lunes, 5 de enero de 2009

Ley de Apropiamiento Intelectual

Aceptemos, antes que nada, que los chilemos somos excesivamente tolerantes con la piratería. Hasta nos parece simpática, y no porque sea una buena posibilidad de obtener arte a bajo costo ( aunque muchas veces, los libros, discos y filmes que se nos ofrecen por esta vía carezcan completamente de buen gusto), sino debido a que es una actividad surgida durante la dictadura militar, entre el llamado " apagón cultural" y la recesión económica de los ochenta. Entonces, el material que se desplegaba como una alfombra roja sobre la cuneta era de autores que, si no se encontraban legalmente prohibidos en el país, de todas maneras resultaba imposible conseguirlos en el comercio establecido, ya que los libreros o tenderos, sólo con respirar el miedo imperante, les bastaba para inhibirse de distribuirlos. A eso, sumémosle la alta cesantía y la falta de poder adquisitivo que caracterizó a aquella época, y llegaremos a ponerle un toque de romanticismo a esa vieja piratería, llevada a cabo por anónimos héroes que fueron un eslabón más en la lucha contra el tirano; que cuando aparecían las patrullas, debían envolver los casetes en su paño de género, y correr lo más rápido que el susto les permitiese. Fuera de que se estaban ganando el pan sin recurrir a los delitos violentos, en un periodo, ya lo vimos, de escasas fuentes de empleo.

Esa visión del pirata artístico subsiste hasta hoy. En primer lugar, porque los bajos salarios y la desigualdad social siguen impidiendo que un gran número de chilenos pueda acceder a los bienes culturales. Y luego, porque aún existe una censura solapada de parte de los distribuidores, que algunas veces simplemente no dan a conocer ciertos productos, por temores, lamentablemente, comprensibles. Podríamos agregar un tercer factor: el poco respeto que la población muestra hacia las obras artísticas, producto justamente del desprecio de que fueron víctimas durante el régimen militar. Todos estos antecedentes, en todo caso, pueden englobarse en una gran conclusión: los sucesivos gobiernos democráticos se han dedicado a administrar el modelo legado por la tiranía, afirmación majadera, pero que deriva de un hecho empírico, aplicable perfectamente a este aspecto. Las condiciones para el comercio informal de cultura, son en la práctica idénticas a las que había hace veinte años atrás. La única diferencia la marca el objeto que produce miedo: en aquel tiempo eran los organismos del Estado, hoy es la delincuencia.

Y la verdad es que esta práctica, como en todo en la vida, nunca tuvo algo de romántico, y menos aún va a tenerlo en la actualidad. No existen piratas buenos o malos: salvo excepciones, y aunque hayan cambiado del rudimentario casete al más avanzado disco digital, el material que estos comerciantes nos venden, son álbumes rayados, películas imposibles de leer por nuestros aparatos, o libros con algunas páginas en blanco o impresas de cabeza. Pero el público medio continúa acudiendo a ellos, porque el Estado es incapaz de suministrarle lo que pide. Al contrario, y como una madera de dejar en claro que se prefiere aplicar un paradigma heredado por una dictadura, opta por la represión más insensible, proponiendo una de las leyes de propiedad intelectual más punitivas del mundo. No nos extrañemos: Chile es un paraíso para las mordazas. Cualquier edicto de origen extranjero que huela a restricción, aquí nos encargamos de hacerlo más radical. Pasó con el tabaco, el alcohol, los fuegos articiales y el encumbrado de volantines... y ahora es el turno de la propiedad intelectual, con una normativa que busca igualar a su símil de Estados Unidos, pues algunos amenazan con desconocer los tratados de libre comercio.

En la actualidad, tal como sucede en la industria del disco, y en otras que lucran con las más diversas expresiones artísticas, quienes accedemos periódicamente al arte a través de la piratería nos saltamos los intermediarios, y obtenemos lo que buscamos gracias a internet. Personalmente, cuando descargo material de modo gratuito, no lo hago porque soy un tacaño o desprecie la cultura. Es debido a que dichas creaciones son imposibles de adquirir en una tienda especializada, teniendo como segunda opción, viajar a un país donde las encuentre. Nosotros le quitamos clientela al despreocupado e irrespetuoso vendedor de cuneta, o al menos, lo forzamos a manifestar un mínimo de denuedo por las copias ilegales que fabrica. Algo que estará fuera de nuestro alcance si se aprueba la nueva ley, hecho que parece inminente. Por último, con los comerciantes de la acera, basta y sobra conque se apliquen las normas vigentes, sean éstas draconianas o no ( jamás he sido partidario del Estado policial y no cambiaré de opinión en el mediano plazo). Sin embargo, cuando la espada les caiga a todos encima, perderemos una importante instancia de acceso a muchas cosas, y sí, hablo por los chilenos en general. Aunque, por otro lado, me pregunto cómo lo harán nuestras autoridades para fiscalizar que los usuarios de la red acaten la medida: ¿ nos rastrearán al igual que lo hacen con los pedófilos, poniéndonos a la altura de esos criminales? Para investigar si los ordenadores tienen material almacenado de manera fraudulenta, ¿ nos introducirán programas de virus espía, lo que constituye un delito informático, y en cualquier caso, una aberración éticamente hablando? Lo que sí sé, es que los piratas tradicionales mantendrán su negocio, ahora con la posibilidad de establecer un monopolio, y que las penas establecidas a quienes infrinjan la propiedad intelectual, aumentarán el miedo entre la gente, pero no variarán su poco aprecio por las obras de arte.

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