miércoles, 31 de agosto de 2011

Policía Con Apellido Mapuche

Muchos se sorprenden cuando escuchan el nombre de Miguel Millacura, el ex sargento de Carabineros, dado de baja justamente por asesinar a mansalva y sin provocación previa al adolescente Manuel Gutiérrez, en el marco de las protestas acaecidas el viernes pasado, como parte de las demandas en pro de una mejora en la calidad de la educación. En especial, se ruborizan cuando constatan que este criminal tiene un apellido de origen mapuche, una etnia cuyos integrantes han venido sufriendo constantes hostigamientos desde las fuerzas policiales, al punto que varios de ellos han terminado acribillados de una forma muy parecida a la del mencionado joven Gutiérrez. Por lo cual se habría pasado a las filas del enemigo, traicionando a su etnia.

Aunque no debería extrañar. Carabineros, como todo cuerpo de policía cuya labor esencial es la mantención del llamado orden público, expresada en el patrullaje de calles (y que por contraste, le resta atención al peritaje judicial, tarea que en Chile le corresponde a Investigaciones), tiende a reclutar a sus integrantes desde los sectores más bajos de la sociedad. Ahí donde pululan cientos de muchachos con escasas expectativas, y que ven la posibilidad de asegurar su futuro. En un organismo que además pertenece al Estado, y que por motivo de ciertas deducciones lógicas -varias de las cuales se tornan realidad- nunca debería ser afectado por una reducción de personal. Los altos mandos de la institución y hasta los miembros del ejecutivo, que a la postre son sus jefes, saben de dicha condición y la emplean en beneficio propio: permitiendo que los aspirantes finalmente reciban el uniforme tras apenas ocho meses de instrucción promedio. Ganan tanto los aspirantes, que pueden acceder a un salario estable de por vida tras aprobar un curso que por su brevedad no les implica desembolsar grandes sumas de dinero; pero igualmente los gobiernos, que en un lapso insignificante de tiempo pueden contar con una abundante caterva de nuevos e incondicionales subordinados dispuestos a contener no sólo a los delincuentes comunes, sino también a los revoltosos, agitadores y disidentes políticos.

Ahora bien. Entre esos muchachos desesperados y por lo mismos obnubilados por obtener una estabilidad rápida y fácil, se encuentra un número relativamente alto de personas con apellido mapuche, o de cualquier otra etnia aborigen entre aquellas que todavía no han sido barridas por el exterminio total. Precisamente estos ciudadanos, debido a su origen racial, son víctimas del rechazo, la discriminación e incluso la violencia, lo cual los arrastra a formar parte de los tantos cinturones de pobreza que se conforman en nuestras ciudades. Pertenecen al círculo desde donde se extrae el grueso de los policías. Y muchos de ellos son vecinos de algún barrio popular urbano, cuyos padres migraron hasta allí con la esperanza de conseguir un mejor pasar, pues lo más probable es que en su sitio primigenio de residencia, experimentaron un nivel de existencia paupérrimo, entre otras causas, justamente por la segregación llevada a cabo contra ellos basada en sus nombres familiares. Cabe recordar que muchos indígenas de zonas rurales abandonan sus tierras ancestrales empujados por los abusos cometidos por forasteros que se instalan en esos lares, y que se traducen en agresiones que van desde el insulto, pasando por el bloqueo al libre comercio de sus artículos, hasta los homicidios y otros atentados graves. Como su idiosincrasia les ha resultado adversa -y en la ciudad no se dan signos de que eso cambie- deciden a su vez deshacerse de todo elemento que indique su cultura de pertenencia, al punto de negarse a hablar su lengua nativa delante de sus hijos para que éstos no la aprendan, y en las situaciones más extremas, cambiar sus mismos apellidos por otros mestizos. 

