jueves, 7 de marzo de 2013

El Siempre Truncado Sueño Bolivariano

El lamentable fallecimiento del líder venezolano Hugo Chávez, da una nueva oportunidad para revisar los puntos más esenciales del denominado "sueño bolivariano", que el recién fenecido mandatario venezolano transformó en el eslogan y en la base ideológica y motivadora de su propio proyecto político, impulsado sobre todo por el hecho de que el prócer era su connacional. Una iniciativa que promueve la integración completa de las antiguas colonias españolas en Sudamérica al extremo de tornarlas un único país, tal como hoy acontece con Europa. Y la cual, es obvio probarlo, nunca se ha concretado, si bien en décadas recientes parecen producirse algunos pasos, entre los que se cuentan los diversos acuerdos internacionales y los intercambios de variada índole, situaciones puntuales que cuando menos han servido para solucionar conflictos limítrofes latentes que en el pasado dieron origen a cruentas guerras, en casi todas las ocasiones, entre territorios vecinos.

¿De dónde surge esta idea propugnada por Simón Bolívar, que conoce paralelos en la mentalidad de otros próceres de la independencia, como Francisco de Morazán y José de San Martín? La explicación más plausible se puede hallar en la mentalidad liberal que los caracterizó a los tres, así como a otros impulsores de los diversos movimientos de emancipación hispanoamericanos. Desde luego, cuando dicho término aún expresaba el conjunto de valores surgidos en el seno de la Revolución Francesa, y estaba lejos de ser reducido a una teoría económica por parte del británico Adam Smith (archipiélago cuyas autoridades siempre rechazaron los principios de aquella rebelión, lo cual demostraron de manera más ferviente en su tenaz intento por frenar el avance del imperio de Napoleón, quien deseaba expandirla al resto de Europa). Se imaginó que la conformación de Estados extensos iba a constituir una salvaguarda de las libertades personales e individuales además de los derechos de las minorías, reunidas en un paraguas que por la lógica de su propia pluralidad étnica, social y cultural, al final debía verse obligado a aceptar las distintas maneras de ser y de expresarse. Un gobierno central pero al mismo tiempo descentralizado, que para evitar la desmembración, debía aceptar una democracia más o menos plena, cuya amplitud territorial a su vez garantizaba la existencia de una cabecera fuerte, mas no autoritaria, sino viable y fiable. Como el sistema que dio vida a los Estados Unidos, donde trece colonias en este caso inglesas se unificaron bajo un régimen federal que les permitía mantener su integridad institucional. Al respecto, cabe recordar que la independencia norteamericana sirvió de inspiración para los insurrectos galos.

¿Qué sucedió finalmente? Pues que las oligarquías locales frenaron estas iniciativas las que no perduraron mucho tiempo. Así, las Provincias Unidas de Centroamérica, ideadas por Morazán, se desintegraron en cinco Estados centroamericanos, además de una porción territorial que pasó a formar parte de México. La Gran Colombia, el proyecto apoyado por Bolívar, se desmembró en los actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú. Ni hablar de las Provincias Unidas del Sur planteadas por San Martín, que ni siquiera alcanzó a crearse, debiendo el prócer contentarse con una entidad menor, las Provincias Unidas del Río de la Plata, embrión de los actuales Argentina, Uruguay, Paraguay y buena parte de Bolivia. Todas, repúblicas débiles que a poco andar se transformaron en haciendas personales de las clases pudientes respectivas, que en muchas ocasiones se encontraban más cercanas al estilo administrativo colonial que a los preceptos independentistas, aún cuando en muchas ocasiones los apoyaran. No tardaron, en consecuencia, en ganarse el peyorativo apodo de "bananeras". En una topografía compuesta de múltiples zonas aisladas, cercadas por accidentes geográficos notables, con escasa comunicación con el exterior y pobladas por masas de indígenas y mestizos analfabetos  y empobrecidos, resultó fácil para los pequeños caudillos y terratenientes, muchos de quienes recibieron esas parcelas en heredad desde la corona española, preservar sus privilegios sin detenerse a reflexionar en la incontable cantidad de abusos que estaban cometiendo. Lo cual, a la luz del desarrollo histórico, ha devenido en una paradoja ideológica de ésas que sólo se dan en América Latina. En lugar de ser un vehículo de expresión de la individualidad -y el individualismo- acá el liberalismo, al menos durante un buen rato, se utilizó para reafirmar la conciencia corporal como un mecanismo de defensar contra impulsos de carácter exclusivamente personal e inmediato.

Un dato muy interesante, a propósito de una mención efectuada en el párrafo anterior, es la conducta general que mostraron los representantes de tales oligarquías, muy afín a las realezas y noblezas europeas. Así, vimos que familias pudientes de distintos países se unían mediante alianzas matrimoniales, con lo cual los apellidos rancios que caracterizan a un país aparecen mencionados en varios otros. Adicionalmente, dichos connubios extinguieron determinadas ramas, con lo cual naciones enteras fueron absorbidas por otras. O bien desaparecieron por la debilidad de sus clases pudientes como acaeció con Los Altos, la República de Guayaquil o cualquiera de las antiguas capitanías generales con conforman hoy México o Argentina. Como contrapartida, aristócratas o plutócratas que al cabo de unas décadas adquirieron prestigio empezaron a presionar hasta conseguir situaciones como la independencia de Panamá, que se desprendió de Colombia en 1914, gracias a un sector alto de la ciudad homónima que entró en negociaciones con Estados Unidos, a quien le convenía la existencia de un territorio autónomo con la finalidad de construir el famoso canal. Ya por entonces el liberalismo apuntaba sobre todo a un paradigma meramente económico, que ya se sabía adaptar de excelente forma al conservadurismo social.

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