jueves, 12 de abril de 2012

La Carretera de Los Ebrios

Las autoridades, tanto ejecutivas como legislativas, sólo sacan cuentas alegres desde que entró en vigencia la reforma a la ley de tránsito que prácticamente califica de borracho a todo aquel que haya bebido siquiera una gota de alcohol. Aseguran que han disminuido los accidentes y que las conductores lo piensan dos veces antes de agarrar un manubrio. Si los números y las notas periodísticas en caliente así lo confirman, quién es uno para rebatirlos si a su vez carece de pruebas propias. Sin embargo, este desmedido optimismo, como suele acaecer, se está construyendo sobre la base de cientos de damnificados que la verdad no tendrían por qué verse afectados si esta legislación -muy necesaria y por lo mismo esperada por muchos- se hubiere planificado con algo más de tino y sin evasivas elaboradas con el propósito que determinados grupos sociales pudiesen continuar con sus existencias sin sentir el peso de la modificación.

La discusión acerca de esta reforma comenzó a adquirir una enorme fuerza luego de los casos en que automovilistas irresponsables cometieran horrorosos crímenes manejando en estado de evidente intemperancia, y cuyas consecuencias a veces eran de cinco a siete personas muertas. Varios de estos asesinos son jóvenes y en ciertas ocasiones adultos de clase media alta, quienes obedecen a un patrón muy característico de su entorno social: el hijo de papá que saca a lucir su regalo de graduación por las calles sin importarle la integridad física de los transeúntes, a quienes de seguro concibe como una manada gobernada por su progenitor, casi siempre un empresario acaudalado y además con altos contactos políticos y judiciales. Si el tipo choca a otro vehículo o atropella a un peatón, para nada le remuerde la conciencia, pues sabe que las amistades familiares lo sacarán muy pronto del lío, fuera de que se trata de incidentes que suelen ser tipificados como falta o con suerte como delitos menores (lo cual casi siempre significa que no conllevan penas de cárcel). A esto se debe agregar la orientación de una sociedad cuya prosperidad está sustentada en las variantes más extremas del capitalismo nuevo liberal y el individualismo irracional que este paradigma acarrea, en donde el automóvil particular ocupa una posición simbólica y por ende de considerable privilegio. Al respecto, cabe recordar que algunos comerciales televisivos comparan la adquisición de un motorizado con el nacimiento de un bebé.

¿De qué manera, entonces, se puede matar dos pájaros de un tiro, en el sentido de apaciguar a una opinión pública cada vez más exigente, pero sin dañar el divertimento de los que en definitiva serán los futuros administradores del sistema económico? Pues con la solución que siempre se ventila en estos casos: aplicar sanciones de orden moral. De este modo el parlamento despachó esta reforma a la ley de tránsito ideal para abstemios, pero que incluso en países bastante rigurosos con estos temas genera una pequeña pero apreciable cantidad de objeciones. Y que no se interprete que nos encontramos frente a una muestra más de pacatería inútil y hecha a la medida de los poderosos, pues como se señaló en el primer párrafo, se trata de correcciones en el fondo necesarias. Sin embargo, resulta sospechoso que nuestras autoridades no hayan promulgado una instancia todavía más urgente: aumentar las penas para quienes manejando borrachos asesinen a inocentes, incluyendo la privación de libertad. Es lo justo para frenar un delito que cada año provoca más fallecimientos que los asaltos a mano armada. ¿Que enviaremos a prisión a buenos vecinos que no cuentan con antecedentes penales? Sepan que los cautiverios están repletos de sujetos con idénticas características, por ejemplo los pedófilos, que son capaces de pasar como correctos y colaboradores ciudadanos.

La normativa moral ha derivado en consecuencias de orden moral. Así los dueños de locales nocturnos se han quejado de que sus ventas han disminuido y que varios de ellos se estarán viendo obligados a cerrar, con el resultado de que sus dependientes se quedarán sin trabajo. Varios legisladores, no sólo conservadores, en secreto de seguro saltan de felicidad, al observar la decadencia de estos sitios de esparcimiento que para ellos significa el desmadre, la perdición y la corrupción juvenil. Están contentos porque sienten que les han asestado un golpe más, que se suma al horario límite de cierre o la restricción de espacios para fumadores. Todo con tal de que sus hijos no se dejen arrastrar por vicios insanos propagados por la plebe. Los demás tienen el deber de seguir mis planteamientos a pies juntillas, mientras yo cuento con el derecho divino de transgredir mis propias imposiciones.

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