley del talión -mejor dicho la ley del oeste-. El real problema es que finalmente tales actitudes de represalia se terminen transformando en atribuciones exclusivas de un cierto sector social, ya sea que cuente con un mayor flujo de dinero, responda a cánones morales específicos o mantenga contactos con fiscales o abogados. En lo cual lo ocurrido en Los Andes puede sentar un peligroso precedente, más si se llega a establecer que el acusado es inocente, pues entonces quedará estipulado que cualquiera con un mínimo de ascendencia social podría maltratar a otros sólo basado en sospechas, lo que a la larga se traduce únicamente en acoso contra quienes se visten o piensan de modo diferente, que es la tónica del grueso de los errores judiciales que se han detectado en el primer mundo.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Secundarios en la Vanguardia

Una de las características que han marcado a las protestas estudiantiles que se han suscitado por estos días, es que ahora pareciera que existe una profunda diferencia de criterios entre los alumnos secundarios y universitarios al momento de reaccionar frente a la ausencia de reformas legales que aseguren una mejora en la calidad de la enseñanza. Mientras los primeros han decidido regresar a las acciones de choque, como las huelgas, las ocupaciones de establecimientos y las marchas callejeras, los segundos pretenden disuadir a los parlamentarios y a los candidatos a alcalde, a fin de comprometer su palabra en un periodo de elecciones donde además aumentará de forma significativa el caudal de votantes por aquello de la inscripción automática. Con dicho proceder los educandos superiores se han ganado el favor de los medios masivos de comunicación y las autoridades ejecutivas, ya que han proyectado una imagen de moderados dispuestos al diálogo, en contraste con sus pares de los liceos, quienes estarían exhibiendo toda la inmadurez y la candidez que se le atribuye a la adolescencia.

En Chile se han suscitado diversos alzamientos estudiantiles al menos desde el primer cuarto del siglo veinte. Han tenido múltiples motivaciones, y de hecho pocos se han centrado en el destino de la educación criolla. Pero si los miramos con detención, notaremos que casi todos ellos lograron llegar a buen puerto gracias a la decisiva insistencia de los estudiantes secundarios. Que además no fue una intromisión ni un simple plegamiento solidario. Muy por el contrario, en muchos casos fueron los iniciadores o los líderes de las protestas. Las manifestaciones en contra del régimen parlamentario en 1925, contra la dictadura de Ibáñez en 1931, contra el alza del boleto de tranvía en la década de 1950 nuevamente bajo una legislatura de Ibáñez, a favor y en contra de la ENU en 1972, contra el traspaso de las escuelas a las municipalidades en 1983 y que fueron el punto de partida de la resistencia hacia Pinochet... Ninguno de esos hitos habría sido digno de recordar de no ser por el denuedo de los alumnos de los liceos. Ni hablar de la llamada Revolución Pingüina de 2006, la cual instaló en el debate justamente el problema de la calidad de la enseñanza. El que ha continuado en la plana pública gracias a las prolongadas ocupaciones de establecimientos medios que se organizaron a lo largo y ancho del país en 2011.

No se puede decir lo mismo de las manifestaciones encabezadas por los universitarios. Las dos mayores jornadas de protesta que han organizado, en 1967 y 1997, que no contaron con el apoyo de otros estamentos educacionales, no significaron aportes más allá de los círculos de la educación superior, toda vez de que no se planteaban ir más allá. La primera desembocó en la denominada Reforma Universitaria, que en síntesis consistió en la exigencia de campus más amplios y con áreas verdes donde los mozalbetes pudieran efectuar sus encuentros amorosos. La segunda planteaba una corrección en los aranceles de las carreras y la falta de acceso a las prestaciones estatales al respecto. En cambio, cuando son los muchachos de los liceos quienes se paralizan, despiertan una adhesión espontánea de los diversos componentes sociales, lo cual se traduce en que sus demandas trascienden la temática puramente educacional. Y que los resultados sean más palpables, en términos revolucionarios pero también reaccionarios cuando los alegatos presentan tales características, como la mencionada resistencia a la ENU, un proyecto de la Unidad Popular que finalmente no llegó a concretarse. Incluso, y con la sapiencia de dirigentes como Camila Vallejo, la actual coyuntura habría devenido en un fracaso si los alumnos de los liceos no hubiesen tomado partido en ella, aunque en esta ocasión no fueran quienes al principio levantaran la voz.

