miércoles, 1 de febrero de 2012

Supermercado BRIC

Mucho se viene hablando, sobre todo en el plano del análisis de la economía global, de los países que conforman el llamado BRIC: una sigla que incluye las iniciales de los nombres de Brasil, Rusia, India y China; y a la que en determinadas ocasiones se le suele agregar una S por Sudáfrica. Pero mayormente no lo hacen quienes gustan de crear frases ingeniosas con el propósito de entusiasmar a la galería (y que de seguro están tras la confección del atractivo acróstico). Muy por el contrario, los que recitan con más frecuencia esta abreviatura son personas que se declaran cercanas a un pensamiento político de izquierda, ya sea en todas sus variantes posibles -socialdemocracia, comunismo, ecologismo, anarquismo-, quienes ven en estas naciones la alternativa, incluso dentro del capitalismo, al sistema monetario liberal que ha imperado durante varias décadas, y que por estos días está produciendo estragos en bastantes lugares del denominado primer mundo, como Estados Unidos o Europa.

¿A título de qué, estos países no solamente son aclamados por los teóricos del liberalismo y de la economía en general, sino que además despiertan las simpatías de quienes no están de acuerdo con el rumbo que ha tomado la comunidad internacional en términos de circulación fiduciaria? De partida notamos que se trata de naciones enormes, tanto en extensión territorial como en cantidad de población. Luego, poseen una alta cantidad de producción industrial, lo cual ha ocurrido más que nada durante los dos últimos decenios, fruto de las decisiones tomadas en ese instante por sus respectivos gobiernos. Dicho fomento fabril no se reduce a la transformación de sus materias primas -que tienen en abundancia-, sino que abarca aspectos que uno pudiera esperar de zonas históricamente más desarrolladas, como la elaboración de bienes de línea blanca y electrónica, o relacionados con el rubro automotriz. Y no se trata sólo de empresas europeas o norteamericanas que se han instalado allí con el interés de expandir sus negocios -aunque estos casos existen y en abundancia-, sino de que sus propios paisanos han fundado instituciones que se dedican a esta clase de manufacturas; algunas de las cuales han ganado tanta fuerza, que aprovechando la situación coyuntural, han adquirido firmas asentadas en el primer mundo, salvándolas de ese modo de la quiebra. Por otra parte, un capítulo extra se merecen sus mandatarios: varios, si no todos, afines a la izquierda política. Aunque con matices: Brasil es una democracia que ha estado regida los doce últimos años por administraciones socialdemócratas -y que por ende no iniciaron el modelo económico, si bien son responsables de su consolidación-; lo mismo la India, aunque su partido primordial, el CNI -el mismo que fuera ideado por Gandhi- es un amplio abanico de diversas tendencias y que en términos oficiales se acerca más al centro; Rusia, por su parte, debe sus destinos a una legislación personalista que se apropió del ejecutivo tras el colapso de la Unión Soviética, que con el propósito de alejarse del comunismo, por muchísimo tiempo mendigó en las arcas occidentales sin importarle la situación interna; y finalmente, China es una dictadura a que mezcla elementos del liberalismo económico con el marxismo y el fascismo ideológico a trozos iguales: en definitiva, un modelo represivo diseñado a conveniencia de sus jerarcas.

Es esto último lo que llena las bocas de júbilo. Porque estos cuatros países han conseguido un espectacular desarrollo económico -real y no como los supuestos milagros de ciertos tigrillos europeos, que lograron maquillar su verdadero potencial merced a empréstitos con altas tasas de interés y la burbuja inmobiliaria- no obstante bajo administraciones de la vilipendiada izquierda, que según muchos economistas es inútil cuando se trata de progreso monetario. Al margen de que Brasil y la India cuentan con elecciones periódicas donde perfectamente puede perder el actual partido gobernante, y que en Rusia ha surgido en los últimos meses un ligero pero nada desdeñable descontento, cabría preguntarse si estas propuestas son efectivamente socialistas. Bueno, de partida no: porque estos sistemas se plantean como una especie de capitalismo alternativo que incluso juega en el ruedo de las transacciones globales. Sin embargo, y aún viendo este fenómeno con mirada positiva, ¿hasta qué punto es capaz de desviarse de la tangente para ofrecer una auténtica variante? Observemos: todas estas naciones constituyen una inmensa fuente de mano de obra barata, repleta de personas con ansias de abandonar definitivamente la pobreza, y quienes provienen de una situación tan depauperada, que unos cuantos dólares más los hacen saltar de alegría y olvidarse de esa odiosa institución conocida como sindicato (si es que el mínimo nivel de educación que han recibido les permite concebir el principio de los derechos laborales). Precisamente son tales condiciones las que los han tornado atractivos, ante el aumento de los costos por mantener un empleado en Europa o Estados Unidos. Más aún: prácticamente la totalidad de los miembros del BRIC, y quienes les siguen sus pasos,  insisten en esta cualidad al momento de proponer inversiones. También es preciso acotar que los ciudadanos de estos lugares carecen casi por completo de bienestar social, a excepción de algunas limosnas entregadas desde el aparato público, que apenas sirven para paliar las necesidades básicas. Fuera de ello, aunque este auge está planificado en muchos aspectos, en otros falla ostensiblemente, como el diseño urbano o el denominado desarrollo sustentable (la reducción del Amazonas, o el aumento de la polución en las grandes urbes chinas, se han vuelto motivos de preocupación, ya que están afectando la salud humana). Por último, la explosión de las fábricas ha enriquecido de manera sideral a unos pocos, ha significado mínimos avances para los nuevos obreros y aún es incapaz -y es probable que dicha situación perdure- de absorber una inmensa masa de personas que continúan a la vera de las notables cifras.

Si el camino que estos países han tomado sirve para que sus ciudadanos mejoren expectativas, y si además funciona de la manera correcta -y parece que así es-, entonces bien por ellos y sus gobiernos. Pero esto no constituye ninguna alternativa ni siquiera dentro del mismo sistema económico. Más bien se trata de una manera, legítima y aceptable en cualquier caso, de competir en medio de la vorágine del capitalismo internacional. Y conste que aquí no se trata de retornar al socialismo al estilo de lo que ocurría en la antigua Europa del Este ni mucho menos, sino de colocar bien los puntos sobre las íes y no colgarse de propuestas que parecen novedosas, sólo para tener la falsa sensación de que todo está hecho y de que ya es innecesario un esfuerzo por corregir siquiera una minúscula porción del actual descalabro financiero internacional.

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