Es preciso acotar que la mayor aspiración entre los muchachos de origen mapuche es ser carabinero. Lo que no debiera provocar espanto, si están inmersos en aquella masa que se siente salvada de la indigencia cuando ve la opción de integrarse a la policía. Lo que en verdad tiene que ocasionar estupor es la enorme cantidad de personas con abolengo indígena que desconocen su cultura porque sus progenitores se esmeraron en que eso no ocurriera, a fin de asegurarles una existencia menos mala de la que a ellos les tocó experimentar. Son seres que cuentan con un apellido aborigen, o sus antepasados más directos fueron aborígenes, pero que por diversas circunstancias no son tales. Y por lo tanto esos antecedentes deben ser considerados sólo como una coincidencia. Con un agravante adicional: que la renuncia no fue el fruto de la voluntad propia, sino de presiones externas que en situaciones como la de Miguel Millacura, son capaces de llevarlos a transformarse en individuos despreciables.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Y Qué Pasa Con Bahrein

Aunque al momento de escribir este artículo aún no ha sido confirmado, lo más probable es que los rebeldes acaben controlando la totalidad del territorio de Libia, independiente de la resistencia que pueda ofrecer Muanmar al-Khaddafi y las fuerzas que lo secundan. Ya las potencias occidentales comienzan a frotarse las manos: tendrán otro subsuelo cubierto de petróleo completamente a su disposición, expresión de júbilo que se ha reflejado en los súbitos repuntes de las bolsas de comercio internacionales, después de una quincena en la cual primaron los desplomes y la amenaza cada vez más concreta de una nueva y todavía más severa recesión. En especial, los que más saltan de contentos son los tres gobernantes que indujeron el levantamiento y luego lo apoyaron con sendos bombardeos que destruyeron al país árabe: el inglés David Cameron, el francés Nicolás Sarkozy, y era que no, el norteamericano Barack Obama. Este último, ha cumplido con la victoria militar que todo mandatario yanqui debe exhibir en su palmarés, que además le ha servido, siquiera por unos cuantos días, para desviar la atención sobre su desastroso e inepto manejo de la economía nacional. El segundo, con una reelección a las puertas, ha salido airoso de su intento por demostrar que, a pesar de que las mujeres cuando no se arrancan de su presencia le colocan los cuernos como quieren, empero puede enfrentarse a un Estado más débil y doblegarlo, eso sí con el auxilio de sus colegas matones. Mientras que el británico, que a menos de un año de asumir el cargo afronta un grave descontento popular, para el que la única respuesta es la represión, ha recuperado un dominio colonial al cual le concedió una autonomía bufonesca, al mando de una monarquía autoritaria y corrupta, la misma que Khaddafi derrocó allá por 1969.

No hay excusa que valga. Es cierto que Khaddafi cometió varios desaciertos al momento de intentar controlar las protestas masivas -y en primera instancia pacíficas- que se suscitaron a mediados de enero. Pero el hecho de que los líderes políticos mencionados en el párrafo anterior hubiesen respaldado un alzamiento armado -que para el caso de otras latitudes, consideran como una organización terrorista-, es ya de por sí una contradicción. Y más aún, si se les entregan pertrechos y sobre la misma les allanan el camino mediante una invasión encubierta, actuando como un árbitro parcial. Lo peor es que no tuvieron el menor descaro en reconocer como gobierno legítimo de Libia, ya desde el inicio de las escaramuzas, a los rebeldes, en circunstancias de que no estábamos en presencia de una estructura política definida y bastante menos establecida, sino ante una pandilla de insurgentes que para colmo caían en la categoría de "combatientes irregulares" y por ende ni siquiera cabía aplicarles los convenios de Ginebra acerca de una situación de guerra. Si las potencias occidentales aplicasen esta lógica de manera pareja, entonces deberían aceptar con idéntica consideración, por ejemplo, a las FARC colombianas, a los tigres tamiles, y hasta a Al Qaeda o al Ejército de Resistencia del Señor. Los dirigentes de Estados Unidos tendrían que haber habilitado nuevas celdas en Guantánamo con el propósito de encarcelar a los más exaltados del levantamiento: una prisión que por cierto Obama no clausura a pesar de ser una de sus más visibles promesas de campaña.

