jueves, 26 de abril de 2012

Parra y el Olimpo Reaccionario

Con la reciente entrega del premio Cervantes a Nicanor Parra, de nuevo han saltado los oportunistas de derecha quienes, con una fingida y a la vez ridícula solemnidad con la cual intentan pasar por intelectuales, empiezan a destacar al poeta que supuestamente jamás ha tenido inclinación política alguna, y que con su actitud de "yo simplemente rompo moldes" le habría echado abajo el castillo a los escritores de tendencias izquierdistas, demostrándoles que se puede ser rebelde a través de mecanismos distintos a los suyos, los que además quedarían reducidos a una mera consagración canónica, justamente el final contrario al ideal de cualquier proceso de revolución, ya sea ésta social o estética.

Los que aseguran esto, parten de la premisa, más bien del prejuicio, de que durante su vida, lo que el Antipoeta ha buscado realizar en realidad un intento solapado por desenmascarar la literatura de inclinación, por decirlo de algún modo, más "socialista". El que no se notaría a simple vista, pues se vio obligado a recurrir a la sutileza, debido a que le tocó vivir una época en la cual el escritor comprometido, se entiende que con causas relacionadas con la reivindicación popular, era la gran sino la única vara de medición para los nuevos autores que a cada rato iban apareciendo, en una manera de comprobar si dichas promesas habían recibido una formación propia de "hombres de bien". Los principales alimentos de estas teorías residen en ciertos hechos de la trayectoria de Parra, que en efecto jamás se ha adscrito a organización partidista alguna, y el supuesto tono burlesco que habría usado con sus contemporáneos, incluso en conversaciones privadas, como el mismísimo Pablo Neruda, a quien se dice, Parra solía colocar en vergüenza delante de los comensales, en una suerte de "bullying" que los propios defensores de estas tesis no paran de mencionar ni de felicitar. Una conclusión que no resiste el mayor análisis, pues si el autor del "Canto General" hubiese sido víctima de semejantes agresiones, habría tratado a su emisor de la misma forma que lo hizo con Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, a quienes además su osadía les costó sufrir el ostracismo en vida. De seguro que don Nica habría caminado por idénticos derroteros y hoy estaríamos en presencia de otro cadáver embalsamado en oro décadas después de su muerte, en lugar de un respetable anciano a quienes muchos postulan para el Nobel.

¿Qué motiva a estos estudiosos de pacotilla a subir a Parra a su propio Olimpo? Desde luego, en primera instancia se encuentra la falta crónica de iconos dentro del mundo de la cultura (incluso los pocos que ostentan, como Vargas Llosa o Jorgre Edwards, se convirtieron tras décadas de deambular por las tinieblas izquierdistas, en las cuales produjeron lo mejor de sus obras, precisamente por las que son hoy conocidos). Después, el intento de demostrar que no sólo de socialismos vive la rebeldía ni la ruptura de moldes. Sin embargo, es preciso recordar a estos teóricos de parafernalia televisiva, que Nicanor desarrolló su talento en un ambiente "zurdo", al lado de escritores políticamente comprometidos quienes además lo instaron a continuar adelante, el propio Neruda entre ellos. Fuera de que el empleo del "lenguaje de la tribu" (que está bastante lejos del humor chabacano que algunos piensan que impregna su poesía) no podría haberse constituido en bandera de lucha de alguien que se limitaba a los cánones tradicionales de la literatura, que los autores tachados de marxistas también se esforzaron en superar. Además de que el entorno familiar (¡si es hermano mayor de Violeta Parra!) y los sitios en que se ha desenvuelto, desde su temprana juventud hasta la actualidad, no pertenecen a los círculos más derechistas de la sociedad. Por último, es necesario consignar que el Antipoeta en su momento entró en conflicto con prominentes conservadores, como el cura Salvatierra, y aunque permaneció en Chile tras el golpe, mantuvo una relación muy tirante con la dictadura, que estuvo plagada de incidentes (para más detalles leer la entrevista en el libro "Conversaciones Con La Poesía Chilena"). ¿Que Ignacio Valente, otro sacerdote, para más remate vinculado al Opus Dei, alabó sus sermones y prédicas? Pero lo hizo cuando el literato ya estaba más que consagrado, y donde colmarlo de exequias se trataba más bien de un ejercicio de adulación seudo intelectual, antes que un atrevimiento. En definitiva, lo de ese tipo es más bien una actitud de conservación típica de un derechista, a quien además le presentan una obra con cartas de recomendación de empresarios y figuras prominentes.