La explicación para esto es muy simple. Mientras los universitarios han sido parte de una élite más oligárquica que cultural que se ha desarrollado siempre de espaldas al país, los liceos en cambio alguna vez fueron una instancia de encuentro y surgimiento para los jóvenes de sectores medios y bajos, algo de lo cual queda en la actualidad. No olvidemos el aporte, todavía importante, de los profesionales egresados de las escuelas técnicas y profesionales, además de los profesores recibidos en los desaparecidos normalistas. Se trata de un asunto que no guarda relación con la universalidad de la instrucción secundaria, sino de que las universidades siempre han estado cerradas en sí mismas y transformadas en escondites de sujetos siúticos y pretenciosos que pretenden pasar por inteligentes. Es otro de los sitios donde las clases acomodadas envían a sus hijos que no sirven para el trabajo empresarial a fin de que no se transformen en eternos holgazanes. De hecho, si nos retrotraemos al Chile anterior al golpe militar, notaremos que muchos intelectuales jamás pasaron por un plantel superior. De cualquier manera, menos mal que estos alumnos han comprendido el mensaje y se están uniendo en un solo cuerpo con los liceanos, ahora respaldando las ocupaciones y hablando en términos positivos de ellas. Y marchando detrás de la fila, como les corresponde a quienes no son protagonistas ni tienen actitud o aptitud para serlo.

jueves, 16 de agosto de 2012

El Regreso del Quinto Medio

Una de las iniciativas que se han planteado a propósito de la baja calidad de la educación, tema puesto desde hace seis años en primera plana a consecuencia de las movilizaciones estudiantiles, es la de reforzar la llamada área de técnicos profesionales, que producto de diversos factores -falta de atención, prejuicios cognitivos, desconocimiento general del asunto- no se encuentra muy desarrollada en Chile. Lo que por cierto es una realidad que urge ser modificada. Por lo mismo, las miradas se han dirigido a los denominados Centros de Formación Técnica (CFT), lo más cercano a ese tipo de instrucción que existe en el país, y que son uno de los tantos engendros resultantes de las reformas de 1981, las mismas que constituyen la principal causa del hundimiento de nuestro nivel de escolaridad. Algunos insisten en la posibilidad de que los egresados secundarios que se decidan por aquella opción debieran contar con facilidades económicas estatales que estén a idéntica altura de las que hoy reciben sus pares universitarios, y que por ende las instituciones que se dedican a tales carreras o sus equivalentes cuenten a su vez con fondos públicos.

Quien tenga mala memoria, no sea asiduo a los libros de historia o haya nacido después de 1981, lo que voy a afirmar a continuación le parecerá difícil de creer. Pero la verdad es que muchos antes de que aparecieran los CFT en Chile ya existía  enseñanza técnica, además de bastante mejor calidad que la que pueden ofrecer dichos esperpentos. Ésta era impartida por los liceos profesionales, los cuales subsisten en la actualidad, aunque sumidos en el fango que tiene atrapado a prácticamente la totalidad del sistema educacional criollo. Pero hubo una época en que constituían una alternativa incluso más rentable, en todos los aspectos, que las universidades. Por ejemplo, las escuelas normales, cerradas en 1976 justamente para sacarles la competencia de encima a los estamentos superiores. Hasta la fecha, la mayoría de los entendidos coincide en que los profesores básicos que se recibieron en esas instituciones son varias veces mejores en términos cualitativos que sus similares universitarios. Igual apreciación ocurre con los contadores provenientes de los secundarios comerciales, muchos de los cuales han llegado a conquistar un excelente pasar económico producto de su alta valoración en el ámbito laboral. Y de idéntico modo sucede con los mecánicos y las reposteras preparadas en los establecimientos especializados, que hasta hoy gozan de una importante reputación.

