miércoles, 29 de febrero de 2012

Cajeros y Pajeros

Como en Chile se necesita recordarnos diariamente que estamos ahogados por la delincuencia, aún cuando las cifras demuestren lo contrario, en los últimos meses los medios masivos de comunicación han saturado sus noticiarios con los casos de asaltos a los llamados cajeros automáticos, esas enormes cajas rectangulares repletas de billetes puestas a la entrada de las tiendas, los supermercados y los bancos, con el propósito de que los clientes giren dinero para poder efectuar compras más abultadas y más contundentes. En la entrega informativa, se hace hincapié al grado de violencia y ensañamiento con que los antisociales proceden a cometer sus fechorías: ya que suelen descerrajar al pobre armatoste de su base  con máquinas de soldar y después atándolo a la parte trasera de un vehículo; y una vez que se encuentran en un sitio seguro, lo hacen añicos con aparatos de oxicorte, e incluso, en ciertas ocasiones recurren a hachas y martillos. Por último, se agrega que pese a toda esta demostración de brutalidad, los autores de tamaño crimen, cuando llegan a ser atrapados, reciben penas muy bajas que ni siquiera los lleva a la cárcel, ya que suelen ser condenados por hurto. Por lo que periodistas, dueños de bancos y dirigentes políticos se han unido con la finalidad de acabar de una vez por todas con tal injusticia y reformar la legislación de manera que los malhechores reciban un castigo ejemplar.

En especial a partir de lo acaecido el 2010 en la cárcel de San Miguel, donde ochenta y un reos, en su mayoría encarcelados por delitos menores, e incluso algunos en situación de prisión preventiva, murieron debido a un horroroso incendio, muchas personas han venido solicitando que se haga un "uso racional" de estos recintos. Petición que, no obstante, ya conocía algunas voces aisladas antes del terrible hecho recién citado, sobre todo, entre quienes eran testigos ya por entonces del insufrible hacinamiento que se vive en nuestros cautiverios, en particular los que recogen a los representantes del pueblo raso. Y no es para menos, considerando que el país ocupa algo así como el quinto lugar en el mundo debido a su tasa de presos por habitante, aún cuando los crímenes son bajos tanto en cantidad como en grados de violencia, siendo sólo la coyuntura agrandada por ciertos grupos interesados. Dicho discurso estaba experimentando acogida en una sociedad que tiende a ver la aplicación de la justicia como una satisfacción de los deseos de venganza. Sin embargo, bastó que un estudio revelara un leve aumento en las agresiones antisociales, para que la tendencia se revirtiera, y que las autoridades y los representantes públicos, temerosos de los próximos resultados electorales, les hicieran caso a un puñado de poderosos banqueros y a una hora de periodistas ociosos que trabajan en medios de comunicación que precisamente suelen ser propiedad de esos mentados banqueros. Enviando una reforma legal que asegurara que los asaltantes de cajeros automáticos recibieran una pena de privación de libertad.

Pues, más allá de lo espectacular que puedan resultar algunas de estas acciones, ¿ a quién le afecta que unos maleantes de poca monta se zampen una de esas guarderías de billetes? Al ciudadano pedestre, incluso a quien los utiliza, no le va ni le viene: hará un giro en otro cajero y recibirá una idéntica suma de dinero. El dueño de la tienda anexa no tiene ninguna obligación legal de asumir las pérdidas, y el fabricante venderá otro aparato en remplazo del siniestrado y con ello recuperará la inversión. El único perjudicado real es el banco, quien de cualquier modo pierde una ínfima cantidad de caudal si lo comparamos con el que administra. No obstante, y como buenos ricos codiciosos y avaros, no soportan la posibilidad de perder un fajo -y que lo digan los países del sur de Europa-, entonces claman a gritos por una actitud más decidida del gobierno o de los jueces contra estos cacos. En resumen, que el Estado les solucione sus problemas, conducta que caracteriza a los capitalistas nuevo liberales cada vez que se enfrentan a situaciones angustiosas. Y dicho así, porque ellos mismos tienen en sus manos la posibilidad de arreglar este predicamento. Perfectamente, podrían equipar a sus idolatradas cajitas con una técnica que ha tenido bastante éxito en el primer mundo, como lo es la inclusión de una tinta que impregna los circulantes si el aparato contenedor es sometido a movimientos violentos, dejándolos inutilizables. Con eso acaban de un plumazo con los robos. Pero ocurre que implementar la idea implica meterse la mano al bolsillo y aunque los muchachos tengan con qué pagarla, el asunto es que les significa gastos que no están dispuestos a asumir. No al menos, si cuentan con una opción más fácil: que las instituciones públicas les protejan las espaldas y empleen sus escasos recursos -ya que más encima estos señoritos se oponen a que les aumenten los impuestos- en perseguir a pobres diablos a los cuales más encima será necesario mantenerlos con los aportes de los contribuyentes dentro de una cárcel, engrosando además la tasa de presos por habitante y aumentando los grados de hacinamiento.

