domingo, 25 de octubre de 2015

Cosas Que Pasan

La frase que da título a este artículo fue utilizada por Jeb Bush, pre candidato presidencial republicano a la presidencia de Estados Unidos, como respuesta a una periodista que lo abordó a la salida de una convención política de su partido, solicitando una opinión acerca de la masacre en un centro estudiantil de Roseburg, en el estado de Oregon, donde -para variar- un pistolero solitario asesinó a diez personas y dejó heridas a otras siete. Lo peculiar de este nuevo tiroteo es que el atacante les preguntó a sus víctimas si eran cristianos, y a quienes respondieron afirmativamente, los ejecutó con un tiro en la cabeza. Algo que debería haber llamado la atención del hombre público encarado, pues pertenece a una familia que, aparte de aportar con dos gobiernos a su país -el padre y el hermano mayor del susodicho- es reconocida por su férrea defensa de la moralina tradicional, por lo que sus integrantes suelen tener altos niveles de aprobación entre los creyentes, sobre todo los más conservadores. Sin embargo, el caso es que este sujeto y el clan al que pertenece son tenaces partidarios de otro elemento: la libre posesión de armas de fuego, que en la nación norteamericana es una característica que -por diversas causas- suele estar relacionada con la anterior.

Cuando se informó la ocurrencia de este infame hecho, muchos fieles atiborraron las redes sociales de inspiración cristiana -y varias seculares también- alegando que en uno de los países que ha representado por siglos la expansión y crecimiento de la fe, hoy están surgiendo grupos y personas dispuestos a perseguir y a matar a quienes se rehúsan a negar o callar el evangelio. Como era de esperar, dichos manifestantes culparon a la ola de relativismo moral que en la actualidad estaría sacudiendo a Estados Unidos, y cuya expresión más reciente y palpable sería el fallo de la corte suprema de esa nación que declaró el matrimonio gay como un derecho inalienable en todo el territorio independiente de lo que hubiesen establecido las legislaciones locales. Bastantes ven en estas decisiones, tomadas por organismos públicos, un peligroso distanciamiento de las cosas divinas, lo cual, debido a un proceso lógico, tendería a evolucionar hacia una situación donde, basándose en distintos resquicios -presentación de pruebas científicas, freno a los denominados discursos de odio- se intente erradicar a las voces disidentes. Al respecto, muy poco atinado estuvo Barack Obama, cuando, a propósito de esta masacre, declaró que la oración ya no era suficiente. Por supuesto que se refería a que se tornaba cada vez más urgente promulgar decretos que restringieran el uso de las armas de fuego. Pero para la mentalidad de los creyentes más reaccionarios -abundantes en suelo norteamericano-, ya dolidos, y con justa razón, por lo ocurrido en Oregon, estas palabras fueron percibidas como un ladrillo más en una pared con la que se trataría de separar a Jesús de la sociedad cotidiana.

No obstante, cabría formular una pregunta para estos cristianos, varios de los cuales por supuesto son honestos. ¿Qué opinan de las palabras de uno de sus mayores referentes para la próxima elección norteamericana? Tomando en cuenta que además, entre las víctimas del tiroteo se podría más de algún partidario de Bush. ¿Repetirán con él la frase de la polémica, u optarán por un rodeo de pretensiones teológicas, aseverando que lo importante es que esos hermanos "se fueron con el Señor"? Aún cuando exista el consuelo de la resignación, queda dando vueltas un factor que vale la pena analizar. Este candidato presidencial, quien asegura defender a los creyentes y sus valores -entendidos como los más conservadores y reaccionarios- olvidó por un momento a sus supuestos protegidos y al mismo Jesús en favor de afirmar un principio, la tenencia libre de armas de fuego, que de acuerdo a la Biblia no se condice o cuando menos no es prioridad para una persona de fe, aunque no faltan quienes, mediante asociaciones bastante antojadizas, traten de calzar ambos elementos. Es importante recalcar que Jeb dejó a un lado las cosas divinas por un rifle, y eso ya es un punto que en el mejor de los casos da para reflexionar. Sin contar que su respuesta es una ofensa para aquellos fieles que murieron, precisamente, por permanecer firmes en Cristo. Ya que por ninguna parte existe en ella un mensaje de aceptar la adversidad como un componente de la insondable voluntad divina, sino más bien un intento por escapar de una interrogación incómoda, que puede dejar al aludido desnudo en su hipocresía.

Muchos cristianos norteamericanos, en especial los que se acercan al votante republicano medio, o bien miran con absoluta indiferencia el asunto de la tenencia de armas, algunos la apoyan, y otros prefieren pasar de largo respecto del tema, arguyendo que hay otras cosas más importantes que discutir -el aborto, la homosexualidad, la misma pérdida de valores- que llevan intrínsecas una mayor naturaleza pecaminosa. Sin embargo, ya hemos sido testigos de que la libre circulación de pistolas y rifles acarrea un mal tan grande que puede provocar la muerte, algo que los creyentes están llamados a evitar. De acuerdo: se trata de objetos que por sí solos no son dañinos, y que se tornan peligrosos sólo cuando caen en manos equivocadas. Pero, ¿no se podría argumentar lo mismo respecto del alcohol o las plantas alucinógenas, que estos mismos fieles buscan proscribir a todo evento? Es de esperar que no venga el silencio tras el disparo.

