jueves, 23 de febrero de 2012

Un Divo y Un Músico de Verdad

Entre los sempiternos lugares comunes que la prensa de espectáculos -más bien de frivolidades- asentada en el Festival de Viña suele desempolvar cada quincena de febrero, se encuentra el reportaje a las "curiosas excentricidades" de algunos artistas que intervienen en dicho evento: más que nada, las cosas que éstos solicitan que haya tanto en la habitación del hotel como en el camerino. Este año se dio la coincidencia -que para esta clase de periodistas suele ser sinónimo de buena fortuna- de que dos cantantes de rubros y raigambres completamente diferentes y por ende imposibles de comparar entre sí, llegaron prácticamente juntos a la meta de las exigencias incomprensibles y más propias de aquellos tipos aburridos del dinero y la fama: Luis Miguel y Morrisey.

Desde luego, salta a la vista que el hecho de colocarlos a ambos a la misma altura de por sí constituye un sacrilegio que sólo puede incubarse en la mente de las oquedades que rodean a un evento como el Festival de Viña. La calidad -si es que así se le puede llamar- del intérprete mexicano, un muñeco bronceado que sólo es capaz de aullar canciones erotómanas al gusto de adolescentes con escaso o nulo conocimiento en e interés por la buena música, no tiene parangón con el autor británico, que en la década de 1980 hizo un gran aporte al estilo conocido como "new wave" y al pop inglés e internacional en general, primero a través de la banda The Smiths y luego con su carrera solista. Sin embargo, es suficiente con echarle un vistazo a las exigencias planteadas por cada uno para notar lo disparejo de sus niveles. Mientras el norteamericano solicitó más de doscientas toallas y unos cuantos quilos de flores, el del Reino Unido sólo busca tener la oportunidad de continuar su dieta fuera de su país y de los lugares que suele visitar, al nombrar una lista de alimentos especiales que no se fabrican y ni siquiera se conocen en estas latitudes, pues no contienen carne ni grasas saturadas, ya que él es un vegetariano extremo.

Lo cual, antes que nada, se enmarca en una opción de vida respetable. Claro: las peticiones de Morrisey a la postre resultaron unas de las más caras para los organizadores del festival, toda vez que estos desconocidos regímenes alimenticios venidos del primer mundo nos parecen propios de ciertos colectivos sociales que poco deben envidiarle a los siúticos refinados de antaño, con la diferencia de que, mientras aquellos moldeaban sus costumbres de acuerdo al puritanismo medio cristiano y medio masón, éstos se sustentan en el ecologismo y los derechos de los animales. Pero el tipo sigue su estilo, se ha definido de manera clara y no se le puede tachar de inconsecuente. En cambio, ¿qué sentido tiene llenar el camerino con dos centenares de toallas? La única respuesta que se viene a la cabeza, es que se intenta llamar la atención de esa prensa frívola que precisamente se centra en estas anécdotas, con la cual estos seudo artistas tienen una relación de mutuo beneficio. Pues nadie que domine siquiera los datos más mínimos sobre música popular, se le ocurrirá rechazar el hecho de que el aporte de Luis Miguel es simplemente nulo. Y eso se refleja en la actitud que cada uno ha tomado en su respectiva visita a Chile. Mientras el británico ha arribado con tres días de anticipación, se encierra toda una tarde en una academia de música a ensayar, y en sus ratos libres se pasea por las calles y saluda y firma autógrafos como un ciudadano más, el mexicano -a quien por algo se le conoce en estos lares como el "chupete de fierro"- llegó directamente al escenario a aullar y enseguida se fue con idéntica rapidez, dejando apenas tiempo para conceder una raquítica conferencia. O sea, la conducta esperable en un divo insípido. Quien por lo demás, fuera de su actitud desagradable, hizo noticia gracias a un personaje de la farándula criolla, la casquivana -ésa es su profesión u oficio- María Eugenia Larraín, que quería cobrarle un antiguo encuentro furtivo, pese a que el seductor trató por todos los medios de evitarla, incluso entregando fotografías de ella a su innumerable escolta. Cabría preguntarse si fue ese sudor el que lo motivó a rogar por toallas -porque no eran higiénicas, así que no estaban destinadas a paliar algún accidente de la susodicha-, aunque, si me permiten la opinión, dudo que las haya utilizado.

No faltan quienes pertenecen a esa misma hoguera de frivolidades, que se interrogan el por qué un artista anglosajón recala en este festival, ya que prácticamente pertenecen a otro mundo y poco tienen que hacer aquí. Completamente de acuerdo. En especial, porque esa clase de conclusiones confirma el coro de oquedades que por estas fechas rodea a Viña del Mar. Así como el público más asiduo a este evento sólo está dispuesto a comprender a Luis Miguel, ellos -que debieran ser los guías y las lumbreras- no hacen el menor esfuerzo por ir siquiera un poco más allá. Es de esperar que el comportamiento serio y profesional de Morrisey les sirva de aprendizaje, más allá de su fanatismo ecologista, que dicho sea de paso, a mí también me repugna, aunque por causas diferentes a las que esgrime la prensa rosa.Quizá estén sacando alguna lección, porque ciertos periodistas han informado sobre las actividades del británico en Chile, y en términos positivos (bueno: aunque se suele hablar en ese tipo de términos en convocatorias como ésta). Ojalá se plante una semilla, aunque las aves raras sólo tengan como finalidad defecar sobre el orgullo de las mentes hueras.

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