domingo, 6 de septiembre de 2015

El Fastidio del Folclor

Llega septiembre y los supermercados y centros comerciales sustituyen la música que comúnmente se oye en el interior de esos recintos por cuecas, tonadas y afines. Con ello, le avisan al público que es víspera de fiestas patrias y que al menos por un mes no han dejado de lado las "tradiciones" en favor de modelos y géneros foráneos cuya sola exhibición puede constituir un atentado contra la identidad nacional. De paso, alientan los reclamos de los folcloristas, quienes aseveran, no sin pruebas fehacientes, que la población local se acuerda de estas expresiones culturales, así como de sus practicantes, sólo durante dos semanas en el año.

Más allá de lo legítima -sobre todo a la luz de los hechos- que es esa protesta, cabría preguntarse si no sufre de una estrechez mental e intelectual similar a la que muestran los gerentes de las tiendas mencionadas en el párrafo anterior. Cuando se aborda este tema, siempre se hace en el marco de la ausencia de la denominada "música tradicional" durante el resto del año, y su consecuente arrinconamiento -con todos los clichés que ello acarrea- en septiembre. Pero, ¿nadie ha pensado en los efectos negativos que puede ocasionar esta sobre exposición de folclor en vísperas del "aniversario patrio"? Independiente de que alguien prefiera melodías de buena o mala calidad -y en la folclórica conviven ambas clases de demostraciones- su tendencia siempre estará orientada a la diversidad de géneros, pues machacar siempre en uno solo la verdad es que aburre. Incluso quienes ven esta expresión artística en términos puramente funcionales -entre otros, como fondo de un aviso publicitario o de un sitio de compras- se acaban hastiando cuando la oferta no es variada.

Y es preciso recordarlo: los centros comerciales, los espacios públicos, los programas televisivos y a veces ciertas emisoras de radio, no emiten otra cosa que no sean ritmos considerados folclóricos. ¿No estarán generando entre la población, precisamente la sensación de que esta música es válida sólo para la primera quincena de septiembre? ¿No están ellos mismos, finalmente, dejando entrever que estas composiciones tienen sentido únicamente en una fecha determinada? Con la forma en que abordan el asunto, terminan provocando dicho efecto. Porque a través de los parlantes se escucha una instrumentación totalmente diferente a lo que se expone el resto del año, atípica y que además desentona (vaya términos tratándose de música y de folclor) con la línea que se mantiene durante las épocas "normales". Aparte que es imposible no percibir una sensación extraña cuando se da en el mismo clavo cuando éste no corresponde a lo que se toca con frecuencia, donde por lo demás cada tienda o medio de comunicación cuenta con un estilo propio. Cuando un supermercado da a conocer determinadas canciones, lo hace porque es lo más grato para el personal o porque desea entregar una imagen particular e inequívoca al público. Lo que por las características ya explicadas no se da con la rítmica tradicional, impuesta en base a la obligatoriedad que impone una fecha.

El pianista Roberto Bravo siempre ha insistido que sólo existen dos tipos de música: la buena y la mala. En ese sentido, y más todavía en la actualidad, cuando las técnicas de grabación han permitido a los cultores de ritmos populares superar las limitaciones que les imponían las antiguas técnicas de notación -saber interpretar un pentagrama, por ejemplo-, el folclor no puede permanecer aislado y en su propio limbo, sino que debe mezclarse con otras formas de composición que permitan crear obras de calidad que perduren en el tiempo y que contribuyan a identificar a un  país. Si analizamos, nos damos cuenta que existe una enorme cantidad de autores y grupos cuya música se ha considerado folclórica que no practican el estilo al menos en el sentido ortodoxo del término, y que son doctos -Pedro Humberto Allende- o cercanos al pop -Inti Illimani, Los Jaivas-. Y a ellos y otros más se los oye todo el año, porque los receptores han caído justamente en la cuenta que resultaría ofensivo remitirlos a un cliché de quince días.