jueves, 31 de mayo de 2012

Los Escupitajos del Abuelo

Existen dos etapas en la vida de la persona en la cual está exenta de mantener convicciones firmes. Una es la infancia, por causas obvias, ya que aún no se alcanzan las cotas necesarias de madurez intelectual y racional. La otra es la senectud, en donde muchos, en una actitud que mezcla la experiencia adquirida durante los años, pero también la falta de compromiso que suele acarrear la jubilación, suelen llevar a cabo un examen de su vida que incluso puede motivarlos a arrepentirse de lo que sostuvieron o impusieron en el transcurso de décadas.

Este último es el fenómeno que está ocurriendo con el octogenario Patricio Aylwin, presidente de Chile entre 1990 y 1994, el primero tras la dictadura de Pinochet, y además un político de cuño conservador, asentado en el históricamente inefable partido Demócrata Cristiano, quien pese a ello lideró -con resultados aceptables, hay que admitirlo- una coalición de centro izquierda, la Concertación, tal vez con el propósito de contener a determinados movimientos considerados indeseables para aquellos sectores que alentaron el golpe militar de 1973 y los cuales aún contaban -y cuentan- con altas cuotas de influencia y poder. El veterano hombre público, en declaraciones a un diario español, levantó una agria polvareda cuando señaló que el gobierno de Salvador Allende -contra quien aglutinó una enconada oposición- había sido pésimo, dejando entrever que tales niveles de calidad se debían a su ideología socialista. Acto seguido, agregó que el cabecilla de la tiranía posterior, si bien había sido un dictador, sin embargo cosechó altos grados de popularidad, característica que explicaría su permanencia en la primera magistratura por dieciséis años y medio. Y que no se debería a su carisma, sino que a, como suele repetir la derecha criolla, que "salvó al país".

Uno cuando llega a viejo, y además tiene la conciencia de que ha sido un personaje muy determinante en la historia de un determinado territorio, puede actuar de dos maneras si su propósito final es arreglar cuentas antes de rendirlas en el juicio celestial. Si se trata de alguien que ha manifestado una tendencia, de cualquier índole, muy definida, que además incluye aportes originales que en ciertos casos han sido adoptados como modelo a seguir: lo más esperable es que al mirar atrás reconozca que determinadas conductas fueron en exceso radicales y que constituyeron un factor contraproducente para el mensaje que se quiso entregar. Esto sucede incluso con quienes han asegurado haber sido afectados por una especie de "conversión" que los ha impulsado a renegar de todo lo que habían creído en su pasado. Caso muy emblemático de eso último es Mario Vargas Llosa, que a pesar de todo lo que ha despotricado contra los movimientos izquierdistas que antes respaldó con denodado tesón, empero jamás ha renunciado a continuar publicando sus obras literarias clásicas, inexplicables fuera del contexto de las opiniones que ahora le parecen aberrantes. Sin embargo, una situación muy distinta ocurre con quienes, pese a seguir una línea partidista más o menos fija, empero no han buscado la creación, siquiera insignificante, de un paradigma propio, sino que se han colgado en forma exclusiva de su formación familiar o escolar, o en su entorno social o geográfico. Estas personas tienden a formular declaraciones que no pueden clasificarse en el marco de lo políticamente incorrecto. Sino que más bien son el producto de la ociosidad, como fue señalado en el primer párrafo, de quien ya no tiene responsabilidades y goza de su jubilación, donde en algunos casos, suelen descansar también el tino y el raciocinio.

