domingo, 8 de noviembre de 2015

El Conejo Cubierto

Muchos han recibido con sorpresa la noticia de que la revista Playboy dejará de colocar fotografías de mujeres medianamente desnudas en sus portadas, como parte de una nueva estrategia comercial. No han faltado los comentarios, serios o burlescos, de sujetos que a través de las redes sociales han llamado a no continuar adquiriendo el magacín de Hugh Hefner, algunos de los cuales, se atreven a afirmar que esta decisión constituirá el inicio del fin de la publicación.

Playboy jamás fue una revista pornográfica, al menos en el sentido más estricto -y radical- del término. En realidad siempre se ha tratado de un magacín misceláneo cuyo gran atractivo comercial ha sido la inclusión de fotografías de mujeres con escasas vestimentas -porque muy pocas veces han aparecido totalmente desnudas-, que en la medida de lo posible ya cuentan con algún nivel de fama, creado por la propia publicación o por agentes externos a ella, esto último por lejos la tendencia más seguida, como se puede constatar en los abundantes casos de portadas con celebridades vinculadas al espectáculo. El gran atrevimiento detrás de esa actitud se reduce a mostrar a figuras conocidas por un alto porcentaje de la población, debido a que son rostros de industrias que se desarrollan a través de la imagen, como el cine y la televisión, en una actividad ajena a la que realizan el resto de su tiempo, uno de los morbos más antiguos y elementales de la humanidad y que personas influyentes tales como empresarios y políticos utilizan a diario en beneficio propio. Incluso, en los Estados Unidos de 1953, cuando se lanzó el primer número, ya eran muy populares los afiches "pin-up" que por cierto siempre fueron más sugerentes que la oferta creada por Hefner.

Ya como empresa, Playboy comenzó a acercarse a la pornografía propiamente dicha hacia mediados de la década de 1970, entrando de lleno y de modo definitivo en los años 1980. No lo hizo a través de su producto más visible, sino empleando las nuevas herramientas tecnológicas que se iban expandiendo -cine, vídeo, televisión de pago, internet-. Y las causas que motivaron este giro pueden resultar a primer análisis completamente contrapuestas; pero como siempre ocurre en la vida, al final encuentran un punto de coincidencia que acaba en una atracción mutua. En el primer decenio de los recién mencionados, se produjo la irrupción, a causa del relajamiento moral y sexual que se estaba suscitando en Estados Unidos, de revistas abiertamente pornográficas como Penthouse o Hustler, además de la aparición de las películas porno duras con el esquema que las conocemos hoy. En el siguiente, la preponderancia que adquirió la derecha religiosa tras el triunfo electoral de Ronald Reagan -y que llevó al mismo Hefner a casarse y a promover el matrimonio y la familia tradicionales- irónicamente abrió un canal de circulación para estas actividades a través de las cintas VHS, que acentuaban aún más el carácter llano y repetitivo de las producciones denominadas "triple equis" al eliminar los juegos fotográficos y de colores presentes en el celuloide, y que tanto generan atracción en el espectador como permiten determinar la calidad artística de una obra. Si a todo ello se agrega el hecho de que esa fue la época en que se impuso el pubis depilado y las "actrices" que se veían como muñecas a costa de innumerables cirugías estéticas, finalmente un ambiente muy hipócrita pero a la vez convenientemente esterilizado (en el sentido que se le da a esa palabra tanto en la reproducción humana como en la asepsia hospitalaria).

Hefner nunca ha sido el revolucionario sexual que muchos pretenden hacer creer. Sólo es un individuo que encontró una buena veta comercial y la explotó al máximo y con la astucia propia de un hombre de negocios, si por algo hoy vive en una mansión y además su empresa continúa existiendo, hallándose en frecuente expansión. Pero ninguna de sus supuestas audacias desafiaron lo establecido y mucho menos crearon pautas a imitar. Simplemente se adaptó a los tiempos, creando medios alternativos como su empalagoso y soporífero canal de televisión, heredero de esa pornografía con olor y gusto entre plástico y cera de pisos producida en los años 1980, y que está ahí para que los ilusos continúen aseverando que fue él quien inició todo esto. La decisión adoptada por los ejecutivos de su negocio -que no lo olvidemos, hoy está en manos de su hija- lo más probable es que haya sido pensada con la intención de convertir al magacín en un entretenimiento familiar, algo a que aspiran todos los magnates estadounidenses, por el provecho económico y el estatus social que ello significa. Y si eso ya se ha dado con los casinos de Las Vegas, algunos de ellos surgidos en torno a la mafia, ¿por qué no hacerlo con una revista considerada porno? Hasta puede que en futuro cercano nos encontremos con una versión hecha para niños.

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