miércoles, 27 de marzo de 2013

La Gaviota de Jorge

Sentimientos encontrados provocó la actitud de Jorge González en su más reciente presentación en el Festival de Viña del Mar, donde interrumpió a los animadores justo en el instante en que éstos le anunciaban la entrega de la Gaviota de Oro, para cantar el tema con el cual planeaba cerrar su espectáculo. Convengamos que a pesar del incidente, el galardón finalmente llegó a las manos del líder de la disuelta banda "Los Prisioneros", que por lo demás era lo que correspondía, ya que se le había sido asignado en concomitancia con el reglamento del certamen.

Vamos a dejar de lado aquellos superfluos e insípidos comentarios que insisten en una supuesta inconsecuencia de González, porque se presenta como un rebelde con discurso en circunstancias que cobra una buena cantidad de dólares por subirse a la Quinta Vergara (como si los artistas no tuvieran que comer ni pagar las cuentas). Y nos centraremos en el carácter simbólico que tuvo la actitud del músico, estuviera él mismo consciente de su alcance o no. Hace un buen rato que los galardones otorgados a las presentaciones no competitivas del Festival de Viña han caído en el más absoluto desprestigio, producto de la banalidad que caracteriza a un evento que, independiente de la calidad de sus participantes, está de manera innegable rodeado por un halo de farándula y frivolidad (características que en todo caso, muchas veces van de la mano). Todo quien observó, siquiera por televisión, dicho    acontecimiento en los veranos de los años 1980, sabía lo difícil que resultaba que una Gaviota de Plata cayera en manos de un interviniente que no fuera a defender una de las canciones evaluadas por el jurado, hecho que en principio constituía la justificación de la existencia de este certamen. Cuando el público empezaba a presionar en aras de su entrega, el animador se encargaba de colocar todas las trabas posibles, y sólo en instantes que el clamor ya se hacía insostenible, finalmente se cedía. Antes, además, se hallaba el muro de la Antorcha de Plata. Hoy, lejos de repetirse aquellas jornadas, se han añadido dos premios adicionales -Antorcha y Gaviota de Oro respectivamente- que en lugar de generar una especie de barrera natural, son usados como aliento para subir el siguiente peldaño. Con su esperable pérdida de valor.

Ahí es donde lo obrado por González adquiere ribetes de acción simbólica. Tan poco pesa un galardón que se entrega de manera prácticamente rutinaria, que uno puede abogarse la licencia de faltarle el respeto, acallando su ceremonia de entrega con el propósito de entonar una nueva canción. Jorge, por decirlo de algún modo, leyó bien la situación y comprendió que el mejor premio que podía darle la audiencia del Festival era permitirle interpretar un nuevo tema, y que la retribución hacia el público era justamente proceder con tal ejecución, en lugar de alzar la mano con una estatua que en realidad está forjada de níquel y plomo, contando sólo con un baño del metal áureo. El ex Prisionero expuso de manera explícita una situación que muchos, por lo bajo o en el mejor de los casos en un marginal artículo periodístico, venían expresando de hace bastante tiempo: que la Gaviota, incluso la de oro, en la actualidad vale poco y nada. Sirve más el aplauso y el trato adecuado hacia el artista, quien por lo demás se encuentra en su pleno derecho de exponer la totalidad de su espectáculo y que no lo dejen a medias, que eso puede constituir un tipo solapado de censura.

Y en ese último sentido, sí hay mucho de consecuencia en González, retomando las opiniones de los ilusos mencionados en el segundo párrafo. Pues el tema que escogió para el cierre fue "Arauco Tiene Una Pena", de Violeta Parra, que describe la persecución de las autoridades chilenas en contra del pueblo mapuche, que se daba tanto en la época que dicha canción fue compuesta como en la actual. Es una declaración de principios de un artista que siempre ha tenido una opinión tajante sobre asuntos que trascienden la música. La cual era necesaria pues estamos hablando de una obra, que por un asunto de principios no puede ser mutilada, ya que es como suprimir escenas de una película por ser demasiado explícitas o abstenerse de imprimir páginas de un libro que son consideradas inadecuadas. En Jorge, esa exposición incluye cuadros donde se muestran declaraciones políticas, los que no deben ser excluidos del museo.

jueves, 14 de marzo de 2013

Un Mar de Maracos

Como si se tratara de un eterno retorno, de nuevo escuchamos las retóricas chovinistas que retrotraen a la Guerra del Pacífico. De parte del régimen de Bolivia, por un lado, que insiste en exigir la recuperación de una salida soberana al mar mediante una actitud de resentimiento que se esperaba iba a ser erradicada por el  actual gobierno, de carácter izquierdista e indigenista y se supone que por ende alejado de la retórica del nacionalismo bananero que siempre ha atravesado los discursos emitidos en los países latinoamericanos. Pero también a cargo de las autoridades chilenas, que siempre responden a tales demandas -legítimas, independiente del tono inadecuado en que se formulen- con el engreimiento matonesco de quien osa mostrar su superioridad frente a un vecino más débil, mientras le tiembla el mentón ante potencias más fuertes.

