jueves, 14 de marzo de 2013

Un Mar de Maracos

Como si se tratara de un eterno retorno, de nuevo escuchamos las retóricas chovinistas que retrotraen a la Guerra del Pacífico. De parte del régimen de Bolivia, por un lado, que insiste en exigir la recuperación de una salida soberana al mar mediante una actitud de resentimiento que se esperaba iba a ser erradicada por el  actual gobierno, de carácter izquierdista e indigenista y se supone que por ende alejado de la retórica del nacionalismo bananero que siempre ha atravesado los discursos emitidos en los países latinoamericanos. Pero también a cargo de las autoridades chilenas, que siempre responden a tales demandas -legítimas, independiente del tono inadecuado en que se formulen- con el engreimiento matonesco de quien osa mostrar su superioridad frente a un vecino más débil, mientras le tiembla el mentón ante potencias más fuertes.

Revisemos. ¿Qué ganó Chile en cuanto vencedor de ese conflicto? Una extensa área desértica rica en minerales, uno de los cuales, el caliche, fue la causa directa del enfrentamiento bélico. En su defecto, las autoridades de la época descuidaron la vasta región de la Patagonia, que pasó a ser ocupada por Argentina. Una zona geográfica extensamente mucho más grande y que si bien no es famosa por su subsuelo, ha resultado provechosa para los ciudadanos trasandinos en términos de explotación agrícola y ganadera, actividades que demandan algo más de tiempo y paciencia y que no rinden frutos tan inmediatos como la minería, pero que a la larga significan un nivel de riqueza que además contribuye a la alimentación de la población. Mientras lo que se extrae de los socavones cuenta con fecha de caducidad, incluso antes del agotamiento físico del recurso, producto de su desvalorización bursátil o de hitos científicos como la invención en Alemania del salitre sintético, que a fines de la Primera Guerra Mundial borró de una plumada el esfuerzo de los anónimos soldados que murieron y fueron enterrados en la pampa.

Defunciones que ya en 1882 se vislumbraba que iban a ser en vano. Pues todos los yacimientos salitreros permanecieron en manos de las mayores fortunas inglesas de entonces, los mismos que además alentaron el conflicto con el propósito de promocionar su industria bélica, y que al fin y al cabo fueron los responsables de que el combate se decidiese en favor de Chile, pues esto les convenía a sus intereses personales. Cuando Balmaceda intentó cobrarles impuestos con el afán de financiar obras públicas determinantes para el progreso de la sociedad y a la postre del país -escuelas, hospitales, viaductos- los británicos hicieron alianza con sus socios de la oligarquía y el mismo ejército que se vanagloriaba de expulsar a bolivianos y peruanos de las regiones de Antofagasta y Arica, consiguiendo destituir al presidente tras una cruenta guerra civil. Después esos mismos hombres de armas se encargarían de ahogar en sangre las demandas de los obreros en sendas masacres como Santa María y Marusia, por mencionar los casos que más han trascendido. Trabajadores que ni siquiera solicitaban mejoras en sus remuneraciones, sino que sólo pedían un salario, ya que se les cancelaba mediante las infames fichas canjeables. Toda una efímera red de inútiles injusticias que se esfumó tras 1925, resultando un nulo aporte para un país que en menos de cuatro décadas volvió a encontrarse con su ancestral pobreza.

Eso sin contar que el conflicto del Pacífico se desató tras una serie de absurdos que bien podrían ser calificados de estupideces. Por ejemplo, el combate naval de Iquique, de donde se extrajo la figura de Arturo Pratt como ejemplo de heroísmo, pero que se produjo merced a la torpeza del almirante Williams Rebolledo, que desobedeció una orden directa de ir al Callao a neutralizar la flota peruana, lo cual podría haber significado el fin de la guerra antes incluso de comenzar, a cambio de darse el gusto de bombardear las indefensas caletas bolivianas que por entonces pululaban en el borde costero. O que el combate de La Concepción, donde pereció una enorme cantidad de adolescentes, entre ellos un niño de diez años, acaeció luego de que los refuerzos no llegaron a tiempo, pues no vislumbraban que una tropa enemiga iba a preocuparse por una localidad tan lejana. Al respecto, cabe recordar que la carne de cañón de ese ejército "siempre vencedor, jamás vencido" eran personas de extracción popular en muchos casos secuestradas y forzadas a engrosar las filas militares: en consecuencia, los mismos que tras sobrevivir a la conflagración se transformaron en los obreros reducidos a la miseria en las oficinas salitreras recién conquistadas, siendo a poco andar ajusticiados por esas mismas instituciones armadas a las cuales les habían prestado servicios. Los pocos que no acabaron en el desierto no a causa de la reciedumbre de los enemigos, sino como resultado de las esperpénticas tácticas de ataque del inepto Manuel Baquedano, el mismo que asumió el mando en 1891 tras la deposición de Balmaceda. Hay que decir las cosas como son: Bolivia cometió errores incomprensibles que derivaron en su  situación actual. Pero si Bolivia no tiene mar, Chile es un mar de maracos.

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