domingo, 22 de noviembre de 2015

Prensa Al Desnudo

Salvo los desubicados de siempre, el grueso de la población condenó de modo enérgico la publicación que el diario digital "El Dínamo" hizo de unas imágenes del diputado Guillermo Ceroni, quien, en pleno hemiciclo, fue captado revisando unas fotografías en su celular, donde se retrataba él mismo teniendo relaciones homosexuales pagadas con unos jóvenes. Pese a que en el mencionado medio de comunicación insistieron en que su intención era denunciar a un parlamentario que en plena discusión se estaba distrayendo con elementos ajenos a su trabajo, la mayoría comprendió que la divulgación fue motivada por la connotación que podían adquirir las tomas, en concreto, el hecho de que se descubrieran las andanzas nocturnas de una persona que ejerce un cargo público. Algo que, en un momento en que un número importante de sujetos mucho más poderosos que un simple político están siendo objeto de sendas investigaciones judiciales, la verdad no resultaba muy presentable.

Denostar la política en general y a los políticos en particular, en los últimos años se ha vuelto un ejercicio constante, casi una moda. Los chistes y comentarios callejeros que los califican de corruptos y mentirosos abundan, aumentando de la misma manera que lo hace la abstención electoral. Parece que se tratara de un asunto de cultura que ya todos han asumido, incluso quienes aún concurren a votar. Situación que, al menos en Chile, se ha visto alimentada por una sucesión de hechos recientes, como los casos de diputados y senadores que recibieron dinero bajo cuerda para sus candidaturas de parte de connotados empresarios a cambio de que, una vez instalados en las respectivas cámaras, sancionaran un determinado proyecto de ley de la forma que a dichos magnates mejor les convenía. Aunque resulta curioso que sólo se le cargue la responsabilidad a los sobornados, cuando -y más teniendo en cuenta la estructura económica y social que rige al país- las culpas por supuesto que deben ser compartidas.

La explicación de ello puede antojarse muy simple. Ocurre que los mentados empresarios controlan muchas áreas del quehacer económico nacional, y entre ellas se halla la prensa; de hecho algunos son propietarios de importantes consorcios periodísticos, o en su defecto, amigos o patrocinadores. Sin embargo el paradigma es bastante más trascendente. Pues el descrédito de la actividad política se traduce en mayor apatía electoral, lo que a la larga se transforma en un círculo vicioso. Y al contar con una instancia de participación pública tan degradada, las personas comunes dejan de utilizar un espacio donde pueden hacer oír sus reclamos y expresar sus opiniones. Luego se va perdiendo el interés por siquiera tratar de modificar o corregir los problemas actuales, pasividad que justamente buscan determinados grupos, por ejemplo los mismos magnates que han ofrecido fuertes sumas de dinero y no aparecen mencionados con la misma fuerza en las querellas e investigaciones.

Golpear a un político no es difícil. Es la cara más visible, porque debe tratar con los ciudadanos comunes a fin de que éstos lo elijan para el cargo. Además, de todos los que ostentan poder, finalmente es quien menos tiene. Representa la opción de cortar el hilo por lo más delgado, aparte de constituir un frontón donde pueden estrellarse todos los escupitajos mientras los tiburones más voraces aguardan tranquilos a que la airada multitud se canse, y se consuele comprando las ofertas que tales peces gordos le ofrecen a modo de consuelo y evasión -aunque nunca lo digan directamente-. Limpiar de manera constante la actividad pública de sujetos inescrupulosos es un deber, claro está. Pero no es menos urgente señalar a quien está detrás, quien es capaz de hacer caer a todo un parlamento para que los votantes acaben renegando de la política en general, y le comiencen a rendir homenajes únicamente a él.

domingo, 8 de noviembre de 2015

El Conejo Cubierto

Muchos han recibido con sorpresa la noticia de que la revista Playboy dejará de colocar fotografías de mujeres medianamente desnudas en sus portadas, como parte de una nueva estrategia comercial. No han faltado los comentarios, serios o burlescos, de sujetos que a través de las redes sociales han llamado a no continuar adquiriendo el magacín de Hugh Hefner, algunos de los cuales, se atreven a afirmar que esta decisión constituirá el inicio del fin de la publicación.