¿Cuáles son los factores que contribuyeron a un deterioro tan significativo y en poco tiempo de estos liceos? Cabría señalar que hay un cúmulo de factores cuyo cenit son precisamente las reformas de 1981, pero que empiezan antes y culminan bastante después, incluso ya pasada la dictadura militar. En primer lugar, está la tendencia por parte de ese régimen a darle un protagonismo excesivo a las universidades, sitios clasistas donde jamás han confluido los más preparados, sino los más privilegiados en términos económicos.El cierre de las escuelas normalistas es un símbolo de todo aquello. Sin embargo, tal predicamento se extendió hasta el retorno a la democracia. A modo de ejemplo, es preciso recordar que los liceos comerciales y técnicos incluían un quinto año medio, nivel donde los educandos ejercían su práctica profesional y aprendían las nociones más avanzadas de su oficio (en los establecimientos normales, por cierto, eran hasta tres los grados extras). Dicho curso fue suprimido en 1992, quizá porque entonces la única utilidad de los secundarios ya era sólo ser un paso intermedio hacia la educación superior, y los alumnos debían resignarse a retrasar su ingreso a ésta, pues rendir las cinco escalinatas era una necesaria condición para licenciarse, todo por un título de escaso valor. Por lo que las autoridades de entonces, que ya eran elegidas por sufragio popular, a su vez optaron por adaptarse entregándole todavía más poder a los planteles mayores.

Los auto proclamados Centros de Formación Técnica no son más que un simple negocio de estafadores que buscan adornar los cerebros desorientados de los muchachos con publicidad colorida y seudo carreras con nombres rimbombantes similares al que los identifica en común. Eso no implica afirmar que ese tipo de educación es mediocre, fomenta un sistema de castas o es un refugio de malos estudiantes. Quizá la poca seriedad de las instituciones que aseguran difundirla, y su origen asociado a la dictadura y el cuerpo legal que contribuyó a reducir de modo definitivo la calidad de la enseñanza, sea un factor determinante en la propagación de tales convencionalismos. Por lo mismo es que esta modalidad debe regresar al sitio de donde nunca debió salir: los liceos. Así se hace en todos los países del mundo, incluyendo aquellos que están más avanzados en esto de los técnicos. Es imprescindible que se reimplante el quinto medio y los normalistas con sus dos y a veces tres grados adicionales. Si de repente el joven tiene aspiraciones de continuar estudiando, se le puede otorgar el licenciamiento tras cumplir el cuarto año, el título luego de acabar el siguiente, y mientras cursa este último, permitirle a su vez asistir en paralelo a su primera temporada de universidad. No lo que se está haciendo ahora, donde se alaba a los mentados centros o a los mismos planteles porque planean crear los suyos ante los anuncios gubernamentales, con lo cual rectores y académicos verían aumentado su flujo pecuniario, asegurando además un cerrojo en las clases sociales, con alumnos de tipo a y otros de tipo be.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Universidades Para Ricos Tradicionales

En medio de una nueva protesta callejera estudiantil por el interminable debate acerca de la calidad de la educación chilena, fue publicado un informe que da a conocer una serie de fenómenos que muchos ya sabíamos o cuando menos intuíamos. Los jóvenes provenientes de los sectores más acomodados son quienes repletan los cupos de las llamadas "universidades tradicionales" -aquellas que forman parte del Consejo de Rectores- mientras que sus pares de menores recursos prefieren a las denominadas privadas, las mismas que hoy han recibido una lluvia de críticas producto de su afán lucrativo y su supuestamente inferior calidad. Asimismo, los alumnos de establecimientos secundarios pensados para los sectores altos, prefieren en masa integrar un plantel perteneciente al cartel de las veinticinco, porque han escuchado que ellas tienen mayor prestigio, o cuando menos así lo han aseverado tanto la opinión pública como los medios masivos de comunicación. Por contraste, los adolescentes salidos de liceos municipales se conforman con entrar a cualquier de las vilipendiadas inmobiliarias fundadas en base a las modificaciones legales aprobadas por la dictadura en 1981, simplemente porque son más baratas y su ingreso es más asequible a su realidad.

Muchos analistas han llamado la atención, con una intención evasiva y farandulera a la vez, del fenómeno que significa la inversión de la escala de valores cuando se llega a la educación superior. Pues, si para el caso de la enseñanza básica y media, los establecimientos privados gozan de una calificación más benevolente sobre sus pares municipales, ahora son las entidades consideradas públicas las que se encuentran en el principal peldaño del prestigio, aunque en ambas situaciones al final se trate sólo de una percepción subjetiva y una convención consuetudinaria. No obstante, la única conclusión significativa de este tipo de estudios es que de manera inevitable, ganan o pierden siempre los mismos. Los más acaudalados siguen una senda lógica que comienza en el colegio de pago, continúa en la "universidad tradicional" y concluye en una excelente ubicación profesional, mientras que a los sectores medios y bajos les queda transitar desde la escuela numerada, para llegar al desvío que conduce a la "universidad" particular y acabar en el mismo destino que su vecino que no ha pasado por la instancia superior: un trabajo mal remunerado e insatisfactorio. Por lo que se puede concluir que aquellas instituciones que se presentan como estatales están contribuyendo, y de una manera muy decisiva pues están involucradas en el ámbito de los títulos académicos y las profesiones, a confirmar hasta el infinito la desigualdad e inamovilidad sociales que caracterizan al tejido chileno, una de cuyas muestras más determinantes precisamente es la educación.