Hay que sacarse el sombrero frente a Nicanor Parra entre otras cosas para recalcar que no es un escritor de derechas. En especial, para prevenir de aquellos falsos críticos y expertos de arte que, a través de una visión antojadiza de su poesía, aseveran que el futuro de esta actividad se encuentra en el humor fácil, los insultos y el lenguaje, más que coloquial, coprolálico. Lo cual es una farsa desmentida por la propia historia de la literatura, pues incluso en el caso de los autores clásicos de epigramas, como Catulo o Marcial, ellos no recurrían al chiste huero como modo de expresarse. Ahí radica la grandeza del Antipoeta y de los demás mencionados en este párrafo: en su naturaleza en apariencia sencilla, pero que si uno analiza por sólo unos cuantos minutos, le hace caer en la cuenta de que contaba con un sinnúmero de complejidades y recovecos que cualquier otra obra, digamos, más hermética o solemne. Tiempo, eso sí, en el cual se debe hacer un esfuerzo adicional, que los simplistas de siempre no están dispuestos a efectuar, no por flojera, sino simplemente por falta de capacidad. Y que los arrastra a repetir conclusiones antojadizas y de manual sin darse la molestia de estructurar un auténtico planteamiento.

jueves, 19 de abril de 2012

A La Caza del Ratón

Más allá del debate acerca de si, en una época en donde tanto se insiste en los valores de la democracia, resulta anacrónico mantener política y económicamente a una monarquía: la verdad es que hay bastante de mala leche en todo este asunto del rey español, Juan Carlos de Borbón y Borbón, y las críticas que ha recibido por su participación en una cacería de elefantes en Botsuana. Toda esta supuesta "investigación periodística" recuerda a esa hoguera de frivolidades que la prensa sensacionalista inglesa -mejor dicho la prensa inglesa- tejió en torno a la familia de soberanos británica, en especial a los príncipes herederos, montaje que debe considerarse entre la serie de factores que remataron en la trágica muerte de Diana de Gales. En ambos casos, huele a una intención de emplear una institución a la cual no se le encuentra otra utilidad en el mundo contemporáneo, con el propósito de desviar la atención sobre problemas más urgentes. Conclusión que no necesariamente tiene que provenir de un nostálgico por las costumbres cortesanas: en especial, cuando se observa que varios de quienes ahora reniegan de la sangre azul, en el pasado se congregaban en las principales calles de las ciudades para celebrar las bodas de estos personajes, conducta que lo más probable es que se repita en el futuro.

Los mayores reclamos que ha concitado la actitud de Juan Carlos, aparte de la sensibilidad extrema que en el último tiempo ha venido cobrando el asunto de los "derechos de los animales", provienen del hecho que el mismo rey lidera una organización que justamente se dedica a la protección de los "hermanos menores", a la cual al parecer, además le dona una parte importante de su sueldo ( el mismo que recibe gracias a los impuestos de todos los españoles, por hacer nada excepto contribuir a la supervivencia de tales entidades). Sus detractores, entonces, recurren al manido calificativo de la inconsecuencia. Una vara de medición que, y esto es menester decirlo ya desde la partida, resulta anómala de usar aquí. Pues desde tiempos ignotos las personas adineradas, así como los nobles y desde luego los monarcas, han practicado la cacería y el safari a tierras exóticas como deporte, transformándose dichas conductas en una especie de sello que demuestra la altura de estatus. Por ende, si el monarca ibérico debe pedir perdón por algo, es por haber integrado el organismo que busca impedir la matanza de seres inferiores, porque constituye un lavado de imagen: un intento por dejar en la opinión pública la sensación de un soberano moderno que ha abandonado vicios del pasado aunque éstos pertenezcan a la tradición, factor a considerar dentro de los códigos consuetudinarios de la nobleza. Ahí radica el destino final de su supuesta hipocresía. Fuera de ocupar el erario público en estos menesteres por supuesto (lo que no es menor si nos referimos a ellos como "organizaciones no gubernamentales").