Lo que se acerca más a la personalidad de Aylwin, el tipo de la "justicia en la medida de lo posible", y uno de los dirigentes más visibles de la siempre ambigua democracia cristiana, partido de raigambre conservadora muy cercano al catolicismo, que a la vez ha intentado enganchar con el electorado mediante una suerte de populismo encubierto (característica de los social cristianos en general, de todas maneras). Alguien que hizo gala de la negociación como método para ganar espacios y acceder a posiciones más altas, que en determinada época fueron útiles para el manejo del país, pero a cambio de una enorme injusticia en todos los puntos del quehacer nacional, ya se tratara del asunto de los derechos humanos, la moralina o la desigualdad social. Es sintomático que el octogenario ex presidente se mandara tales exabruptos en dos ocasiones: en la época actual, cuando se halla arremolinado y viviendo de rentas gracias a los pactos que estableció, y en los años de la Unidad Popular, cuando notó que podía quedar afuera de un interesante proceso porque su conservadurismo provinciano y simplón estaba de más.

jueves, 24 de mayo de 2012

Campeones y Subvalorados

Por qué los logros que la Universidad de Chile viene consiguiendo hace ya más de un año en el ámbito del fútbol sudamericano, no prenden a la opinión pública de la misma forma que los obtenidos por Colo Colo allá por 1991, es un tema que varias personas han tratado de explicar. La gran mayoría -por no decir prácticamente todos- han solucionado la interrogante repitiendo que la fuerza de las llamadas "barras bravas" -una cuestión aún más delicada tratándose de dos clubes que son rivales históricos, que tras de sí arrastran a un gran número de hinchas y por último están siempre disputándose el honor de ser el más triunfador de la misma liga-. Es una de varias explicaciones posibles, sin bien es preciso acotar que tal fenómeno ya estaba instalado para los años noventa, y que los hechos violentos derivados de él ya se hacían sentir.

Sin embargo, las causas de esta situación pueden ser halladas en un sinnúmero de circunstancias. Para comenzar, las históricas. En 1991, el fútbol chileno aún no se recuperaba del trauma que había significado el denominado escándalo del Maracaná, ocurrido menos de dos años antes. Producto de este bochorno -y de los castigos que acarreó, entre ellos la imposibilidad de competir en el Mundial de 1994- el seleccionado nacional se encontraba muy depauperado, al extremo de que le costaba organizar partidos amistosos debido tanto a la renuencia internacional como la falta de auspicios comerciales. A esto se agrega el antecedente de que ningún equipo local había obtenido una copa continental oficial, ya se tratara de los clubes o del propio combinado representativo. Otro factor a considerar es la trayectoria de los jugadores que consiguieron estos campeonatos -la Libertadores de América,  la Inter Americana y la Recopa Sudamericana- quienes se situaban en la plenitud de sus carreras, con vastos  recorridos por Europa o México, por lo que ya tenían su puesto de ídolos entre la hinchada (de hecho, ninguno de ellos pudo ser transferido por Colo Colo tras culminar el torneo). Finalmente hay que incluir un elemento de índole más social, puesto que en aquella década la televisión por cable se encontraba en pañales y los desafíos se transmitían a través de los canales abiertos, que por motivos obvios son recibidos por una masa más amplia de espectadores, lo que a la postre significa un nivel de empatía igualmente mayor.

En contraste, los encuentros protagonizados por Universidad de Chile son emitidos a través de las transmisoras de pago, lo cual ya disminuye su impacto en términos de potencial fenómeno social. Además, éste es un equipo de futbolistas jóvenes muchos de los cuales se dieron a conocer recién hace un año, precisamente gracias a los triunfos que lograron con su equipo. En vez de ser el momento culminante de sus carreras, estas campañas son, cuando no el inicio de ellas, un mero trampolín para acceder a ligas más competitivas, en las cuales además cuentan con las mismas opciones tanto de destacar como de perderse (en esto último, simbólico es el caso de Eduardo Vargas). Y si bien es importante recalcar que entre la época gloriosa de Colo Colo y la de los azules existe un trecho más o menos grande de por medio, la condición de haber llegado primeros es un factor que jamás se debe dejar de considerar. Fuera de que entretanto, el seleccionado nacional ha conseguido salir de su letargo ya ha podido brindar a la hinchada satisfacciones pequeñas pero emblemáticas, como los terceros lugares de selecciones menores, las clasificaciones a los Mundiales de 1998 y 2010 y el campeonato de Toulon. Por último, también cabe mencionar un antecedente de índole político: en 1991 se venía saliendo de la dictadura y esta clase de eventos eran siempre vistos como una muestra de que el país venía saliendo de una etapa macabra. Aunque Pinochet hubiese sido el presidente honorario de los blancos.

