domingo, 16 de agosto de 2015

El Hambre y El Desperdicio

Un reciente informe de la FAO indicó que, aún considerando el factor de la huella ecológica, hoy se elabora suficiente comida como para saciar dos veces a la población global actual. Más aún, la investigación concluye que con sólo un cuarto de los alimentos que se tiran encontrándose en buen estado (y que constituyen la tercera parte de la producción total) se podría dar sustento a todas las personas que en la actualidad, por diversas circunstancias, padecen hambre. Resultados que, al menos por el momento, parecen desmentir a quienes postulan al control de la natalidad como una importante solución -cuando no la única- para aliviar una serie de problemas que están aquejando a la humanidad, entre los que justamente se cuenta la inanición.

Lo de que se genera suficiente comida para la totalidad de los terrícolas, es algo que ya se sabía de antemano. Una situación que, de mantenerse el actual crecimiento demográfico, al menos durará un siglo más. El problema del hambre, en realidad, radica en otras causas, como los conflictos bélicos por supuesto, pero también debido a ciertas conductas, como el lujo y la especulación. Se fabrican alimentos, muchas veces, no con el propósito de cubrir la más básica de las necesidades, sino con un afán de mero entretenimiento, como las golosinas o los menúes exclusivos. Los agricultores y los industriales se concentran en estos negocios, ya que les resultan más lucrativos, y se olvidan de los comestibles más masivos y esenciales. Por otro lado, lo que llega al tarro de la basura sin ser consumido sirve para mantener un atractivo nivel de precios, ya que técnicamente se saca del marcado un número de ejemplares que podrían hacer bajar el valor económico. Con esas premisas, se dan fenómenos que en otro contexto serían completamente absurdas y descabelladas, como lo que sucede con los granjeros y empresarios de frutas que lanzan unidades al vertedero por simples consideraciones estéticas.

Un comportamiento que lleva a plantearse preguntas. ¿Se considerará en este asunto de la huella ecológica, solamente el aumento cuantitativo de la población en atención a la relación entre suelos habitados y destinados al cultivo, o cabe la opción de agregar otros factores, que a la larga, harían a este cálculo mucho más objetivo? Por ejemplo, si el número de personas crece, aumentará igualmente el de sujetos que buscarán una alimentación de lujo, a causa de un legítimo deseo individual alentado por su poder adquisitivo. Ello aumentará la presión sobre los recursos naturales que, debido al crecimiento demográfico, serán cada vez menos. Del otro extremo, quienes exigirán comida para satisfacer su necesidad de supervivencia también subirán sus cantidades, de nuevo, sobre un menor volumen de terreno para plantar. A lo que se suma de que los más afortunados tienden enseguida a resolver de manera casi igual de exagerada algunas eventualidades como la vivienda, adquiriendo terrenos más amplios sólo por un afán de mayor esparcimiento y agrado. Hectáreas que se le arrebatarán a la agricultura o la ganadería. En consecuencia, las auténticas causas que hoy provocan situaciones de hambruna, de mantenerse la actual situación en el futuro sí acabarían generando escasez, justamente lo que muchos creen es la explicación para la inanición contemporánea.

Para cuando menos paliar este problema, hay cuestiones concretas que las legislaturas pueden hacer. Por ejemplo, considerar delito el arrojar comida que se halla en buen estado, algo que ya existe en Francia. Y no me estoy refiriendo con esto al ciudadano pedestre que termina lanzando al bote alguna patata que cocinó de más. Sino de aquellos industriales y propietarios de supermercados que sencillamente desperdician lo que no son capaces de vender. Otra idea bien interesante sería transformar en oficial, incluso con tratados internacionales, la práctica de las denominadas redes de alimentos, que en la actualidad sólo se circunscribe a organizaciones no gubernamentales. Y desde luego, aunque para ciertos teóricos suene a propuesta trasnochada y enemiga de la libertad económica o el esfuerzo individual, colocar un freno a la especulación financiera, al menos en este campo. Aparte de seguir considerando el control de la natalidad como alternativa válida. Tendríamos menos humanos, pero nos ahorraríamos unos cuantos acaparadores.