Revisemos. ¿Qué ganó Chile en cuanto vencedor de ese conflicto? Una extensa área desértica rica en minerales, uno de los cuales, el caliche, fue la causa directa del enfrentamiento bélico. En su defecto, las autoridades de la época descuidaron la vasta región de la Patagonia, que pasó a ser ocupada por Argentina. Una zona geográfica extensamente mucho más grande y que si bien no es famosa por su subsuelo, ha resultado provechosa para los ciudadanos trasandinos en términos de explotación agrícola y ganadera, actividades que demandan algo más de tiempo y paciencia y que no rinden frutos tan inmediatos como la minería, pero que a la larga significan un nivel de riqueza que además contribuye a la alimentación de la población. Mientras lo que se extrae de los socavones cuenta con fecha de caducidad, incluso antes del agotamiento físico del recurso, producto de su desvalorización bursátil o de hitos científicos como la invención en Alemania del salitre sintético, que a fines de la Primera Guerra Mundial borró de una plumada el esfuerzo de los anónimos soldados que murieron y fueron enterrados en la pampa.

Defunciones que ya en 1882 se vislumbraba que iban a ser en vano. Pues todos los yacimientos salitreros permanecieron en manos de las mayores fortunas inglesas de entonces, los mismos que además alentaron el conflicto con el propósito de promocionar su industria bélica, y que al fin y al cabo fueron los responsables de que el combate se decidiese en favor de Chile, pues esto les convenía a sus intereses personales. Cuando Balmaceda intentó cobrarles impuestos con el afán de financiar obras públicas determinantes para el progreso de la sociedad y a la postre del país -escuelas, hospitales, viaductos- los británicos hicieron alianza con sus socios de la oligarquía y el mismo ejército que se vanagloriaba de expulsar a bolivianos y peruanos de las regiones de Antofagasta y Arica, consiguiendo destituir al presidente tras una cruenta guerra civil. Después esos mismos hombres de armas se encargarían de ahogar en sangre las demandas de los obreros en sendas masacres como Santa María y Marusia, por mencionar los casos que más han trascendido. Trabajadores que ni siquiera solicitaban mejoras en sus remuneraciones, sino que sólo pedían un salario, ya que se les cancelaba mediante las infames fichas canjeables. Toda una efímera red de inútiles injusticias que se esfumó tras 1925, resultando un nulo aporte para un país que en menos de cuatro décadas volvió a encontrarse con su ancestral pobreza.

Eso sin contar que el conflicto del Pacífico se desató tras una serie de absurdos que bien podrían ser calificados de estupideces. Por ejemplo, el combate naval de Iquique, de donde se extrajo la figura de Arturo Pratt como ejemplo de heroísmo, pero que se produjo merced a la torpeza del almirante Williams Rebolledo, que desobedeció una orden directa de ir al Callao a neutralizar la flota peruana, lo cual podría haber significado el fin de la guerra antes incluso de comenzar, a cambio de darse el gusto de bombardear las indefensas caletas bolivianas que por entonces pululaban en el borde costero. O que el combate de La Concepción, donde pereció una enorme cantidad de adolescentes, entre ellos un niño de diez años, acaeció luego de que los refuerzos no llegaron a tiempo, pues no vislumbraban que una tropa enemiga iba a preocuparse por una localidad tan lejana. Al respecto, cabe recordar que la carne de cañón de ese ejército "siempre vencedor, jamás vencido" eran personas de extracción popular en muchos casos secuestradas y forzadas a engrosar las filas militares: en consecuencia, los mismos que tras sobrevivir a la conflagración se transformaron en los obreros reducidos a la miseria en las oficinas salitreras recién conquistadas, siendo a poco andar ajusticiados por esas mismas instituciones armadas a las cuales les habían prestado servicios. Los pocos que no acabaron en el desierto no a causa de la reciedumbre de los enemigos, sino como resultado de las esperpénticas tácticas de ataque del inepto Manuel Baquedano, el mismo que asumió el mando en 1891 tras la deposición de Balmaceda. Hay que decir las cosas como son: Bolivia cometió errores incomprensibles que derivaron en su  situación actual. Pero si Bolivia no tiene mar, Chile es un mar de maracos.

jueves, 7 de marzo de 2013

El Siempre Truncado Sueño Bolivariano

El lamentable fallecimiento del líder venezolano Hugo Chávez, da una nueva oportunidad para revisar los puntos más esenciales del denominado "sueño bolivariano", que el recién fenecido mandatario venezolano transformó en el eslogan y en la base ideológica y motivadora de su propio proyecto político, impulsado sobre todo por el hecho de que el prócer era su connacional. Una iniciativa que promueve la integración completa de las antiguas colonias españolas en Sudamérica al extremo de tornarlas un único país, tal como hoy acontece con Europa. Y la cual, es obvio probarlo, nunca se ha concretado, si bien en décadas recientes parecen producirse algunos pasos, entre los que se cuentan los diversos acuerdos internacionales y los intercambios de variada índole, situaciones puntuales que cuando menos han servido para solucionar conflictos limítrofes latentes que en el pasado dieron origen a cruentas guerras, en casi todas las ocasiones, entre territorios vecinos.