El ladrón de cajeros automáticos no va a prisión porque no comete un delito que signifique agresión a otro ser viviente, ya sea una persona o un animal. Sólo destruye un bien inmueble que puede ser repuesto en un corto lapso de tiempo, y se apropia de una cantidad de dinero cuya ausencia a nadie dejará en la calle. No hay mayores afectados producto de sus fechorías. Por lo mismo, lo más conveniente es que su situación procesal continúe como está, en aras de hacer realidad el tan cacareado eslogan que pide un "uso racional de la cárcel". Es ahora el instante de corroborar si las lecciones fueron aprendidas. Y no pensando únicamente en la desgracia de San Miguel. Sino en esos cientos de casos en donde delincuentes poco avezados o enemigos de la violencia ingresaban a un penal y una vez cumplida su condena, salían dispuestos a cometer secuestros o asesinatos. De más está decir que ejemplos así abundan en la historia judicial chilena.

jueves, 23 de febrero de 2012

Un Divo y Un Músico de Verdad

Entre los sempiternos lugares comunes que la prensa de espectáculos -más bien de frivolidades- asentada en el Festival de Viña suele desempolvar cada quincena de febrero, se encuentra el reportaje a las "curiosas excentricidades" de algunos artistas que intervienen en dicho evento: más que nada, las cosas que éstos solicitan que haya tanto en la habitación del hotel como en el camerino. Este año se dio la coincidencia -que para esta clase de periodistas suele ser sinónimo de buena fortuna- de que dos cantantes de rubros y raigambres completamente diferentes y por ende imposibles de comparar entre sí, llegaron prácticamente juntos a la meta de las exigencias incomprensibles y más propias de aquellos tipos aburridos del dinero y la fama: Luis Miguel y Morrisey.

Desde luego, salta a la vista que el hecho de colocarlos a ambos a la misma altura de por sí constituye un sacrilegio que sólo puede incubarse en la mente de las oquedades que rodean a un evento como el Festival de Viña. La calidad -si es que así se le puede llamar- del intérprete mexicano, un muñeco bronceado que sólo es capaz de aullar canciones erotómanas al gusto de adolescentes con escaso o nulo conocimiento en e interés por la buena música, no tiene parangón con el autor británico, que en la década de 1980 hizo un gran aporte al estilo conocido como "new wave" y al pop inglés e internacional en general, primero a través de la banda The Smiths y luego con su carrera solista. Sin embargo, es suficiente con echarle un vistazo a las exigencias planteadas por cada uno para notar lo disparejo de sus niveles. Mientras el norteamericano solicitó más de doscientas toallas y unos cuantos quilos de flores, el del Reino Unido sólo busca tener la oportunidad de continuar su dieta fuera de su país y de los lugares que suele visitar, al nombrar una lista de alimentos especiales que no se fabrican y ni siquiera se conocen en estas latitudes, pues no contienen carne ni grasas saturadas, ya que él es un vegetariano extremo.

Lo cual, antes que nada, se enmarca en una opción de vida respetable. Claro: las peticiones de Morrisey a la postre resultaron unas de las más caras para los organizadores del festival, toda vez que estos desconocidos regímenes alimenticios venidos del primer mundo nos parecen propios de ciertos colectivos sociales que poco deben envidiarle a los siúticos refinados de antaño, con la diferencia de que, mientras aquellos moldeaban sus costumbres de acuerdo al puritanismo medio cristiano y medio masón, éstos se sustentan en el ecologismo y los derechos de los animales. Pero el tipo sigue su estilo, se ha definido de manera clara y no se le puede tachar de inconsecuente. En cambio, ¿qué sentido tiene llenar el camerino con dos centenares de toallas? La única respuesta que se viene a la cabeza, es que se intenta llamar la atención de esa prensa frívola que precisamente se centra en estas anécdotas, con la cual estos seudo artistas tienen una relación de mutuo beneficio. Pues nadie que domine siquiera los datos más mínimos sobre música popular, se le ocurrirá rechazar el hecho de que el aporte de Luis Miguel es simplemente nulo. Y eso se refleja en la actitud que cada uno ha tomado en su respectiva visita a Chile. Mientras el británico ha arribado con tres días de anticipación, se encierra toda una tarde en una academia de música a ensayar, y en sus ratos libres se pasea por las calles y saluda y firma autógrafos como un ciudadano más, el mexicano -a quien por algo se le conoce en estos lares como el "chupete de fierro"- llegó directamente al escenario a aullar y enseguida se fue con idéntica rapidez, dejando apenas tiempo para conceder una raquítica conferencia. O sea, la conducta esperable en un divo insípido. Quien por lo demás, fuera de su actitud desagradable, hizo noticia gracias a un personaje de la farándula criolla, la casquivana -ésa es su profesión u oficio- María Eugenia Larraín, que quería cobrarle un antiguo encuentro furtivo, pese a que el seductor trató por todos los medios de evitarla, incluso entregando fotografías de ella a su innumerable escolta. Cabría preguntarse si fue ese sudor el que lo motivó a rogar por toallas -porque no eran higiénicas, así que no estaban destinadas a paliar algún accidente de la susodicha-, aunque, si me permiten la opinión, dudo que las haya utilizado.

No faltan quienes pertenecen a esa misma hoguera de frivolidades, que se interrogan el por qué un artista anglosajón recala en este festival, ya que prácticamente pertenecen a otro mundo y poco tienen que hacer aquí. Completamente de acuerdo. En especial, porque esa clase de conclusiones confirma el coro de oquedades que por estas fechas rodea a Viña del Mar. Así como el público más asiduo a este evento sólo está dispuesto a comprender a Luis Miguel, ellos -que debieran ser los guías y las lumbreras- no hacen el menor esfuerzo por ir siquiera un poco más allá. Es de esperar que el comportamiento serio y profesional de Morrisey les sirva de aprendizaje, más allá de su fanatismo ecologista, que dicho sea de paso, a mí también me repugna, aunque por causas diferentes a las que esgrime la prensa rosa.Quizá estén sacando alguna lección, porque ciertos periodistas han informado sobre las actividades del británico en Chile, y en términos positivos (bueno: aunque se suele hablar en ese tipo de términos en convocatorias como ésta). Ojalá se plante una semilla, aunque las aves raras sólo tengan como finalidad defecar sobre el orgullo de las mentes hueras.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Los Muertos de Mi Seguridad

Opiniones encontradas ha suscitado la reciente acusación por cuasi delito de homicidio emitida contra siete antiguos funcionarios de Estado por su negligente actuación durante las horas posteriores al terremoto de febrero de 2010. En concreto, por haber descartado desde un principio la alerta de tsunami recomendada por agencias de distintas partes del mundo; y luego haber afirmado que tal fenómeno jamás se había producido, incluso varias horas después de que el mar hubiese arrasado con el litoral central de Chile. Lo que más ha llamado la atención ha sido el encartamiento del ex subsecretario del Interior del gobierno de Michelle Bachelet, Patricio Rosende. Decisión que ha generado la divergencia en los sectores políticos, ya que mientras unos exigen que la investigación llegue hasta la ex mandataria, otros advierten que se está gestando una suerte de conspiración en contra de la carta que aparece como la más segura para ganar las próximas elecciones.

Independiente del sector partidista al cual uno se allegue, la verdad es que no se puede dejar de reconocer que, cuando menos al procesamiento de Rosende, le sobra objetividad y se condice con lo que han arrojado las pruebas respecto de lo que acaeció con nuestras autoridades aquella noche. Este sujeto, en los dos años que llevaba en el cargo, se había hecho tristemente célebre por su conducta en el denominado conflicto mapuche, donde coordinó una represión brutal, que incluyó asesinatos, allanamientos indiscriminados contra una gran cantidad de comunidades indígenas y montajes con pruebas amañadas cuando no simplemente falsas. Además, en su condición de garante de la seguridad y el orden público, responsabilidad que durante los gobiernos de la Concertación ostentaban los subsecretarios del interior, intentó acallar las manifestaciones sociales con un nivel de violencia policial no visto en bastante tiempo. Todo esto, por cierto, contando con el mandato y el respaldo de la presidente de turno, quien de esa manera buscó frenar el descontento producto de la delicada situación económica, con el propósito de que su popularidad subiera como la espuma (asegurando, entre otras cosas, la posibilidad de disputar los comicios de 2014). Lo acaecido la noche del veintisiete de febrero es sólo la demostración de un individuo infame, a quien basta verle su expresión facial y oírle su tono de voz, para darse cuenta que su trabajo es segar vidas y no salvarlas.