Tampoco es válido como subterfugio el afirmar que la rebelión armada libia es una consecuencia de la denominada "primavera árabe" que ya había tumbado a los sempiternos gobernantes de Túnez y Egipto. Para comenzar, porque aquellos movimientos de inicio a fin se desarrollaron de manera pacífica, excepto por la represión del aparato estatal. Luego, porque quienes intervinieron en Libia actuaron con doble criterio. Por ejemplo, en el caso de Bahrein, donde las protestas acaecieron en forma paralela a las de los países africanos, con idéntica fuerza, aunque poco atendidas por la prensa internacional. Resulta que esta isla acabó siendo ocupada por Arabia Saudita, lo cual ha significado que desde entonces se lleven a cabo una incontable cantidad de ejecuciones sumarias, muchas veces sin juicio previo. Ambos Estados son reconocibles dictaduras monárquicas muy devotas del islam más recalcitrante, el mismo que espanta a los adalides del "mundo libre". Allá las mujeres no pueden optar a trabajos y ni siquiera obtienen licencia de conducir, y no está permitida ninguna religión fuera de la musulmana. Pero ambos guardan otro factor común: son aliados de las potencias occidentales, lo cual les acarrea ciertos privilegios. El mencionado Bahrein posee soberanía pese a que no cumple con los requisitos para ser considerado un Estado nacional, ya que siempre ha sido parte de la cultura persa, lo que ha impulsado el permanente reclamo de Irán. Y en la tierra natal de Mahoma se han permitido el lujo de exportar a Osama Bin Laden, miembro de una de las familias más acaudaladas y pudientes del lugar, socio comercial de importantes empresarios y presidentes norteamericanos, entre ellos el impulsor de la cruzada por la democracia universal, George W. Bush.

Al final, con la rebelión libia virtualmente triunfante, sólo cabe acotar que en realidad, los enemigos de la libertad son quienes se oponen a las ambiciones de los representantes del Primer Mundo. Ya había sucedido con Saddam Hussein -colaborador de Estados Unidos hasta que decidió tomar su propio rumbo- y ahora ocurre con Khaddafi. De hecho, aparte de los bombardeos externos, los grandes impulsores del alzamiento armado dentro de Libia fueron los clérigos musulmanes, tal como aconteció con los sacerdotes católicos en los países comunistas de Europa del Este. Tipos que tienen afiladas las garras para crear un nuevo Estado confesional, cuya continuidad está asegurada gracias a la venia de las potencias occidentales. Comenzaron marcando un punto a su favor, cuando desde el extranjero le dieron apoyo a su guerra santa contra un gobernante al que consideraban infiel. Más aún: han sido las mezquitas el factor de unión entre los insurgentes, que durante estos meses han llegado a asesinar a algunos de sus propios cabecillas por considerar que tenían una visión eclesiástica un tanto heterodoxa. Y el concepto belicista ha traído imágenes como las de una pequeña niña que porta un cuchillo en una mano y una pistola en la otra, las que nos retrotraen a los aspectos más tétricos del islam, los mismos que tanto espanto provocan en quienes se sienten amenazados por las variantes extremas de ese credo. Si esa infante fuera palestina o afgana, las consecuencias podrían ser nefastas para sus padres y los jefes espirituales y políticos que los guían. Bueno: cuando las futuras autoridades libias echen abajo un edificio en Londres o vuelen el metro de París, el "mundo libre" dará inicio a una nueva cruzada, contra un viejo amigo que resultó ser más rebelde de lo permitido.

         

                                   

miércoles, 17 de agosto de 2011

Somalía: El Hambre Como Identidad Nacional

Entre las noticias de las protestas y los disturbios que sacuden a distintos países del orbe, y la irresponsabilidad con que las autoridades de Estados Unidos -tanto las de gobierno como de oposición- han tratado el asunto económico, se cuela, en los medios de comunicación, la desesperada situación de hambruna que sacude a Somalía, provocada por una combinación de factores que incluyen una severa y prolongada sequía, una aún más extensa y sanguinaria guerra civil, y la eterna ineficacia de los países desarrollados para tratar una situación que es causa de anomalías que se vienen produciendo hace décadas y de las cuales se puede esperar que desencadenen un acontecimiento como éste. El que por lo demás ya ha acontecido en épocas pasadas en aquella región conocida como el cuerno de África, con imágenes casi tan impactantes como las que están llegando ahora a través de los cables y los reportajes, que pese a su crudeza, más que revelar de que nos encontramos en una crisis peor que las anteriores, representan una muestra del deterioro progresivo e irreversible que en todos los aspectos -recursos naturales, población, cultura, sociedad- ha venido experimentando esa región del planeta.

