Denostar la política en general y a los políticos en particular, en los últimos años se ha vuelto un ejercicio constante, casi una moda. Los chistes y comentarios callejeros que los califican de corruptos y mentirosos abundan, aumentando de la misma manera que lo hace la abstención electoral. Parece que se tratara de un asunto de cultura que ya todos han asumido, incluso quienes aún concurren a votar. Situación que, al menos en Chile, se ha visto alimentada por una sucesión de hechos recientes, como los casos de diputados y senadores que recibieron dinero bajo cuerda para sus candidaturas de parte de connotados empresarios a cambio de que, una vez instalados en las respectivas cámaras, sancionaran un determinado proyecto de ley de la forma que a dichos magnates mejor les convenía. Aunque resulta curioso que sólo se le cargue la responsabilidad a los sobornados, cuando -y más teniendo en cuenta la estructura económica y social que rige al país- las culpas por supuesto que deben ser compartidas.
La explicación de ello puede antojarse muy simple. Ocurre que los mentados empresarios controlan muchas áreas del quehacer económico nacional, y entre ellas se halla la prensa; de hecho algunos son propietarios de importantes consorcios periodísticos, o en su defecto, amigos o patrocinadores. Sin embargo el paradigma es bastante más trascendente. Pues el descrédito de la actividad política se traduce en mayor apatía electoral, lo que a la larga se transforma en un círculo vicioso. Y al contar con una instancia de participación pública tan degradada, las personas comunes dejan de utilizar un espacio donde pueden hacer oír sus reclamos y expresar sus opiniones. Luego se va perdiendo el interés por siquiera tratar de modificar o corregir los problemas actuales, pasividad que justamente buscan determinados grupos, por ejemplo los mismos magnates que han ofrecido fuertes sumas de dinero y no aparecen mencionados con la misma fuerza en las querellas e investigaciones.
Golpear a un político no es difícil. Es la cara más visible, porque debe tratar con los ciudadanos comunes a fin de que éstos lo elijan para el cargo. Además, de todos los que ostentan poder, finalmente es quien menos tiene. Representa la opción de cortar el hilo por lo más delgado, aparte de constituir un frontón donde pueden estrellarse todos los escupitajos mientras los tiburones más voraces aguardan tranquilos a que la airada multitud se canse, y se consuele comprando las ofertas que tales peces gordos le ofrecen a modo de consuelo y evasión -aunque nunca lo digan directamente-. Limpiar de manera constante la actividad pública de sujetos inescrupulosos es un deber, claro está. Pero no es menos urgente señalar a quien está detrás, quien es capaz de hacer caer a todo un parlamento para que los votantes acaben renegando de la política en general, y le comiencen a rendir homenajes únicamente a él.