lunes, 22 de diciembre de 2008

Universidad de La Nada

Nuevamente, los licenciados de enseñanza media deben iniciar ese doloroso camino que, finalmente, consiste en darse cuenta que serán donnadies si no se inscriben en una institución de educación superior, de preferencia universidad integrante del Consejo de Rectores, cártel que agrupa a veinticinco organizaciones cuyo gran negocio es vender cartones a precios exhorbitantes, incluso si se las compara con sus afines, bajo el pretexto de que son las de mayor calidad, las más antiguas y dependen del Estado ( lo cual, todos sabemos, es una aberrante falacia, porque la mitad de esas casas comerciales son privadas, y las que no, son autónomas, que para el caso es lo mismo). Siendo que, en realidad, lo único que tienen de público es el dinero que cada año le roban al erario fiscal, el cual con mucho esfuerzo, ha sido pagado por los contribuyentes, varios de los cuales jamás podrán entrar a sus claustros, porque por otro lado, los prohibitivos precios que estas entidades cobran, se encargan de asegurarles un público que siempre han buscado: el de altos ingresos, por motivos que no viene al caso citar pero que todos conocemos o al menos intuimos.

Nuestras supuestas universidades repiten el mismo discurso cuando llegan estas fechas: que debemos superar la desigualdad, que todos tienen derecho a la educación, que el profesional egresado de sus aulas accede a mejores salarios... Pero durante el año académico actúan de una manera diametralmente distinta. Un alumno que se atrasa en sus cuotas no existe, aunque su rendimiento haya sido sobresaliente. El debate, tan cacareado por los académicos, entonces se disuelve, y se transforma en un portazo en la cara. Sí: en julio se suelen producir huelgas por este tema, que no son sólo toleradas, sino hasta alentadas, por los rectores, siempre y cuando le reclamen al Estado por más dinero, porque cuando se tocan los problemas internos ( que no son pocos) el apoyo se vuelve persecución e incluso agresión. Sin embargo, por esta época dichos personajes también actúan con una doble moralidad, ya que se dan el lujo de reajustar sus aranceles hasta alcanzar cifras vergonzosas, sin importarles la delicada situación económica, y sabiendo que frenan la baja en la inflación. Fuera de que, además, las universidades han venido disminuyendo paulatinamente la ponderación de las notas de enseñanza media en favor del puntaje en la prueba de selección, conscientes de que esta última es un fiel reflejo de la brecha entre colegios municipalizados y particulares, mientras que el ítem anterior es una clara oportunidad para los estudiantes de escasos recursos de acceder a sus carreras. Se justifican diciendo que en los liceos públicos se regalan las notas: una vez más, una mafia conformada por adinerados acusa a las capas empobrecidas de los delitos que cometen ellos.

La verdad, es que si nuestra educación está en el pozo, una tajada de la responsbilidad les cabe a las universidades. Mal que mal, son parte del sistema -aunque hagan todos los esfuerzos por demostrar lo contrario- y en cualquier caso ellas preparan a la totalidad de los docentes ( al respecto, he sido testigo de lo que muchos afirman: los mejores profesores son los egresados de las desaparecidas escuelas normalistas, aunque esa fuera una educación de carácter secundario). Tampoco, en su interior suceden cosas intersantes: los académicos que imparten clases no son maestros, y aunque con título de lo que enseñan, en su vida han trabajado en la profesión correspondiente. Casi todos están ahí por compadrazgo: un gobierno determinado lo metió porque delató a sus compañeros cuando era estudiante, o arrojó algunas piedras a la policía durante la dictadura militar. Basta escucharlos para darse cuenta que serían unos incompetentes en el mundo laboral. Pero he aquí un factor clave: supuestamente se luchó en una época en que era imposible discutir. El mismo mito que se atribuye la iglesia católica, con la que estas organizaciones se han puesto a la altura. Y si hay delatores junto a viejos rebeldes, bien por ello: es la muestra más cabal de que hay diversidad y debate.

Nuestras mal llamadas universidades subsisten gracias a una eficiente propaganda, donde se muestran como la exclusiva posibilidad de un futuro mejor, y donde identifican como un fracasado al que no ingresa a ellas. Esto, lamentablemente, con el respaldo de gobiernos y opositores, que en veinte años siempre les han dado de mamar. De nuevo un doble discruso: se enfatiza el estudio de carreras técnicas, más cortas y menos costosas, pero en la práctica la opción válida es siempre la misma, pues a fin de cuentas, muchas de estas instituciones tienen convenios con empresarios poderosos, que mandan a sus familiares a estudiar bajo la ley del mínimo esfuerzo. Y al final dichos mozalbetes, gracias a sus contactos ( los suyos y los de los académicos) acaban en los mejores puestos, mientras el resto queda condenado toda la vida a enorgullecerse con un cartón inservible y un sueldo miserable.

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