Veamos. Somalía, como buen Estado africano, es otro invento de las potencias coloniales. Históricamente parte de Etiopía, esa franja de terreno, durante el siglo XIX, fue repartida entre franceses, británicos e italianos. Tras la derrota de estos últimos en la Segunda Guerra Mundial, debieron ceder su porción a los ingleses, quienes la fundieron en una entidad única a la que finalmente le concedieron la independencia (la parte correspondiente a los galos, a su vez alcanzó la soberanía con el nombre de Yibuti). Las tensiones entre ambas comunidades pudieron ser aplacadas primero por una dictadura comunista, y más tarde por el factor de cohesión que significa la religión musulmana, mayoritaria en la población, e impuesta por las invasiones árabes a comienzos de la Edad Media europea. Entretanto, se sucedieron dos hechos que han sido determinantes para el curso posterior del país. La intervención militar norteamericana de los años 1990, cuyo fin era entregar ayuda humanitaria a los más desposeídos, pero que como todo lo que protagonizan las fuerzas armadas estadounidenses, dejó al teatro de acciones peor de como lo encontró. Y la secesión de la fracción norte, la misma que había permanecido bajo dominación italiana, que conformó la república de Somalilandia, no reconocida por la comunidad internacional, a pesar de que cuenta con una estructura política bien consolidada y que podría ser la envidia de cualquier otra nación de África, amén de un interesante desarrollo económico. Pero como los occidentales tienen miedo de que los reclamos de autonomía de los pueblos en el continente negro deriven en un caos -como si la actualidad fuese el más buscado de los ideales-, sancionan todo intento de modificación de las fronteras, diseñadas según sus intereses y sin consultarle a los afectados.

Somalía se ha caracterizado por ser tierra de nadie. Posesión de etíopes, árabes, ingleses, franceses, italianos, soviéticos y norteamericanos. Todos, en su momento, han querido imponer sus términos esperando el acatamiento absoluto de un puñado de habitantes que, de acuerdo a la época y a la mentalidad del ocupante, han sido considerados provincianos, infieles, sudesarrollados, alienados o extremistas religiosos. Cada cual, a su modo, ofreciéndose como la instancia de salvación, discurso elaborado con el propósito de ocultar sus verdaderas intenciones. Ignoro qué frases se utilizaron para convencer a los somalíes medievales de allegarse al paraíso de Alá -bueno: gran parte del aporte lo hicieron las armas-, pero de seguro se pueden comparar a las de los comunistas que prometían la prosperidad material y la disolución de las clases -lo cual es un asunto muy serio en un sitio donde prima la organización en clanes familiares- o a las de los militares norteamericanos que venían a liberarlos del yugo de la guerra y la pobreza. Al final, todos huyeron al darse cuenta que resultaba imposible dominar una zona salvaje, pero con la satisfacción de llevarse en los bolsillos algo de la riqueza y del patrimonio del lugar. Quedó el islam, que ha servido más como una herramienta de control para los jefes tribales que una auténtica unidad; pero especialmente, el hambre, que se ha erigido prácticamente en el único elemento de idiosincrasia nacional.