                                                                                                               

domingo, 2 de agosto de 2015

Muchas Atribuciones y Escasa Preparación

Dos hechos marcaron la pauta noticiosa durante la semana pasada. El primero, la agresión a un teniente de carabineros, que recibió un disparo en la cabeza, el cual lo tuvo al borde de la muerte, de parte de un sujeto al cual le estaba efectuando un control policial. El segundo, el asesinato, perpetrado por un funcionario de esa misma institución, de un obrero cuprífero, que formaba parte de una protesta pacífica por mejoras salariales en El Salvador. El primer incidente ha llamado la atención de las autoridades, los medios de comunicación y los sectores más influyentes de la sociedad, quienes consiguieron que en el congreso se ingresara un proyecto que aumentaba las facultades de los agentes así como las penas carcelarias para quienes los osaban desafiar. En cambio, en el caso del homicidio la cobertura ha sido más soterrada, como tratando de evitar que se genere un debate en torno al suceso, respecto del cual ya el fiscal a cargo se ha adelantado, sólo con pruebas preliminares, en afirmar que se trató de un hecho accidental, por lo que optó por no revelar el nombre del autor del balazo.

En Chile los policías, y en especial carabineros, ya cuentan con atribuciones más que suficientes como para reducir a un maleante sin temor a que un magistrado judicial se les vaya en contra. Desde hace algunos años se ha descrito el delito de agresión en contra de ellos, con prisión perpetua calificada -hasta cuatro décadas de encierro- en caso de enfermedad grave o muerte. Además, los mecanismos de protección ideados por la dictadura de Pinochet hacen muy difícil que un funcionario reciba alguna condena por abusar de sus prerrogativas, incluso si un hecho de esas características significa su expulsión de la institución. Finalmente, está el favorable consenso social, que se traduce en que son los organismos públicos mejor evaluados en las encuestas, y que se palpa en cosas como el constante saludo que los agentes reciben de parte de los niños pequeños en la calle. Tal vez el asunto deba analizarse desde otros puntos de vista. Por ejemplo, la forma en que utilizan las amplias facultades que ya tienen hoy. En el caso del teniente, el malhechor -un tipo que hace poco había salido de la cárcel- le ejecutó el disparo con su propia arma de servicio, que le arrebató, no ocasionando una distracción, sino efectuando un simple cambio de manos. Un nivel de torpeza que también se podría constatar en el caso del asesinato del obrero, si es que se comprueba la tesis del fiscal, que la bala le impactó producto de un rebote. Dos situaciones indeseables que se dan a consecuencia de fallar en algo que es tan elemental en esta clase de oficio, como es manejar una pistola.

Entonces, la solución no pasa por dotar de más atribuciones a los policías, sino de saber usar las que ya tienen. Lo que al menos en el caso de carabineros, por el nivel educacional e intelectual de sus integrantes, así como del procedimiento de reclutamiento de la institución, no va a ser el camino a tomar excepto si se produce un cambio de mentalidad. Hablamos de funcionarios que no cuentan con la enseñanza media completa y que salen a las calles tras siete meses de instrucción, lo cual puede ser suficiente para aquietar la ansiedad del momento, pero no para generar una seguridad pública efectiva. Y no parece que los encargados tengan el menor interés en enmendar las cosas: no sólo a la luz del mencionado proyecto de ley enviado al parlamento, ni de los recursos humanos y económicos que es necesario implementar, sino debido a los beneficios sociales que acarrea ser agente, favorables tanto para quienes toman esa decisión como para el mismo Estado. Pues los uniformados suelen salir de las capas populares de la población, donde frente a la evidente falta de oportunidades, no falta quien opta por una alternativa que le asegura un trabajo estable, con sueldo fijo por el resto de la vida y una jubilación adelantada y más o menos contundente: más, si empieza a vislumbrar que no acabará la educación secundaria, de por sí de calidad mediocre, y por ende no le será fácil enfrentar un mundo laboral donde los empleadores tienden a exigir la totalidad de la escolaridad. Una conjunción de factores, que a los gobernantes les permite respirar aliviados porque pueden decir que hay una posibilidad de que los menos afortunados puedan ganar escalafones.

Mientras ocurra eso, que ser carabinero sea ante todo una oportunidad para abandonar la pobreza, y que se trata de un trabajo que va más allá de un llamativo uniforme con el que sacarse la foto, como sucede con los guardias reales ingleses, mucho me temo que continuaremos presenciando bochornos como el que le sucedió al teniente, bien por él y sus cercanos, se halla en franca recuperación. Sucesos anómalos que por desgracia volverán a motivar a los alarmistas de siempre a crear nuevos atributos legales, los cuales irán en desmedro de personas desarmadas y que no forman parte del hampa, como el obrero de El Salvador. Círculo vicioso que se debe detener de una vez por todas, por el bien de los policías, los civiles y el país.