Pero más allá de apuntar a un tipo determinado, es justo acotar que los bochornos expresados por nuestras autoridades en esas horas terribles se deben a un afán que desde hace década y media obnubila las mentes de casi todos los políticos del país: la seguridad, entendida como la preservación del orden público y el control de la delincuencia común (y de paso, de la disidencia social, a la que se envuelve en el mismo saco). El exterminio masivo de la etnia mapuche tuvo idénticas motivaciones: era imprescindible asegurar la inversión de las grandes empresas forestales y los terratenientes agrícolas. La actuación de la policía, por su parte, tenía como su finalidad dar una buena imagen al exterior, de que aquí no cabía la posibilidad de un estallido social a pesar del aumento del desempleo y la pobreza. Siguiendo la lógica, dar una alerta temprana de tsunami, con la consiguiente huida masiva de los afectados hacia los cerros, era visto como una incitación al caos y al desorden. Mejor era exigirles a las personas que se quedaran tranquilos en sus casas, que una nación que estaba cerca del pleno desarrollo no podía caer en la vergüenza de la histeria colectiva, ya que era capaz hasta de contener a la naturaleza.

Por eso es que, mientras en la costa ya arreciaban las primeras marejadas, Rosende fue enfático frente a los medios de comunicación para asegurar que no había riesgo de tsunami. Era su trabajo: minimizar la situación para que no se produjera el fenómeno del "alto temor", que se ha venido dando de manera sostenida en la ciudadanía por el asunto de la delincuencia. Así había obrado en los ajusticiamientos de mapuches y de chilenos en general: justificando a las policías porque habían desterrado un peligro público que sólo ocasionaba intranquilidad en la población. Así es como opera la lógica de la seguridad: si es necesario cometer un genocidio, resulta válido si finalmente lo que se persigue es calmar a un grupo más populoso o más poderoso. Y el subsecretario del interior (que como medida anexa, aunque más tradicional, también está encargado de coordinar el despliegue ante catástrofes naturales) no hizo sino actuar conforme a su preparación y su destinación. Las de un criminal. Pero por desgracia, eficaz y eficiente.

miércoles, 8 de febrero de 2012

El Orgullo de Ser Piratas

Una vez más, los gobiernos de Argentina y el Reino Unido se ven enfrentados producto del asunto Malvinas -o Falkland, de acuerdo con los británicos y los escritos oficiales-. Obviamente se trata de una reyerta diplomática y nunca de un conflicto armado como el acaecido en 1982, una situación que lo más probable es que jamás se repetirá. No obstante, lo coyuntura actual presenta elementos que la distinguen de las anteriores. Pues, si bien es cierto que ha sido el país sudamericano el que nuevamente ha puesto el tema en los organismos internacionales, ahora los ingleses no se contentan con la respuesta formal y están enviando buques armados a la zona, e incluso despacharon a un príncipe que llegó a hacer su curso de instrucción militar, ya que pretende integrar el ejército real. ¿Cambio de actitud? Es una tesis aceptable, aunque de cualquier manera se trata de una simple provocación y no de un intento de conducir las cosas hacia otra guerra.

Lo interesante es la posición en la cual se han colocado los británicos con su conducta. Es común, sobre todo en las últimas décadas, aseverar que un gobierno determinado recurre al chovinismo nacionalista y patriotero cuando en su propio país se suscitan problemas que parece que no podrá solucionar, y que casi siempre se traducen en protestas y baja en la popularidad. Desde Chile, se ha acusado de ese modo a las administraciones peruana y boliviana en cada ocasión que reclaman por situaciones heredadas de la llamada Guerra del Pacífico. Como dato adicional, se añade que este salvavidas es utilizado a menudo por ejecutivos corruptos e ineptos los cuales son propios de naciones subdesarrolladas pobladas por nativos ignorantes y supersticiosos. Una clase de políticos que, se recalca, abundan en América Latina, donde por algo ciertos deportes masivos, como el fútbol, son transformados por la hinchada en auténticos enfrentamientos armados donde prácticamente se juega el honor de todo un pueblo. Lo curioso de este  contraataque es que siempre es empleado por los vencedores como método para burlarse de sus antiguos rivales, y acto seguido recordarles que fueron derrotados, resolución que podría repetirse.

