viernes, 19 de marzo de 2010

Adiós al Rombo

Si elaborásemos una surte de ránking con los pocos aciertos que en materia de cultura oficial lograron las administraciones de la Concertación, sin lugar a dudas que la primera ubicación se la adjudica, por lejos, el rombo del Gobierno de Chile. Ese croquis de la bandera nacional, con una imagen pretendidamente cibernética y tecnológica, sorprendía hasta al más ducho crítico de arte, por su propuesta radical y por lo mismo atrayente; pero a la vez, por el homenaje que le rendía al símbolo patrio más reconocido del país, con lo cual dejaba la sensación que, lejos de menospreciar, se valía del patrimonio histórico y -para usar términos muy propios de la izquierda socialdemócrata y "progresista"- de la tan manoseada "memoria".

Por eso mismo, la sola posibilidad de que se les ocurriera remplazarlo, era una justificación suficiente para al menos desear que la derecha no llegase al poder. Por desgracia, ambos temores se vieron concretados. Primero, los conservadores ganaron el balotaje, de la mano de Sebastián Piñera; y apenas tomado el control del ejecutivo, impusieron un nuevo isotipo, muy desagradable y vomitivo, que además fue diseñado a la rápida y saltándose las licitaciones exigidas por ley. Polémicas aparte respecto del procedimiento, no se necesita ser un experto en estética para comparar la calidad de ambas figuras. El rombo encierra todo un paradigma, que busca convertir al país en imagen agradable en el extranjero, algo muy urgente en una época donde priman los acuerdos bilaterales -que no sólo involucran el libre comercio- y el concepto de la aldea global. Con él, se pretendió mostrar a Chile como una alternativa inmejorable, ya sea para las inversiones, las visitas turísticas o los eventos culturales. A su vez, y teniendo en mente ese dicho popular que reza que "las cosas entran por la vista", se intentó vender los productos locales en diversas latitudes, mediante una firma comercial capaz de captar poderosamente la atención de virtuales destinatarios. En definitiva, propagar la idea de que esta pequeña y perdida faja de tierra tenía la disposición y la fortaleza para salir al mundo y competir con las naciones desarrolladas, superando una larga historia de oscurantismo y subdesarrollo, que se había iniciado mucho antes de la dictadura militar.

Me pregunto si ese croquis del escudo nacional, de color grisáceo, que pretende instaurar la legislatura de Piñera, será capaz de mantener el interés de los extranjeros por darse una vuelta por Chile. De partida, de los empresarios y los turistas, los cuales, por una mezcla de cercanía ideológica y conveniencia personal, son los más apetecidos por los actuales inquilinos de La Moneda. No se necesita evocar aquellos elementos que al menos supuestamente representa este sector político: vínculos con la dictadura, represión tomando como pretexto la seguridad y el orden interiores, privilegios desmedidos a las clases más pudientes... Cualquier individuo que desconozca los hechos recientes del país, le bastará sólo una mirada frontal a este símbolo para expresar repugnancia. Por otro lado, ¿qué de provechoso puede tener el uso del mentado escudo, siquiera como demostración del más vulgar e irracional de los chovinismos? Para empezar, fue encargado a un pintor inglés de mediana importancia -Charles Wood-, quien apenas pisó América y por ende carecía de experiencia sobre el proceso emancipador de este continente. Luego, al a estas alturas odioso emblema patrio, le falta naturalidad, el saber del pueblo, imprescindible para que un terruño pueda ser tratado como un país de verdad y no un simple ensayo bananero. Ni siquiera sirve para instalarlo de manera perenne en los recuerdos de algún foráneo, debido a su estructura compleja y la verdad, de menor valor artístico. Además de que Chile siempre fue una cosa exótica con sabor a ají, que hasta antes del triunfo de la Unidad Popular apenas figuraba en los libros de historia y geografía universal. A nivel mundial con suerte se conoce nuestra bandera, y eso gracias a la enorme cantidad de exiliados que ocasionó el golpe de 1973.

Lo que están haciendo los conservadores, puede que los satisfaga desde el punto de vista ideológico. También, a nivel local, sirve como señal de que se deja una era que ellos consideraban corrupta, no sólo en el sentido de la probidad profesional, sino además en lo que concierne al orden social, la cultura y la moralina. Pero, por emplear un vocablo tan en boga por estos días, cuando menos en términos prácticos, significa un retroceso. Me atrevo a preveer que bajará la inversión extranjera en Chile, así como el interés de los agentes del exterior por comprar productos nativos. Con el consiguiente aumento del desempleo y del descontento social. Y todo, gracias al nacionalismo.

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