miércoles, 28 de marzo de 2012

Ausencia de las Madres

Una noticia de ésas en las cuales se mezcla lo absurdo con lo bochornoso y lo tragicómico -y que tal vez por esa conjunción de características fue difundida por los canales de televisión-, acaeció durante el mediodía de ayer en Santiago. Una mujer de mediana edad llegó, junto a su esposo y sus dos hijos, a comprar a un centro comercial, conduciendo uno de esos mastodónticos vehículos cuyos apodos responden a combinaciones de letras y números que parecen ser algebraicas pero que al final se hallan más cerca de la astrología. Luego de aparcar su opíparo medio de transporte, y que el hombre se hubiera bajado de él, ya que era el interesado en visitar ese lugar, la señora en cuestión fue abordada, de manera absolutamente amable, por el cuidador con el propósito de advertirle que el automóvil se encontraba mal estacionado, asunto que por lo demás era cierto. Ante tal puesta en duda de sus habilidades al volante, la dama salió de su carroza fúnebre y comenzó a increpar en forma violenta a su interlocutor, acusándolo ante todo aquel que pudiera oírla, de difundir ese viejo prejuicio "machista" que asevera que las féminas de modo irremediable se tornan unas inútiles frente a la conducción automotriz, lo cual aderezó con una prolija lección sobre qué posición debe ocupar cada estrato social, pues ella pertenecía al sector medio alto y él a la masa empobrecida. Sin embargo, tan llamada se sintió a dar su escarmiento, que se olvidó de enganchar su máquina; la cual, con los chicos adentro, continuó su marcha, descendiendo por unas escaleras contiguas al estacionamiento y yendo a parar en una de las puertas de cristal que dan la entrada al establecimiento, destruyéndola completamente. Viéndose en tal situación, y aprovechando que su marido regresaba, la ofuscada agarró de nuevo el manubrio y sin reparar mucho en la existencia de peatones, escapó rauda por el espacio que quedaba entre la derruida puerta y la escalinata.

Es interesante contrastar este hecho con otro acaecido durante la semana, y en el que por esas ironías del destino, también estaba involucrada una madre de dos hijos. Sólo que ésta era de extracción social bastante modesta, vivía en un departamento entregado por el Estado y además se movilizaba en el transporte público cuando no simplemente a pie. Pues bien: resulta que esta mujer cometió su propio olvido, ya que en dos horas no se presentó a buscar a sus retoños al jardín infantil donde solía llevarlos, por lo que las educadoras y asistentes decidieron ir con la policía. Su rumoreó que dicha persona era adicta a la llamada pasta base de cocaína, y que habría retrasado su asistencia al recinto educacional porque estaba fumando una dosis de droga. Lo cierto es que con esos datos vagos y el antecedente de que el padre de los niños se encontraba preso, se optó por abrir un juicio en contra de la descuidada fémina y entregar de modo temporal, al menos hasta que los tribunales emitan un veredicto, a sus vástagos a un hogar de menores, que en Chile son la mejor forma de convertir a muchachos abandonados en avezados delincuentes. Los canales de televisión, al igual que en el primer caso, cubrieron éste con total prolijidad, aunque ahora se preocuparon de enfocar el rostro de la responsable, y de difundir su figura en los noticiarios colocando énfasis en el preciso instante en el cual pateaba una cámara.

Es probable que esta última mujer en efecto sea consumidora de cocaína, y si así ocurriera su falta sería lo bastante grave como para, justamente, discutir si tiene la idoneidad suficiente para criar a sus propios hijos. Pero si entendemos a plenitud el sentido de los conceptos, debemos aceptar que ambas situaciones se tratan de lo mismo: abandono de niños por parte de sus madres, un hecho que la legislación local condena como delito, implicando, además de la pérdida de la tuición, una pena de cárcel. Porque simplemente, la señora del primer ejemplo dejó botados a sus vástagos por tratar de imponerse en una discusión pueril. A la cual le otorgó tal nivel de importancia, que ni siquiera se detuvo un momento para asegurar que el automóvil donde llevaba a sus chicos no continuara su marcha sin conductor. Sin contar todo el espectáculo que armó después, para huir. Es verdad que recibió una citación del juzgado de policía local. Pero, ¿nada se dice acerca del riesgo en que puso a sus propios retoños? Y con respecto a la otra persona, ¿se le arrebata a sus vástagos por el comentario de unas educadoras de párvulos? No estoy diciendo que las encargadas del jardín infantil hayan actuado de mala fe, sino de que aquí existe un intento de establecer un castigo ejemplar sobre una ciudadana pobre, de la misma condición social que el cuidador de automóviles que fue increpado por la dama acaudalada. ¿Y qué sucedería si se prueba que no salió a fumar drogas, sino a atender un asunto urgente e imponderable? Ya habrán pasado varios meses en que esos muchachos vivirán fuera del cariño maternal, expuestos a peligros aún mayores, porque sólo una vez concluido el proceso judicial se tomará una resolución acerca de su cuidado.

En conclusión, ambos casos dan cuenta de un país clasista donde la brecha social incluso determina el trato que dos personas sufren en un sistema que se supone es igualitario. En el que además, al menos sus cúpulas gobernantes, creen ciegamente en la ideología de la familia. Pues a fin de cuentas, las dos coyunturas están firmemente unidas y una permite la existencia de la otra. Una muestra de que dicho paradigma es posible sólo entre personas que cuentan con grandes sumas de dinero, gracias a las cuales pueden imponer su pensamiento a los demás, quienes les facilitan mano de obra barata y mal preparada cuya única capacidad es seguir manteniendo el sistema. Y si alguno osa salirse de la línea, ahí están los mecanismos, legales o informales, que retornarán las cosas a su cauce normal.

                           

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