Una lástima, tomando en cuenta el buen juego que Universidad de Chile efectúa especialmente a nivel internacional. Pero el problema no es tanto de las barras bravas y sus escándalos que hoy mismo mantienen copados los titulares de prensa. Es de quienes han impuesto, con todas las buenas intenciones (obteniendo resultados tan loables como el que da tema a este artículos), el concepto del buen negocio en el fútbol, donde al final valen más las acciones tranzadas en la bolsa que los vítores de los hinchas. Quizá por ello los grandes potentados que ahora han asumido las riendas del balompié quieren eliminar de una vez por todas a los grupúsculos violentos que hasta hace muy poco tiempo incluso ellos apoyaban. Porque continuar sosteniéndolos les está arrebatando algunos dólares.

jueves, 17 de mayo de 2012

El Boquiflojo Sofisticado

Ha corrido más agua y sangre de la que se debía en este asunto de Cristián Boza, el decano de arquitectura de la ignota Universidad San Sebastián, respecto de sus declaraciones en las cuales se refería a los alumnos del plantel -pero con la decidida aunque solapada intención de extrapolarlo a todos quienes se encuentran atrapados en la telaraña de la educación superior chilena- como "faltos de cultura y sofisticación", emitiendo además estas declaraciones con el desprecio de rigor. La afrenta le salió cara pues terminó siendo despedido de su cargo, aunque tratándose de tales sujetos y de sus redes de apoyo, es probable que en pocos días halle refugio en otra de estas "casas de estudios", incluso en alguna que sea catalogada de mayor rango, si es que, en el juego que nos tienen acostumbrados dichas instituciones, al final sus ahora ex superiores no acaban revocando la medida, bajo el argumento de que "hemos reflexionado y creemos que nuestra decisión fue un lamentable error que además podría haber sido considerado un acto de censura".

Pues en verdad, basta ver los antecedentes de las partes involucradas para sospechar que este auténtico escándalo de farándula no es más que la búsqueda de una "universidad" -de pésima calidad incluso dentro del contexto local- para hacerse notar y así captar un mayor número de matrículas, bajo el subterfugio de que sus integrantes están fomentando el debate. Por una parte, tenemos a un académico que como todos los de su calaña, ha dejado de ejercer su profesión lo más probable producto de su incompetencia, y se ha escondido en las aulas supuestamente superiores donde puede ocultar no sólo su incapacidad o su ignorancia, sino también su carencia de información, usando su porquería de autoridad para agredir a estudiantes que se hallan un escalafón más abajo de la pirámide, pero que lo superan en habilidades y conocimientos. Por otro lado, hay un plantel surgido gracias a las diversas leyes que a partir de 1981 generaron un relajamiento en el nivel general de la educación en aras de procurar una entrada más fluida de capitales pecuniarios, el cual ha intentado obtener la aprobación de la sociedad recurriendo a iniciativas de corte populista propias del conservadurismo mezclado con torpeza intelectual que sus propietarios e integrantes profesan, como la instalación de una estatua de trece metros del fenecido papa Juan Pablo II, proyecto ideado por el mismo Boza.

Pero no se crea que tales demostraciones de imbecilidad sólo pueden nacer de las instituciones que han sido agrupadas bajo del mote de "nuevas privadas". Ya que este energúmeno perfectamente podría haber impartido clases en un plantel como la Pontichanta o el lupanar de Bello. Puesto que, aunque resulte majadero reiterarlo, todas las "universidades" son iguales; y los académicos rotan entre ellas dándose curiosidades como que un docente, durante la mañana hable en una determinada aula contra la calidad de enseñanza de una determinada casa de estudios, y en la tarde aparezca en la misma organización que denigró, alabando el esfuerzo de quienes cuentan con menos recursos y de paso hablando mal de los privilegiados que imaginan estar dentro de un aura. Incluso, la mayoría de los colegas de este arquitecto, que rechazan la medida tomada por la San Sebastián, aseguran que sus palabras son tema de conversación en las reuniones privadas y las conversaciones informales, en las cuales se lanzan idénticos calificativos contra los alumnos. Cuando no se los espetan a la cara amparándose en su pequeña pero significativa cuota de poder.

