miércoles, 22 de agosto de 2012

Secundarios en la Vanguardia

Una de las características que han marcado a las protestas estudiantiles que se han suscitado por estos días, es que ahora pareciera que existe una profunda diferencia de criterios entre los alumnos secundarios y universitarios al momento de reaccionar frente a la ausencia de reformas legales que aseguren una mejora en la calidad de la enseñanza. Mientras los primeros han decidido regresar a las acciones de choque, como las huelgas, las ocupaciones de establecimientos y las marchas callejeras, los segundos pretenden disuadir a los parlamentarios y a los candidatos a alcalde, a fin de comprometer su palabra en un periodo de elecciones donde además aumentará de forma significativa el caudal de votantes por aquello de la inscripción automática. Con dicho proceder los educandos superiores se han ganado el favor de los medios masivos de comunicación y las autoridades ejecutivas, ya que han proyectado una imagen de moderados dispuestos al diálogo, en contraste con sus pares de los liceos, quienes estarían exhibiendo toda la inmadurez y la candidez que se le atribuye a la adolescencia.

En Chile se han suscitado diversos alzamientos estudiantiles al menos desde el primer cuarto del siglo veinte. Han tenido múltiples motivaciones, y de hecho pocos se han centrado en el destino de la educación criolla. Pero si los miramos con detención, notaremos que casi todos ellos lograron llegar a buen puerto gracias a la decisiva insistencia de los estudiantes secundarios. Que además no fue una intromisión ni un simple plegamiento solidario. Muy por el contrario, en muchos casos fueron los iniciadores o los líderes de las protestas. Las manifestaciones en contra del régimen parlamentario en 1925, contra la dictadura de Ibáñez en 1931, contra el alza del boleto de tranvía en la década de 1950 nuevamente bajo una legislatura de Ibáñez, a favor y en contra de la ENU en 1972, contra el traspaso de las escuelas a las municipalidades en 1983 y que fueron el punto de partida de la resistencia hacia Pinochet... Ninguno de esos hitos habría sido digno de recordar de no ser por el denuedo de los alumnos de los liceos. Ni hablar de la llamada Revolución Pingüina de 2006, la cual instaló en el debate justamente el problema de la calidad de la enseñanza. El que ha continuado en la plana pública gracias a las prolongadas ocupaciones de establecimientos medios que se organizaron a lo largo y ancho del país en 2011.

No se puede decir lo mismo de las manifestaciones encabezadas por los universitarios. Las dos mayores jornadas de protesta que han organizado, en 1967 y 1997, que no contaron con el apoyo de otros estamentos educacionales, no significaron aportes más allá de los círculos de la educación superior, toda vez de que no se planteaban ir más allá. La primera desembocó en la denominada Reforma Universitaria, que en síntesis consistió en la exigencia de campus más amplios y con áreas verdes donde los mozalbetes pudieran efectuar sus encuentros amorosos. La segunda planteaba una corrección en los aranceles de las carreras y la falta de acceso a las prestaciones estatales al respecto. En cambio, cuando son los muchachos de los liceos quienes se paralizan, despiertan una adhesión espontánea de los diversos componentes sociales, lo cual se traduce en que sus demandas trascienden la temática puramente educacional. Y que los resultados sean más palpables, en términos revolucionarios pero también reaccionarios cuando los alegatos presentan tales características, como la mencionada resistencia a la ENU, un proyecto de la Unidad Popular que finalmente no llegó a concretarse. Incluso, y con la sapiencia de dirigentes como Camila Vallejo, la actual coyuntura habría devenido en un fracaso si los alumnos de los liceos no hubiesen tomado partido en ella, aunque en esta ocasión no fueran quienes al principio levantaran la voz.

La explicación para esto es muy simple. Mientras los universitarios han sido parte de una élite más oligárquica que cultural que se ha desarrollado siempre de espaldas al país, los liceos en cambio alguna vez fueron una instancia de encuentro y surgimiento para los jóvenes de sectores medios y bajos, algo de lo cual queda en la actualidad. No olvidemos el aporte, todavía importante, de los profesionales egresados de las escuelas técnicas y profesionales, además de los profesores recibidos en los desaparecidos normalistas. Se trata de un asunto que no guarda relación con la universalidad de la instrucción secundaria, sino de que las universidades siempre han estado cerradas en sí mismas y transformadas en escondites de sujetos siúticos y pretenciosos que pretenden pasar por inteligentes. Es otro de los sitios donde las clases acomodadas envían a sus hijos que no sirven para el trabajo empresarial a fin de que no se transformen en eternos holgazanes. De hecho, si nos retrotraemos al Chile anterior al golpe militar, notaremos que muchos intelectuales jamás pasaron por un plantel superior. De cualquier manera, menos mal que estos alumnos han comprendido el mensaje y se están uniendo en un solo cuerpo con los liceanos, ahora respaldando las ocupaciones y hablando en términos positivos de ellas. Y marchando detrás de la fila, como les corresponde a quienes no son protagonistas ni tienen actitud o aptitud para serlo.

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