miércoles, 2 de mayo de 2012

El Cantar de Quelentaro

Hace unos días dejó de existir el músico y folclorista Eduardo Guzmán. Bueno: "dejó de existir" es sólo una frase cliché citada con el propósito de arrancar este artículo, porque el guitarrista y compositor vivirá para siempre en las coplas y canciones que creó para Quelentaro, el grupo, prácticamente dúo, que mantuvo por varias décadas junto a su hermano Gastón además de los colaboradores e instrumentistas del momento. Que si bien estaba medio peldaño más abajo que otros memorables conjuntos y solistas de la llamada Nueva Canción Chilena, como Inti Illimani, Quilapayún o Víctor Jara, aparte de no haber conocido una fama que les permitiera instaurarse como un estilo a seguir, debido a su insistencia en publicar discos de manera independiente y alejada de los sellos -incluso los que tenían afinidad ideológica-: de cualquier manera no puede ser dejado de lado en alguna reseña del arte local, por muy lacónica que fuere; toda vez que pese a su marginalidad asumida, igual se ganó un respetable nivel de popularidad tanto dentro del país como en el extranjero.

¿Qué tienen las obras de Quelentaro, que a pesar de su apariencia de piezas folclóricas tradicionalmente esquemáticas, empero han cautivado a oídos de las últimas décadas, aparentemente proclives a gustos más refinados, en los cuales revolotea como una rara avis que porfía por ocupar el sitial que sin duda alguna se merece? Quizá la explicación esté en esa misma sensación inicial de hallarse frente a algo extraño, tanto en sus aspectos más formales e históricos -la mencionada independencia respecto de la industria musical- como en su propuesta y sus temáticas. Lo primero que llama la atención en el conjunto de los Guzmán, es que a diferencia de sus compañeros de generación, como los ya mencionados Inti o Quila, no cantan a la grandilocuencia de los movimientos colectivos cuya conciencia de masa permite el estallido de una revolución tras la cual todos viven felices para siempre porque desde entonces se tornan uno. Muy por el contrario, sus coplas hablan de seres solitarios, aislados y alejados de los grandes núcleos obreros, faltos de información y con escasas posibilidades de comunicarse entre sí a fin de llevar adelante un proyecto común. Una tendencia que los catapultó a tornarse como el retrato más certero del mundo rural, donde primaban los hombres analfabetos, embrutecidos por la violencia de los patrones de fundo -que reproducían al interior de sus propias familias-, objeto de desprecio legal y laboral (los sindicatos campesinos fueron permitidos en Chile recién en 1967) incluso desde el espectro socialista que pretendía liberarlos de sus ataduras, el cual siempre los trató como menores de edad debido a su baja educación, considerándolos una parte necesaria del enorme conglomerado de clases pobres, pero sin jamás consultarles acerca de sus inquietudes o ideas de solución.

De ahí que las letanías, recitadas o cantadas por una voz cansada por la dureza dela vida y de los años, se hayan convertido en el reflejo más fiel de la lucha social del campesino aunque ésta terminara yendo por un sendero distinto al que dictaba la revolución. Una capacidad de comprender el entorno que les permitió, acto seguido, describir la existencia de otros seres marginales, como los cesantes o los jubilados, que por su propia naturaleza jamás serían capaces de subirse al carro de la victoria aunque las mismas personas que lo ocupaban les tendieran la mano y les reservasen un espacio. ¿Cómo puede encajar un desempleado dentro de un colectivo obrero? ¿O de qué forma un pensionado, que recibe justamente dinero a causa de su pasividad obligada -aunque no por voluntad propia-, puede marchar junto a las hordas populares? Es por eso que antes de ser atiborrado con libros teóricos y filosóficos, el hombre Quelentaro pide que le dejen hablar, que le permitan contar sus penurias, sin que le coloquen un límite de tiempo, porque sólo de esa manera el interlocutor se enterará de su realidad, a la que tiene un acceso muy limitado producto del aislamiento y la falta de información -que en estos casos es recíproca-, y a partir de ese punto este receptor se verá capacitado para ayudar a la resolución de los problemas que aquejan a quien desea tomar como pupilo. Fuera de que esta audición debe producirse sin condiciones, porque el emisor nunca asistió a la universidad, quizás apenas lo hizo a la escuela primaria, y se expresará en su voz curtida por el sacrificio.

Es tal vez por lo mismo que la agrupación de los hermanos Guzmán sea tan apetecida entre personas independiente de su pensamiento político que empero tienen extracción popular y se encuentran lejos de las academias. Es innegable que en ese mundo también se coleccionan los discos de este conjunto, pero salvo excepciones, en su mayoría se trata de nostálgicos de la Nueva Canción Chilena que incluyen a Quelentaro en sus anaqueles porque formó parte de ese movimiento musical, pero que apenas conocen sus canciones. Es la verdad narrada por el niño, el adulto o el anciano desvalidos de la vida, que aunque lo quisieron, no pudieron hallar su espacio siquiera en los colectivos que se los ofrecían. Y es además, la historia de las zonas rurales marcadas por la pobreza y la lentitud, donde el pueblo se mueve -aún hoy- a ritmo de carreta transportando de un lado a otro los productos de venta que apenas le alcanzan para subsistir.

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