Claro. Ellos salen bien parados desviando la atención y diciendo que sólo protestan (es decir, que están al nivel de los estudiantes que llevan más de un año ocupando las calles y debatiendo en serio) por la baja calidad de la educación que sus alumnos reciben desde los segmentos básico y medio. La vieja estrategia de culpar a otros cuando las aberraciones propias saltan a la vista. Que entre esos zánganos que aseveran dar clases en las "universidades" es una costumbre que incluso tiene amparo legal, ya que se parapetan detrás de la supuesta autonomía, que saben utilizar cuando les conviene, para no rendir cuentas de sus actos. Los cuales ya están muy desenmascarados, como lo demostró la reciente prueba Inicia que reveló que los educandos de las carreras de pedagogía no reciben el volumen adecuado de conocimientos que les permitan desenvolverse de forma aceptable en las escuelas o liceos. Un círculo vicioso que algunos hacen girar para quedar impunes y continuar con su mediocridad, acusando a otros.

                                                                                                                                         

viernes, 11 de mayo de 2012

Por Unas Uniones Homosexuales Más

Más allá de la polémica -artificial- en torno a las declaraciones del presidente norteamericano, Barack Obama, quien hace unos días aseguró que de ser reelecto en noviembre apoyaría una reforma legal para aprobar en el país el matrimonio entre personas del mismo género: lo interesante del asunto es dejar siquiera por un momento las posturas alrededor del tema y detenerse a pensar el por qué las parejas gay han insistido tanto durante el último tiempo en exigir un reconocimiento oficial a sus relaciones. Desde luego, hay reivindicaciones históricas de corte más abstracto, como la necesidad de establecer un símbolo que marque, siquiera de manera representativa, el inicio del fin de una ancestral situación de segregación y rechazo, mediante un mecanismo que  equipare su realidad frente al resto de la sociedad. Sin embargo, también caben motivaciones de carácter más pragmático, en las cuales están involucrados, siquiera de modo indirecto, quienes practican esa odiosa conducta que se ha dado en llamar homofobia.

Tales argumentos están circunscritos a las cuestiones de orden patrimonial. Ocurre que, debido a que son ignoradas por la legalidad, muchas parejas homosexuales, cuando optan por iniciar una vida juntos, se ven obligados a adquirir bienes muebles o inmuebles a nombre de uno de sus componentes. Cuando éste fallece -lo que es muy común en esta clase de uniones, no tanto a causa de las enfermedades venéreas o los asesinatos ideológicos, sino en buena parte debido a su misma condición de informalidad- sus familiares, apelando al asunto de la heredad, se apropian como aves de rapiña de dichas posesiones, dejando al otro integrante del dúo en el más absoluto desamparo. El hecho es que algunos de esos parientes son cristianos devotos y con un fuerte vínculo hacia sus iglesias, que precisamente en atención a su propia fe, expulsaron al gay de su núcleo y cortaron toda clase de contacto con él mientras se encontraba vivo. Quizá exista en esa conducta una intención de borrar las manchas del pecado y efectuar por fin un correcto servicio a Dios, ya que les resultó imposible corregir la desviación afectiva del disidente, el que para su pesar ahora arde en las llamas del infierno. No obstante, es preciso recordar a esos hermanos que la Biblia, con la misma presteza con la cual censura las inclinaciones sexuales heterodoxas, también condena el robo.