Sin embargo, y más allá del supuesto engreimiento de los británicos -europeos y colonialistas al fin-, cabría preguntarse quién es el estúpido que está actuando con conductas patrioteras aquí. Y la verdad es que ahora -y ya que fue mencionado, valiéndose de una analogía extraída del balompié, al que justamente los mismos hinchas del Reino Unido han enturbiado más que nadie- la pelota se encuentra en el área de los ingleses, quienes están llevando la batuta del chauvinismo y la provocación. Son ellos quienes han enviado buques de guerra y nobles a la zona, y han contribuido a elevar el tono de las declaraciones. Extrañamente, justo en el momento en que la Gran Bretaña atraviesa por una de las peores crisis económicas en toda su historia, con un nivel de desempleo inusual y escasas esperanzas de que la cuestión se revierta siquiera en el mediano plazo. Una situación desesperada que ya ha sido respondida con importantes estallidos y manifestaciones sociales -recordar los saqueos a tiendas y las acampadas juveniles, hechos acaecidos durante el 2011-. En tales circunstancias, crear un enemigo externo se torna bastante servicial con el propósito de desviar la atención, como aconteció a comienzos del año pasado con la invasión a Libia, que detuvo las protestas internas al menos por un par de meses.

A esto se suman otros factores que son muy típicos del comportamiento europeo. Ocurre que en derredor de las Malvinas se han descubierto yacimientos de petróleo, los cuales el gobierno británico está decidido a explotar, aunque su extensión incluya las aguas internacionales -después de todo, la extracción estará a cargo de una empresa privada. De hecho, tales reservas de oro negro, de acuerdo con estudios serios, podrían llegar a la Antártida. Y aquí se genera una coyuntura muy especial, pues de acuerdo con el Tratado Antártico, hoy está prohibida toda faena minera o lucrativa en el continente helado, que además por derecho no le pertenece a ningún país, aunque algunos, como Chile, mantengan reclamos territoriales. Claro que si las condiciones lo plantean dichas resoluciones podrían ser modificadas. Un aspecto a considerar pues el reclamo británico se superpone totalmente con el argentino y parcialmente con el chileno. ¿Quién se impondrá si se descubre que hay abundancia de riqueza bajo los hielos eternos? Los barcos de guerra y las empresas multinacionales con asiento en Londres parecen tender hacia una práctica tan ancestral como efectiva: la de los piratas.

                                                                                       

miércoles, 1 de febrero de 2012

Supermercado BRIC

Mucho se viene hablando, sobre todo en el plano del análisis de la economía global, de los países que conforman el llamado BRIC: una sigla que incluye las iniciales de los nombres de Brasil, Rusia, India y China; y a la que en determinadas ocasiones se le suele agregar una S por Sudáfrica. Pero mayormente no lo hacen quienes gustan de crear frases ingeniosas con el propósito de entusiasmar a la galería (y que de seguro están tras la confección del atractivo acróstico). Muy por el contrario, los que recitan con más frecuencia esta abreviatura son personas que se declaran cercanas a un pensamiento político de izquierda, ya sea en todas sus variantes posibles -socialdemocracia, comunismo, ecologismo, anarquismo-, quienes ven en estas naciones la alternativa, incluso dentro del capitalismo, al sistema monetario liberal que ha imperado durante varias décadas, y que por estos días está produciendo estragos en bastantes lugares del denominado primer mundo, como Estados Unidos o Europa.

