miércoles, 24 de agosto de 2011

Y Qué Pasa Con Bahrein

Aunque al momento de escribir este artículo aún no ha sido confirmado, lo más probable es que los rebeldes acaben controlando la totalidad del territorio de Libia, independiente de la resistencia que pueda ofrecer Muanmar al-Khaddafi y las fuerzas que lo secundan. Ya las potencias occidentales comienzan a frotarse las manos: tendrán otro subsuelo cubierto de petróleo completamente a su disposición, expresión de júbilo que se ha reflejado en los súbitos repuntes de las bolsas de comercio internacionales, después de una quincena en la cual primaron los desplomes y la amenaza cada vez más concreta de una nueva y todavía más severa recesión. En especial, los que más saltan de contentos son los tres gobernantes que indujeron el levantamiento y luego lo apoyaron con sendos bombardeos que destruyeron al país árabe: el inglés David Cameron, el francés Nicolás Sarkozy, y era que no, el norteamericano Barack Obama. Este último, ha cumplido con la victoria militar que todo mandatario yanqui debe exhibir en su palmarés, que además le ha servido, siquiera por unos cuantos días, para desviar la atención sobre su desastroso e inepto manejo de la economía nacional. El segundo, con una reelección a las puertas, ha salido airoso de su intento por demostrar que, a pesar de que las mujeres cuando no se arrancan de su presencia le colocan los cuernos como quieren, empero puede enfrentarse a un Estado más débil y doblegarlo, eso sí con el auxilio de sus colegas matones. Mientras que el británico, que a menos de un año de asumir el cargo afronta un grave descontento popular, para el que la única respuesta es la represión, ha recuperado un dominio colonial al cual le concedió una autonomía bufonesca, al mando de una monarquía autoritaria y corrupta, la misma que Khaddafi derrocó allá por 1969.

No hay excusa que valga. Es cierto que Khaddafi cometió varios desaciertos al momento de intentar controlar las protestas masivas -y en primera instancia pacíficas- que se suscitaron a mediados de enero. Pero el hecho de que los líderes políticos mencionados en el párrafo anterior hubiesen respaldado un alzamiento armado -que para el caso de otras latitudes, consideran como una organización terrorista-, es ya de por sí una contradicción. Y más aún, si se les entregan pertrechos y sobre la misma les allanan el camino mediante una invasión encubierta, actuando como un árbitro parcial. Lo peor es que no tuvieron el menor descaro en reconocer como gobierno legítimo de Libia, ya desde el inicio de las escaramuzas, a los rebeldes, en circunstancias de que no estábamos en presencia de una estructura política definida y bastante menos establecida, sino ante una pandilla de insurgentes que para colmo caían en la categoría de "combatientes irregulares" y por ende ni siquiera cabía aplicarles los convenios de Ginebra acerca de una situación de guerra. Si las potencias occidentales aplicasen esta lógica de manera pareja, entonces deberían aceptar con idéntica consideración, por ejemplo, a las FARC colombianas, a los tigres tamiles, y hasta a Al Qaeda o al Ejército de Resistencia del Señor. Los dirigentes de Estados Unidos tendrían que haber habilitado nuevas celdas en Guantánamo con el propósito de encarcelar a los más exaltados del levantamiento: una prisión que por cierto Obama no clausura a pesar de ser una de sus más visibles promesas de campaña.

Tampoco es válido como subterfugio el afirmar que la rebelión armada libia es una consecuencia de la denominada "primavera árabe" que ya había tumbado a los sempiternos gobernantes de Túnez y Egipto. Para comenzar, porque aquellos movimientos de inicio a fin se desarrollaron de manera pacífica, excepto por la represión del aparato estatal. Luego, porque quienes intervinieron en Libia actuaron con doble criterio. Por ejemplo, en el caso de Bahrein, donde las protestas acaecieron en forma paralela a las de los países africanos, con idéntica fuerza, aunque poco atendidas por la prensa internacional. Resulta que esta isla acabó siendo ocupada por Arabia Saudita, lo cual ha significado que desde entonces se lleven a cabo una incontable cantidad de ejecuciones sumarias, muchas veces sin juicio previo. Ambos Estados son reconocibles dictaduras monárquicas muy devotas del islam más recalcitrante, el mismo que espanta a los adalides del "mundo libre". Allá las mujeres no pueden optar a trabajos y ni siquiera obtienen licencia de conducir, y no está permitida ninguna religión fuera de la musulmana. Pero ambos guardan otro factor común: son aliados de las potencias occidentales, lo cual les acarrea ciertos privilegios. El mencionado Bahrein posee soberanía pese a que no cumple con los requisitos para ser considerado un Estado nacional, ya que siempre ha sido parte de la cultura persa, lo que ha impulsado el permanente reclamo de Irán. Y en la tierra natal de Mahoma se han permitido el lujo de exportar a Osama Bin Laden, miembro de una de las familias más acaudaladas y pudientes del lugar, socio comercial de importantes empresarios y presidentes norteamericanos, entre ellos el impulsor de la cruzada por la democracia universal, George W. Bush.

Al final, con la rebelión libia virtualmente triunfante, sólo cabe acotar que en realidad, los enemigos de la libertad son quienes se oponen a las ambiciones de los representantes del Primer Mundo. Ya había sucedido con Saddam Hussein -colaborador de Estados Unidos hasta que decidió tomar su propio rumbo- y ahora ocurre con Khaddafi. De hecho, aparte de los bombardeos externos, los grandes impulsores del alzamiento armado dentro de Libia fueron los clérigos musulmanes, tal como aconteció con los sacerdotes católicos en los países comunistas de Europa del Este. Tipos que tienen afiladas las garras para crear un nuevo Estado confesional, cuya continuidad está asegurada gracias a la venia de las potencias occidentales. Comenzaron marcando un punto a su favor, cuando desde el extranjero le dieron apoyo a su guerra santa contra un gobernante al que consideraban infiel. Más aún: han sido las mezquitas el factor de unión entre los insurgentes, que durante estos meses han llegado a asesinar a algunos de sus propios cabecillas por considerar que tenían una visión eclesiástica un tanto heterodoxa. Y el concepto belicista ha traído imágenes como las de una pequeña niña que porta un cuchillo en una mano y una pistola en la otra, las que nos retrotraen a los aspectos más tétricos del islam, los mismos que tanto espanto provocan en quienes se sienten amenazados por las variantes extremas de ese credo. Si esa infante fuera palestina o afgana, las consecuencias podrían ser nefastas para sus padres y los jefes espirituales y políticos que los guían. Bueno: cuando las futuras autoridades libias echen abajo un edificio en Londres o vuelen el metro de París, el "mundo libre" dará inicio a una nueva cruzada, contra un viejo amigo que resultó ser más rebelde de lo permitido.

         

                                   

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