martes, 30 de diciembre de 2008

El Adiós de Jarabe de Arce

Esto no lo leí en El Mercurio, pero sí lo escuché en un noticiario nocturno. Hermógenez Pérez de Arce, columnista mimado de la casa de Agustín Edwards, anuncia su jubilación. El hecho es divulgado por el mismo decano, en su edición del 31 de diciembre, que además contiene la última pataleta del susodicho. Vale decir, que el mismo día en que quemamos todo lo viejo, malo y decrépito que nos ha hecho sufrir hasta ahora, los chilenos podremos deshacernos de una presencia desagradable que nos ha jorobado por más de tres décadas. Aunque esta descarga no provenga de nuestra voluntad sino de la del enemigo, y de quienes hasta ayer lo apoyaban.

Ignoro si lo de Jarabe de Arce es real, o sólo se trata de una renuncia con elástico, un mero truco publicitario o una resaca del día de los inocentes. En todo caso, su permanencia en la memoria cultural del país será, de seguro, tan mínima como el espacio que el El Mercurio le dedica, en su primera página, a este acontecimiento. Porque el olvido, esta vez, no será el perdón, sino el castigo para alguien que usó la pluma con el único propósito de defender lo indefendible. Pero también, para un sujeto pedante, que sacaba siempre a relucir su origen aristocrático, como si eso garantizara la presencia de un buen prosista y un refinado intelectual. Pues don Hermógenes, antes de escribir, ya estaba poniendo el sello: un descendiente de hacendados de linaje castellano, cuyo apellido puede encontrarse en varios rincones de la historia nacional. Al igual que esos automovilistas ebrios que, cuando ven a un policía haciéndoles señas, lo increpan con frases del tipo "no sabís quién soy yo, ni quién es mi papá ni de cuál familia vengo". En este caso, el guardia de tránsito es remplazado por el crítico literario, y el conductor borracho, por el avasallador y pretencioso Pérez de Arce.

Muchos supuestos entendidos, incluso personas vinculadas al ámbito artístico, suelen rescatar elementos, a su juicio valerosos de las columnas de este articulista. No sé si el consenso político puede llegar a la ingenuidad. Porque, si Jarabe de Arce sólo fuera un aceptable escritor, entonces tendríamos mucho más que dos Premios Nóbel. Cuando agarró confianza y pensó que podía pasar a la posteridad superando los límites del artículo periodístico, obtuvo resultados patéticos: basta leer una página de su fallido ensayo "Los Chilenos en su Tinto" o de sus incongruentes novelas, para darse cuenta que carecía de talento. En ambos casos, cometió un error que desde el punto de vista de literario es imperdonable: ampliar sus panfletos de un octavo de hoja hasta el formato de libro. El papel de diario soporta muchas cosas y si la mayoría carecen de interés, sólo sirve para envolver la carne, cubrir los pisos recién encerados o limpiarse el trasero. Allí fueron a dar buena parte de las líneas garabateadas por este sucedáneo de intelectual, e igualmente, los elogios de sus amigos y compinches, recopilados en otros matutinos que eran de propiedad del mismo dueño de El Mercurio. Supongo que Pérez de Arce habrá conocido estas lamidas de botas y entonces habrá esbozado una sonrisa satisfactoria, al creer que era un prosista respetado y un líder de opinión.

Y la verdad, ni sus artículos tienen algún aspecto salvable. Son conversaciones de sobremesa, propias de ancianos adinerados y ociosos, que tienen tanto ingenio como necesidad de ganarse la vida. Utiliza las mismas palabras e ideas, las cuales cambia de orden semana tras semana para que parezcan originales y novedosas. Al cabo de un año, cuando ha agotado las combinaciones, vuelve al principio y repite el ciclo. Por eso sus columnas que más han llamado la atención son las que se refieren a situaciones contingentes y a individuos específicos, pues colocar a esta clase de personas en cualquier medio público siempre nos lleva a abrir los ojos de sorpresa. Cuando toca algún tema supuestamente trascendental, acaba en conclusiones insulzas, como las que vertiría otro vejete de su clase, del tipo " la juventud está cada día más corrompida" o " las mujeres ya no son señoritas". Despertemos: Jarabe de Arce está al mismo nivel que un Julio Martínez o un Raúl Hasbún, con la diferencias de que ellos emplearon el lenguaje pulcro para un fin que manifiestamente no era literario. Tirémoslo para el Año Nuevo, como lo viejo y fastidioso que es.

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