miércoles, 3 de agosto de 2011

El Terrorista Solitario

Costó que los medios masivos de comunicación y los líderes mundiales se atrevieran a calificar la masacre perpetrada en Noruega por Anders Behring como un acto terrorista. Si bien ya todos coinciden en describir el hecho con esa palabra que de por sí provoca miedo, la mayoría se tomó su tiempo antes de dar el paso adelante. Y entre los pocos que sí cruzaron la línea, hay unos cuantos que usaron el vocablo casi al momento de enterarse del incidente; pero porque en principio se lo atribuyeron a extremistas musulmanes. Tal vez, la demora en llamar a las cosas por su nombre, se deba a que uno siempre espera que esta clase de acciones sean acometidas por un grupo más o menos amplio, o en el peor de los casos, por una célula organizativa. Sin embargo, son escasas las personas que están dispuestas a concebir la idea de que estos sucesos sean responsabilidad de un solo sujeto, al punto que cuando se da esta particular, se tiende a abordar como un asunto de delincuencia común o de desquiciamiento mental.

La verdad es que, cuando se pide nombrar ejemplos de agrupaciones terroristas, los encuestados se inclinan por citar a movimientos guerrilleros de tendencia izquierdista, o bien por organizaciones que reivindican a una etnia, pueblo o colectivo social o religioso en contra de un determinado poder central. En este caso, se puede afirmar que los representantes de dicho poder están interesados en conseguir que le el calificativo se instale en el inconsciente colectivo, con el fin de obtener la identificación ciudadana al instante de decidirse a combatir a estas bandas, reduciéndolas a un estado de irregularidad indeseable. Y como tienen la oficialidad de su lado, no les cuesta mucho imponerse a través del lenguaje. Por el contrario,las facciones de extrema derecha, ultra conservadoras o de inspiración fascista, de acuerdo a este postulado, serían vistas como colaboradoras por el régimen de turno, por lo cual se las deja pasar y sólo se reacciona hacia ellas cuando se produce un hecho de sangre de las proporciones de lo acaecido en Noruega. En realidad, y al margen de que esta tesis a algunos les resulte un subterfugio ideológico, casos en los que se ha aplicado tal política de doble rasero abundan en la historia reciente. Ahí están las hordas de rompehuelgas de Italia y Estados Unidos, en ciertos casos pagados por la mafia. O los grupos paramilitares o colectivos de auto defensa en América Latina. O las pandillas neonazis, racistas y xenófobas que pululan por Europa y que constituían la admiración de Behring.

Sin embargo, ese argumento no agota la complejidad de la explicación. Muy por el contrario: existen otros que están relacionados con la estructura de cada bando, y con la esencia misma de sus respectivos postulados. En el espectro político, la derecha suele privilegiar el logro individual -e individualista- por encima del interés común. Factor que se replica en sus engendros extremistas, en donde, justamente producto de dicha condición, es que se encuentran más acentuados. Así, cuando un terrorista que proviene de estos sectores decide acometer alguna fechoría, no le resulta cuestionable el hecho de actuar solo, y de que su pensamiento empiece y termine con él o con su acto. Distinta es la visión de una colectividad de izquierda, que incluye elementos como el proyecto histórico común o la rebelión masiva que es capaz de vencer a un puñado de opresores. En la única instancia en la cual un ultra conservador puede aceptar en comunidad, es cuando éste le reverencia una obediencia ciega e incondicional a la autoridad o a un líder absoluto, que es el caso del fascismo. Pero ahí no hablamos de personas permanentemente conscientes de su elección, sino de una suerte de tipos obnubilados que han cedido su racionalidad, o al menos parte importante de ésta. Se trataría de meros zombis, no al estilo de los de George Romero, sino de los clásicos, aquellos que se acercan de manera más fiel a la mitología vudú.

Por desgracia, la mayoría de las iniciativas contra el terrorismo, tanto legales como filosóficas o sociales, están diseñadas para atacar a las guerrillas de izquierda o a los movimientos que objetan el sistema establecido y a quienes lo manejan. Y los discursos también. Lo cual conlleva un problema adicional, puesto que determinados gobernantes y servicios secretos tienden a caer en el vicio de perseguir a todos estos colectivos sin discriminación, no haciendo la necesaria distinción entre quienes andan armados y aquellos que ejercen medidas de presión pero sin llegar a cometer atentados homicidas. No ocurre lo mismo con los extremistas de la vereda de enfrente. Primero, no suelen ser objeto de investigación policial. Y cuando alguno traspasa la barrera y ejecuta una acción deleznable, se opta por separarlo del aparato político general de la derecha, aseverando que se trata de un enajenado o de un simple maleante. Es por cierto, lo que ha decidido el abogado de Behring, al decir en una entrevista, con una mezcla de ingenuidad y evasión, que su cliente estaba loco. Tal vez comprende que su defendido deberá afrontar sí o sí la condena social, y que desde toda observación posible, su matanza debe ser castigada de manera ejemplar (algo que no acontece en Noruega, donde las cárceles son jaulas de oro). Por lo que recurre a términos extraídos de la sicología, cuyos practicantes se han erigido como los inquisidores del siglo XXI. Empero, es preciso recordar que todas las inquisiciones tienen como finalidad preservar las condiciones actuales, exterminando cualquier intento de rebeldía o de modificación. Y por esa condición, sus cultores suelen acabar simpatizando con las teorías fascistas y conservadoras.

                                                                                                                                                       

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