Puede resultar poco adecuada la manera en la cual voy a enlazar dos consideraciones las cuales se han unido mediante sucesos más bien fortuitos y antes que nada relacionados casi exclusivamente con la cosa coyuntural. Pero es importante acotar que Obama no es un líder religioso o el dirigente de alguna congregación, sino el presidente de Estados Unidos, país en cuyo seno convergen no sólo grupos evangélicos quienes con una más que aceptable justificación defienden a rajatabla la invariabilidad del matrimonio heterosexual, sino que también católicos, judíos, ortodoxos, musulmanes, hindúes; gente de pensamiento conservador, liberal, progresista o izquierdista; madres solteras, ateos y agnósticos, y por cierto además homosexuales. Y como tal debe legislar en favor de todos estos colectivos, entendiendo esta conducta en el marco de la búsqueda del bien común, un mandato que forma parte de la doctrina cristiana. Al respecto no se debe dejar de citar a aquellas sociedades que trataron de regirse por los principios bíblicos y en consecuencia demostraron su devoción excluyendo todo aquello que les parecía impuro, y acabaron siendo más corruptas que la peor podredumbre mundana, por ejemplo la Inglaterra victoriana o el propio Estados Unidos en los años de la ley seca. Puede ser que en el comportamiento descrito en el párrafo quepa un resabio de aquellas épocas "doradas", al intentar imponer una suerte de justicia divina encima de cierta clase de impíos, destinada a exorcizarlos del tejido social. Sin embargo, y tal como ocurrió en los casos históricos recién mencionados, también podría darse el fenómeno de que las labores de limpieza sean tan dañinas que la impureza que se buscó erradicar, lo cual se traduciría en una muestra de que esos esfuerzos en apariencia cercanos a un plan sacro, en verdad sólo esconden un mal bastante peor.

Reiteraré mi opinión personal acerca del tema. Hablar de matrimonio homosexual es un contrasentido semántico e histórico, por lo que cualquier concepción al respecto constituye un mero absurdo. Eso, independiente de que se hace urgente legislar con el propósito de que las aberraciones señaladas en el segundo cuarto de este artículo deben ser eliminadas de cuajo porque en esta época en la cual la ciudadanía empieza a tomar conciencia respecto de la discriminación, se han transformado en un modo muy solapado de expresar la mayor homofobia sin correr el riesgo de ser acusado de discurso de odio. Y en cuanto a Obama: sólo está sacando a la mesa un tema controvertido -más que nada dentro de los cánones de la comidilla y la parafernalia- con el fin de obtener réditos electorales, sin detenerse a reflexionar sobre él. En cualquier caso, más torpes han sido los conservadores norteamericanos, que recogieron el guante disponiéndose a bailar las melodías afro imperialistas que el mandatario ha decidido colocar, dando origen a un debate infundado, morboso y exagerado, orquestado con el propósito de crear en torno suyo un espectáculo circense que ningún aporte le hace al problema de fondo, aunque sí consiga desviar la atención de todos los demás problemas.

                                                     


miércoles, 2 de mayo de 2012

El Cantar de Quelentaro

Hace unos días dejó de existir el músico y folclorista Eduardo Guzmán. Bueno: "dejó de existir" es sólo una frase cliché citada con el propósito de arrancar este artículo, porque el guitarrista y compositor vivirá para siempre en las coplas y canciones que creó para Quelentaro, el grupo, prácticamente dúo, que mantuvo por varias décadas junto a su hermano Gastón además de los colaboradores e instrumentistas del momento. Que si bien estaba medio peldaño más abajo que otros memorables conjuntos y solistas de la llamada Nueva Canción Chilena, como Inti Illimani, Quilapayún o Víctor Jara, aparte de no haber conocido una fama que les permitiera instaurarse como un estilo a seguir, debido a su insistencia en publicar discos de manera independiente y alejada de los sellos -incluso los que tenían afinidad ideológica-: de cualquier manera no puede ser dejado de lado en alguna reseña del arte local, por muy lacónica que fuere; toda vez que pese a su marginalidad asumida, igual se ganó un respetable nivel de popularidad tanto dentro del país como en el extranjero.