¿De dónde surge esta idea propugnada por Simón Bolívar, que conoce paralelos en la mentalidad de otros próceres de la independencia, como Francisco de Morazán y José de San Martín? La explicación más plausible se puede hallar en la mentalidad liberal que los caracterizó a los tres, así como a otros impulsores de los diversos movimientos de emancipación hispanoamericanos. Desde luego, cuando dicho término aún expresaba el conjunto de valores surgidos en el seno de la Revolución Francesa, y estaba lejos de ser reducido a una teoría económica por parte del británico Adam Smith (archipiélago cuyas autoridades siempre rechazaron los principios de aquella rebelión, lo cual demostraron de manera más ferviente en su tenaz intento por frenar el avance del imperio de Napoleón, quien deseaba expandirla al resto de Europa). Se imaginó que la conformación de Estados extensos iba a constituir una salvaguarda de las libertades personales e individuales además de los derechos de las minorías, reunidas en un paraguas que por la lógica de su propia pluralidad étnica, social y cultural, al final debía verse obligado a aceptar las distintas maneras de ser y de expresarse. Un gobierno central pero al mismo tiempo descentralizado, que para evitar la desmembración, debía aceptar una democracia más o menos plena, cuya amplitud territorial a su vez garantizaba la existencia de una cabecera fuerte, mas no autoritaria, sino viable y fiable. Como el sistema que dio vida a los Estados Unidos, donde trece colonias en este caso inglesas se unificaron bajo un régimen federal que les permitía mantener su integridad institucional. Al respecto, cabe recordar que la independencia norteamericana sirvió de inspiración para los insurrectos galos.

¿Qué sucedió finalmente? Pues que las oligarquías locales frenaron estas iniciativas las que no perduraron mucho tiempo. Así, las Provincias Unidas de Centroamérica, ideadas por Morazán, se desintegraron en cinco Estados centroamericanos, además de una porción territorial que pasó a formar parte de México. La Gran Colombia, el proyecto apoyado por Bolívar, se desmembró en los actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú. Ni hablar de las Provincias Unidas del Sur planteadas por San Martín, que ni siquiera alcanzó a crearse, debiendo el prócer contentarse con una entidad menor, las Provincias Unidas del Río de la Plata, embrión de los actuales Argentina, Uruguay, Paraguay y buena parte de Bolivia. Todas, repúblicas débiles que a poco andar se transformaron en haciendas personales de las clases pudientes respectivas, que en muchas ocasiones se encontraban más cercanas al estilo administrativo colonial que a los preceptos independentistas, aún cuando en muchas ocasiones los apoyaran. No tardaron, en consecuencia, en ganarse el peyorativo apodo de "bananeras". En una topografía compuesta de múltiples zonas aisladas, cercadas por accidentes geográficos notables, con escasa comunicación con el exterior y pobladas por masas de indígenas y mestizos analfabetos  y empobrecidos, resultó fácil para los pequeños caudillos y terratenientes, muchos de quienes recibieron esas parcelas en heredad desde la corona española, preservar sus privilegios sin detenerse a reflexionar en la incontable cantidad de abusos que estaban cometiendo. Lo cual, a la luz del desarrollo histórico, ha devenido en una paradoja ideológica de ésas que sólo se dan en América Latina. En lugar de ser un vehículo de expresión de la individualidad -y el individualismo- acá el liberalismo, al menos durante un buen rato, se utilizó para reafirmar la conciencia corporal como un mecanismo de defensar contra impulsos de carácter exclusivamente personal e inmediato.

Un dato muy interesante, a propósito de una mención efectuada en el párrafo anterior, es la conducta general que mostraron los representantes de tales oligarquías, muy afín a las realezas y noblezas europeas. Así, vimos que familias pudientes de distintos países se unían mediante alianzas matrimoniales, con lo cual los apellidos rancios que caracterizan a un país aparecen mencionados en varios otros. Adicionalmente, dichos connubios extinguieron determinadas ramas, con lo cual naciones enteras fueron absorbidas por otras. O bien desaparecieron por la debilidad de sus clases pudientes como acaeció con Los Altos, la República de Guayaquil o cualquiera de las antiguas capitanías generales con conforman hoy México o Argentina. Como contrapartida, aristócratas o plutócratas que al cabo de unas décadas adquirieron prestigio empezaron a presionar hasta conseguir situaciones como la independencia de Panamá, que se desprendió de Colombia en 1914, gracias a un sector alto de la ciudad homónima que entró en negociaciones con Estados Unidos, a quien le convenía la existencia de un territorio autónomo con la finalidad de construir el famoso canal. Ya por entonces el liberalismo apuntaba sobre todo a un paradigma meramente económico, que ya se sabía adaptar de excelente forma al conservadurismo social.