¿Qué se puede hacer para conseguir el rescate de Somalía, por emplear una palabra que se puso de moda durante los momentos más turbulentos de la crisis financiera? Primero que nada, entender que no nos encontramos frente a negritos belicosos, sino ante un pueblo compuesto por mujeres y hombres que piensan y además tienen sus propias costumbres, ya que en ningún caso ambas cosas son incompatibles. Un paso que parece muy simple, pero que al parecer, para los europeos y norteamericanos, producto de su formación, a veces resulta muy difícil por no decir prácticamente imposible de dar. Luego, consultar a los habitantes de aquella malograda zona acerca de sus necesidades, aceptando de antemano que las inquietudes de los ciudadanos rasos son diferentes a las de sus jefes tribales y de los tristemente célebres "señores de la guerra". Y si produce algún choque entre las diversas aspiraciones, buscar un consenso, y si éste no se genera, simplemente optar por las propuestas que se inclinen por el bien común y no por la opresión. Esto significa hurgar en lo profundo de las almas y comprender que el islam que se asegura es profesado de manera unánime, puede constituir nada más que un sustento a la posición de los líderes locales responsables de que los alimentos no lleguen a sus dependientes. Es el error que caracteriza a todas la intervenciones externas en el África negra: sus impulsores se prefieren sostener a estos personajes como interlocutores válidos ya que es una solución fácil, pues en forma indirecta pueden abarcar una gran cantidad de lugareños. Lo que deja entrever que su disposición de ayudar es sólo un saludo para las cámaras de televisión.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Siria, Sí; Inglaterra, No

¿Por qué los manifestantes de Siria tienen demandas legítimas y los de Inglaterra son simples delincuentes? ¿Por qué las protestas en los países islámicos forman parte de una "primavera árabe, mientras que las del Reino Unido sólo merecen ser catalogadas de disturbios? En todos estos lugares se han producido saqueos a tiendas e incluso a viviendas particulares, y en todos los casos la policía ha intentado disolver los desórdenes aplicando una violencia represiva que no dejado de arrojar su estela de muertos. Es cierto: las víctimas en las islas británicas apenas suman cinco, mientras que en algunos Estados musulmanes se cuenta por varios cientos, o al menos eso aseguran las cadenas de prensa occidentales, cuyos reporteros, amparados en una serie de excusas, han optado por no ingresar a las naciones sitas al sur o al este del Mediterráneo.

Sin embargo, se debe recordar que fue esa clase de información, obtenida a través de fuentes indirectas y no comprobables, en lugar de los datos recogidos in situ, los que justamente motivaron al primer ministro británico, David Cameron, a integrar una fuerza militar en contra de Libia, cuyo gobierno estaba siendo objeto también de reclamos. Entonces, se trataba de proteger a civiles que simplemente se mostraban hartos de una extensa dictadura militar. Bueno: los escépticos de seguro afirmarán que en realidad se buscaba apropiarse del petróleo de aquella nación, en medio de una coyuntura internacional de crisis financiera, incremento en el precio de los alimentos  y aumento de la pobreza y el desempleo, factores que precisamente han alentado las aglomeraciones callejeras tanto en Europa como en África y Asia. Quizá por lo mismo, es que el citado Cameron buscó dar una imagen de imparcialidad ante la opinión pública y hace unos días se unió al coro que le exigía al gobierno sirio acabar con las masacres y escuchar las legítimas solicitudes del pueblo. Algo que hizo con una vehemencia que auguraba un nuevo ataque bélico, pero que finalmente pasó a segundo plano tras suscitarse las postales que mostraban un Londres incendiado por las turbas juveniles. Era el momento de preocuparse por la situación interna, además de modificar el discurso: ahora no convenía apoyar o siquiera insinuar simpatía por una horda que, en determinado lugar, insistiera en derrocar a un gobernante. Después de todo, el señor Cameron era un miembro más del club, aunque haya sido elegido mediante las reglas de la democracia liberal occidental,  y no mediante una revolución socialista, el acuerdo de clérigos religiosos o la herencia del cargo (aunque Inglaterra sea una monarquía).