¿A título de qué, estos países no solamente son aclamados por los teóricos del liberalismo y de la economía en general, sino que además despiertan las simpatías de quienes no están de acuerdo con el rumbo que ha tomado la comunidad internacional en términos de circulación fiduciaria? De partida notamos que se trata de naciones enormes, tanto en extensión territorial como en cantidad de población. Luego, poseen una alta cantidad de producción industrial, lo cual ha ocurrido más que nada durante los dos últimos decenios, fruto de las decisiones tomadas en ese instante por sus respectivos gobiernos. Dicho fomento fabril no se reduce a la transformación de sus materias primas -que tienen en abundancia-, sino que abarca aspectos que uno pudiera esperar de zonas históricamente más desarrolladas, como la elaboración de bienes de línea blanca y electrónica, o relacionados con el rubro automotriz. Y no se trata sólo de empresas europeas o norteamericanas que se han instalado allí con el interés de expandir sus negocios -aunque estos casos existen y en abundancia-, sino de que sus propios paisanos han fundado instituciones que se dedican a esta clase de manufacturas; algunas de las cuales han ganado tanta fuerza, que aprovechando la situación coyuntural, han adquirido firmas asentadas en el primer mundo, salvándolas de ese modo de la quiebra. Por otra parte, un capítulo extra se merecen sus mandatarios: varios, si no todos, afines a la izquierda política. Aunque con matices: Brasil es una democracia que ha estado regida los doce últimos años por administraciones socialdemócratas -y que por ende no iniciaron el modelo económico, si bien son responsables de su consolidación-; lo mismo la India, aunque su partido primordial, el CNI -el mismo que fuera ideado por Gandhi- es un amplio abanico de diversas tendencias y que en términos oficiales se acerca más al centro; Rusia, por su parte, debe sus destinos a una legislación personalista que se apropió del ejecutivo tras el colapso de la Unión Soviética, que con el propósito de alejarse del comunismo, por muchísimo tiempo mendigó en las arcas occidentales sin importarle la situación interna; y finalmente, China es una dictadura a que mezcla elementos del liberalismo económico con el marxismo y el fascismo ideológico a trozos iguales: en definitiva, un modelo represivo diseñado a conveniencia de sus jerarcas.

Es esto último lo que llena las bocas de júbilo. Porque estos cuatros países han conseguido un espectacular desarrollo económico -real y no como los supuestos milagros de ciertos tigrillos europeos, que lograron maquillar su verdadero potencial merced a empréstitos con altas tasas de interés y la burbuja inmobiliaria- no obstante bajo administraciones de la vilipendiada izquierda, que según muchos economistas es inútil cuando se trata de progreso monetario. Al margen de que Brasil y la India cuentan con elecciones periódicas donde perfectamente puede perder el actual partido gobernante, y que en Rusia ha surgido en los últimos meses un ligero pero nada desdeñable descontento, cabría preguntarse si estas propuestas son efectivamente socialistas. Bueno, de partida no: porque estos sistemas se plantean como una especie de capitalismo alternativo que incluso juega en el ruedo de las transacciones globales. Sin embargo, y aún viendo este fenómeno con mirada positiva, ¿hasta qué punto es capaz de desviarse de la tangente para ofrecer una auténtica variante? Observemos: todas estas naciones constituyen una inmensa fuente de mano de obra barata, repleta de personas con ansias de abandonar definitivamente la pobreza, y quienes provienen de una situación tan depauperada, que unos cuantos dólares más los hacen saltar de alegría y olvidarse de esa odiosa institución conocida como sindicato (si es que el mínimo nivel de educación que han recibido les permite concebir el principio de los derechos laborales). Precisamente son tales condiciones las que los han tornado atractivos, ante el aumento de los costos por mantener un empleado en Europa o Estados Unidos. Más aún: prácticamente la totalidad de los miembros del BRIC, y quienes les siguen sus pasos,  insisten en esta cualidad al momento de proponer inversiones. También es preciso acotar que los ciudadanos de estos lugares carecen casi por completo de bienestar social, a excepción de algunas limosnas entregadas desde el aparato público, que apenas sirven para paliar las necesidades básicas. Fuera de ello, aunque este auge está planificado en muchos aspectos, en otros falla ostensiblemente, como el diseño urbano o el denominado desarrollo sustentable (la reducción del Amazonas, o el aumento de la polución en las grandes urbes chinas, se han vuelto motivos de preocupación, ya que están afectando la salud humana). Por último, la explosión de las fábricas ha enriquecido de manera sideral a unos pocos, ha significado mínimos avances para los nuevos obreros y aún es incapaz -y es probable que dicha situación perdure- de absorber una inmensa masa de personas que continúan a la vera de las notables cifras.

Si el camino que estos países han tomado sirve para que sus ciudadanos mejoren expectativas, y si además funciona de la manera correcta -y parece que así es-, entonces bien por ellos y sus gobiernos. Pero esto no constituye ninguna alternativa ni siquiera dentro del mismo sistema económico. Más bien se trata de una manera, legítima y aceptable en cualquier caso, de competir en medio de la vorágine del capitalismo internacional. Y conste que aquí no se trata de retornar al socialismo al estilo de lo que ocurría en la antigua Europa del Este ni mucho menos, sino de colocar bien los puntos sobre las íes y no colgarse de propuestas que parecen novedosas, sólo para tener la falsa sensación de que todo está hecho y de que ya es innecesario un esfuerzo por corregir siquiera una minúscula porción del actual descalabro financiero internacional.