miércoles, 20 de enero de 2010

El Inicio del No-Futuro

Honestamente, ¿ alguien, más allá de las ilusiones propias de la incondicionalidad, siquiera vislumbró la posibilidad de que Eduardo Frei revirtiera todos los pronósticos de los sondeos, y derrotara a Sebastián Piñera el domingo recién pasado? Al derechista, con la porquería que le pusieron enfrente, le bastaba levantar por unos segundos los brazos como, por lo demás, siempre lo hace ante las cámaras o en los mitines. La presidencial no fue ganada por los conservadores: fue perdida por la Concertación. Y de manera virtualmente intencional, al elegir a un tipo impresentable que sólo era motivado por las ansias de regresar al poder, porque lo echaba de menos. Un sujeto que actuó de manera malintencionada ya en 2005, cuando torpedeó hasta último momento la postulación de Michelle Bachelet a La Moneda; y quien, para esta pasada, movilizó hasta sus vínculos más turbios, que incluyen conexiones con los ambientes de los negocios y de la inteligencia policial, para imponerse como candidato, logrando que su pacto llegara a traicionar sus propios principios, al acabar prácticamente designándolo a dedo, si efectuar la ya tradicional elección primaria, al menos en condiciones aceptables. Y no repitan la monserga que no existía otro con las agallas suficientes para enfrentar el desafío, pues había dos opciones totalmente competentes: José Antonio Gómez y Marco Enríquez-Ominami. Es verdad que los derechistas son autoritarios y avasalladores por naturaleza; pero al menos, eso es algo que sabemos desde que tenemos uso de razón. En cambio, la inconsecuencia -que se fue de manera paulatina y progresiva, transformando en el modo de operar de la Concertación en estas dos décadas, alcanzando su cenit en la estratagema recién descrita- tarde o temprano se paga en política, y más en un sistema de comicios periódicos.

Pero en fin: el mal ya está hecho. En realidad, fue consumado a mediados de 2009, cuando tras una seudo primaria, que más olió a frustración de los dirigentes de la entonces gobernante, por no haber conseguido erigir al papanatas de Frei a simple mano alzada, aquellos mandamases de pacotilla sin embargo lograron lo que querían y de paso también lo que buscaba la derecha. Lo ocurrido hace unos días, simplemente es la última y por lo mismo peor de las consecuencias. Las mismas que justificaban plenamente los golpes que recibieron Camilo Escalona y Marcelo Schilling ( cómo es posible que un ex agente secreto que persiguió a grupos intachablemente pacíficos, acusándolos de terroristas, tenga un alto cargo en un partido socialdemócrata) de parte de jóvenes a quienes sí se les puede calificar como integrantes del pueblo. Debieron haberles volado algunos dientes: al fin y al cabo, uno zezea como esos porteros que, por tener la labor de permitir la entrada, se sienten dueños de la empresa; mientras el otro es un desgraciado que responde a las opiniones disidentes no con palabras, sino con espionajes. Con malnacidos de tal calaña que se autoproclaman izquierdistas, no necesitamos que las cenizas de Pinochet salgan del ánfora.

Aunque la Concertación haya experimentado un notorio desgaste, no es ésa la causa principal de su derrota. Ni siquiera es una de las causas más importantes. El meollo del asunto está en el cúmulo de desaguisados que esta tropa de vernales acomodaticios vino cometiendo durante la más reciente legislatura, y entre los cuales se encuentra la misma Michelle Bachelet. Porque el 2005 lo tenían todo para retener el alto nivel de confianza que aún les prodigaba el país, e incluso, para recuperar ese mínimo margen que habían perdido. Pero se entregaron a una conducta muy propia de las clases dirigentes latinoamericanas: el despilfarro. De igual modo que lo hizo la oligarquía de mediados del siglo XIX con las exportaciones de trigo, y la plutocracia salitrera con ese recurso tras la, a la postre, inútil Guerra del Pacífico. O también, como los banqueros y especuladores que a fines de los años 1970 gozaban del cambio fijo, sin atisbar la crisis financiera que se venía encima. El pacto del arcoiris se llenó de luchas intestinas, caprichos personales y candidaturas, ya el 2006, a la presidencia. No faltaron -Chile es una interminable cantera de pacatos e hipócritas- quienes se la jugaron por proponer prohibiciones: aún resuenan las propuestas fascistoides de ese asno ecologista llamado Guido Girardi, que quería impedir que los actores apareciesen fumando en las películas. O las sandeces del Conace - gestionado por la hermana de un senador UDI- a quien se le ocurrió tratar a la marihuana como droga de peligro uno. Pero sin lugar a dudas, las muestras más viles de felonía corrieron por parte de la Democracia Cristiana: primero jugando al díscolo, amenazando al resto de la Concertación con escindirse si se tornaba "demasiado izquierdista", y después, expulsando en una oscura maniobra a un senador por negarse a apoyar un proyecto fallido como el Transantiago, con lo cual, lo único que consiguió, fue que cinco diputados, a su vez, renunciasen al partido y por consiguiente a la coalición. ¡Ah! Por poco lo olvido: esto último fue obra de una mujer, Soledad Alvear, que buenas muestras de liderazgo femenino dio.

Y a propósito de mujeres, y ya que fue mencionado en el anterior párrafo, Bachelet no puede quedar fuera del análisis. Empezó con una administración titubeante y acabó con una dictatorial. Entremedio, eso sí, su popularidad subió como la espuma, merced a dos factores: la repartición de limosnas para lo que siempre quedan a la vera del sistema, lo cual creó un clientelismo, y su presencia mediática en cuanto evento masivo se celebrara, algo aún más aprovechable en 2009, cuando el seleccionado de fútbol tuvo un encomiable rendimiento en las clasificatorias mundialistas. Eso le permitió cometer atrocidades con los mapuches, los colectivos juveniles independientes, y algunos gremios importantes como los profesores, además de aprobar normas como la nueva ley de pesca o la reforma a la educación, tendientes a favorecer a los más pudientes, o las limitaciones para convocar marchas y reuniones callejeras. Para colmo, al contrario de sus antecesores, y en el instante en que sus aliados políticos más la necesitaban, se distanció de la Concertación y se envolvió en un círculo etéreo donde sus asesores siempre respondían a los conflictos con amenazas, para una vez solucionado el asunto -brutalidad policial mediante- ella aparecer emitiendo una declaración cantinflesca y clisé, pero que por estar bien adornada, dejaba contentos a los medios de comunicación. Ahora, se irá junto con Eduardo Frei al hospicio de los ex presidentes, mientras el pueblo emigra en masa a Perú o a otros países latinoamericanos o europeos, buscando mejores trabajos. Por eso espero que no la tenga fácil y que cuando se dirija a entregar el mando, este once de marzo, la despidan a pedradas, tal como sucedió con Pinochet en 1990.

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