miércoles, 31 de agosto de 2011

Policía Con Apellido Mapuche

Muchos se sorprenden cuando escuchan el nombre de Miguel Millacura, el ex sargento de Carabineros, dado de baja justamente por asesinar a mansalva y sin provocación previa al adolescente Manuel Gutiérrez, en el marco de las protestas acaecidas el viernes pasado, como parte de las demandas en pro de una mejora en la calidad de la educación. En especial, se ruborizan cuando constatan que este criminal tiene un apellido de origen mapuche, una etnia cuyos integrantes han venido sufriendo constantes hostigamientos desde las fuerzas policiales, al punto que varios de ellos han terminado acribillados de una forma muy parecida a la del mencionado joven Gutiérrez. Por lo cual se habría pasado a las filas del enemigo, traicionando a su etnia.

Aunque no debería extrañar. Carabineros, como todo cuerpo de policía cuya labor esencial es la mantención del llamado orden público, expresada en el patrullaje de calles (y que por contraste, le resta atención al peritaje judicial, tarea que en Chile le corresponde a Investigaciones), tiende a reclutar a sus integrantes desde los sectores más bajos de la sociedad. Ahí donde pululan cientos de muchachos con escasas expectativas, y que ven la posibilidad de asegurar su futuro. En un organismo que además pertenece al Estado, y que por motivo de ciertas deducciones lógicas -varias de las cuales se tornan realidad- nunca debería ser afectado por una reducción de personal. Los altos mandos de la institución y hasta los miembros del ejecutivo, que a la postre son sus jefes, saben de dicha condición y la emplean en beneficio propio: permitiendo que los aspirantes finalmente reciban el uniforme tras apenas ocho meses de instrucción promedio. Ganan tanto los aspirantes, que pueden acceder a un salario estable de por vida tras aprobar un curso que por su brevedad no les implica desembolsar grandes sumas de dinero; pero igualmente los gobiernos, que en un lapso insignificante de tiempo pueden contar con una abundante caterva de nuevos e incondicionales subordinados dispuestos a contener no sólo a los delincuentes comunes, sino también a los revoltosos, agitadores y disidentes políticos.

Ahora bien. Entre esos muchachos desesperados y por lo mismos obnubilados por obtener una estabilidad rápida y fácil, se encuentra un número relativamente alto de personas con apellido mapuche, o de cualquier otra etnia aborigen entre aquellas que todavía no han sido barridas por el exterminio total. Precisamente estos ciudadanos, debido a su origen racial, son víctimas del rechazo, la discriminación e incluso la violencia, lo cual los arrastra a formar parte de los tantos cinturones de pobreza que se conforman en nuestras ciudades. Pertenecen al círculo desde donde se extrae el grueso de los policías. Y muchos de ellos son vecinos de algún barrio popular urbano, cuyos padres migraron hasta allí con la esperanza de conseguir un mejor pasar, pues lo más probable es que en su sitio primigenio de residencia, experimentaron un nivel de existencia paupérrimo, entre otras causas, justamente por la segregación llevada a cabo contra ellos basada en sus nombres familiares. Cabe recordar que muchos indígenas de zonas rurales abandonan sus tierras ancestrales empujados por los abusos cometidos por forasteros que se instalan en esos lares, y que se traducen en agresiones que van desde el insulto, pasando por el bloqueo al libre comercio de sus artículos, hasta los homicidios y otros atentados graves. Como su idiosincrasia les ha resultado adversa -y en la ciudad no se dan signos de que eso cambie- deciden a su vez deshacerse de todo elemento que indique su cultura de pertenencia, al punto de negarse a hablar su lengua nativa delante de sus hijos para que éstos no la aprendan, y en las situaciones más extremas, cambiar sus mismos apellidos por otros mestizos. 

Es preciso acotar que la mayor aspiración entre los muchachos de origen mapuche es ser carabinero. Lo que no debiera provocar espanto, si están inmersos en aquella masa que se siente salvada de la indigencia cuando ve la opción de integrarse a la policía. Lo que en verdad tiene que ocasionar estupor es la enorme cantidad de personas con abolengo indígena que desconocen su cultura porque sus progenitores se esmeraron en que eso no ocurriera, a fin de asegurarles una existencia menos mala de la que a ellos les tocó experimentar. Son seres que cuentan con un apellido aborigen, o sus antepasados más directos fueron aborígenes, pero que por diversas circunstancias no son tales. Y por lo tanto esos antecedentes deben ser considerados sólo como una coincidencia. Con un agravante adicional: que la renuncia no fue el fruto de la voluntad propia, sino de presiones externas que en situaciones como la de Miguel Millacura, son capaces de llevarlos a transformarse en individuos despreciables.

No hay comentarios: