jueves, 5 de abril de 2012

Conmemoración De Una Infamia

Se acaban de cumplir tres décadas de una de las mayores torpezas del último tiempo: la Guerra de las Malvinas, aquel conflicto bélico que se inició tras una poco analizada invasión por parte de la dictadura militar argentina de Leopoldo Galtieri a ese archipiélago ocupado por los británicos de 1833. Estupidez supina por varios motivos. Primero, de todos los involucrados por intentar solucionar los problemas recurriendo a un conflicto armado. Luego, de la administración británica de entonces, que se valió de este auténtico golpe de suerte para afirmar su por entonces alicaído apoyo popular. Enseguida, de la tiranía encabezada por Pinochet - surgida en Chile producto de motivaciones similares a las que justificaban la existencia de sus pares trasandinos-, que le brindó ayuda logística a los europeos a causa de una rencilla anterior con la nación albiceleste. Pero en especial, por el régimen instalado en Buenos Aires, cuya irresponsable decisión ocasionó un giro considerable en varios aspectos de la política internacional, todos sin excepción favorables a las grandes potencias y perjudiciales para los países más débiles.

Quizá la consecuencia más visible emanada del resultado final de este conflicto, sea el frenazo en seco que se produjo del proceso de descolonización mundial a partir de 1982. En efecto, desde esa fecha ninguna dependencia de ultramar de cualquier país europeo ha conseguido emanciparse. Y si bien era poco lo que quedaba por liberar en aquel entonces -toda vez que se trataba casi únicamente de pequeñas zonas insulares-, aún así hay pueblos como Tahiti o Guadalupe que han buscado de manera incesante conseguir el derecho a la auto determinación, esfuerzos que irremediablemente han acabado en fracasos. De acuerdo: desde entonces han surgido muchos Estados nuevos, en especial a partir de la década de 1990 con la caída del comunismo. Pero se trata de desmembramientos de territorios, nunca de posesiones sostenidas en otro continente. Además de que su concepción ha sido posible gracias a la intromisión de las mismas potencias del primer mundo que hasta hace cincuenta años se inclinaban por promover los imperios coloniales que ahora ellos mismos no tardan en calificar de anacrónicos; impulsadas finalmente por un afán menos altruista que económico.

Punto aparte fue la manera cómo los militares argentinos trataron de recuperar un territorio que les fue arrebatado de manera igualmente arbitraria, justamente en el marco de la colonización decimonónica. Primero, engrosaron las tropas de ocupación con reclutas que estaban cumpliendo su servicio, por aquellos años obligatorio en el país. Muchachos que jamás asumirán la responsabilidad de lo que significa formar parte de un ejército simplemente porque no tienen interés en continuar su carrera en ese ámbito, por lo que concurren a una guerra con toda la mezcla de adrenalina, ansiedad e ingenuidad tanto de su edad como de su condición, y al final tratan una cuestión delicada como una aventura de escultistas. Segundo, carecían de una cantidad de pertrechos adecuados para soportar un conflicto de cuatro meses (que en realidad fueron dos, por el tiempo que los británicos tardaron en llegar al archipiélago), confiados en la posibilidad de que sus enemigos eventuales al final no tomaran en cuenta una dependencia remota que en esa época sólo les ocasionaba pérdidas monetarias y un fuerte desprestigio popular, debido al descuido en que lo mantenían (una actitud que en estas situaciones, sólo puede resultar una mezcla de dejación, cuando no de reconocida inferioridad de condiciones). Y tercero, esta combinación de factores arrastró a los oficiales a ejercer un despótico maltrato sobre aquellos conscriptos que a esas alturas eran los únicos que se creían el cuento de morir por la patria. Aunque tal conducta ya la hubiesen adquirido antes, pues de todas las dictaduras emergidas en el contexto de la doctrina de seguridad nacional, la argentina fue la que más desapariciones forzadas y ejecuciones sumarias se echó a la espalda.

Es cierto que los británicos actuaron con un chovinismo no menos vulgar y con la idéntica intención que los tiranos trasandinos en el sentido de buscar réditos en el apoyo popular. De hecho, con el triunfo en las Malvinas, la Thatcher revirtió su situación en Inglaterra y ganó unas elecciones que se esperaba fuesen desastrosas para su partido; y más aún, terminó siendo ratificada en los dos comicios siguientes. El problema, aparte de la superioridad bélica, es que el RU contaba con aliados tanto o más poderosos, casi todos en el primer mundo, y entre ellos en Estados Unidos. Además de que las hostilidades que había generado el gobierno de facto asentado en Buenos Aires impulsaron a un oscuro y rastrero tirano con voz aguda a prestarle una ayuda innecesaria a naciones auto suficientes. Caso curioso: todos los involucrados en este conflicto, ya se trate de dirigentes autoritarios o democráticos, pertenecían a la derecha política: la mencionada Thatcher, Ronald Reagan, Galtieri y Pinochet. La ambición individual como causa de lucha entre pares ideológicos. Vaya manera de mostrar consecuencia.

                                                                                 

                                                                                           

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