De acuerdo. Se podrá decir que Siria ha sido regido durante cuarenta años por una familia que durante todo este tiempo ha acaparado suficiente poder político y económico como para hacer de las suyas con el pueblo, situación que podría compararse con los Somoza en Nicaragua. También, que Libia ha sido manejado, en igual periodo de tiempo, con mano de hierro por Khaddafi, cuyo socialismo islámico es tan extraño que finalmente sólo deja lugar para sospechar que se trata de una fachada tejida con el afán de encubrir los intereses personales del líder. Pero, ¿en la isla cómo andamos? Si el Reino Unido es uno de los sitios más afectados por la crisis económica mundial, se debe a que sus sucesivas administraciones se endeudaron de espaldas a los votantes y aceptando créditos cada vez más elevados, y todo sin regulación de por medio. Es muy conocida la actitud de Tony Blair, el antecesor de Cameron, quien ordenaba la demolición de puentes o edificios que apenas contaban dos años de antigüedad, para reconstruirlos y así disminuir las cifras de desempleo. Una serie de conductas que, hasta en el uso más amplio de la palabra, constituyen corrupción. Y para ello no se requirió de un jerarca autoritario o injusto (o de alguno que los gobernantes europeos considerasen como tal, pues varios países árabes afectados por las revueltas, tenían sistemas de comicios periódicos), sino que se aprovechó la legislación de la "democrática" Inglaterra, cuya estructura política, basada en un parlamentarismo excluyente, que sólo permite la existencia de dos partidos y medio, fue elaborada por la misma clase social de la cual provienen los primeros ministros y los congresistas, muchos de los cuales están emparentados o mantienen lazos de amistad con la realeza.

Ante una situación que se arrastra por décadas, los británicos pedestres han dicho basta y se han comenzado a movilizar, del mismo modo en que lo hicieron los ciudadanos de Siria, Túnez o Egipto. Y en todos estos países han acontecido saqueos e incendios, que es la respuesta natural de una población desarmada frente a las injusticias de una administración tiránica. Sólo que mientras en un caso son legítimas las demandas, en el otro lo legítimo es la represión. El que las mujeres no tengan que usar el velo cuando salen de sus casas, o la mayor antigüedad de las instituciones, no necesariamente demuestra que en un determinado sitio haya más democracia y libertad que en otro. Incongruencia que se manifiesta en la actitud del gobierno inglés, que ha divulgado fotografías de supuestos saqueadores de tiendas a través de las cadenas de televisión e internet, atentando contra varios derechos humanos esenciales de las personas. Además de permitir la operación de pandillas de auto defensa con rasgos marcadamente neonazis, como forma de que los vecinos controlen a las turbas de exaltados. Mientras, asevera que los libios que en ese lugar salen manifestarse en favor de Khaddafi, si no son acarreados a punta de metralla, son pagados por las autoridades o se les ha prometido favores. Cameron ha olvidado que el descontento y el malestar son universales, y que también se pueden dar en el Primer Mundo.

miércoles, 3 de agosto de 2011

El Terrorista Solitario

Costó que los medios masivos de comunicación y los líderes mundiales se atrevieran a calificar la masacre perpetrada en Noruega por Anders Behring como un acto terrorista. Si bien ya todos coinciden en describir el hecho con esa palabra que de por sí provoca miedo, la mayoría se tomó su tiempo antes de dar el paso adelante. Y entre los pocos que sí cruzaron la línea, hay unos cuantos que usaron el vocablo casi al momento de enterarse del incidente; pero porque en principio se lo atribuyeron a extremistas musulmanes. Tal vez, la demora en llamar a las cosas por su nombre, se deba a que uno siempre espera que esta clase de acciones sean acometidas por un grupo más o menos amplio, o en el peor de los casos, por una célula organizativa. Sin embargo, son escasas las personas que están dispuestas a concebir la idea de que estos sucesos sean responsabilidad de un solo sujeto, al punto que cuando se da esta particular, se tiende a abordar como un asunto de delincuencia común o de desquiciamiento mental.