domingo, 4 de octubre de 2015

El Lazarillo de la Tormenta

No lo debe estar pasando bien el oftalmólogo Carlos Schiapacasse, a entender por las incontable cantidad de disculpas que ha tenido que ofrecer a cuanto medio de comunicación que por estos días lo aborda. El tipo perdió su trabajo en un hospital público, ha debido soportar toda clase de rayados en el frontis de su consulta privada, la que además brilla por la ausencia de pacientes -y clientes-, y ciertos colegas han aprovechado sus quince minutos para denunciarlo por conductas agresivas que habría manifestado en el pasado. ¿La causa? Una cámara de seguridad lo sorprendió agarrando y arrojando fuera de un ascensor en un edificio de Viña del Mar, a un perro lazarillo, y luego respondiendo con supuestos insultos de corte clasista a la asesora del hogar que trasladaba al can, reacciones provocadas por los gritos aterrados de su pequeña hija, que padece una fobia hacia esos animales. Sí, los adoradores de bestias nuevamente, y como siempre, colocando su objeto de deseo por encima del bienestar de las personas.

Dos características de este incidente han llamado la atención de la opinión pública: la condición de lazarillo del perro y las palabras que el doctor Schiapacasse le dirigió a la asesora. Ambas han sido empleadas de manera muy eficaz y conveniente por los pro animal, para destacar la importancia de las mascotas en la vida humana y defender la idea de que quien es agresivo con sus "hermanos menores" tarde o temprano también lo será con los de su propia especie. Sin embargo, del mismo modo han sido utilizadas más bien como anexos, detalles que justifican las actitudes de ojo por ojo contra el oculista que se han difuminado a través de las redes sociales y que lo tienen implorando perdón en cada oportunidad que un periodista lo enfrenta. El foco de atención continúa siendo, en forma casi exclusiva, el can, tratado a secas y no en base a las utilidades que presta, aunque algunos medios de prensa parecieran indicar lo contrario. Por su parte, la empleada doméstica ha sido tratada como un factor muy secundario, casi fantasmal. De no ser por la recriminación que le profirió el médico, catalogada de insulto clasista, interpretación un tanto ambigua, la verdad es que nadie se hubiera molestado en preguntarle su opinión, ya que dicho calificativo, como se señaló anteriormente, sirve para denostar aún más al atribulado oftalmólogo, con el argumento de que quien maltrata a los animales tampoco muestra deferencia con los humanos.

Señalo que es una interpretación un tanto ambigua, porque al fin y al cabo lo que el tipo hizo fue recomendarle a la mujer, de manera poco amigable en todo caso, que mejor usara las escaleras. De esa expresión se ha armado un escándalo donde se alega segregación contra el pobre y en especial contra las asesoras del hogar, las cuales, además, en efecto suelen sufrir la discriminación de parte de quienes las contratan, por lo general sujetos de estratos medios y altos entre quienes, por su profesión, debe contarse Schiapacasse. Pero bien que la intención del oculista pudo haber sido recordar que no es adecuado trasladar un perro dentro de un ascensor -de hecho en algunos edificios se prohíbe incluso mantenerlos en los departamentos-, ya que puede defecarse en la cabina o si ésta se halla muy poblada, cometer acciones propias de su naturaleza instintiva, como ladrar o morder, todos hechos que obviamente no resultan agradables. Estamos de acuerdo en que lo indicó de la peor manera posible y luego de haber arrojado al can. Pero si muchos le reprochan a este oculista su falta de criterio, entonces que ellos sean consecuentes con lo que exigen y analicen con más calma la situación, antes de embestir como toros (otro animal que les ha llamado la atención, por el asunto de las corridas). Él sólo buscaba proteger a su pequeña hija, que recordemos padece una fobia. Nadie por cierto ha tomado en cuenta a esa niña y de seguro que ella por lo menos ha escuchado aseverar que su padre es un golpeador de hermanos menores. Parece ser que los amantes de criaturas inferiores no son muy considerados con los seres humanos, al contrario de lo que argumentan.

No han faltado quienes han aplaudido la condena contra el doctor Schiapacasse, destacando que pocas veces en Chile una persona de los sectores más acomodados recibe una sanción por sus actos deleznables. Esa conclusión sólo resiste un pequeño análisis. Para comenzar, este oculista no pertenece al círculo de las fortunas más influyentes del quehacer nacional, y la prueba de su carencia absoluta de poder está en el despido del que fue objeto en el servicio público de salud. Además, dudo que alguna vez alguien tendrá la oportunidad -mucho menos las agallas- de captar a un Lucksic, un Angelini o un Agustín Edwards maltratando un animal. Si es una cámara de seguridad de un ascensor, los mismos encargados de manejarlas las borran al instante. Por otro lado, estos tipos cuentan con enormes viviendas con amplios patios, en ciertos casos, fundos, donde mantienen perros, gatos, aves y hasta caballos, los cuales, dadas las circunstancias, suelen usar para lavar su imagen. Donde hay que hincar el diente es en la agresión constante que efectúan contra los humanos que trabajan para ellos. Lo cual ni siquiera inmuta a los adoradores de bestias, que en muchas ocasiones son hijos ociosos de estos magnates o de quienes los adulan.