No nos dejemos engañar. Las "universidades" del Consejo de Rectores se encuentran muy bien instaladas en el estatus actual. Sus autoridades están conscientes de que forman parte de un engranaje discriminatorio, pero a su vez saben que gracias a él pueden extraer suculentas ganancias, además de tener el atractivo que significa codearse con las familias más pudientes, los cuales pueden donar enormes sumas de dinero si adulan a su pupilo. Aparte de sus altísimos aranceles, se rigen por estructuras anacrónicas y ya superadas: por ejemplo la excesiva duración de las carreras -desde cinco años cuando en todo país del primer mundo el promedio son tres- y el ambiente de claustro que exponen a pesar de contar con campus de espaciosos jardines -nunca destinados a la investigación, sino simplemente ornamentales, con lo cual sólo se ocupa espacio-. Varios estamentos han intentado corregir dichas anomalías, pero los mismos rectores y académicos, valiéndose de sus contactos en las esferas más acaudaladas e influyentes, han conseguido frenarlas en seco. Eso fuera de que han usado su supuesta superioridad educacional al modo de un engreimiento patológico. Así, tratar de hacer más transparente el sistema se traduce en una automática violación de la autonomía universitaria, con todas las denominaciones peyorativas que eso implica: ser tratado de un ignorante prehistórico y bruto, semejante a un incinerador de libros, alguien que busca destruir el conocimiento porque le teme, y sólo pretende retornar al oscurantismo. Aunque si lo analizamos con detención, sean ellos precisamente quienes están atrasados.

Cuestiones como la citada duración de las carreras evidencian el hecho de que estas "universidades" están diseñadas para los más pudientes y para perpetuar la desigualdad social. Puesto que es una costumbre que proviene de la época en que la educación de niveles mayores era asequible para un sector muy reducido de la población. Por otra parte, la apelación a la superioridad académica frente a las críticas no contiene argumentos intelectuales sino más bien elementos clasistas, admitiendo al final que sólo los más acaudalados cuentan con cerebro. Es la lógica del dinero la que mantiene a estos planteles abiertos aunque cada cierto tiempo los rectores salgan a exigir más fondos porque con lo disponible no se puede realizar investigación. Además de aparecer en las páginas de ricos y famosos, desde luego. Todo es negocio, incluyendo el prestigio.


jueves, 2 de agosto de 2012

Por Un Prepucio

Desde Alemania llegó la noticia de que un tribunal de ese país, específicamente el de Colonia, intentó prohibir la circuncisión ritual tras las graves lesiones que un médico le provocó a un niño de cuatro años hijo de musulmanes, para quienes esa operación es señal de compromiso con su dios. La sentencia estaba dirigida a los grupos islámicos, renovado objetivo de xenofobia en Europa y por supuesto en las tierras de los nazis. Sin embargo, los jueces, quizá enceguecidos por su impulso de restringir el actuar de una religión considerada en el primer mundo como violenta, retrógrada y troglodita, o tal vez por mera ignorancia; pasaron por alto el hecho de que dicha operación fue dada a conocer a la humanidad a través de los judíos, que también la practican por un motivo espiritual, y bastante antes que los mahometanos. Y aunque Hitler trató de borrar a los hebreos de suelo germano, aún existe ahí una minoría importante, que desde luego no se quedó callada ante la amenaza de la proscripción, y movilizó a políticos, intelectuales, diplomáticos y empresarios de diversos lugares con el propósito de que se pronunciaran en contra de la medida, por cierto que también refrescando la memoria de los teutones, acerca de las tropelías que cometieron durante la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, el parlamento federal revocó la orden judicial acabando de ese modo con los temores de los colectivos afectados.

