martes, 9 de diciembre de 2008

Sálvate, María, de tu Inmaculada Concepción

Ha pasado un nuevo ocho de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Miles de peregrinos han asistido a Lo Vásquez y a los santuarios locales que a lo largo del país veneran, aunque no adoran, a María, según la imagen auspiciada por la iglesia católica. Como corresponde, se han destrozado las rodillas, y una vez terminado el sacrificio, han celebrado el favor concedido con varios litros de alcohol, ignorando, al menos por un momento, que se trata de la madre de Jesús y no de Dionisios, por mucho que algunos digan que el culto al dios griego tiene ciertas semejanzas con la biografía del Mesías.

Pero en fin: no es la embriaguez congénita que caracteriza a las fiestas religiosas católicas lo que quiero tratar hoy. Tampoco busco repetir el alegato que siempre escupimos los evangélicos, contra la idolatría que se oculta en ciertas celebraciones del catolicismo, que por algo les llaman religión popular. Lo que pretendo recordar es el oscuro origen de este dogma, el único que ha sido impuesto mediante la infalibilidad papal, un procedimiento, a su vez, establecido por el primer Concilio Vaticano, allá por 1870. Dicha asamblea era la primera en su tipo que se efectuaba en tres siglos, y al igual que Trento, su inmediata antecesora, se caracterizó por la cerrazón extremista y reaccionaria del credo papista. En aquel caso, se trataba de masacrar reformados; en éste, de frenar la ola de descubrimientos científicos que estaban poniendo en jaque las afirmaciones de obispos y sacerdotes. Al respecto, cabe señalar que recién en este concilio se declaró al aborto como un pecado y un crimen. Y relacionado con el tema que nos atañe, significa dejar en claro que el papa no se equivoca en las decisiones que toma, porque son divinamente inspiradas: en la práctica, si el pontífice da una orden todos los fieles están obligados a acatarla, aunque tal determinación de vuelta los aspectos más esenciales de la doctrina teológica. Pues bien: aún cuando los vicarios cuentan desde entonces con una herramienta inmejorable, sólo una vez en la historia ha sido aplicada, precisamente para decretar el dogma de la Inmaculada Concepción.

Ahora, ¿ en qué consiste tal dogma? Básicamente, que la venerable -no adorable- María, fue concebida sin ninguna mancha del pecado. No el sexual, porque para eso es necesario ser hijo de Dios. Sino el supuesto "pecado original": la desobediencia de Adán y Eva, por la que debemos pagar todos los humanos y debido a la cual los sacerdotes bautizan a los niños. Como el Señor fue el primero que recibió este sacramento a los treinta años, su madre nunca pasó por él, y la Biblia jamás menciona que lo haya obtenido. Pero la Tradición católica ( que ellos consideran fuente de revelación junto al Magisterio, al mismo nivel que la Escritura, y por eso coloco todos estos nombres con mayúsculas) menciona que María ascendió a los cielos ayudada por ángeles ( de ahí el concepto de "asunción") y por ende nunca pasó por el purgatorio, sitio donde todas las almas, de acuerdo a la doctrina papista, deben esperar la resurrección, sean buenas o malas. Eso último es inconcebible sin antes haber sido bautizado. No importa que el feligrés no haya sido ungido con los demás sacramentos; pero si no pasó su cabeza por el agua no puede entrar de manera directa al reino de los cielos, aunque se haya arrepentido honestamente de todas sus faltas, como el buen ladrón.

Uno puede respetar y hasta comprender ciertos comportamientos de la iglesia católica. Pero a mí me llama mucho la atención este dogma, porque por donde se le mire, no es más que una cuchufleta. Fue proclamado hace poco más de un siglo, entre cuatro paredes, y valiéndose de una facultad que ni sus beneficiarios se atreven a usar. Por otro lado, todos los argumentos que supuestamente la justifican, tienen nulo asidero bíblico. Claro, pertenecen a la Tradición, que aquí también es fuente de revelación legítima. Pero resulta que tal elemento lo constituyen una serie de libros que fueron rechazados por los primeros cristianos, que si no los consideraron derechamente falsos, desconfiaron de ellos porque tenían pruebas fundadas en su contra. Varios de estos libros no eran más que tratados hechos al gusto y al acomodo de grupos religiosos que rivalizaron con el cristianismo, como el hace algunos años bullado Evangelio de Judas, redactado por los gnósticos. Todos los pilares del culto mariano están contenidos en dichos textos, a saber: el nombre de sus padres ( Joaquín y Ana), su asunción, su eterna virginidad y su capacidad de aparecerse y obrar milagros. Ahora: podríamos decir, con la exégesis crítica del modernismo, que la verdad histórica que se señala en los Evangelios bíblicos es igualmente cuestionable. Pero eso sería tanto como negar la existencia de Dios, y después de hacerlo, sólo queda cerrar los templos, arrojar las llaves al mar y vivir un permanente ateísmo

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