jueves, 11 de marzo de 2010

La Cultura del Adobe

No busco citar aquí a la serie de expertos que, con investigaciones de por medio, han probado que el adobe no es ante un terremoto, la trampa mortal que muchos legos acusan. Tampoco pretendo reivindicar el romanticismo folclórico de quienes acuñan la expresión "cultura del adobe", la que por cierto también se utiliza en clave irónica y negativa. Aunque al leer el resto de este artículo, por la orientación de sus argumentaciones, más de alguno tenga la sensación contraria.

Veamos. Hasta antes de que se popularizaran los artículos de línea blanca -para ser más precisos, los de origen coreano o chino, que son extremada e intencionalmente frágiles-, la preocupación por la pérdida de los enseres ante el eventual derrumbe de la vivienda producto de los vaivenes del subsuelo, era en efecto bastante menor en proporción a la angustia que generaba la pérdida de vidas. En su mayoría, las casas estaban amuebladas con artefactos de metal -en especial la cocina y los utensilios- o de madera -los muebles propiamente tales-, materiales que no costaba recuperar desde los escombros de lo que se supone fue una edificación de barro. Los tachos y las ollas simplemente no se destruían. Y en cuanto a lo compuesto por troncos y ramas de árboles, podía repararse por sus propios dueños o por algún carpintero de la localidad, oficio que hasta hoy se practica al menos en las zonas rurales, toda vez que los bosques siempre han surtido de materia prima en generosas cantidades.

En cuanto a las personas, bastaba que no existiese una víctima fatal que lamentar. Logro que no era del todo imposible, pues estas casas, sobre todo en el campo, eran espaciosas y contaban con amplios patios que podían utilizarse como zonas de seguridad. Si todos continuaban vivos, tan sólo había que esperar que se disipara el polvo, para luego remover los pedazos de tierra y encontrar los artilugios que decoraban la derruida vivienda , prácticamente listos para ser ocupados en los quehaceres de la próxima edificación. Proceso que demandaba escaso tiempo y casi nada de dinero, pues el adobe se puede armar rápidamente y sus componentes esenciales son pasto y barro, los cuales pueden extraerse sin transacciones comerciales de por medio desde la naturaleza. Era sólo cosa de empezar de nuevo y repetir el ciclo.

Esto, al menos en Chile, es una costumbre arraigada desde la Colonia. En la mayoría de los países cuenta con una tradición aún más ancestral. Que recién a mediados del siglo veinte comenzó a ser cuestionada, cuando apareció la electricidad y, junto a ella, y a veces con el afán de justificarla, productos de consumo que no eran capaces de resistir el desplome de una vivienda, como radiorreceptores -al menos los de generación más reciente- televisores o computadores. Además, que se agregaba el factor del cortocircuito, que ocasionaba un incendio producto del corte de un cable cargado con corriente. La sobrepoblación que ha caracterizado al mundo de estas últimas décadas también ha hecho su aporte, obligando a la reproducción en serie de departamentos en altura. No pretendo apoyar la monserga que pide volver al estado primitivo, ni de impulsar la construcción de rascacielos de adobe (aunque no descarto que eso pueda ocurrir en un futuro no muy lejano, si se perfecciona la tecnología). Pero analicemos: quien ha padecido la destrucción de su hogar, lo tratará de levantar de la manera más breve y económica posible. Y la gran respuesta a tal desafío es sin ninguna duda el barro con paja. Entonces, demos la capacitación suficiente para que quienes buscan volver a ponerse de pie, permanezcan en pie incluso ante el mayor de los cataclismos.

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