Existe en prácticamente todas las religiones, y en especial en aquellas cuyos practicantes se ufanan de divulgar un mensaje de alcance universal, la tendencia a condensar en un acto específico, muchas veces físico -en el sentido de que debe ser expresado en el mismo cuerpo o en su defecto en la vestimenta o la personalidad del feligrés- la pertenencia de sus miembros en el redil, además de condensar una buena parte del pensamiento global del credo, de preferencia aquellas normativas que justamente deben ser seguidas por cada uno de sus individuos. Es un sello de distinción de todo lo demás, y por lo mismo una muestra de que, si no es la única opción de acceder a la verdad, al menos es una alternativa considerable. Dicha diferenciación se torna más urgente en las propuestas de origen abrahámico u oriental, cuyos sistemas de creencias así como sus divinidades requieren de un nivel mayor de abstracción por parte del interesado, ya que rechazan la fabricación de ídolos, los que a veces llegan a ser sustituidos por estas acciones simbólicas. Así, los testigos de Jehová no aceptan las transfusiones de sangre ni los trasplantes de órganos por considerar, de acuerdo a una interpretación del Antiguo Testamento, que el alma y la carne son una sola y la misma cosa. En el catolicismo está el asunto del pan consagrado, de acuerdo con la doctrina de la transubstanciación. Ciertos grupos evangélicos son muy rigurosos en cuanto a las ropas ya que las ven como un reflejo de humildad, decencia y moralidad. Unas expresiones obligan a sus componentes a raparse y otras a dejarse crecer el cabello. Algunas recurren a los tatuajes o las pintadas de cara. Y también está el caso de los judíos y enseguida de los musulmanes respecto de la circuncisión.

Dicha operación, si bien fue conocida primero por sus fines estrictamente religiosos, hoy en día es usada por los médicos con el propósito de corregir anomalías en los genitales masculinos. También se ha descubierto que previene las enfermedades venéreas, algo que probablemente ya conocían los primeros hebreos pues no cabe duda que su implantación esconde un trasfondo higiénico, al igual que muchos decretos contenidos en la Torá, como la prohibición de consumir determinados animales o las condenas a la menstruación y la masturbación. Que para que fuesen aceptados de manera más rápida por la población, en una época en que no existía la educación regular, eran presentados como mandatos divinos. Estos antecedentes acaban desembocando en una evaluación positiva de la circuncisión, tenga su práctica una motivación quirúrgica o netamente espiritual. No acontece lo mismo con, por poner un ejemplo, los testigos de Jehová y su mencionado rechazo a las transfusiones y los trasplantes, ya que tal insistencia atenta contra el derecho a la vida. O con la ablución, una actividad que por sus características -intervención de aparato genital, rito de iniciación y señal de pacto- algunos la identifican con el equivocado nombre de "circuncisión femenina", moviendo a la confusión, pues en este caso se trata de una auténtica mutilación física. Tampoco con la inclinación de los musulmanes de obligar a sus mujeres a cubrirse, una prescripción nacida de las mejores intenciones -se pretendía evitar las miradas maliciosas de los hombres y los potenciales abusos sexuales derivados de éstas-, pero hoy completamente contraproducente, ya que representa una forma de opresión y de segregación por género.

Por ello, es que no debiera caber recelo alguno contra la circuncisión, en cualquiera de sus posibles motivaciones, siempre y cuando la operación se haga con las medidas higiénicas adecuadas y los médicos calificados, a fin de que el procedimiento no termine provocando infecciones indeseables en el paciente. Todo lo contrario a aquellas prácticas que los nuevos conocimientos han demostrado que no están acordes con la realidad o incompatibles con la vida, como el mencionado asunto de las transfusiones. Y en esto no sólo deben entrar los hallazgos de las ciencias exactas, sino los de disciplinas más fácticas: por ejemplo la cuestión del velo islámico puede ser tratada en el ámbito de la sociología (lo cual puede derivar en conclusiones negativas pero también positivas, como finalmente concluir que esta práctica es un sello de distinción absolutamente legítimo). De igual modo se podría considerar a los evangélicos y el atavío de la vestimenta, que en verano o en zonas tropicales puede ser perjudicial -contribuye al aumento de la transpiración y por ende de la deshidratación-, además de que el uso de polleras en las mujeres no es totalmente recomendable en invierno, ya que por muy largas que sean las faldas en situaciones de frío intenso conviene la utilización de pantalones. A todo esto se debe agregar que lo más importante -y los credos citados aquí lo confirman- es el sentimiento honesto que es capaz de pasar por alto normas externas cuando su aplicación pone en riesgo la integridad del hermano.