La verdad es que, cuando se pide nombrar ejemplos de agrupaciones terroristas, los encuestados se inclinan por citar a movimientos guerrilleros de tendencia izquierdista, o bien por organizaciones que reivindican a una etnia, pueblo o colectivo social o religioso en contra de un determinado poder central. En este caso, se puede afirmar que los representantes de dicho poder están interesados en conseguir que le el calificativo se instale en el inconsciente colectivo, con el fin de obtener la identificación ciudadana al instante de decidirse a combatir a estas bandas, reduciéndolas a un estado de irregularidad indeseable. Y como tienen la oficialidad de su lado, no les cuesta mucho imponerse a través del lenguaje. Por el contrario,las facciones de extrema derecha, ultra conservadoras o de inspiración fascista, de acuerdo a este postulado, serían vistas como colaboradoras por el régimen de turno, por lo cual se las deja pasar y sólo se reacciona hacia ellas cuando se produce un hecho de sangre de las proporciones de lo acaecido en Noruega. En realidad, y al margen de que esta tesis a algunos les resulte un subterfugio ideológico, casos en los que se ha aplicado tal política de doble rasero abundan en la historia reciente. Ahí están las hordas de rompehuelgas de Italia y Estados Unidos, en ciertos casos pagados por la mafia. O los grupos paramilitares o colectivos de auto defensa en América Latina. O las pandillas neonazis, racistas y xenófobas que pululan por Europa y que constituían la admiración de Behring.

Sin embargo, ese argumento no agota la complejidad de la explicación. Muy por el contrario: existen otros que están relacionados con la estructura de cada bando, y con la esencia misma de sus respectivos postulados. En el espectro político, la derecha suele privilegiar el logro individual -e individualista- por encima del interés común. Factor que se replica en sus engendros extremistas, en donde, justamente producto de dicha condición, es que se encuentran más acentuados. Así, cuando un terrorista que proviene de estos sectores decide acometer alguna fechoría, no le resulta cuestionable el hecho de actuar solo, y de que su pensamiento empiece y termine con él o con su acto. Distinta es la visión de una colectividad de izquierda, que incluye elementos como el proyecto histórico común o la rebelión masiva que es capaz de vencer a un puñado de opresores. En la única instancia en la cual un ultra conservador puede aceptar en comunidad, es cuando éste le reverencia una obediencia ciega e incondicional a la autoridad o a un líder absoluto, que es el caso del fascismo. Pero ahí no hablamos de personas permanentemente conscientes de su elección, sino de una suerte de tipos obnubilados que han cedido su racionalidad, o al menos parte importante de ésta. Se trataría de meros zombis, no al estilo de los de George Romero, sino de los clásicos, aquellos que se acercan de manera más fiel a la mitología vudú.

Por desgracia, la mayoría de las iniciativas contra el terrorismo, tanto legales como filosóficas o sociales, están diseñadas para atacar a las guerrillas de izquierda o a los movimientos que objetan el sistema establecido y a quienes lo manejan. Y los discursos también. Lo cual conlleva un problema adicional, puesto que determinados gobernantes y servicios secretos tienden a caer en el vicio de perseguir a todos estos colectivos sin discriminación, no haciendo la necesaria distinción entre quienes andan armados y aquellos que ejercen medidas de presión pero sin llegar a cometer atentados homicidas. No ocurre lo mismo con los extremistas de la vereda de enfrente. Primero, no suelen ser objeto de investigación policial. Y cuando alguno traspasa la barrera y ejecuta una acción deleznable, se opta por separarlo del aparato político general de la derecha, aseverando que se trata de un enajenado o de un simple maleante. Es por cierto, lo que ha decidido el abogado de Behring, al decir en una entrevista, con una mezcla de ingenuidad y evasión, que su cliente estaba loco. Tal vez comprende que su defendido deberá afrontar sí o sí la condena social, y que desde toda observación posible, su matanza debe ser castigada de manera ejemplar (algo que no acontece en Noruega, donde las cárceles son jaulas de oro). Por lo que recurre a términos extraídos de la sicología, cuyos practicantes se han erigido como los inquisidores del siglo XXI. Empero, es preciso recordar que todas las inquisiciones tienen como finalidad preservar las condiciones actuales, exterminando cualquier intento de rebeldía o de modificación. Y por esa condición, sus cultores suelen acabar simpatizando con las teorías fascistas y conservadoras.