lunes, 10 de octubre de 2016

El Velo Islámico Y El Ajedrez Político

En medio de la parafernalia que ha rodeado a la campaña presidencial en Estados Unidos, pocos han prestado atención a una noticia que podría generar bastante ruido en unos meses más, cuando sea demasiado tarde para revertir sus eventuales consecuencias. La campeona norteamericana de ajedrez, Nazi Paikidze-Barnes, ha iniciado una protesta a través de las redes sociales con la finalidad de que el torneo mundial de la especialidad, a realizarse durante el 2017 en Irán, y al cual ella está clasificada, sea cambiado de sede, debido a que las leyes de ese país, muy observantes del islam, obligarán a las participantes a usar velo mientras se encuentren en tierras persas, pertenezcan o no a una cultura musulmana. Aunque así planteado puede resultar una simple rabieta de una jovenzuela de veintitrés años, que desea sus quince minutos de fama en un deporte que no despierta un gran interés en la población general (al menos, no para ser seguido por un masivo grupo de fanáticos en los medios de comunicación), lo cierto es que esta estadounidense de origen georgiano (lo menciono por si alguien se siente tentado a extraer conjeturas a propósito de su nombre de pila) es la carta principal de su nación para dicho certamen, y considerando la rivalidad diplomática que desde hace tres décadas sostienen ambos regímenes, el temor de que la administración gringa emplee todos los medios que tiene a disposición -que no son pocos- para torcer la voluntad de una federación internacional, no parece infundado.

Uno puede entender y hasta apoyar el reclamo de esta chica, y hasta apoyarlo, sobre todo si se considera que en Irán la mujer que no lleva velo en lugares públicos se arriesga a una multa y a varios meses de prisión (hecho que la propia manifestante no sólo ha destacado, sino que además ha utilizado como argumento en favor de su protesta). Y añadiendo las connotaciones represivas que representa ese atuendo respecto de la situación de las féminas en la sociedad islámica, al menos para quienes no están familiarizados con esa clase de cultura, y por ende verse forzados a acatar su imposición les resulta, cuando menos, desagradable. Sin embargo, acto seguido cabría formularse la pregunta, ¿sería capaz esta deportista de espetar el mismo alegato contra legislaciones musulmanas aún más restrictivas, tanto para la comunidad como para su género particular, como las de Arabia Saudita, Omán, Bahrein o Qatar? En cualquiera de esos lugares, siquiera hace el ademán de quitarse la prenda de la discordia, y antes de imaginarlo ya le están quitando la cabeza. Ahora, es probable que jamás llegue encontrarse en un trance como ése, ya que en esas zonas la participación de las mujeres es tan nula, que no alcanza ni para vislumbrar su condición de inferioridad en relación con el hombre. Y quien ose plantear la organización de cosas como un torneo femenino de ajedrez, lo más seguro es que también acabe con su mollera rodando por el suelo, y eso independiente de lo que tenga entre las piernas.

Visto desde ahí, todo lo que está obrando esta deportista con la intención de boicotear un campeonato en aras de liberar a su género de la opresión que aún sufre en muchas partes del mundo, puede merecer cualquier adjetivo salvo los de épico o valiente. Se lanza en picada contra uno de los escasos países islámicos que dentro de todas las imperfecciones que muestra en torno a este asunto, al menos concede espacios de expresión para la mujer, y no sólo en el campo que ahora nos atañe. De hecho, Irán ha sido diligente en entablar conversaciones con organismos internacionales con el propósito de que sus atletas femeninas participen en competiciones mundiales sin violar los códigos musulmanes alusivos a la vestimenta, diálogos que han logrado excelentes resultados. Para muchos resulta ridículo -y hasta una señal de retroceso- ver a chicas jugando con gruesos buzos y velos en cuanto desafío son capaces de aceptar, pero comparándolo con los territorios mencionados en el párrafo anterior -donde es impensable remplazar incluso por un minuto el atuendo tradicional por algún traje deportivo- esto es claramente un mal menor. Lo realmente valeroso sería que esta joven llegara a la nación persa, objetara ahí mismo el empleo de la odiosa prenda; pero acto seguido, alegara por la virtual imposibilidad que en otros territorios de Oriente Medio las féminas tienen siquiera de presentarse a la cita que hoy ella mira con desprecio.

Otro factor que contribuye a dudar de su supuesta valentía, es el hecho de que ella es norteamericana, país que sostiene una rivalidad de décadas con Irán, en especial a partir de la revolución islámica de 1979 que derrocó a un tiránico gobierno que era títere de Estados Unidos. A partir de entonces, las sucesivas administraciones gringas han buscado el máximo aislamiento de sus pares persas, conducta en la que han sido secundados por varias directivas de la zona entre quienes se hallan aquellas para quienes la mujer debe limitarse a permanecer en su casa pariendo y cuidando bebés. Es por ende, fácil y muy beneficioso referirse en duros términos a la nación persa con esos antecedentes detrás: incluso se tienen buenas opciones de triunfo. Lo que de ocurrir, será presentado a través de los medios de comunicación como la enésima victoria de un ente minúsculo contra un gigante intransigente que llevaba todas las de ganar. Aunque lo único cierto, es que será un revés para una de las pocas naciones islámicas que admite cosas que en otras resultan tan transgresoras como inadmisibles. Y eso, finalmente, conducirá a la humanidad, y especialmente al género femenino, por la senda contraria a la de la liberación.

                           

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