miércoles, 7 de marzo de 2012

Rogando por Daniel Zamudio

¿Qué opinión le puede provocar a un auténtico cristiano, la terrible experiencia sufrida por Daniel Zamudio, el joven homosexual que a comienzos de semana fue brutalmente agredido por una pandilla de neonazis, quienes no conformes con golpearlo hasta dejarlo inconsciente, además le marcaron esvásticas en el cuerpo y le arrancaron parte de una oreja? Desde luego, la respuesta debe ser rechazo e indignación. Y es que aunque se trate de una persona quien según la Biblia vive en pecado, en términos proporcionales es bastante mayor el daño que le hicieron. Por ende, siquiera por una cuestión de sentido común, el repudio debe ir dirigido irremediablemente a aquellos que han ocasionado el perjuicio más grave.

Sin embargo, para un fiel seguidor de Jesús aún resulta cómodo remitirse únicamente a las palabras de reprobación. Que lo más probable es que sean relativas, pues no faltarán quienes agreguen que se trataba de personas ninguna de las cuales vivía de acuerdo a los designios del Señor, por lo que hasta cierto punto era esperable que entre ellos tarde o temprano se suscitara un enfrentamiento. Precisamente, es debido a la tentación de caer en esa clase de juicios -que pueden ser correctos desde el punto de vista de la doctrina cristiana, pero a la vez resultan una solución demasiado fácil, en circunstancias que Dios nos manda que nos esforcemos- que el convertido está obligado a ir más allá y superar lo que parece evidente. Pues, tanto los pastores como los hermanos, dentro de los templos como en los sitios seculares, nunca ocultan su desprecio por la homosexualidad y cuando se les presenta la oportunidad, incluso si no corresponde al asunto que se está tratando, lanzan sus dardos más condenatorios en contra de los gay, sin importarles si aquella determinación finalmente genera o no un buen testimonio. Y en la época actual, cuando no sólo se discuten, sino además se aprueban derechos legales en favor de este colectivo -como la unión de parejas de género idéntico, llámese matrimonio o compromiso civil, o la condena contra las expresiones de hostilidad-, tal actitud se ha acentuado todavía más, llegando en determinados casos a derivar en auténticos ataques verbales cuya finalidad no es aborrecer el pecado sino al pecador.

Una conducta que como consecuencia lógica ha significado que algunos cristianos, muchos de ellos absolutamente honestos, convoquen a manifestaciones masivas donde reiteran sus conceptos acerca de la homosexualidad, algunas de las cuales han terminado en conatos de violencia. O que se valgan de los medios de comunicación, tanto eclesiásticos como seculares, para comunicar un mensaje que en ciertas situaciones se torna decididamente homofóbico. No obstante, cabría preguntarse: ¿qué debiéramos hacer cuando, como en el caso del joven Zamudio, el gay es una víctima de un grupúsculo muchísimo más réprobo? ¿Correspondería efectuar una declaración que fuera más allá del "ésa no es la forma correcta" que en la mayoría de las situaciones sólo sirve para esquivar el bulto? La verdad es que esta clase de agresiones merece ser repudiada en público de una manera aún más vistosa y clara que las uniones entre personas  congéneres, las cuales, aparte de la condena al infierno que les acarreará a sus practicantes, no le hacen daño a nadie. En conclusión, la misma energía usada para organizar marchas en contra de los "que se echan con hombres" debe ser empleada en la realización de mítines y en la confección de sermones donde se especifique un categórico rechazo a las pandillas neonazis, que ha quedado demostrado que son capaces de llevar a cabo asesinatos ideológicos, algo que los vilipendiados homosexuales no hacen.

En Chile, donde los cristianos evangélicos constituyen una minoría, lo más probable es que estas pandillas estén integradas por sujetos sin filiación eclesiástica o que sean católicos. Es lo más esperable atendiendo a su apego enfermizo por los aspectos más reaccionarios y tradicionalistas de un determinado territorio, ya que en este país los reformados no se consideran parte de la idiosincrasia nacional e incluso existen quienes los califican como una importación alienante. Sin embargo, en lugares donde la situación es opuesta, como Estados Unidos, algunos de estos grupos, que han perpetrado ataques con un nivel de violencia mayor al padecido por Zamudio, giran en torno a las iglesias y su motivación no es otra que "agradar a Dios". Y muchos de sus componentes han sido alentados por un líder o un hermano más influyente, quien ha emitido discursos o prédicas con contenidos marcadamente homofóbicos. Insisto en que es muy difícil que ocurra lo mismo en esta parte del mundo. Pero cualquier cosa puede acaecer si abre aunque sea una pequeña ventana. Por eso hay que cerrarlas y sellarlas de idéntico modo como quienes han intentado no sólo cerrar las puertas de los templos, sino de la sociedad a un grupo de personas que consideran despreciable aunque hayan rectificado sus errores.

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