Pero ya que hablamos de inconsecuencia y de hipocresía, es justo ver en qué estado se encuentra la viga del ojo propio. En particular, porque esta actitud de doble rasero es muy común entre los europeos más acaudalados, entre quienes se hallan varios que también se lamentan por el sufrimiento animal, que por cierto se ha transformado en una religión de moda en el viejo continente, en especial entre personas adineradas o de alta formación intelectual, a quienes les asusta que los encasillen en el grupo de los retrógradas y los extemporáneos. Sucede que bastantes de quienes alegan contra la eliminación de los perros callejeros, el consumo de carne o los rituales islámicos que incluyen sacrificios de especies menores, suelen viajar en sus vacaciones al África o a cualquier destino turístico alejado de la televisión para hacer safari. Y ya de regreso en sus países de origen, no ocultan su orgullo y muestran a sus familiares las fotos en las cuales posan felices delante de las fieras muertas, además de colgar en sus paredes las cabezas de las presas sacrificadas. Tal vez no son víctimas de la exposición pública de un rey, o por no pertenecer a una monarquía se evitan el hostigamiento periodístico constante. Pero eso no significa que muestren una careta en una zona donde todos los reconocen y en otra donde nadie los identifica se comporte de una forma diametralmente opuesta. Ahora, es probable que se justifiquen a través de una excusa que el mismo entorno de Juan Carlos ha esgrimido, y que hasta cierto punto parece legítima: que en diversas ocasiones, los propios regentes de los parques e incluso los gobiernos de esos países le solicitan a estos francotiradores que canalicen sus ansias regulando la sobre población de bestias que hay dentro de su territorio. Cuestión que por cierto estuvo presente en el incidente de Botsuana.

Sin embargo, aún con todo eso la pregunta persiste en el ambiente. ¿Por qué estas fundaciones se oponen con tanta tenacidad a la eliminación de los perros callejeros, en Europa o América, cuando sus líderes, en sitios reservados exclusivamente para ellos, no tienen ningún reparo en eliminar ejemplares con el propósito de mantener un hábitat estable? ¿No puede considerarse acaso la reducción canina un mecanismo para disminuir la sobre población? Da la impresión, como ocurre con todos aquellos que se instalan por diversas razones -poder político, solvencia económica, influencia social- en un pedestal incuestionable, que estos defensores de los animales actúan del mismo modo que los hipócritas más convencionales: dictan las normas para ser los primeros en transgredirlas, amparados justamente en las atribuciones que se toman en atención a su posición.  Y lo curioso es que los safaris les permiten satisfacer un ansia que los impulsa a participar en estas organizaciones: la de acercarse a la naturaleza salvaje y disfrutar de ella, eso sí tras pactar ciertas reglas que les aseguran salir vencedores a todo evento, con la ventaja de que la contra parte no puede hablar ni mucho menos razonar.

jueves, 12 de abril de 2012

La Carretera de Los Ebrios

Las autoridades, tanto ejecutivas como legislativas, sólo sacan cuentas alegres desde que entró en vigencia la reforma a la ley de tránsito que prácticamente califica de borracho a todo aquel que haya bebido siquiera una gota de alcohol. Aseguran que han disminuido los accidentes y que las conductores lo piensan dos veces antes de agarrar un manubrio. Si los números y las notas periodísticas en caliente así lo confirman, quién es uno para rebatirlos si a su vez carece de pruebas propias. Sin embargo, este desmedido optimismo, como suele acaecer, se está construyendo sobre la base de cientos de damnificados que la verdad no tendrían por qué verse afectados si esta legislación -muy necesaria y por lo mismo esperada por muchos- se hubiere planificado con algo más de tino y sin evasivas elaboradas con el propósito que determinados grupos sociales pudiesen continuar con sus existencias sin sentir el peso de la modificación.

