sábado, 10 de enero de 2009

Derecha Sin Derechos

Si hay algo que quedó de manifiesto con el incidente de la diputado Karla Rubilar, es que la derecha chilena desperdició una inmejorable oportunidad para inmiscuirse en el tema de los derechos humanos, y enseguida, haber dado dos grandes pasos al respecto: alejarse un buen tramo de Pinochet y todo lo que su gobierno representó, y dar la sensación que puede dominar cualquier ámbito del quehacer nacional, por muy delicado que le resulte, condición imprescindible si alguien desea ganar una legislatura. Lamentablemente, otra vez tiraron encima su cerrado e intransigente discurso ideológico, que de acuerdo, es un vicio que atañe a todos nuestros hombres públicos; pero cuyas consecuencias pueden llegar a ser más nefastas para este sector, porque defiende un conservadurismo extemporáneo y porque, simultáneamente, promociona una imagen de cierto agnosticismo político, que dice aceptar a todas las tendencias sin adscribir preferentemente a ninguna.

En concreto, el episodio de los "falsos detenidos desparecidos" - aunque lo único falso resultó ser las denuncias de la Rubilar- afectó a los dos parlamentarios más moderados de la Alianza: la susodicha diputado y su colega Lily Pérez, que hasta hoy avala las acusaciones. Eso equivale a decir que el puente de diálogo con la derecha se ha cortado, y lo que es más grave, no existe mucho interés en repararlo, por lo dañada que ha quedado la credibilidad de estas dos mujeres. Un detalle que no significará una fuga de votos que perjudique a su eterno abanderado presidencial, pero que, de llegar éste al poder, anulará una importante posibilidad de que un puñado de moderados dentro del sector coloque el tema en la mesa y sensibilice a sus colegas más extremistas, que son bastantes y tienen una alta cuota de influencia, y que, desde luego, no desaprovecharon esta coyuntura para lucir sus garras. Para rematar, la fuente de estas ya infames denuncias, no fue otro que el siniestro Manuel Contreras, quien al igual que Al Capone antes de ser trasladado a Alcatraz, sigue demostrando que puede salirse con la suya incluso desde la cárcel, dando la sensación que hasta aquellos que, aún proviniendo del bloque que amparó sus actividades durante la dictadura militar, condenan sus violaciones a los derechos humanos, sin embargo hasta el final de la jornada están con él.

Como varios, tengo la convicción de que Karla Rubilar no obró con mala intención. Sí, en cambio, mostró una ingenuidad ridícula e impresentable, aunque propia de una joven mujer moderadamente derechista. Juega a ser progresista y a comprender al otro, en una situación social, económica y política altamente privilegiada. Es hija de una alcaldesa igualmente conservadora, pero que está mucho más alejada del centro, y, por lo mismo, su relación con ella es de sobreprotección. Se enorgullece de haber sido elegida contando sólo veintiocho años - aunque hoy bordea los treintaiuno-, pero aprovechó los buenos montos de la dieta para casarse y tener un hijo, al que acarrea en su coche cada vez que da una conferencia de prensa. Más que la fuerza joven, encarna la rutina de la ama de casa, aún cuando ostente una profesión universitaria - es médico como Bachelet-; pues la diferencia entre una buena esposa pobre y una de hogar acomodado, es que los padres de esta última contaron con dinero para costearle los estudios. Su desaguisado demostró que es una marginal dentro de su conglomerado: alguien que, con moderación y todo, vale tan poco que el más despreciable de sus correligionarios puede convertirla en el hazmerreír de la política chilena, sin que nadie acuda en su auxilio. Incluso, da la impresión que abrazó causas desatendidas por su sector, justamente porque el resto de los temas ya estaba dominado y no era necesario un abogado más.

Por otro lado, personalmente no me gusta la actitud de los afectados por las chambonadas de la Rubilar, aunque haya de por medio un interés legítimo e imprescindible de reparar la dignidad. Si consiguen desaforarla, es decir, sacarla de su cargo en el Congreso, será más que un diputado menos para la derecha: se perderá una instancia de negociación con los más duros de ese sector, a la vez que un freno importante para sus intereses. Además, que estos sujetos tendrían un pretexto para endurecer su postura, lo que podrían hacer saber en futuros trámites legislativos. No estoy pidiendo el cínico consenso de los noventa, sino un relámpago de sentido común. Rubilar nunca debió interesarse por este punto antes de ponerse en el pellejo de los familiares de detenidos desaparecidos: de hecho, ha revelado su ingenuidad cuando, entre otras cosas, se jacta de ser una diputado de la Alianza nacida después del golpe y ajena a la situación de los secuestros políticos, lo que, al analizar sus procedimientos, incluso al ver su cara, se transforma en el equivalente del millonario que le da una limosna a un mendigo. Si se quieren presentar querellas -hablo de las judiciales como de las éticas-, no lo hagan contra la parlamentario, sino contra, por ejemplo, Manuel Contreras. O exíjanle explicaciones a sus colegas de la Concertación, que aceptaron que presidiera la comisión de derechos humanos, sabiendo que no tenía dotes de mando y que era incapaz de tomar una decisión sin antes consultarle a sus padres, su esposo o su cura confesor.

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