jueves, 28 de enero de 2010

Cómo Procederá la Derecha

Ante el cambio de gobierno -y pacto político en el poder- que acaecerá el próximo 11 de marzo, muchos se han preguntado cómo será la futura administración derechista. Es natural la formulación de esa clase de preguntas. No sólo por la lógica que conlleva el remplazo de una cultura por otra, tras dos décadas, en los asuntos que atañen a la conducción del país. Sino porque los nuevos inquilinos del palacio presidencial provienen de una dictadura a la cual, todos, incluso ellos, le reconocen poco cuando no nada rescatable; y en lo que respecta a legislaturas democráticas, la más reciente, la de Jorge Alessandri, cerró hace más de cuarenticinco años. Las conjeturas, más que al temor, se deben a la incógnita, que finalmente se traduce por preocupación, básicamente a lo desconocido.

No obstante, basta echar un vistazo a los diversos gobiernos reconocidos y autoproclamados abiertamente de derecha, tanto en nuestra región como en el resto del mundo, en especial en Europa, para formarse una idea general de su proceder. Recién instalados en el ejecutivo, y por un periodo de tiempo que, de acuerdo con las circunstancias, puede ser breve o prolongado, presentan un rostro afable, más o menos similar al que mostraron en las campañas. Esto sucede en especial en aquellos países donde los conservadores han vuelto a la primera legislatura tras una larga temporada, donde eran vistos como el testimonio de un pasado oscuro y dominado, muchas veces de manera autoritaria y antojadiza, por las oligarquías. También ha pasado en lugares que han construido una sólida tradición democrática, como Alemania, Francia o Canadá. Pero en fin: en ambos casos se coincide en llamar a conformar gobiernos de unidad nacional o de insistir en una "democracia de los acuerdos". Así ocurrió en tierras germanas, donde Angela Merkel sorteó sus primeros cuatro años con una coalición compuesta por los socialdemócratas, justamente sus antecesores y rivales políticos en los comicios que ganó. Mientras que en España, José María Aznar invitó a algunas colectividades centristas opuestas al régimen de Francisco Franco, y a la enfermiza moralina ultracatólica que caracteriza a la derecha peninsular, a cogobernar con él, olvidándose por un instante de tales elementos.

Con esta actitud, los conservadores consiguen disminuir la fuerza de la oposición e incluso de la disidencia independiente. Entonces, es el momento en que se quitan la careta y sacan las garras. El punto de inflexión puede ser una reelección, un acontecimiento de relevancia nacional -como el incidente del World Trade Center en el inicio de la administración de G. W. Bush-, o simplemente el decaimiento progresivo de quienes les desagrada la derecha, pero que no encuentran una alternativa política para expresarse. Ya con mayoría absoluta, en el parlamento o en la opinión pública, abren el baúl de sus ideas caducas y sus costumbres intolerantes, tanto en el ámbito social como moral, cultural o religioso. Así ocurrió con el mencionado Aznar, que empezó a dictar leyes al gusto de la iglesia católica española. Igual pasó en Francia, donde Sarkozy ha impulsado restricciones al uso de internet. Y está aconteciendo en Alemania con Merkel, que ha dado muestras de xenofobia, al atacar a los iraníes o a los descendientes de extranjeros que habitan en suelo germano. Desde luego que en un amplio margen de ciudadanos se genera un descontento, pero como la red de influencias ya ha alcanzado los medios de comunicación, no se oye de manera estridente, y las escasas veces que acaece del modo opuesto, es rápidamente vilipendiado o acallado por periodistas serviles que, además, deben agradecerle a quien les facilitó su fuente de trabajo.

Esto mismo ocurrirá en Chile. Piñera tendrá una actitud conciliadora durante su primer año, quizá alargará la cuerda hasta el segundo, a fin de poder cautivar a la suficiente cantidad de personas. Se apoyará en cuestiones que generan arrastre masivo y por ende, no son ni pueden llegar a ser capaces de constituir de discusión política, como la farándula o la participación del seleccionado en el Mundial del fútbol. Pero tras eso, el sector más recalcitrante de sus partidarios, tendrá el campo abierto para avasallar con su represión en todos los ámbitos, en aras del sistema económico, los grandes empresarios y la iglesia católica, tres cosas que siempre andan de la mano, y más por estos lares. Y no habrá contrapoder, porque la Concertación se asumirá como desgastada y no se molestará en emplear sus energías. Y quienes lo hagan, serán tratados por el presidente y los medios de comunicación como oposición destructiva y beligerante, lo cual implicará una condena, no sólo de carácter social, sino también religioso. Más aún: probablemente la derecha vuelva a ganar el 2014. Así lo dicta la lógica del primer mundo, al cual Chile es cierto que no pertenece, pero como aquí está lleno de estúpidos arribistas que no tienen dónde caerse muertos -los mismos que votan por los conservadores- actuarán como esclavos embobados por la droga de la sonrisa fácil y el alcohol que hace ver a un hombre acaudalado como la meta a la cual todos podemos llegar.

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