La discusión acerca de esta reforma comenzó a adquirir una enorme fuerza luego de los casos en que automovilistas irresponsables cometieran horrorosos crímenes manejando en estado de evidente intemperancia, y cuyas consecuencias a veces eran de cinco a siete personas muertas. Varios de estos asesinos son jóvenes y en ciertas ocasiones adultos de clase media alta, quienes obedecen a un patrón muy característico de su entorno social: el hijo de papá que saca a lucir su regalo de graduación por las calles sin importarle la integridad física de los transeúntes, a quienes de seguro concibe como una manada gobernada por su progenitor, casi siempre un empresario acaudalado y además con altos contactos políticos y judiciales. Si el tipo choca a otro vehículo o atropella a un peatón, para nada le remuerde la conciencia, pues sabe que las amistades familiares lo sacarán muy pronto del lío, fuera de que se trata de incidentes que suelen ser tipificados como falta o con suerte como delitos menores (lo cual casi siempre significa que no conllevan penas de cárcel). A esto se debe agregar la orientación de una sociedad cuya prosperidad está sustentada en las variantes más extremas del capitalismo nuevo liberal y el individualismo irracional que este paradigma acarrea, en donde el automóvil particular ocupa una posición simbólica y por ende de considerable privilegio. Al respecto, cabe recordar que algunos comerciales televisivos comparan la adquisición de un motorizado con el nacimiento de un bebé.

¿De qué manera, entonces, se puede matar dos pájaros de un tiro, en el sentido de apaciguar a una opinión pública cada vez más exigente, pero sin dañar el divertimento de los que en definitiva serán los futuros administradores del sistema económico? Pues con la solución que siempre se ventila en estos casos: aplicar sanciones de orden moral. De este modo el parlamento despachó esta reforma a la ley de tránsito ideal para abstemios, pero que incluso en países bastante rigurosos con estos temas genera una pequeña pero apreciable cantidad de objeciones. Y que no se interprete que nos encontramos frente a una muestra más de pacatería inútil y hecha a la medida de los poderosos, pues como se señaló en el primer párrafo, se trata de correcciones en el fondo necesarias. Sin embargo, resulta sospechoso que nuestras autoridades no hayan promulgado una instancia todavía más urgente: aumentar las penas para quienes manejando borrachos asesinen a inocentes, incluyendo la privación de libertad. Es lo justo para frenar un delito que cada año provoca más fallecimientos que los asaltos a mano armada. ¿Que enviaremos a prisión a buenos vecinos que no cuentan con antecedentes penales? Sepan que los cautiverios están repletos de sujetos con idénticas características, por ejemplo los pedófilos, que son capaces de pasar como correctos y colaboradores ciudadanos.

La normativa moral ha derivado en consecuencias de orden moral. Así los dueños de locales nocturnos se han quejado de que sus ventas han disminuido y que varios de ellos se estarán viendo obligados a cerrar, con el resultado de que sus dependientes se quedarán sin trabajo. Varios legisladores, no sólo conservadores, en secreto de seguro saltan de felicidad, al observar la decadencia de estos sitios de esparcimiento que para ellos significa el desmadre, la perdición y la corrupción juvenil. Están contentos porque sienten que les han asestado un golpe más, que se suma al horario límite de cierre o la restricción de espacios para fumadores. Todo con tal de que sus hijos no se dejen arrastrar por vicios insanos propagados por la plebe. Los demás tienen el deber de seguir mis planteamientos a pies juntillas, mientras yo cuento con el derecho divino de transgredir mis propias imposiciones.

jueves, 5 de abril de 2012

Conmemoración De Una Infamia

Se acaban de cumplir tres décadas de una de las mayores torpezas del último tiempo: la Guerra de las Malvinas, aquel conflicto bélico que se inició tras una poco analizada invasión por parte de la dictadura militar argentina de Leopoldo Galtieri a ese archipiélago ocupado por los británicos de 1833. Estupidez supina por varios motivos. Primero, de todos los involucrados por intentar solucionar los problemas recurriendo a un conflicto armado. Luego, de la administración británica de entonces, que se valió de este auténtico golpe de suerte para afirmar su por entonces alicaído apoyo popular. Enseguida, de la tiranía encabezada por Pinochet - surgida en Chile producto de motivaciones similares a las que justificaban la existencia de sus pares trasandinos-, que le brindó ayuda logística a los europeos a causa de una rencilla anterior con la nación albiceleste. Pero en especial, por el régimen instalado en Buenos Aires, cuya irresponsable decisión ocasionó un giro considerable en varios aspectos de la política internacional, todos sin excepción favorables a las grandes potencias y perjudiciales para los países más débiles.

