viernes, 11 de mayo de 2012

Por Unas Uniones Homosexuales Más

Más allá de la polémica -artificial- en torno a las declaraciones del presidente norteamericano, Barack Obama, quien hace unos días aseguró que de ser reelecto en noviembre apoyaría una reforma legal para aprobar en el país el matrimonio entre personas del mismo género: lo interesante del asunto es dejar siquiera por un momento las posturas alrededor del tema y detenerse a pensar el por qué las parejas gay han insistido tanto durante el último tiempo en exigir un reconocimiento oficial a sus relaciones. Desde luego, hay reivindicaciones históricas de corte más abstracto, como la necesidad de establecer un símbolo que marque, siquiera de manera representativa, el inicio del fin de una ancestral situación de segregación y rechazo, mediante un mecanismo que  equipare su realidad frente al resto de la sociedad. Sin embargo, también caben motivaciones de carácter más pragmático, en las cuales están involucrados, siquiera de modo indirecto, quienes practican esa odiosa conducta que se ha dado en llamar homofobia.

Tales argumentos están circunscritos a las cuestiones de orden patrimonial. Ocurre que, debido a que son ignoradas por la legalidad, muchas parejas homosexuales, cuando optan por iniciar una vida juntos, se ven obligados a adquirir bienes muebles o inmuebles a nombre de uno de sus componentes. Cuando éste fallece -lo que es muy común en esta clase de uniones, no tanto a causa de las enfermedades venéreas o los asesinatos ideológicos, sino en buena parte debido a su misma condición de informalidad- sus familiares, apelando al asunto de la heredad, se apropian como aves de rapiña de dichas posesiones, dejando al otro integrante del dúo en el más absoluto desamparo. El hecho es que algunos de esos parientes son cristianos devotos y con un fuerte vínculo hacia sus iglesias, que precisamente en atención a su propia fe, expulsaron al gay de su núcleo y cortaron toda clase de contacto con él mientras se encontraba vivo. Quizá exista en esa conducta una intención de borrar las manchas del pecado y efectuar por fin un correcto servicio a Dios, ya que les resultó imposible corregir la desviación afectiva del disidente, el que para su pesar ahora arde en las llamas del infierno. No obstante, es preciso recordar a esos hermanos que la Biblia, con la misma presteza con la cual censura las inclinaciones sexuales heterodoxas, también condena el robo.

Puede resultar poco adecuada la manera en la cual voy a enlazar dos consideraciones las cuales se han unido mediante sucesos más bien fortuitos y antes que nada relacionados casi exclusivamente con la cosa coyuntural. Pero es importante acotar que Obama no es un líder religioso o el dirigente de alguna congregación, sino el presidente de Estados Unidos, país en cuyo seno convergen no sólo grupos evangélicos quienes con una más que aceptable justificación defienden a rajatabla la invariabilidad del matrimonio heterosexual, sino que también católicos, judíos, ortodoxos, musulmanes, hindúes; gente de pensamiento conservador, liberal, progresista o izquierdista; madres solteras, ateos y agnósticos, y por cierto además homosexuales. Y como tal debe legislar en favor de todos estos colectivos, entendiendo esta conducta en el marco de la búsqueda del bien común, un mandato que forma parte de la doctrina cristiana. Al respecto no se debe dejar de citar a aquellas sociedades que trataron de regirse por los principios bíblicos y en consecuencia demostraron su devoción excluyendo todo aquello que les parecía impuro, y acabaron siendo más corruptas que la peor podredumbre mundana, por ejemplo la Inglaterra victoriana o el propio Estados Unidos en los años de la ley seca. Puede ser que en el comportamiento descrito en el párrafo quepa un resabio de aquellas épocas "doradas", al intentar imponer una suerte de justicia divina encima de cierta clase de impíos, destinada a exorcizarlos del tejido social. Sin embargo, y tal como ocurrió en los casos históricos recién mencionados, también podría darse el fenómeno de que las labores de limpieza sean tan dañinas que la impureza que se buscó erradicar, lo cual se traduciría en una muestra de que esos esfuerzos en apariencia cercanos a un plan sacro, en verdad sólo esconden un mal bastante peor.

Reiteraré mi opinión personal acerca del tema. Hablar de matrimonio homosexual es un contrasentido semántico e histórico, por lo que cualquier concepción al respecto constituye un mero absurdo. Eso, independiente de que se hace urgente legislar con el propósito de que las aberraciones señaladas en el segundo cuarto de este artículo deben ser eliminadas de cuajo porque en esta época en la cual la ciudadanía empieza a tomar conciencia respecto de la discriminación, se han transformado en un modo muy solapado de expresar la mayor homofobia sin correr el riesgo de ser acusado de discurso de odio. Y en cuanto a Obama: sólo está sacando a la mesa un tema controvertido -más que nada dentro de los cánones de la comidilla y la parafernalia- con el fin de obtener réditos electorales, sin detenerse a reflexionar sobre él. En cualquier caso, más torpes han sido los conservadores norteamericanos, que recogieron el guante disponiéndose a bailar las melodías afro imperialistas que el mandatario ha decidido colocar, dando origen a un debate infundado, morboso y exagerado, orquestado con el propósito de crear en torno suyo un espectáculo circense que ningún aporte le hace al problema de fondo, aunque sí consiga desviar la atención de todos los demás problemas.

                                                     


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