miércoles, 8 de agosto de 2012

Universidades Para Ricos Tradicionales

En medio de una nueva protesta callejera estudiantil por el interminable debate acerca de la calidad de la educación chilena, fue publicado un informe que da a conocer una serie de fenómenos que muchos ya sabíamos o cuando menos intuíamos. Los jóvenes provenientes de los sectores más acomodados son quienes repletan los cupos de las llamadas "universidades tradicionales" -aquellas que forman parte del Consejo de Rectores- mientras que sus pares de menores recursos prefieren a las denominadas privadas, las mismas que hoy han recibido una lluvia de críticas producto de su afán lucrativo y su supuestamente inferior calidad. Asimismo, los alumnos de establecimientos secundarios pensados para los sectores altos, prefieren en masa integrar un plantel perteneciente al cartel de las veinticinco, porque han escuchado que ellas tienen mayor prestigio, o cuando menos así lo han aseverado tanto la opinión pública como los medios masivos de comunicación. Por contraste, los adolescentes salidos de liceos municipales se conforman con entrar a cualquier de las vilipendiadas inmobiliarias fundadas en base a las modificaciones legales aprobadas por la dictadura en 1981, simplemente porque son más baratas y su ingreso es más asequible a su realidad.

Muchos analistas han llamado la atención, con una intención evasiva y farandulera a la vez, del fenómeno que significa la inversión de la escala de valores cuando se llega a la educación superior. Pues, si para el caso de la enseñanza básica y media, los establecimientos privados gozan de una calificación más benevolente sobre sus pares municipales, ahora son las entidades consideradas públicas las que se encuentran en el principal peldaño del prestigio, aunque en ambas situaciones al final se trate sólo de una percepción subjetiva y una convención consuetudinaria. No obstante, la única conclusión significativa de este tipo de estudios es que de manera inevitable, ganan o pierden siempre los mismos. Los más acaudalados siguen una senda lógica que comienza en el colegio de pago, continúa en la "universidad tradicional" y concluye en una excelente ubicación profesional, mientras que a los sectores medios y bajos les queda transitar desde la escuela numerada, para llegar al desvío que conduce a la "universidad" particular y acabar en el mismo destino que su vecino que no ha pasado por la instancia superior: un trabajo mal remunerado e insatisfactorio. Por lo que se puede concluir que aquellas instituciones que se presentan como estatales están contribuyendo, y de una manera muy decisiva pues están involucradas en el ámbito de los títulos académicos y las profesiones, a confirmar hasta el infinito la desigualdad e inamovilidad sociales que caracterizan al tejido chileno, una de cuyas muestras más determinantes precisamente es la educación.

No nos dejemos engañar. Las "universidades" del Consejo de Rectores se encuentran muy bien instaladas en el estatus actual. Sus autoridades están conscientes de que forman parte de un engranaje discriminatorio, pero a su vez saben que gracias a él pueden extraer suculentas ganancias, además de tener el atractivo que significa codearse con las familias más pudientes, los cuales pueden donar enormes sumas de dinero si adulan a su pupilo. Aparte de sus altísimos aranceles, se rigen por estructuras anacrónicas y ya superadas: por ejemplo la excesiva duración de las carreras -desde cinco años cuando en todo país del primer mundo el promedio son tres- y el ambiente de claustro que exponen a pesar de contar con campus de espaciosos jardines -nunca destinados a la investigación, sino simplemente ornamentales, con lo cual sólo se ocupa espacio-. Varios estamentos han intentado corregir dichas anomalías, pero los mismos rectores y académicos, valiéndose de sus contactos en las esferas más acaudaladas e influyentes, han conseguido frenarlas en seco. Eso fuera de que han usado su supuesta superioridad educacional al modo de un engreimiento patológico. Así, tratar de hacer más transparente el sistema se traduce en una automática violación de la autonomía universitaria, con todas las denominaciones peyorativas que eso implica: ser tratado de un ignorante prehistórico y bruto, semejante a un incinerador de libros, alguien que busca destruir el conocimiento porque le teme, y sólo pretende retornar al oscurantismo. Aunque si lo analizamos con detención, sean ellos precisamente quienes están atrasados.

Cuestiones como la citada duración de las carreras evidencian el hecho de que estas "universidades" están diseñadas para los más pudientes y para perpetuar la desigualdad social. Puesto que es una costumbre que proviene de la época en que la educación de niveles mayores era asequible para un sector muy reducido de la población. Por otra parte, la apelación a la superioridad académica frente a las críticas no contiene argumentos intelectuales sino más bien elementos clasistas, admitiendo al final que sólo los más acaudalados cuentan con cerebro. Es la lógica del dinero la que mantiene a estos planteles abiertos aunque cada cierto tiempo los rectores salgan a exigir más fondos porque con lo disponible no se puede realizar investigación. Además de aparecer en las páginas de ricos y famosos, desde luego. Todo es negocio, incluyendo el prestigio.


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