Quizá la consecuencia más visible emanada del resultado final de este conflicto, sea el frenazo en seco que se produjo del proceso de descolonización mundial a partir de 1982. En efecto, desde esa fecha ninguna dependencia de ultramar de cualquier país europeo ha conseguido emanciparse. Y si bien era poco lo que quedaba por liberar en aquel entonces -toda vez que se trataba casi únicamente de pequeñas zonas insulares-, aún así hay pueblos como Tahiti o Guadalupe que han buscado de manera incesante conseguir el derecho a la auto determinación, esfuerzos que irremediablemente han acabado en fracasos. De acuerdo: desde entonces han surgido muchos Estados nuevos, en especial a partir de la década de 1990 con la caída del comunismo. Pero se trata de desmembramientos de territorios, nunca de posesiones sostenidas en otro continente. Además de que su concepción ha sido posible gracias a la intromisión de las mismas potencias del primer mundo que hasta hace cincuenta años se inclinaban por promover los imperios coloniales que ahora ellos mismos no tardan en calificar de anacrónicos; impulsadas finalmente por un afán menos altruista que económico.

Punto aparte fue la manera cómo los militares argentinos trataron de recuperar un territorio que les fue arrebatado de manera igualmente arbitraria, justamente en el marco de la colonización decimonónica. Primero, engrosaron las tropas de ocupación con reclutas que estaban cumpliendo su servicio, por aquellos años obligatorio en el país. Muchachos que jamás asumirán la responsabilidad de lo que significa formar parte de un ejército simplemente porque no tienen interés en continuar su carrera en ese ámbito, por lo que concurren a una guerra con toda la mezcla de adrenalina, ansiedad e ingenuidad tanto de su edad como de su condición, y al final tratan una cuestión delicada como una aventura de escultistas. Segundo, carecían de una cantidad de pertrechos adecuados para soportar un conflicto de cuatro meses (que en realidad fueron dos, por el tiempo que los británicos tardaron en llegar al archipiélago), confiados en la posibilidad de que sus enemigos eventuales al final no tomaran en cuenta una dependencia remota que en esa época sólo les ocasionaba pérdidas monetarias y un fuerte desprestigio popular, debido al descuido en que lo mantenían (una actitud que en estas situaciones, sólo puede resultar una mezcla de dejación, cuando no de reconocida inferioridad de condiciones). Y tercero, esta combinación de factores arrastró a los oficiales a ejercer un despótico maltrato sobre aquellos conscriptos que a esas alturas eran los únicos que se creían el cuento de morir por la patria. Aunque tal conducta ya la hubiesen adquirido antes, pues de todas las dictaduras emergidas en el contexto de la doctrina de seguridad nacional, la argentina fue la que más desapariciones forzadas y ejecuciones sumarias se echó a la espalda.

Es cierto que los británicos actuaron con un chovinismo no menos vulgar y con la idéntica intención que los tiranos trasandinos en el sentido de buscar réditos en el apoyo popular. De hecho, con el triunfo en las Malvinas, la Thatcher revirtió su situación en Inglaterra y ganó unas elecciones que se esperaba fuesen desastrosas para su partido; y más aún, terminó siendo ratificada en los dos comicios siguientes. El problema, aparte de la superioridad bélica, es que el RU contaba con aliados tanto o más poderosos, casi todos en el primer mundo, y entre ellos en Estados Unidos. Además de que las hostilidades que había generado el gobierno de facto asentado en Buenos Aires impulsaron a un oscuro y rastrero tirano con voz aguda a prestarle una ayuda innecesaria a naciones auto suficientes. Caso curioso: todos los involucrados en este conflicto, ya se trate de dirigentes autoritarios o democráticos, pertenecían a la derecha política: la mencionada Thatcher, Ronald Reagan, Galtieri y Pinochet. La ambición individual como causa de lucha entre pares ideológicos. Vaya manera de mostrar consecuencia.