¿Qué tienen las obras de Quelentaro, que a pesar de su apariencia de piezas folclóricas tradicionalmente esquemáticas, empero han cautivado a oídos de las últimas décadas, aparentemente proclives a gustos más refinados, en los cuales revolotea como una rara avis que porfía por ocupar el sitial que sin duda alguna se merece? Quizá la explicación esté en esa misma sensación inicial de hallarse frente a algo extraño, tanto en sus aspectos más formales e históricos -la mencionada independencia respecto de la industria musical- como en su propuesta y sus temáticas. Lo primero que llama la atención en el conjunto de los Guzmán, es que a diferencia de sus compañeros de generación, como los ya mencionados Inti o Quila, no cantan a la grandilocuencia de los movimientos colectivos cuya conciencia de masa permite el estallido de una revolución tras la cual todos viven felices para siempre porque desde entonces se tornan uno. Muy por el contrario, sus coplas hablan de seres solitarios, aislados y alejados de los grandes núcleos obreros, faltos de información y con escasas posibilidades de comunicarse entre sí a fin de llevar adelante un proyecto común. Una tendencia que los catapultó a tornarse como el retrato más certero del mundo rural, donde primaban los hombres analfabetos, embrutecidos por la violencia de los patrones de fundo -que reproducían al interior de sus propias familias-, objeto de desprecio legal y laboral (los sindicatos campesinos fueron permitidos en Chile recién en 1967) incluso desde el espectro socialista que pretendía liberarlos de sus ataduras, el cual siempre los trató como menores de edad debido a su baja educación, considerándolos una parte necesaria del enorme conglomerado de clases pobres, pero sin jamás consultarles acerca de sus inquietudes o ideas de solución.

De ahí que las letanías, recitadas o cantadas por una voz cansada por la dureza dela vida y de los años, se hayan convertido en el reflejo más fiel de la lucha social del campesino aunque ésta terminara yendo por un sendero distinto al que dictaba la revolución. Una capacidad de comprender el entorno que les permitió, acto seguido, describir la existencia de otros seres marginales, como los cesantes o los jubilados, que por su propia naturaleza jamás serían capaces de subirse al carro de la victoria aunque las mismas personas que lo ocupaban les tendieran la mano y les reservasen un espacio. ¿Cómo puede encajar un desempleado dentro de un colectivo obrero? ¿O de qué forma un pensionado, que recibe justamente dinero a causa de su pasividad obligada -aunque no por voluntad propia-, puede marchar junto a las hordas populares? Es por eso que antes de ser atiborrado con libros teóricos y filosóficos, el hombre Quelentaro pide que le dejen hablar, que le permitan contar sus penurias, sin que le coloquen un límite de tiempo, porque sólo de esa manera el interlocutor se enterará de su realidad, a la que tiene un acceso muy limitado producto del aislamiento y la falta de información -que en estos casos es recíproca-, y a partir de ese punto este receptor se verá capacitado para ayudar a la resolución de los problemas que aquejan a quien desea tomar como pupilo. Fuera de que esta audición debe producirse sin condiciones, porque el emisor nunca asistió a la universidad, quizás apenas lo hizo a la escuela primaria, y se expresará en su voz curtida por el sacrificio.

Es tal vez por lo mismo que la agrupación de los hermanos Guzmán sea tan apetecida entre personas independiente de su pensamiento político que empero tienen extracción popular y se encuentran lejos de las academias. Es innegable que en ese mundo también se coleccionan los discos de este conjunto, pero salvo excepciones, en su mayoría se trata de nostálgicos de la Nueva Canción Chilena que incluyen a Quelentaro en sus anaqueles porque formó parte de ese movimiento musical, pero que apenas conocen sus canciones. Es la verdad narrada por el niño, el adulto o el anciano desvalidos de la vida, que aunque lo quisieron, no pudieron hallar su espacio siquiera en los colectivos que se los ofrecían. Y es además, la historia de las zonas rurales marcadas por la pobreza y la lentitud, donde el pueblo se mueve -aún hoy- a ritmo de carreta transportando de un lado a otro los productos de venta que apenas le alcanzan para subsistir.