Playboy jamás fue una revista pornográfica, al menos en el sentido más estricto -y radical- del término. En realidad siempre se ha tratado de un magacín misceláneo cuyo gran atractivo comercial ha sido la inclusión de fotografías de mujeres con escasas vestimentas -porque muy pocas veces han aparecido totalmente desnudas-, que en la medida de lo posible ya cuentan con algún nivel de fama, creado por la propia publicación o por agentes externos a ella, esto último por lejos la tendencia más seguida, como se puede constatar en los abundantes casos de portadas con celebridades vinculadas al espectáculo. El gran atrevimiento detrás de esa actitud se reduce a mostrar a figuras conocidas por un alto porcentaje de la población, debido a que son rostros de industrias que se desarrollan a través de la imagen, como el cine y la televisión, en una actividad ajena a la que realizan el resto de su tiempo, uno de los morbos más antiguos y elementales de la humanidad y que personas influyentes tales como empresarios y políticos utilizan a diario en beneficio propio. Incluso, en los Estados Unidos de 1953, cuando se lanzó el primer número, ya eran muy populares los afiches "pin-up" que por cierto siempre fueron más sugerentes que la oferta creada por Hefner.

Ya como empresa, Playboy comenzó a acercarse a la pornografía propiamente dicha hacia mediados de la década de 1970, entrando de lleno y de modo definitivo en los años 1980. No lo hizo a través de su producto más visible, sino empleando las nuevas herramientas tecnológicas que se iban expandiendo -cine, vídeo, televisión de pago, internet-. Y las causas que motivaron este giro pueden resultar a primer análisis completamente contrapuestas; pero como siempre ocurre en la vida, al final encuentran un punto de coincidencia que acaba en una atracción mutua. En el primer decenio de los recién mencionados, se produjo la irrupción, a causa del relajamiento moral y sexual que se estaba suscitando en Estados Unidos, de revistas abiertamente pornográficas como Penthouse o Hustler, además de la aparición de las películas porno duras con el esquema que las conocemos hoy. En el siguiente, la preponderancia que adquirió la derecha religiosa tras el triunfo electoral de Ronald Reagan -y que llevó al mismo Hefner a casarse y a promover el matrimonio y la familia tradicionales- irónicamente abrió un canal de circulación para estas actividades a través de las cintas VHS, que acentuaban aún más el carácter llano y repetitivo de las producciones denominadas "triple equis" al eliminar los juegos fotográficos y de colores presentes en el celuloide, y que tanto generan atracción en el espectador como permiten determinar la calidad artística de una obra. Si a todo ello se agrega el hecho de que esa fue la época en que se impuso el pubis depilado y las "actrices" que se veían como muñecas a costa de innumerables cirugías estéticas, finalmente un ambiente muy hipócrita pero a la vez convenientemente esterilizado (en el sentido que se le da a esa palabra tanto en la reproducción humana como en la asepsia hospitalaria).

Hefner nunca ha sido el revolucionario sexual que muchos pretenden hacer creer. Sólo es un individuo que encontró una buena veta comercial y la explotó al máximo y con la astucia propia de un hombre de negocios, si por algo hoy vive en una mansión y además su empresa continúa existiendo, hallándose en frecuente expansión. Pero ninguna de sus supuestas audacias desafiaron lo establecido y mucho menos crearon pautas a imitar. Simplemente se adaptó a los tiempos, creando medios alternativos como su empalagoso y soporífero canal de televisión, heredero de esa pornografía con olor y gusto entre plástico y cera de pisos producida en los años 1980, y que está ahí para que los ilusos continúen aseverando que fue él quien inició todo esto. La decisión adoptada por los ejecutivos de su negocio -que no lo olvidemos, hoy está en manos de su hija- lo más probable es que haya sido pensada con la intención de convertir al magacín en un entretenimiento familiar, algo a que aspiran todos los magnates estadounidenses, por el provecho económico y el estatus social que ello significa. Y si eso ya se ha dado con los casinos de Las Vegas, algunos de ellos surgidos en torno a la mafia, ¿por qué no hacerlo con una revista considerada porno? Hasta puede que en futuro cercano nos encontremos con una versión hecha para niños.